Rosas

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domingo, 31 de julio de 2022

Buenos Aires a comienzos del siglo XX: "golondrinas", "cirujas" y el "malevo" (mal llamado lunfardo)

Por el Prof. Jbismarck
La población ‘golondrina’, estaba constituida por inmigrantes que llegaban solo para levantar las cosechas, y luego retornaban a sus lares. La diferencia entre las cifras de inmigración y emigración, da idea cabal de la magnitud alcanzada por estos vagabundos anuos. La cifra comenzó a cobrar inusitada significación a fines de siglo, quizá por la amplitud que, como veremos, adquirieron en esa época las cosechas que necesitaban braceros y los reclamaban de Europa. Tales braceros estaban en el país el tiempo indispensable para realizar sus tareas específicas, y aquí no gastaban en nada para ahorrarse el dinero con el que ellos y sus familias vivían en Europa hasta el año siguiente. En el bienio 1893-1894, por ejemplo, de 165.091 inmigrantes registrados, solo permanecieron aquí 74.904. Los 90.187 restantes, es decir el 55 por ciento, volvieron a sus tierras de origen. Pero los noventa mil tuvieron que pasar por Buenos Aires dos veces: una al llegar, y otra al irse. Esa población se ubicó en posadas o alojamientos, alfombró los potreros y las lonjas baldías del ferrocarril, cuando no levantó sucias taperas que luego ocuparían otros paisanos suyos.
La inmigración golondrina fue creciendo grandemente, y Buenos Aires se pobló de linyeras. El  1927-1928 acusa una inmigración total de 763.629 individuos, de los cuales se radicaron solamente 198.050 tanto, 565.569 linyeras pasaron por Buenos Aires en dos años (más del 74 por ciento de inmigrantes) que estamos pasando la quinta década de nuestra no necesitamos esforzarnos demasiado para ver cómo a lo largo de las vías, por las carreteras principales, por los caminos de acceso, circulaban esos desgraciados con su lío de ropas atado a la punta de una rama,  vestidos de harapos, hurgando en los tachos de basura: nuestra orgullosa ciudad para comer las sobras que entonces se tiraban; y cómo otros, sensatos, se ofrecían a ejecutar cualquier trabajito —barrer el patio, cortar el césped, arreglar quier cosa— simplemente por la comida, esperaban el barco que los devolvería a su tierra. Medio millón de linyeras habla bien de las posibilidades que se abrían para los alojamientos inmundos y de latas.
Las míseras y roñosas taperas tuvieron también población más o menos estable. De tanto andar por los tachos de basura, los linyeras encontraban a objetos de valor; luego se descubrió que los papeles de las botellas, las maderas y muchos desperdicios para venderse, y nació así la repugnante actividad de los cirujas, vale decir, buscadores de restos comerciables en la quema, allí en donde se vaciaban todas las basuras de la urbe: hombres, mujeres y niños, con las piernas cubiertas de arpilleras se introducían en las cenizas tibias para hurgar ellas ‘juntando changas’, mercaderías que luego venderían a ciertos capitalistas que llegaron a transformarse en verdaderos magnates. ¿Por qué se llamaba ‘cirujas’ a individuos?... Hay quien sostiene que por la habidad para ‘disecar’ cadáveres a fin de quitarles cualquier elemento de valor que pudieran contener; algo de esto insinúa el tango: “Y el ciruja, que era listo para el tajo, al cafiolo le cobró caro su amor”. Sábato, buen conocedor del porteño reo, ha señalado que también se llamaba ‘ciruja’ al “tipo vivo, hábil” ; sin duda, ése es el sentido que se da al vocablo en la milonga de Dizeo y Caló Cóbrate y dame el vuelto: “Y sin decirle atajate, le partió al ciruja el mate con el filo de la plancha”.
Tanta fue la necesidad de braceros que tenían nuestros campos, tan grande la invasión de linyeras, y tan tenaz la avidez de dinero y la negativa a gastar de éstos, que el gobernador José Camilo Crotto dispuso que los braceros vagabundos podían viajar gratuitamente en los trenes de carga del Ferrocarril provincial de Buenos Aires, beneficio que enseguida se extendió, de hecho, a toda la red ferroviaria del país. Y el porteño reo creó la voz maleva croto... para referirse al vagabundo desharrapado.
El linyera, el croto y el ciruja no eran, pues, individuos de conventillo. Sí, en cambio, los taitas en sus formas de compadrito, taura o payador, que vivían en ‘bulines mistongos’ o ‘cotorros’, vale decir, habitaciones de conventillo marcadas con el signo de la soltería y el amancebamiento.  El compadrito era siempre proxeneta (cafiolo o cafishio), y su cotorro se caracterizaba por la limpieza y el adorno que las pobres mujeres por él explotadas (yiras, troteras), ponían de grado o a la fuerza. Los demás taitas, en cambio, se jactaban por el desarreglo reinante en el mísero cuartucho; y como eso era, en cierta forma, signo de varonil libertad, reñían a sus pasajeras concubinas porque lo arreglaban: “Mi bulín está mucho más lindo, más aireáo, ventiláo y compadre, con las pilchas por el suelo, todo bien desarregláo; [...] te agradezco, mi otaria, de que me hayas amuráo”. Cabe aclarar, a proposito, que mina, apocope de de menina, tiene sentido cariñoso; el tono peyorativo con tratamiento a la mujer es percanta, variante eventual ‘percal’.  Uno de los tangos más famosos, Mi noche triste comienza con la queja dolorida a la ingrata mujer: “Percanta que me amuraste”... El payador, proclive prefería llamar china a su compañera, cuando no exageraba demasía su fanfarronería de porteño y la llamaba gaucha. Otra voz cariñosa para el tratamiento de la mujer, muy popularizada en Buenos Aires, era ñata; Las muchachitas adolescentes y juguetonas aún, tienen también su designada maleva, un poquitín despectiva: chiruzas, tal vez por referencia al desaliño de sus trenzas mal armadas (chuzas).
En ese Buenos Aires de 1914, con un millón y medio de habitantes, la magnitud de la chusma porteña puede calcularse holgadamente en los dos tercios, vale decir, un millón de almas, con enorme proporción de inmigrantes pobres y sus primeros hijos nacidos aquí. Y en esa heterogeneidad de costumbres, tradiciones, idiomas y variantes dialectales que alternaban cotidianamente  el conventillo, en la feria, en los cafetines, en los barríales de latas, en esa mescolanza promiscua, en fin, se foro el habla arrabalera del malevaje, que se impuso en todo Buenos Aires a través de su voz más característica: tango. Y sus palabras MALEVAS

Amasijar, por castigar (y derivados).
Angelito, por tonto o ingenuo.
Apoliyar, por dormir (y derivados).
Bacán, por persona acomodada (y derivados). Bagayo, por valija y por mujer fea.
Barra, por agrupación de amigos.
Batacazo, por triunfo inesperado (distinto del ‘golpe’ académico).
Batata, por cortedad de genio (y derivados). 
Batifondo, por ruido ensordecedor.
Batir, por contar o delatar (y derivados).
Batuque, por ruido o desorden.
Berretín, por capricho o antojo.
Biaba, por castigo o paliza.
Boleto, por mentira o engaño (y derivados).
Bufoso, por revólver o cualquiera otra arma de fuego portátil.
Buraco, por agujero o hueco.
Cachada, por broma o tomadura de pelo (y derivados) .
Cabrero, por enojado u hosco (y derivados). 
Cachuso, por deteriorado o arruinado.
Cama (hacer la cama), por celada (tender una celada).
Camote, por enamoramiento o estado erótico.
Cana, por policía.
Canchero, por habilidoso (la Academia aceptó cancha por habilidad). 
Canillita, por vendedor de diarios.
Cantar, por confesar.
Capote (hacer capote), por éxito (tener éxito). 
Castañazo, por puñetazo.
Catrera, por cama.
Colarse, por entrar a donde no se ha sido invitado. 
Colifato, por loco en cualquiera de sus manifestaciones. 
Colimba, por servicio militar obligatorio y por soldado conscripto.
Compadre, por elegante.
Cortado, (andar cortado), por sin dinero (andar $ . dinero).
Corte (darse corte), por lucimiento.
Cosaco, por agente de la policía montada.
Coso, por individuo.
Curda, por embriaguez y por ebrio.
Chamuyo, por conversación (y derivados). 
Chorro, por ladrón (y derivados).
Churro, por bella o bello (y derivados), referidc personas.
Embalar, por apasionarse o enceguecerse. 
Empacar, por guardar (especialmente dinero). 
Engrupir, por engañar (y derivados).
Fajar, por castigar y por vencer en una riña. 
Fané, por arruinado, cansado, enfermo (referidc persona).
Farra, por diversión (y derivados).
Fesa, por tonto y por inhábil.
Fiaca, por un cansancio o desgano peculiarísimamente porteño).
Fuelle, por pulmón y por bandoneón, 
Garufa, por diversión.
Guita, por dinero.
Grupo, por mentira o engaño (y derivados). 
Hincha, por fanático.
Kilo, por mucho o por sobresaliente.
Lastrar, por comer.
Mangar, por pedir.
Mango, por peso moneda nacional.
Matufia, por enredo o negocio turbio. 
Mersa, por vulgar o por vulgo.
Morfar, por comer.
Ñaca, por avaro o tacaño.
Otario, por tonto o lelo.
Papa, por hermosa, bella, linda (y derivados).
Patotero, por bandolero, con matiz de desprejuiciado y ruin.
Pechar, por pedir (y derivados).
Raje, por huida o escape.
Rana, por avispado o vivo.
Sonar, por sufrir un quebranto y por morir.
Seco, por falto de dinero.
Toco, por fajo de billetes o de papeles.
Urso, por corpulento.
Viola, por guitarra.
Yeta, por mala suerte.
Zanahoria, por tonto, inhábil, distraído, bobalicón.

Podríamos seguir con decenas de otras voces; mas para lo que nos hemos propuesto, es suficiente. Para entender estas expresiones y centenares de otras parecidas, no es preciso, por cierto, ser perito en lunfardo: basta vivir en Buenos Aires (quizá en la Argentina o Uruguay). Porque esto no es lunfardo, es malevo, es la lengua rea de Buenos Aires, es el habla porteña de todos los días. 
Bibliografía
Pérez Amuchástegui, "Mentalidades Argentinas"
Soler Cañas Luis, "Antologia del lunfardo"

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