Por Mario César Grass
“…el miércoles 14 de marzo de 1877, en el amanecer de uno de
esos días gélidos y brumosos, tan comunes en el invierno inglés, la vida del
fundador de la Confederación Argentina se extinguía, dulcemente, en su humilde
residencia de Swanthling. La presencia de la hija amada en sus instantes
supremos, debió hacerle inmensamente feliz y una sonrisa plácida, reveladora de
la conformidad interior selló, para siempre, aquellos labios finos y
enigmáticos. “¡Te aseguro que ha muerto como un justo! –escribía
Manuelita a su marido, a la sazón en viaje a Buenos Aires, describiéndole los
últimos momentos de su progenitor– ¡No ha tenido agonía, exhaló su alma tan
luego que me dirigió su última mirada! ¡Ni un quejido, ni un ronquido, ni mas
que entregar quietamente su alma grande al Divino Creador! ¡Que él lo tenga en
su santa gracia!”. Faltábanle pocos días para cumplir los 84 años siendo así
uno de los próceres argentinos a quienes Dios concedió más larga vida. Entre
nuestras grandes figuras, sólo Mitre, que falleció a los 85, le superó en
longevidad. Trabajó, sin desmayos y con su ahínco habitual, hasta pocos
días antes de su muerte. La neumonía que lo llevó al sepulcro la contrajo el
jueves 8 al dejarse sorprender por la noche, recorriendo el campo, como tenía
costumbre, sin reparar en los riesgos de la estación, que en la zona de
Southampton, azotada por los vientos del mar, es singularmente fría y húmeda.
La carta en que Manuelita relata a su marido los pormenores
de la muerte de Rosas a que hice referencia, es un documento de extraordinario
valor emotivo e histórico, e insustituible, por su claridad y precisión, para
quienes desean conocer el epílogo de una existencia tan apasionadamente
combatida. Por ello he querido transcribirla en su integridad.
Burgess Street Farm.
Southampton, marzo 16 de 1877
Mi Máximo:
Cuando recibas ésta estarás ya impuesto de que mi pobre y
desgraciado padre nos dejó por mejor vida el miércoles 14 del corriente. ¡Cuál es mi amargura tú lo alcanzarás pues sabes cuanto te
amaba, y haber ocurrido esta desgracia en tu ausencia hace mi situación
doblemente dolorosa! Es realmente terrible que tan pronto como nos hemos
separado, desgracia semejante haya venido a aumentar el pesar de estar tan
lejos uno de otro, pero queda seguro, no me abandona la energía tan necesaria
en estos momentos que tanta cosa hay que disponer y atender, todo con mi
consentimiento, y que sobrellevo tan severa prueba con religiosa resignación
acompañandome el consuelo de haber estado a su lado en sus últimos días, sin
separarme de él. El lunes 12 fui llamada por el doctor Wibblin, quién me
pedía venir sin demora. El telegrama me llegó a las cinco y media y yo estuve
aquí a las diez y media, acompañada por Elizabeth. El doctor me esperaba para
explicarme el estado del pobre tatita. Sin desesperar del caso, me aseguró ser
muy grave, pues que, siendo una fuerte congestión al pulmón, en su avanzada
edad era de temerse que le faltase la fuerza una vez debilitado el sistema. Al
día siguiente (martes) el pulso había bajado de 120 a 100 pulsaciones pero la
tos y la fatiga le molestaban mucho, a más de surgir un fuerte dolor en el
pulmón derecho. Este desapareció completamente en la tarde… la espectoración, cada
vez que tosía, era con sangre, y éste, para mí, era un síntoma terrible, como
también la fatiga. Esa noche del martes supliqué al doctor hablarme sin
ocultarme nada, si él lo creía en peligro inmediato; me contestó que no me
ocultaba su gravedad y que temía no pudiera levantarse más, pero que no creía
el peligro inmediato, ni ser necesario consultar otros médicos, y como su
cabeza estaba tan despejada y con una fuerza de espíritu que ocultaba su
sufrimiento, embromando con el doctor, hasta la noche misma del martes, en que
hablábamos, víspera de su muerte. El doctor, como yo, convinimos no ser
prudente ni necesario todavía hacer venir al sacerdote, pues su presencia
pudiera hacerle creer estar próximo su fin y esperaríamos hasta ver cómo seguía
el miércoles. Esa noche estuve con él hasta las dos de la mañana con Kate,
pues Mary Ann me reemplazaba con Alice, haciendo turnos para no fatigarnos.
Antes de retirarme, estuvo haciendo varias preguntas entre otras cuándo
recibiría tu carta de San Vicente y me recomendó irme a acostar, para que
viniera a reponer a Mary en la mañana. Todo esto, Máximo, dicho con fatiga,
pero con tanto despejo, que, cuando lo recuerdo, creo soñarlo! Cuando a las
seis de la mañana entró Alice a llamarme porque Mary Ann creía al general muy
malo, salté de la cama, y cuando me allegué a él lo besé tantas veces como tú
sabes lo hacía siempre, y al besarle la mano la sentí muy fría. Le pregunté
“¿cómo te va tatita?” su contestación fue, mirándome con la mayor ternura: “no
sé, niña”. Salí del cuarto para decir que inmediatamente fueran por el médico y
el confesor; sólo tardaría un minuto pues Atche estaba en el corredor; cuando
entré al cuarto había dejado de existir!!! Así, tú ves, Máximo mío, que sus
últimas palabras y miradas fueron para mí, para su hija tan amante y afectuosa.
Con esta última demostración está compensado mi cariño y constante devoción.
¡Ah Máximo, qué falta me haces! ¡Si tú estuvieras aquí yo sola me ocuparía de
llorar mi pérdida, pero no te tengo, y es preciso que yo tome tu lugar, lo que
hago con una fuerza de espíritu que a mi misma me sorprende, desde que he
estado acostumbrada que, en mis trabajos y los de mi padre, tú hicieras todo
por nosotros! Pero Dios Todopoderoso, al mismo tiempo que nos da los sufrimientos,
nos acuerda fuerza y conformidad para sobrellevarlos. ¡Te aseguro que ha muerto
como un justo! ¡No ha tenido agonía, exhaló su alma tan luego que me dirigió su
última mirada! ¡Ni un quejido, ni un ronquido, ni más que entregar quietamente
su alma grande al Divino Creador. ¡Que él lo tenga en su santa gracia! ¡Mary
estaba a su lado cuando murió, y esta pobre mujer se ha conducido con él, hasta
su última hora, con la fidelidad que tú conoces siempre le ha servido! ¡Pobre
tatita, estuvo tan feliz cuando me vió llegar el lunes! Las dos muchachas están
desoladas. Madre e hija demuestran el cariño que tenían a su patrón. Tus
predicciones y las mías se cumplieron desgraciadamente, cuando le decíamos a
tatita que esas salidas con humedad en el rigor del frío le habían de traer una
pulmonía. Pero su pasión por el campo ha abreviado sus días, pues, por su
fortaleza pudo vivir muchos años más. En uno de los días de frío espantoso que hemos tenido,
anduvo afuera, como de costumbre, hasta tarde; le tomó un resfrío y las
consecuencias tú las sabes. ¡Pobre tatita! Estoy cierta que tú le sentirás como
a tu mismo padre, pues tus bondades para él bien probaban cuánto le amabas! A
Rodrigo, que ruegue a Dios por el alma de su abuelito, que tanta predilección
hacía de él, y que no le escribo porque no me siento con fuerzas, ni tengo más
tiempo que el que te dedico. El doctor Wibblin es mi paño de lágrimas en estos momentos
en que necesitaba una persona, a quien encargar las diligencias del funeral.
Kate con Manuel, fueron a ver al Undertaker, al padre y demás, y todo está
arreglado para que tenga lugar el martes 20, y como el pobre tatita ordenara en
su testamento que sólo se diga en su funeral una misa rezada, y que sus restos
sean conducidos a su última morada sin pompa ni apariencia, y que el coche
fúnebre sea seguido por uno fúnebre con tres o cuatro personas, los
preparativos no tienen mucho que arreglar y su voluntad será cumplida, y en
éste último irán el doctor, Manuel y el sacerdote, y tal vez venga el esposo de
Eduardita García, pues he tenido un telegrama pregúntándome cuándo tendría
lugar el funeral, porque quiere asistir a él. Eduarda me ha dirigido otro,
diciéndome pone a mi disposición dos mil francos, si necesito dinero. Esto es
un consuelo en mi aflicción. Por supuesto que se lo he agradecido, contestando que, si
necesito algo, a ella mejor que a nadie ocurriría, pero que, al presente, no lo
necesito. También ordena tatita que su cadáver sea enterrado dos días
después de su muerte, pero esto ha sido imposible cumplirlo pues el undertaker
dijo que no tenía tiempo, porque siendo el pobre tatita tan alto era preciso
hacer el cajón y el de plomo, donde está ya hoy colocado; mañana vendrá el de
caoba, decente solamente, y aunque deseaba fuese el funeral el lunes no puede
ser, por ser día de San José, y así será el martes 20. ¡Dios nuestro Señor le
acuerde descanso eterno! En fin, no serán las cosas dispuestas como si tú
estuvieras ocupado en ellas, pero haremos cuanto podamos, yo por llevar mi
deber filial y el doctor el tan sagrado de amistad. Pobre Manuel, no sabe cómo
complacerme y consolarme.
Tuya
MANUELA DE ROSAS DE TERRERO
La edificante muerte del ex dictador, la magnífica serenidad
con que se desprende del mundo, en plena lucidez mental, prueba a las claras,
que en la hora suprema, no le conturba ningún remordimiento y que está en paz
consigo mismo. Murió como un justo, proclama conmovida su hija que sabe cuanto
le han difamado sus enemigos. Los que le han maldecido, augurándole una agonía
horrible, acechada por los espectros vengadores de sus supuestas víctimas, han
de haber quedado estupefactos al informarse que afrontó, sonriendo, el tránsito
definitivo. ¡Farsa, histrionismo, simulación! –repetirán irreverentes–. No, la
tranquilidad de conciencia no se finge en momento tan solemne, cuando el
espíritu humano se desprende de su envoltura carnal y se eleva a Dios en
demanda de su divina justicia. Quien sonríe ante la muerte es porque nada tiene
de que excusarse. La tranquilidad de conciencia no es entonces una postura: es
una convicción íntima, una conformidad suprema, que retempla el ánimo e ilumina
el más allá.
Bibliografía
Grass Mario César "Rosas y Urquiza"
No hay comentarios:
Publicar un comentario