Rosas

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domingo, 31 de julio de 2016

EL AÑO XX: JOSÉ ARTIGAS, PANCHO RAMÍREZ Y ESTANISLAO LÓPEZ.

POR JOSÉ LUIS BUSANICHE
Francisco Ramírez, había firmado el tratado del Pilar a sabiendas de que traería su rompimiento con Artigas. En efecto: Ramírez firmaba como gobernador de Entre Ríos y en rigor era el Comandante General del ejército artiguista y en ese carácter había cruzado la provincia de Santa Fe, y teniéndolo como tal se le incorporó con sus tropas el gobernador de esta última provincia. Por eso comandó Ramírez y no López el ejército en Cepeda y por eso el comandante dio a su jefe Artigas inmediata cuenta de la victoria.   Pero pocos días antes de firmarse el tratado llegó a Buenos Aires la noticia de la destrucción de las armas artiguistas en la Banda Oriental, cumplida por los .portugueses en la batalla de Tacuarembó, con el añadido de que el Protector había pasado a Entre Ríos con los restos de su ejército en derrota. Tal suceso, en aquellas circunstancias, despertó la ambición del vencedor de Cepeda decidiéndolo a tratar por su propia cuenta y acaso imaginar una seductora hegemonía. López se hallaba en otra situación. Aunque adicto a la Liga Federal (liga de hecho, también, porque no existían patios formales) no se debía por entero al Protector, como Ramírez, ni se había formado como este último en sus ejércitos. Lo cierto es que, una vez conocida la derrota de Artigas, Ramírez, ni consultó a su jefe, ni firmó ad-referendum como comandante de las armas orientales, sino como gobernador de Entre Ríos y no podían ocultársele las graves consecuencias que debían sobrevenir. Por eso, una vez agasajados los vencedores en el cabildo de Buenos Aires, y percibidos algunos auxilios en armas (indemnizaciones de la campaña militar), se dispusieron a volver a sus provincias como lo establecía el tratado Pero hubieron de permanecer días más en la capital para asegurar en el poder a Sarratea porque el coronel Juan Ramón Balcarce, jefe directorial salvado con su división en Cepeda, trató de arrebatar el poder al flamante gobernador apenas los federales anunciaron su partida. Sarratea fue afirmado en el mando, se inició proceso contra los autores del proyecto monárquico y fueron publicadas en folleto las actas secretas que daban testimonio del negociado . 
López se retiró con sus tropas en el mes de marzo. Ramírez en los primeros días de abril. Apenas llegado este último a su provincia, Artigas le pidió cuenta de su conducta. Ya había firmado en Ávalos (Corrientes), un convenio entre diputados de la Banda Oriental, Corrientes y Misiones que importaba el desconocimiento del tratado del Pilar y una alianza de tendencia artiguista. “El objeto y los fines de la convención del Pilar —escribió Artigas a Ramírez— sin mi autorización ni conocimiento, no han sido otros que confabularse con los enemigos de los pueblos libres para destruir su obra y atacar al jefe supremo que ellos se han dado para que los protegiese y esto sin hacer méritos de muchos otros pormenores maliciosos que contienen las cláusulas de esa inicua convención y que prueban la apostasía y la traición de V.S. Al ver este atentadono he podido vacilar y he corrido a salvar la provincia entrerriana de la influencia ominosa de V.S. y de la facción directorial entronizada en Buenos Aires”. Ramírez contestó con la misma arrogancia: “Vuestra Señoría ataca ahora mi provincia y ha llegado el caso de preguntarle: ¿Qué especie de poderes tiene V.S. de los pueblos federados para darles la ley a su antojo; para introducir fuerza armada cuando no se le pide y para intervenir como absoluto en sus menores operaciones internas?. . ” Los oficios se cruzan, contundentes, anunciando la guerra que no tardará en sobrevenir.
Artigas ha reconvenido también a López, pero en otros términos que fueron contestados así: "Cuando he leído las reconvenciones que V.S. me hace no puedo formarme otra idea sino.de que V.S. no estará completamente impuesto del actual estado y circunstancias de las provincias de la unión. ¿Cómo he de persuadirme de que V.S. menosprecia la felicidad común de ellas? Ello exigía con la mayor urgencia la convención que se ha logrado”.
La indignación de Artigas se descarga sobre su teniente de Entre Ríos, sobre todo cuando este último responde sarcásticamente a sus oficios. Avanza el Protector por la costa del Uruguay hacia el sur, se apodera del arroyo de la China venciendo la resistencia de López Jordán y sigue hasta Gualeguay donde, en el punto denominado las Guachas, choca con el mismo Ramírez y lo derrota. Pero el entrerriano se repliega hasta Paraná donde el oficial porteño Lucio Mansilla, enviado por Sarratea, le facilita oportunos auxilios, pone concierto en la tropa y la deja bien dispuesta para una próxima batalla. No tarda en llegar el Protector a quien le está reservada una completa derrota en el lugar denominado Las Tunas, cerca de Paraná.. (24 de junio). Aquellos pobres campesinos peleaban casi desnudos. Con la promesa de diez pesos (!) y un vestuario de los llevados por Mansilla fueron animados durante el combate los vencedores. Ramírez inició una persecución encarnizada, implacable.
En los meses de julio y agosto corre por Entre Ríos y Corrientes en demanda de su presa; en el mes de septiembre derrota nuevamente al Protector, ya cerca del Paraguay, y el vencido prefiere pedir asilo en esta república donde ha de sobrevivirse todavía treinta años. Pero ¿qué hubiera sido de él en manos de Ramírez?. . . Este último, sediento de venganza, exige con insistencia la entrega del vencido al dictador Francia, y aun amenaza con invadir su territorio. Pero desiste por último y se apodera de la ciudad de Corrientes donde disuelve el cabildo, ejerce cruelísimas venganzas y funda la República Entrerriana con Misiones, Corrientes y Entre Ríos, aprovechando los auxilios que le ha proporcionado Sarratea. Sojuzgada Corrientes, vuelve Ramírez a su provincia v escribe a su teniente del norte: “Poco importa que los correntinos ladren si no pueden morder, A usted le corresponde aplicar correctivos”. Había sacado de Corrientes. 20.000 caballos y 70.000 cabezas de ganado.
El Supremo celebró en Paraná .el fausto acontecimiento. En carta a un amigo, hizo breve y bien trazada reseña de la ceremonia: “Amigo: Voy a dar a usted una idea de la gran función que se está disfrutando de ella (sic) hoy día: primeramente una gran plaza para una gran corrida de toros que dura todos los días de Pascua; plaza de todo lujo con palcos correspondientes; hay unas grandes carreras, hay otras de títeres; hay unos bailes de un rango nunca conocido; hay unas grandes riñas de gallos; hay tres días de despojos en la plaza con infantería de morenos y correntinos; no tengo tiempo para dar a usted un detalle de cuanto va a haber de tanta función emprendida por todas partes. En fin, confórmese con el olor, como yo hago lo propio porque me ha probado mal el Paraná”.
Del jolgorio participaban oficiales porteños, de los enviados por Sarratea para terminar con Artigas, entre ellos el que no mucho después será gobernador de Entre Ríos, Mansilla.
El gobernante que había contribuido desde Buenos Aires a la eliminación del Protector, ya no estaba en el poder.   Apenas retirados Ramírez, y López de Buenos Aires en abril de 1820, viose obligado a convocar a elecciones; lo hizo en mayo y como en las elecciones aquellas, de gente decente de fraque o levita (la que había decidido todo en la ciudad desde 1810, la llamada “parte principal y más sana del vecindario", doscientos vecinos a lo más), eligio para el cargo a don Ildefonso Ramos Mexía.
 El nuevo, gobernador se apresuró a poner en libertad a los congresistas presos, debían responder a la acusación de haber pretendido entregar el país al príncipe de Luca. Con esta medida y otras análogas, recrudeció la lucha de facciones en Buenos Aires y otra guerra civil se desató en el litoral argentino López, gobernador de una provincia lindante con la que, ahora había caído en manos de los directoriales, se dispuso a intervenir antes de ser atacado.
Incitábanlo a ello dos personajes que en mala hora fueron acogidos en su ejército porque —pescadores en rio revuelto— no buscaban otra cosa que el desorden para lograr el poder: eran Alvear y José Miguel Carrera.  Ambos habían llegado de Montevideo para incorporarse a los federales: el primero con el designio de volver al gobierno después, de haber sido expulsado como lo fue en 1815. El segundo había logrado que Sarratea pusiera bajo sus órdenes una división de chilenos llegada después del desastre trasandino de 1814, que le serviría de base —así lo proyectaba él— para armar un ejército, cruzar la cordillera y desalojar a O’Higgins del poder. Le empujaba un fierón sentimiento de venganza por la muerte de sus hermanos. Carrera era hombre de buen entendimiento, de mucho atractivo personal y extraordinaria  osadía.  López recelaba —y con razón— que la facción directorial terminara en poco tiempo con los sacrificios que habían culminado en Cepeda y en el tratado del Pilar.  Por otra parte, los términos del tratado no se cumplían mientras las provincias daban —todas menos Buenos Aires— testimonio de adhesión a la causa federal. Santiago del Estero, separándose de su antigua intendencia, Tucumán, había declarado en el mes de abril: “Art. 19 Declaramos por la presente acta nuestra jurisdicción de Santiago del Estero uno de los territorios unidos de la Confederación del Río de la Plata. Art. 20 No reconoceremos otra soberanía ni superioridad sino la del congreso de nuestros co estados, que va a reunirse para organizar nuestra confederación. Art. 21 Ordenamos que se nombre una junta constitucional para formar la constitución provisoria y organizar la economía interior de nuestro territorio según el sistema provincial de los Estados Unidos de la América del Norte... etc:.”.
Decía López: “Los representantes de Buenos Aires elogian públicamente al congreso disuelto; no se cumplían las estipulaciones del Pilar; no ha concurrido el diputado a San Lorenzo porque Buenos Aires teme perder el monopolio comercial y proyecta quitar a las provincias el poder adquirido a fuerza de fatigas”.
En junio se puso López en campaña con Alvear y Carrera. Paralelamente, las facciones políticas y los caudillos militares, disputábanse el poder en Buenos Aires. Soler se levantó contra el gobernador Ramos Mexia; éste entregó el mando al cabildo de...Buenos Aires y a su vez el cabildo de Luján designó gobernador al jefe sublevado. El cabildo de Buenos Aires confirmó a Soler. (20 de junio de 1820..muerte del Gral Belgrano)   Era natural que Soler, gobernador ahora y jefe del ejército, se opusiera a las tropas de López que pisaban ya la provincia. Chocaron en la Cañada de la Cruz. Soler sufrió una completa derrota y_huyó a Montevideo.

El cabildo de Luján eligió gobernador a Alvear pero una “junta electoral” formada en Buenos Aires,' eligió para el mismo cargo a Dorrego que al frente de un nuevo ejército hizo retroceder a las fuerzas federales hasta San Nicolás. Después derrotó a López, en Pavón; pero, repuesto el santafecino, le infligió tremendo castigo en la sangrienta batalla del Gamonal el 2 de septiembre de 1820

Los Espías del Gral San Martín

Por Jaime E. Cañas
A  través de la historia, los grandes conductores han tenido como base para orientar sus actividades políticas y militares, servicios secretos más o menos bien organizados. José de San Martín no podía falta a esta regla y buscando en sus archivos personales, encontraremos que su campaña para libertar a Chile, fue planeada minuciosamente en base a las informaciones de sus espías. El 10 de mayo de 1815, el entonces ministro de Guerra designa al sargento mayor Diego de Guzmán e Ibáñez y al teniente de artillería Ramón Picarte, "para que pasen al Estado de Chile, con el importante fin de promover en él la insurrección contra el gobierno español, y que sirviendo de espías cerca del enemigo, instruyan a San Martín sobre cuantas noticias crean interesantes, bajo precauciones que se les previniera".
El 2 de junio de 1815, la misma autoridad comunica a San Martín que “satisfecho este gobierno de los nobles sentimientos que animan a los ciudadanos, Miguel Ureta y su hermano político, Pedro Alcántara de Uriola, les encarga pasen a Chile para explorar en el punto de miras e intenciones del enemigo, y que en su desempeño deben ajustarse a las instrucciones reservadas que les imparta San Martín”.   Pero los espías y agentes secretos no duran en las guerras modernas, como tampoco duraban en las de antaño. Así es que el ministro de Guerra, Ignacio Alvarez, acusa recibo de una comunicación reservada enviada por San Martín:              “. .dejo impuesto a S. E. el Director de Estado, de la prisión de Diego Guzmán, Ramón Picarte (éste escapó más tarde) y demás individuos a que V. S. se refiere, pero supuesto haberse cumplido este contraste por nuevas relaciones en el Reino de Chile, espero S. E. avisar a V. S. puntualmente las noticias que se adquieran en lo sucesivo que habrán de servir a las combinaciones de gobierno. .. ”.    Diego Guzmán e Ibáñez, bajo el seudónimo de Víctor Gutiérrez, uno de los mejores agentes de San Martín en tierra chilena, logró enviar al jefe de nuestro ejército una lista muy completa de la tropa, armamento y disciplina del enemigo. Agregaba a sus “reports” el nombre y característica de los oficiales hispanos de mayor influencia, como también el panorama general del Reino chileno en lo que a organización política se refiere.    Durante 1815 los españoles habían sofocado las revoluciones de Quito, Venezuela y Nueva Granada.   Lima constituía el centro político militar de los realistas. Las informaciones que recibía el gobierno patrio, señalaban la posibilidad de un ataque a Cuyo desde Chile, ocupada por los soldados de Marcó del Pont. Entonces San Martín adoptó un sistema de informaciones realista y eficaz.
Ante la escasez de agentes capacitados, San Martín adoptó dos sistemas clásicos: el celular y el radial. El primero permitía operaciones en un área grande y flexible. Fue impuesto a los agentes que trabajaban en busca de informaciones sobre ejército hispano, en los grupos políticos locales infiltrados entre el invasor.  El segundo  sistema, San Martín lo aplicó solamente para misiones muy especiales en lugares distantes o de difícil acceso.   Ambos sistemas fueron de suma eficacia el radial fue utilizado en menor grado, pero su resultado lo tenemos en las operaciones del espía Juan Pablo Ramírez (a) Antonio Astete, quien tras un estudio visual sobre el terreno de Chacabuco, informó a San Martín de varios detalles de sumo interés, como el valor operativo de la cuesta de Chacabuco como punto clave para un acción futura del Ejército de los Andes.  El sistema celular fue más usado. Los centros de espionaje divididos en células estaban situados en las casas de los patriotas chilenos que gozaban de la confianza de los españoles Ciudades como Santiago, Coquimbo, Concepción, Talca y Curicó, eran muy activas sus operaciones.   La selección de los agentes se basaba el uso de emigrados chilenos, muchos de cuales pertenecían a familias de alta situación social, y se habían ofrecido voluntariamente para estos trabajos. Algunos tenian títulos universitarios. Todo el conjunto estaba bien ubicado en el contexto social chileno lo que facilitaba su infiltración.   Debemos destacar a hombres como el De Manuel Rodríguez (a) El Español, Antonio Merino (a) El Americano, Jorge Palacios (a) El Alfajor, Juan P. Ramírez (a) Astete, y muchos otros olvidados por la historia, pero siempre recordados por sus jefes y amigos.
El doctor Manuel Rodríguez fue quizás el mejor agente secreto que tuvo San Martín. Había nacido en Chile el 25 de febrero de 1785, graduándose en leyes a, los 24 años de edad en la universidad de San Felipe.   Rodríguez participó en 1811 en los acontecimientos políticos como diputado por Santiago ante el Congreso de su patria. Hombre de gran valor personal, se incorporó al ejército como capitán y fue secretario del general J. M. Carré, al que acompañó en la desgraciada campaña de 1813. Después de Rancagua emigró a Mendoza, donde conoció a San Martín; el Gran Capitán conoció inmediatamente el valor de la personalidad de Rodríguez. Y entre ambos nació una gran amistad.
Una vez enviado a Chile, Rodríguez trabajó intensamente en la zona central de su país. Enviaba informes sobre la formación y actividad de los ejércitos hispanos, organizaba células de espionaje y subversión. Su actividad era tal que ya se había puesto precio a su cabeza. Mitre lo recuerda en sus obras: “...Fue el alma y jefe de la insurrección popular que precedió a la reconquista de Chile...”
Rodríguez participó en la batalla de Maipú, y el 26 de mayo de 1818 fue asesinado por un oficial hispano, Antonio Navarro.   Otro de los agentes que se destacaron fue Domingo Pérez, cuya cubertura era la de un hombre de negocios que viajaba continuamente desde Chile a Mendoza. San Martín lo utilizo como agente de enlace entre su mando y las células infiltradas en territorio del enemigo. ..
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El oficio dirigido a San Martín por el ministro de Guerra, Ignacio Alvarez, con fecha 1 de febrero de 1816, dice así:   "... Le recomiendo estrictamente que además de hacer esfuerzos para adquirir siempre noticias concretas del seno del enemigo, procure por medio de sus agentes, inspirar desconfianzas al gobierno de Chile en aquellos individuos que hoy tienen más in- fluencia en su administración, especialmente de algunos jefes militares, valiéndose al intento de cartas u otros resortes, que los califiquen en concepto de Marcó del Pont, en sus rivales o patriotas ocultos, para debilitar de este modo los apoyos con que hoy se sostiene la causa del Rey. Ponga V. S. en movimiento todos los arbitrios que sugiere la política y la necesidad en tales casos, en el bien entendido que no hay uno solo que no sea honesto. Si V. S. considera útil en su resultado alarmar a Chile, seducir sus tropas realistas, promover la deserción, desfigurar los sucesos, desconceptuar sus jefes, infundir temor a los soldados enemigos y procurar desconcertar los planes de Marcó, deben cuidado de V. S.”
Si la tarea de organizar redes de espionaje en campo enemigo, es difícil y llena de sacrificios, la de engañar al enemigo es todavía mucho más difícil. Requiere una organización casi perfecta, un plan perfectamente coordinado, numerosos agentes seleccionados por su fidelidad y capacidad, y sobre todo personas bien vinculadas al gobierno, con dotes personales psicológicas bien entrenadas. Esto es lo que en épocas históricas se denominaba la intriga. ..
Tenemos un hecho bastante curioso. El 23 de enero de 1816 se fugó de Buenos Aires el Dr. Antonio Garfias, un agente pro-realista. El gobierno supo por sus informantes que le seguían la pista no lo suficientemente cerca, que Garfias se había embarcado rumbo a Chile. Los conocimientos del Dr. Garfias sobre el estado de los negocios eran buenos y profundos, por ello se temía que su comunicación al gobierno hispano de Chile, podría perjudicar a las Provincias Unidas del Plata.
Por carta se da instrucciones a San Martín para “minarle con tiempo y opinión y alarmar el celo de Marcó del Pont contra la persona de Garfias...” “Haga usted esparcir la voz —agrega el comunicado— por medio de sus agentes en Chile, de que este individuo lleva comisión reservada de este gobierno y oportunamente remita V. S. al mismo algunas cartas con instrucciones aparentes, a fin de que caigan en manos de Osorio. Garfias arrojará contra sí la presunción de ser americano y esta circunstancia puede favorecer el proyecto...”
Tampoco falta la correspondencia fraguada por San Martín para engañar al enemigo (desinformación) sobre sus propias intenciones. Generalmente enviaba correos bajo la estricta orden de no presentar resistencia ante el enemigo con planes falsos de invasión. De esta forma logró que Marcó del Pont dudara desde dónde iba a llegar la invasión del Ejército de los Andes, pues muchos de los correos capturados señalaban la parte sur de la cordillera como la mejor para el cruce...
Agregaba el Gran Capitán a su campaña de informaciones falsas a los indios. Sabía que éstos mantenían contacto con los españoles y eran incapaces de guardar un secreto. Por ello gustaba de indicarles detalles de sus planes, sabiendo que a los pocos días éstos llegarían a oídos de Marcó del Pont.   El sacerdote hispano Francisco López actuaba como espía para Marcó del Pont; sus mejores agentes estaban ubicados en Mendoza como simples residentes españoles, los señores Maza y Zorraquín. Pero San Martín cuidadosamente los había “dado vuelta”, y convertidos en agentes dobles. Ambos escribían los informes que el mismo San Martín les dictaba, y luego tras firmarlos, los enviaban a Chile por medio del agente de enlace del padre López. De esta forma Marcó recibía una gran suma de cartas falsas sin saber a qué atenerse...
San Martín necesitaba estar muy seguro de los pasos que su ejército utilizaría para atravesar los Andes. La fortificación de estos pasos por los españoles sería de una importancia clave para el resultado de su ejército expedicionario.
Llamó —dice Mitre— a su ayudante de campo, el Ing. Alvarez Condarco y le dijo: ‘Mayor, voy a confiarle a usted una comisión muy delicada. Que me reconozca los pasos de Los Patos y Uspallata, y que levante dentro de su cabeza un plano de los dos sin hacer ningún apunte, pero sin olvidarse de ninguna piedra...”
San Martín entregó un pliego del acta de la Independencia para que los realistas cuando lo recibieran lo rechazaran, y de esta forma el ingeniero espía pudiera regresar sano y salvo. Agregó Alvarez Condarco a su misión algunas recomendaciones de españoles residentes en Mendoza que colaboraban con San Martín. El espía-ingeniero se puso en marcha el 2 de diciembre de 1815 (?) y al llegar al primer puesto enemigo, se hizo el enfermo, cosa calculada, pues era de noche. A la mañana siguiente pudo observar con la salida del sol los detalles del paso de Los Patos. Como era de esperar, al llegar frente a las autoridades hispanas, su copia del pliego fue quemada, y el espía devuelto por el otro paso, que era más corto, el de Uspallata.    La memoria de Condarco trabajó intensamente y cuando arribó a Mendoza todavía con el sudor en su ropa, dibujó de memoria los detalles de los pasos. El croquis sirvió a San Martín para sus cálculos certeros.    Entre las distintas instrucciones dictadas por San Martín para el paso de los Andes, encontramos algunas de gran interés, especialmente las dirigidas al general Las Heras:
“.. .El primer objeto que debe proponerse, es el de sorprender a la guardia enemiga en términos, si es posible, que nadie pueda llevar aviso. Si lo consigue y con los informes que adquiera de las fuerzas del enemigo del valle y crea oportuno el atacarlo, lo verificará ...”
En otra instrucción leemos:
“...Posesionado de Chacabuco procurará introducir en la capital el mayor número de espías que puedan saber e! movimiento que hace el enemigo, de los que dará continuos partes al jefe de vanguardia...”
La psicosis del espionaje era tal. que Marcó del Pont envió al Intendente de Concepción el 4 de febrero de 1817 el siguiente oficio :
“.. . Mis planes están reducidos a continuos cambios y variaciones según ocurrencias y noticias del enemigo, cuyo jefe en Mendoza es astuto para observar mi situación, teniendo innumerables comunicaciones y espías infiltrados alrededor de mí y trata de sorprenderme ...”
El Plan de Operaciones de San Martín trazado el 15 de junio de 1816, era el siguiente :
—           Invadir Chile por los pasos de Uspallata y Los Patos.
—     Cortar el centro de las fuerzas enemigas, previamente divididas.
—     Atacar la masa de ellas y apoderarse de Santiago rápidamente.
Para lograr poner en marcha dicho plan, debía primero desorientar al adversario acerca de la forma y lugar de invasión, y luego dirigir las marchas de su ejército en forma dé poder envolver al enemigo.    Todo esto se logró gracias a la actividad operativa de sus espías chilenos en su faz desinformativa, y a la actividad de las células de agentes que le entregaron la posición, número, forma y objetivos de los españoles a tal punto que San Martín tenía la lista de los oficiales de los cuerpos más pequeños...
Su información sobre el ejército realista era tal, que ni los mismos oficiales hispanos llegaban a tanta información y tan veraz. Inicialmente Marcó del Pont tenía sus efectivos concentrados en Valparaíso, Santiago y el valle del Aconcagua. Pero la actividad informativa y de guerra psicológica fue esparciendo las tropas de Marcó por todo Chile. Cuando del Pont preguntó a sus consejeros cuál era la mejor forma para luchar contra San Martín, su secretario Judas Tadeo Reyes, fue el de más visión. El citado le recomendó que concentrara los 5.000 veteranos en Santiago y el resto llenarlo con milicias, esperando la invasión. Cuando Marcó se dio cuenta que San Martín ya había cruzado los Andes, comprendió que había perdido la guerra... por otra guerra... ¡la psicológica! 
San Martín prohibió el paso por la cordillera rumbo a Chile a toda persona que no tuviera un salvoconducto especial firmado por él mismo. Organizó un registro sobre los viajeros que iban y venían de Chile a tal punto que logró detener y ubicar a muchos espías, entre ellos el célebre padre López.
Impuso severas penas a los que “comunicaran verbalmente o por escrito informaciones al enemigo haciendo alguna señal, revelando el santo u otro secreto: serán ahorcados a las dos horas...”  El 2 de noviembre de 1815 elevó al gobierno “un plan para los delitos de espionaje e infidencia” en forma más radical y severa que se hacía entonces. Dicho proyecto fue rechazado, pues “el gobierno no podía alterar las leyes establecidas en los diferentes casos ...”
Uno de los casos de contraespionaje lo tenemos en la persona de Miguel Castro, un sospechoso detenido en un puesto avanzado de la cordillera. Castro, que intentaba hacerse pasar por minero, no pudiendo justificar esa profesión, fue remitido a Buenos Aires. Allí fue interrogado por una comisión especial, que constató que no llevaba ningún implemento de minero y que en la zona donde fue hallado no había ninguna mina ni yacimiento ...
Los espías recompensados con dinero fueron pocos; la mayoría lo eran por patriotismo. En un oficio dirigido por el ministro de Estado Zañartú a San Martín en 1817, le dice:
“... Los meritorios agentes que han desempeñado el peligroso encargo de espionaje en este país, durante la dominación tiránica, son seguramente acreedores a toda consideración por sus servicios. El gobierno dispuso gratificarlos con la entrega de varias cuadras de terrenos en los lugares elegidos por ellos...”
Pero San Martín era hombre realista; sabía que un buen agente necesita fondos para pagar a sus informantes, y corromper a los indicados. En una de sus cartas dirigida al gobierno, encontramos la proposición de remitir cartas (letras de cambio) sobre sujetos chilenos al servicio de la causa americana. Pero el Gran Capitán prefería él mismo ocuparse de los fondos enviándolos por medio de sus agentes de enlace a sus espías. Es común ver su firma en las órdenes de pago. En un oficio del 24 de enero de 1816, San Martín informa al Director Supremo de haber remitido a Guzmán y Picarte la cantidad de 1.200 pesos.
En su planilla de recibos y órdenes de pago a los agentes secretos tenemos:
1815: 233 pesos.
1816: 3.823 pesos y 171 onzas de oro.
Total: 4.056 pesos y 171 onzas de oro.
En lo referente a la forma de transmisión no existen pruebas concluyentes de que se usaran claves o cifrados, pero no sería extraño de que este sistema se utilizara, más sabiendo lo precavido que era San Martín. Sin embargo, existen constancias de que a San Martín el Gobierno le envió una tinta simática en vez de una clave, pero posiblemente la reservó para transmisiones muy importantes, y por ello no quiso confiarla a sus agentes secretos comunes.
Los medios más usuales del transporte del material eran los caballos y mulas, pero se sospecha que se empleaban otros medios, pues el agente Segovia dice así en un párrafo de un mensaje dirigido a San Martín:
“.. . Sea como fuere vuestra correspondencia ha de continuar si no por esa vía será por los aires, pues lo adverso de la estación es corto obstáculo para privarnos del sumo gusto que las de usted nos proporciona...”
Esta frase nos indicaría que las palomas mensajeras eran conocidas por los espías americanos...   San Martín exigía que los mensajes fueran cortos y reales. Pues sus agentes secretos tenían la costumbre de enviar cartas largas con detalles que no eran importantes. En un mensaje dirigido por Manuel Rodríguez, el espía chileno, a San Martín, le decía:
“. . . Aunque usted quiera cartas cortas, ésta se ceñirá estrictamente a sus instrucciones. .., etc.”
¡ La carta de Rodríguez tenía solamente 14 carillas...!
En el Perú, el centro de la reacción realista, San Martín no descuidó el espionaje. En su carácter de generalísimo del Ejército Unido, se dirigió en nombre de los aliados al virrey del Perú por medio de un espía-parlamentario, el oficial argentino Domingo Torres. Este partió de  Valparaíso el 1 de noviembre de 1817 en la fragata inglesa Amphion.  En Lima, Torres bajo la excusa de tener la misión de regularizar la guerra y canjear prisioneros, actuó con astucia, provocando intrigas en el frente adversario, aprovechando las discrepancias entre la Serna y el virrey Pezuela.
Los agentes de San Martín se concentraron en el veterano batallón realista Numancia, una élite de buenos y bravísimos guerreros que ya estaban cansados de tanta promesa de refuerzos y de pelear tan lejos de sus tierras.   Mientras esto sucedía, las famosas damas limeñas llevaban a cabo una obra maestra de seducción. Finalmente se consiguió que el propio comandante del batallón, el colombiano Tomás Here. se pasara a la causa revolucionaria con todos sus hombres
Además, San Martín hizo levantar listas negras con los nombres de los ciudadanos que no comulgaban con la revolución; estableció control sobre el clero y para evitar suspicacias designó a un sacerdote —el padre Beltrán— como jefe de maestranza.
Leemos ahora una de sus cartas dirigidas al enemigo, cansado de pelear sin solución inmediata. Es un modelo de guerra psicológica que hoy día es utilizado en los combates modernos:
“Preguntad a vuestros jefes dónde están los ejércitos españoles que antes han peleado desde México hasta el Río de La Plata cuál ha sido el fruto de la sangre que han vertido y de las fatigas que han experimentado. Preguntadles qué objeto se proponer, en sacrificaros, sabiendo que vuestra suerte ha de ser igual a la que han tenido todos los que combatieron contra la causa americana. Preguntadles, en fin, con qué recursos cuentan, dónde están las fragatas Prueba y Venganza, con la corbeta Alejandro, cuya entrega os han ocultado en sus boletines, y qué noticias tienen de los navios de España con que os alucinan, porque ya no tienen más esperanza sino en la falsedad y la impostura...”

De esta manera, San Martín preparó el camino de la victoria, usando la inteligencia, la mente fría y brillante de sus espías.   

210 ANIVERSARIO DEL COMBATE DE PERDRIEL.

PROGRAMA MUNDO SAN MARTÍN - EXPONE EL DR. JULIO R. OTAÑO


El Gral. José de San Martín y sus nietitas; su fallecimiento.

LAS NIETAS DEL GENERAL SAN MARTIN  Por Felix Frìas

El viejo guerrero de los Andes había concentrado sus postreras alegrías en aquellas niñas (Maria Mercedes y Josefa). A parte alguna de la ciudad iba sin ellas. En sus paseos de la tarde, ellas le servían de guía, y él, a su vez, de protección. El abuelo achacoso y las nietas tenían celebrado un tácito contrato de mutuo amor y de tiernos servicios retribuidos. Así, ambas le habían bordado un gorro de casa, que él usaba con orgullo, dejándose llamar "cosaco” por aquellas malvadas... que eran para su alma un solo ídolo dividido en dos existencias, y en pago del regalo, el viejo capitán cubría de besos sus sueltas cabelleras.  Habíales también puesto a ambas en represalias de su apodo, afectuosos sobrenombres... A la menor, que es la que sobrevive, y es hoy la señora de Gutiérrez Estrada, llamábala sólo por su infantil cautela, “la viejita”, y solía decirle: “Tú no morirás de cornada de toro”.    Su hermanita no tuvo igual presagio y murió por la traición de un remedio. Tal es la existencia de San Martín en sus postrimeros años: un poco de sol, el ancho mar y sus dos radiosas nietas en las que había vuelto a encontrar sus ojos, ya apagados. En cuanto a su hija y a su esposo, ellos eran solamente dos intermediarios entre aquellas sombras y esas alegrías...
MUERTE DE SAN MARTIN  (17 de agosto de 1850)
El 17 el general se levantó sereno y con las fuerzas suficientes para pasar a la habitación de su hija, donde pidió que le leyeran los diarios. Hizo poner rapé en su caja para convidar al médico que debía venir más tarde, y tomó algún alimento. Nada anunciaba en su semblante ni en sus palabras el próximo fin de su existencia. El médico le había aconsejado que trajera a su lado a una hermana de caridad. El señor Balcarce salió en la mañana del mismo día a hacer una diligencia acompañado por don Javier Rosales, a quien comunicó las esperanzas que abrigaba en el restablecimiento del general y su proyecto de hacerlo viajar, tan lejos estaba de prever la desgracia que le amenazaba, y tanta confianza le inspiraba el estado de su padre (político) en este día y los anteriores. El señor Rosales procuró disipar esas ilusiones que podían hacer más sensible el golpe que él consideraba inmediato, y sus tristes predicciones no tardaron, por desgracia, en realizarse. Después de las dos de la tarde, el general se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos al estómago. El doctor Jardon (Jackson), su médico, y sus hijos, estaban a su lado. El primero no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los precedentes. En efecto, los dolores calmaron, pero, repentinamente, el general, que habla pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento convulsivo, indicando al señor Balcarce, con palabras entrecortadas, que la alejara, y expiró casi sin agonía. Es más fácil comprender que explicar la aflicción de sus hijos, en presencia de esa muerte tan súbita e inesperada.
En la mañana del 18 tuve la dolorosa satisfacción de contemplar (en su lecho) los restos inanimados de este hombre, cuya vida está escrita en páginas tan brillantes de la historia americana. Su rostro conservaba los rasgos pronunciados de su carácter severo y respetable. Un crucifijo estaba colocado sobre su pecho, otro en una mesa entre dos velas que ardían al lado del lecho de muerte. Dos hermanas de caridad rezaban por el descanso del alma que abrigó ese cadáver. Bajé en seguida a una pieza inferior, dominado por los sentimientos religiosos que se levantan en el corazón del hombre más incrédulo al aspecto de la muerte. Un reloj de cuadro negro, colgado en la pared, marcaba las horas con un sonido lúgubre, como el de las campanas de la agonía, y este reloj se paró aquella noche en las tres, hora en que habla expirado el general. ¡Singular coincidencia...! El reloj de bolsillo se detuvo también en aquella última hora de su existencia.
FELIX FRIAS

martes, 19 de julio de 2016

PEDRO FERRE

Por José María Rosa
¡Hombre difícil el calafate.' Llevaba gravados en su sangre catalana la independencia y el amor propio de los suyos. Se llevó mal con todo el mundo y su vida fue un continuo deshacer amistades. No hubo hombre con quien el testarudo Ferré no acertara a encontrar rozamientos o descubrir enconos : toda su larga carrera pública —de 1821 hasta su muerte en 1867— fue una polémica contra alguien: Rivadavia, Rosas, Lavalle, Paz, Rivera, Madariaga, Urquiza, Derqui o Mitre

Su terquedad era imbatible. Sería el único diputado echado del Congreso, por intemperante, a pesar de sus años y de sus grandes servicios a la causa antirrosista.
Corrientes no fue en la primera mitad del siglo XIX —como Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires y el resto de la Confederación— una tierra propicia para caudillos. Su autonomía había sido la obra de los vecinos afincados de la ciudad, y las resistencias a Rosas preparadas en las casonas urbanas o en las estancias de la clase señorial. En Corrientes no hubo “pueblo” hasta bien entrada la mitad del siglo XIX, y por lo tanto faltó el caudillo que se hiciera intérprete del espíritu popular, seguido fanáticamente por los suyos y con igual exaltación odiado por los adversarios. Corrientes fue una oligarquía, porque no podía ser otra cosa dado el bajo estado económico y cultural de sus clases inferiores; y por eso resultó la, excepción en el mapa político de la Argentina.
Pedro Ferré fue el jefe de esa oligarquía. No el señor feudal a lo López o Ramírez sino el preboste entre sus iguales los demás señores de la sala capitular. Y eso que no era de familia con abolengo en la fundación de San Juan de Vera de las Siete Corrientes como los Lagraña o los Cossío, pues sus padres fueron catalanes modestos e industriosos. Pero en el medio enervado por la molicie de los hijos de familia que se quedaban en la ciudad, y la rudeza de aquellos que vivían en el campo, Pedro Ferré, dueño de un astillero y con inteligencia y hábitos de trabajo, debía necesariamente imponerse. La clase aristocrática correntina encontró en la honestidad del calafate la mejor conducción para la defensa de sus intereses.
Cinco veces gobernador de Corrientes, su jefatura no entusiasmaba a nadie; pero era la única posible. Había laboriosidad, firmeza y sobre todo amor a la tierra en los actos del gobernante. Desgraciadamente este “primus ínter pares” tenía terquedades y enconos que sólo pueden permitirse los auténticos caudillos. Sus paisanos lo deponían, lo expatriaban, confiscaban sus bienes; pero a la larga volvían a llamarlo. Retomaba sin modificar uno solo de sus puntos de vista. Era una gran verdad que no había otro como Ferré: el viejo Atienza, con su bonhomía e ingenuidad, había sido envuelto en las habilidades de Rosas; y la falta de tino del joven Berón de Astrada traído el desastre de Pago Largo. Solamente el desconfiado Ferré era el hombre para Corrientes. ¡Pero qué inaguantable era! Paz cuenta la paciencia que debía acumular para su trato con él. Siempre quería salirse con la suya y la menor disposición del Manco encontraba los reparos más imprevisibles: sobre un reparto de aguardiente a la tropa anduvo rezongando días y días. Menos mal que las necesidades del gobierno no le dejaban pasarse la vida en el campamento pero entonces la polémica se hacía epistolar: “Nunca he escrito tanto en mi vida y sobre tantas minucias”, dice resignado el general.
No era hombre de confesarse vencido.  A Derqui, su asesor de gobierno, le sostuvo cotidianamente durante meses que el tratado con Inglaterra de 1825 no obligaba a Corrientes: al anochecer los argumentos de Derqui parecían abrumarlo y agachaba la cabeza, pero a la mañana siguiente volvía a la carga con nuevos bríos y los mismos argumentos. El calmoso Derqui acabó por ponerse en tal estado de nervios que la sola presencia del gobernador lo crispaba.  Las animosidades e intemperancias de Ferré quedaron famosas: a Lavalle, por cruzar el Paraná después de Sauce Grande lo calificará de traidor, desertor, malvado, cuyo nombre no manchará más a Corrientes, etc., en proclama que hizo repartir por toda la provincia; a Paz por haberse hecho gobernador de Entre Ríos, lo acusará de desertor retirándole el comando del ejército de Caaguazú.  A Rosas, Quiroga, López, Madariaga, a todos fustiga con duros términos cuando media un punto de amor propio rozado.   Hasta a Manuel Leiva, el más consecuente de sus amigos —que andando el tiempo lo haría elegir constituyente— trata en su Memoria, por haberle dado la razón a Paz en una discusión sin importancia, de traidor y de ingrato.
Estas reacciones violentas de su temperamento guiaron más la conducta pública de Ferré que sus propios ideales políticos. De ahí la paradoja de que sus actos tendieran precisamente a impedir el cumplimiento de sus propósitos. Patriota de noble integridad, tanto que en su  Memoria —escrita en su época de más fervoroso antirrosismo— reconoce a Rosas “la firmeza de su carácter en sostener los derechos de la Nación contra miras extrañas”; pero andaría (por estar contra Rosas) aliado a esas miras y extrañas de las que llegará a solicitar y recibir dinero.   Partidario de la protección industrial hasta el extremo de negarse a suscribir el Pacto de 1831 porque nada decía de la defensa de les talleres artesanales, su alianza con Rivera y con Francia fue precisamente la causa de la ruina de los obrajes correntínos, pues debió abrir la provincia a la producción extranjera mientras el resto de la confederación vivía un extraordinario florecimiento industrial por la ley proteccionista de Rosas.   Líder de la libre navegación de los ríos en 1830 y 1842, cuando Rosas no la quería, fue expulsado del Congreso por sus palabras contra los tratados de San José de Flores que la establecieron definitivamente. Partidario de una constitución en 1831, tal vez porque Rosas la tenía por inoportuna; se opuso a ella en 1852, quizá porque Urquiza la creía oportuna. Y provinciano, el más localista de nuestra historia —su Patria, con mayúscula, era Corrientes—, llegó por oposición a Derqui a colaborar en 1861 con la hegemonía porteña de Mitre que terminaría con las autonomías provincianas. Toda su vida anduvo a contramano, haciendo, por impulso de amor propio, lo opuesto a sus íntimas convicciones.
Hijo de catalanes establecidos en Corrientes, Pedro Ferré nace en 1780: su niñez transcurre entre los maderos de la carpintería de ribera de su padre y la escuela del convento' de San Francisco, donde aprende primeras letras.
Como todos los jóvenes sienta plaza en las milicias urbanas, que después de llevar Belgrano los veteranos al Paraguay, suplieron el orden en la ciudad y la vigilancia en las fincas rurales. Su carrera militar íntegra transcurriría en las milicias de reserva: será capitán en 1819, coronel en 1825 y brigadier general en 1833.    Defiende el orden contra las incursiones de los misioneros de Andresito y toma una parte decisiva en la revolución que quiebra la República Federal Entrerriana de que es parte Corrientes.  Su compañía de milicias es la mejor y más disciplinada y  poco después de la muerte del Supremo ocupará en 1821, en premio a su actuación, un escaño en el restablecido y señorial Cabildo de Corrientes. El hijo del calafate podía codearse con los hidalgos de sangre noble y actividad nula, que custodiaban los propios y distribuían justicia en la ciudad de las Siete Corrientes.
En diciembre de 1824 lo hacen gobernador. El orgulloso. Congreso Provincial, nombre oficial de la legislatura, lo ha designado por las excelentes prendas de inteligencia y laboriosidad acreditadas en el cabildo. Reunía las dos condiciones de la carta de 1821 para el cargo: correntino de nación e “hijo de legítimo matrimonio ’ Pero es su incansable actividad y desinterés total, lo que mueve a los aristócratas a llevarlo al gobierno. Y gran laboriosidad fue la suya: funda Mercedes, Bella Vista, Empedrado, San Luis, San Cosme y veinte pueblos más.  Construye escuelas, trae una imprenta, impone disciplina en las anarquizadas milicias y díscolos cuerpos veteranos. No se contenta con los límites comunes de Corrientes y se anexa Misiones “donde no hay pueblos ni autoridades”. Con sobrada razón podrá decir años después: “¡Yo formé esta provincia!”.
Al tiempo de asumir Ferré el gobierno de Corrientes, en Buenos Aires se abrían las sesiones del Congreso Nacional. A Comentes la representa el doctor José Francisco de Acosta, nativo, pero vecino de vieja data de Buenos Aires y miembro importante del partido de los principios o de las luces que dentro de poco se llamará “unitario”.
Las “'luces” son las luces del siglo, los resplandores intermitentes que alumbraron en el siglo XVII las postrimerías del antiguo régimen en París y habían vuelto con los emigrados en las primeras horas de la Restauración, la fracción iluminada descreía de oscurantismo y esperaba todo de una Ciencia, escrita con mayuscula, elaborada entre las probetas de Fausto y los sortilegios de Cagliostro.   Los principios eran la Ciencia de la política  y tenían su nombre mágico de alquimia: se llamaban contituciones y harían la felicidad de los pueblos como el elixir de Bálsami la felicidad de los hombres.
Eran pocos los alumbrados argentinos que refractaban directamente las luces de París: el señor Rivadavia, por haber pasado seis años allí, entre ellos. Los demás fulguraban por reflejo oblicuo: destellaban las lumbres españolas de los últimos Carlos que, pese a Fernando VII, refulgieron nuevamente en las jornadas de Riego y la reverberación constitucional. Pero radiación directa o indirecta del resplandor ilustrado, los luminares criollos de 1824, como las lumbreras del XVIII, sólo sabían de palabras y de fórmulas para exorcizar la realidad.   Más tarde se llamaron “unitarios”: la palabra no significaba unión sino exclusividad; gobierno por un mayorazgo que no por una cabeza. No había luces en todas partes: de allí el predominio de los hombres de Buenos Aires o de algunas aldeas que refulgían con menor opacidad: San Juan, Salta, tal vez Tucumán. De ninguna manera Córdoba, foco de luz negra, o las conventuales Rioja o Catamarca. Menos, mucho menos, los aduares del litoral, como Corrientes, donde persistía el espíritu nativo de Artigas.
Ferré era el jefe de la oligarquía de Corrientes pero no se lo puede considerar un hombre de luces. Su espíritu era más dado a la reflexión que a las lecturas.
Contrastaba con Ferré, el diputado José Francisco de Acosta. Correntino de alto nacimiento, se había ido a vivir a Buenos Aires para rozarse con hombres, como dice en sus cartas, menguando el medio selvático donde naciera. Era el unitario típico del año 25, que Sarmiento sabía distinguir “entre cien argentinos”. Vestido severamente de negro, marchaba derecho, la cabeza alta sin darla vuelta “aunque se desplomara un edificio”, hablaba con desdén y sus gestos eran concluyentes. Razonaba, pero no oía razones. Leía a Voltaire y creía en el porvenir maravilloso. Se consideraba el “luminar” por antonomasia, aunque nacido en Corrientes, y tenía por gran mérito “vivir en Buenos Aires”.
De ahí que chocara con Ferré —discípulo del franciscano José de la Quintana, y testarudo en todas sus convicciones— para quien la Patria era Corrientes, y amaba el medio donde naciera. El motivo de la ruptura fue la designación de diputado por Corrientes del presbítero Pedro Ignacio Castro Barros, cuya elocuencia admiraba Ferré desde los días del congreso de Tucumán. El presbítero era enemigo de la logia gobernante en Buenos Aires: su elección, por supuesto, disgustó al partido de los principios; Narciso Laprida lo hace notar a Acosta:
“...¡Qué dolor, mi amigo, yo casi no lo creo! jEs cierto que Corrientes ha nombrado al doctor Castro Barros?... Prescindo del carácter fanático, aspirante, faccioso y turbulento del doctor Castro... sin duda en Corrientes no tienen el menor conocimiento de un hombre tan desacreditado... sin duda en Corrientes no saben que el doctor Castro es un enemigo declarado de los principios ... Hasta se ha atrevido con una insensatez maligna y ridícula a calumniar a don Bernardino Rivadavia, el hombre más acreditado de todas las provincias unidas...”.
Acosta retiene el diploma de Castro Barros. Envía a Ferré la carta del ex colega de Castro en Tucumán, y sin gramática pero gráficamente da orden al gobernador: “Hay que c... esa elección por inoperante”  Lo instruye en la manera de modificar el acta “teniendo la H. Representación en cuenta circunstancias que no tuvo presente al tiempo de la elección del doctor Pedro Ignacio de Castro Barros...”. Le pide reserva “para no comprometerlo”.  No sabía de la testarudez de Ferré; lo supo en seguida: “Es demasiado grande el interés que deben tener allí en desacreditar la elección del Doctor Castro Barros... Siento por esta vez el disgusto de no haber contribuido al mejor éxito de su ideal"  Mantiene al electo aun cuando no le guste a Acosta ni a Laprida, ni a los Cossío o Bedoya de Corrientes. 
No obstante la Ley Fundamental, proyectada por Acosta, el 7 de febrero de 1826 Rivadavia es elegido presidente “permanente” de las Provincias Unidas. Ferré aplaude el nombramiento del “benemérito y digno ciudadano que reanima las esperanzas de la patria”.
Esa buena concordia no podía durar mucho. Rivadavia llegaba poseído de la importancia de su cargo, y Ferré no-cedía en lo que respecta al suyo. “Aún no había calentado la silla” (la frase es de Ferré) cuando se produjo un grave rozamiento: el 11 de febrero Rivadavia delega en Ferré la comandancia de las milicias y fuerzas veteranas de la provincia, pero Ferré no acepta que le deleguen lo que él entiende es suyo.  No hubo arreglo. Tanto Rivadavia y Ferré estaban de acuerdo en que las tropas correntinas deberían estar bajo el mando del gobernador, pero la formalidad de que fuera por delegación o por derecho propio produjo el conflicto.
La ruptura final la hizo Acosta. Tuvo la poco feliz ocurrencia de tomar a Corrientes como ejemplo de la imposibilidad de las provincias para gobernar con sus hombres: dijo en el Congreso que el gobernador apenas si entendía de maderas, el cura asesoraba jurídicamente a los alcaldes del cabildo, el congreso provincial no estaba formado por gente instruida: “si no tiene hombres, démoselos” clamaba el ex correntino en el Congreso nacional... Con unos cuantos porteños de luces se alumbraría todo.    La indignación de Ferré fue apocalíptica. De un plumazo dejó cesante a Acosta: “Es deber de todo diputado —rugía el decreto— defender al pueblo que representa con la energía, la firmeza, el carácter y más que nada la integridad que requiere una comisión tan delicada. Habiendo faltado a estos compromisos sagrados el señor Acosta, olvidándose de su tierra natal, sofocando en su corazón todo sentimiento de honor, patriotismo, gratitud y lealtad... ha tenido la osadía de insultar groseramente a sus propios conciudadanos por quienes fue llamado a defenderlos...
Desde ese momento abandonó el partido de las luces y se adhirió al federalismo. Es cierto que la bandera punzó recordaba los años plebeyos de Andresito y Perrugorría, pero era preferible la hermandad con la chusma que el tutelaje presuntuoso de Rivadavia o Acosta. El 28 de noviembre (1826) Ferré llamó a plebiscito para rectificar el voto sobre sistema de gobierno: resultó casi unanimidad en favor de que ‘ ‘ Corrientes no admitía forma alguna de gobierno nacional que no fuera republicana federal”. Hubo solamente tres votos en disidencia: Angel Rolón, que reservó el suyo, Angel Mariano Bedoya que “lo subrogó al pronunciamiento del Congreso de Corrientes”, y José Ignacio Rolón, el único partidario de la unidad. Hasta el Dr. García de Cossío votó ahora por la forma federal “porque la solución en contrario sentido es impolítica y peligrosa en ocasión de la presente guerra”.
Corrientes retiró sus diputados del Congreso y no aceptó la Constitución de 1826. El 17 de mayo (1827) se. adhiere al convenio iniciado por Bustos (y apoyado por ledas las provincias) para:
“Desechar la constitución” (art. IV).
“Poner todos sus recursos para destruir las autoridades nacionales que están causando los males de que todo el país se resiente” (4’).
“Formar un nuevo congreso que constituyera el país bajo la forma federal”.
“Seguir la guerra contra el Imperio de Brasil”.
“Repartir entre las provincias los impuestos de aduana” (20)9.
En 1827 la nación apenas si existía como voluntad latente. Al Congreso y al presidente no los obedece nadie. Ferré asume el título de Gobernador, Intendente y Capitán General de Corrientes para expresar la totalidad de poderes de su cargo, y se maneja solo en la guerra con Brasil.   Rechaza la invasión que Bentos Manuel lleva a las Misiones Occidentales y se sitúa en Curuzú-Cuatiá a la expectativa de la reconquista de las Misiones Orientales que está haciendo Fructuoso Rivera. En julio le lleva la noticia de la paz a “todo trance” concluida por Manuel José García a nombre del Congreso y presidente in partibus. Hace declarar por la legislatura que el Congreso nacional (el presidente ya había sido desconocido):

“...no ha hecho otra cosa que activar el fuego devorador de la discordia, ha dado la lección terrible de la desorganización o insubordinación a las autoridades legítimamente constituidas (las provincias) para sostener el capricho o el engrandecimiento de una facción entronizada con ruina y menosprecio del bien público... no coopera sino autorizando los pasos rastreros, y anárquicos del presidente nominado de la república...” y no reconocerá por lo tanto ‘ ‘ acto alguno del congreso titulado nacional contraído con otro Estado o que contraiga en lo futuro Ya para entonces Rivadavia se había dado cuenta de que sus “servicios no pueden en lo sucesivo ser de utilidad alguna” y el 27 de junio renunciaba la Presidencia lamentando “no poder satisfacer al mundo los motivos irresistibles que justifican esta decidida resolución”. El Congreso la acepta obligado, por “el poder de acontecimientos singulares y la combinación extraordinaria de circunstancias”.

Reflexiones sobre Bernardino Rivadavia....

Por Edgardo Horacio Tomasich
Pensar que la Avenida mas larga del "Mundo", lleva el nombre del miserable que con la Ley de "Enfiteusis"comprometió a la Provincia de Buenos Aires en garantía de un préstamo ilícito por sus cláusulas USURARIAS que terminó de pagar PERÓN, en su primera Presidencia. Este miserable aún tuvo el "tupé" de exigir no ser enterrado en Buenos Aires, pero sus acólitos mas miserables que el lo trajeron y le erigieron el mas horrible "Monumento Funerario" en plena Plaza Miserere.
 Muchos otros,aún contemporáneos siguieron su ejemplo endeudando a la Nación: "A una Nación se la domina por la ESPADA O POR LA DEUDA".
El empréstito Baring :Bernardino Rivadavia fue el inventor local de “la deuda eterna”. En 1824, siendo Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, autorizó pedir un préstamo a la Baring Brothers (Inglaterra) por un millón de libras esterlinas. Este préstamo fue impuesto como parte de la estrategia geopolítica de dominación de Gran Bretaña, para condicionarnos económicamente e impedir nuestro crecimiento como Nación independiente. Respondió más a las necesidades inglesas de asegurarse la subordinación colonial que a necesidades locales.
El argumento para pedir el préstamo fue el supuesto propósito de construir un puerto, fundar ciudades y dar aguas corrientes a Bs.As. (nada de eso se hizo finalmente).
Al momento de aprobar el pedido del empréstito, alguien preguntó:
- ¿Pero como vamos a devolver un millón de libras esterlinas?
- Muy facil -le contestaron- con las rentas de aduana, que son trescientas mil libras esterlinas por año; en tres años devolvemos el millón de libras esterlinas.
- Pues entonces -replicó- esperemos tres años y construimos las obras sin pedir ningún empréstito...

Ante tal argumento, la secion quedó en silencio, a punto de rechazar la propuesta, pero apareció el fatal argumento:
- Si entra un millon de libras esterlinas, se reactiva toda la economía -y se aprobó el pedido.
(Es el mismo argumento que seguimos escuchando para endeudarnos indefinidamente)
Con algunas honrosas excepciones y resistencias, se aprobó pedido y se autorizo a un ”consorcio” (Guillermo y Juan Parish Roberston, Braulio costa, Miguel Siglos y J. Pablo Sáenz Valiente) para negociarlo en Londres al 70 % de su valor. La estafa era tan evidente que el principal banquero ingles (Nathan Rostschild) se abstuvo de participar, y finalmente se negoció con la casa Baring. El país se comprometió por una deuda de 1.000.000 de Libras al 6 % de interés anual garantizadas con rentas y hasta con tierra pública. Del millón de Libras se descontó la comisión del “consorcio” (120.000), intereses y “servicios” adelantados, quedando en definitiva un saldo de 560.000 Libras, que debía recibir Bs.As. por el 1.000.000 que se endeudaba.
Cuando el gobierno reclama el envío del dinero, Baring remite 2.000 en monedas de oro, 62.000 en letras de cambio (papelitos) y propone por “prudencia de mandar dinero a tanta distancia”, dejar depositado en su banco los 500.000 restantes, pagando 3 % de interés anual. (Un negocio redondo. Pedir dinero, al 6 % y prestarlo al 3 % “al mismo prestamista”)
Ni se construyó el puerto ni se puso un solo caño en Bs.As. Se pago catorce veces la deuda, hasta cancelarla en 1.904.
Los Hermanos Baring no eran solamente banqueros, sino funcionarios de los organismos de la política imperial: la Tesorería Británica, el Ministerio de Hacienda, y de la Compañía de Indias.
Rivadavia garantizó el pago de esa deuda con las tierras públicas de Buenos Aires (Ley de enfiteusis). Posteriormente extendió la garantía hipotecaria a todas las tierras públicas de la Nación. (“quedan especialmente afectadas al pago de la deuda nacional, la tierra y demás bienes inmuebles de propiedad pública cuya enajenación se prohíbe”).Ya no pudieron venderse tierras públicas con fines de colonización.
Con el mismo propósito el Imperio Británico concedió préstamos a varios países latinoamericanos (México, Colombia, Chile, Perú, Centroamérica) que se estaban independizando de España. Firmaron, también, “acuerdos de comercio y amistad recíprocos”, que otorgaron beneficios a los comerciantes ingleses que dominaban en esas regiones.
Como era lógico suponer, faltó dinero para pagar esa deuda. En consecuencia, en 1828 se liquidó la escuadra naval y se dieron en pago dos fragatas que se estaban construyendo en Inglaterra. De este modo, cuando se produjo la usurpación de las Malvinas por los ingleses, cinco años más tarde, no hubo fuerza naval para contrarrestarla. Obviamente, esto estuvo planificado por los acreedores, y su cómplice, Rivadavia.
Los mismos ingleses, admitieron el carácter fraudulento de esta negociación. Ferdinand White, espía inglés, enviado por la Baring al Río de la Plata, condenó los aspectos delictuosos de este acuerdo. Fue una operación usurera, un acto de saqueo y sumisión y el primer acto de corrupción ligado a la deuda externa. Según Scalabrini Ortiz, de la suma recibida, sólo llegaron al Río de la Plata en oro, como estaba convenido, el 4% de lo pactado, o sean 20.678 libras.
El primer negociador del empréstito Baring fue Manuel José García, ministro de Hacienda de Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires de 1821 a 1824. Rivadavia, también fue ministro de este gobierno. García utilizó toda su influencia, para que se perdiera el Alto Perú. Fue agente de Rivadavia, cuando se pactó la entrega de la Banda Oriental al Emperador de Brasil. Llevó adelante una política antinacional que favoreció los intereses británicos. Fue por esa época que el ministro inglés dijera “América española es libre y si sabemos actuar con habilidad será nuestra” (George Canning, después de reconocer la independencia de las colonias latinoamericanas en la época en que el grupo rivadaviano concertaba el primer empréstito con la Baring) (Historia universal. Editorial Daimon) Rivadavia hacía “oídos sordos”. 

 
En el conflicto de la Confederación con el Imperio, Argentina había vencido a brasil en Ituzaingo, y faltaba el empujón final. Alvear quería llegar hasta Río de Janeiro, pero los ingleses tenían otros planes. la “Federación del Uruguay”. Era un proyecto británico para formar un Estado reuniendo a la Banda Oriental, Río Grande, Entre Ríos, Corrientes y Paraguay, que compensara el poderío de la Confederación y del Imperio. Rivadavia, más interesado en el negocio con los ingleses y en someter al interior, hizo regresar el ejército y firmar un tratado vergonzoso a través de García. Las provincias del interior querían terminar una guerra ya ganada, pero Rivadavia estaba más interesado en sus negocios mineros con los ingleses, que en su patria, y prefiere que regrese el ejercito para imponer “la organización a palos” en el interior, aun a costa de ceder la Banda Oriental. Prevalecen las palabras del ministro Agüero de “la paz a cualquier precio”.
Los federales piden al gobierno y que les dejen a ellos el peso de la guerra pero Rivadavia prefería perder la guerra y la banda oriental, antes que dejarle el gobierno a los federales. e instruye a García para que vaya a Río de Janeiro a terminar la guerra “a cualquier precio”. Fue un arreglo tan vergonzoso que ante la indignación popular Rivadavia intentó usar a García de chivo expiatorio: “no solo ha traspasado sus instrucciones sino contravenido a la letra y espíritu de ellas” que ”destruye el honor nacional y ataca la intendencia y todos los intereses de la República” e intenta desconocer el arreglo.
“El tribuno”, de Dorrego, publica el “Reports” del capitán Head y la correspondencia entre éste y Rivadavia sobre el escandaloso negociado de las minas del Famatina. Se da cuenta de los sueldos según “libros” de la Mining a Rivadavia, las comisiones, trafico de influencias, etc. (Para mas detalles ver JM Rosa Hist.Arg. t IV)

Rivadavia no puede tapar tanta mugre con un pañuelo, y renuncia verborrágicamente:

“Me es penoso no poder exponer a la faz del mundo los motivos que justifican mi irrevocable decisión (también, como para exponer al mundo “los motivos”!!!)...He dado a la patria días de gloria (¿?)…he sostenido hasta el último punto la honra y dignidad de la Nación (menos la honra propia)…Dificultades de nuevo orden que no me fue dado prever (¿?) han venido a convencerme de que mis servicios no pueden en lo sucesivo serle de utilidad alguna (le habrán sido alguna vez?)...sensible es no poder satisfacer al mundo de los motivos irresistibles que justifican esta decidida resolución...(bla bla bla)Quizás hoy no se hará justicia a la nobleza y sinceridad de mis sentimientos, mas yo cuento con que al menos me hará algún día la posteridad, me hará la historia”(¿Sabría anticipadamente que Mitre y Sarmiento se ocuparían de la historia ?)
Dorrego quiere seguir la guerra a toda costa pero hasta el banco de la provincia (manejado por intereses y accionistas ingleses) le niega todo crédito. Regresado el ejército, Lavalle derroca ilegalmente a Dorrego y lo fusila (incentivado por unitarios, del Carril entre ellos)
En semejantes circunstancias llega San Martín de Europa (embarcado por precaución con el apellido materno) a Montevideo y se entera del fusilamiento de Dorrego. San Martín es mal recibido, y Paz (gobernador interino) le escribe a Lavalle (que está en campaña) :”Calcule Ud las consecuencias de una aparición tan repentina”.
Desacreditados los revolucionarios “Decembristas”, le ofrecen a San Martín el Gobierno, para “salvar la revolución con su prestigio”, pero San Martín se rehúsa a aceptar, y en carta a O´Higgins le explica los motivos:
“El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantizar a los autores del movimiento del 1 de diciembre. Pero Usted reconocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Los autores del movimiento del 1 de diciembre son Rivadavia y sus satélites y a Ud le consta los inmensos males que estos hombres le han hecho no solo a este país sino al resto de América con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre de bien y un malvado” (J. de San Martín)
A pesar de todo esto, Rivadavia figurará como un “ciudadano ilustre” y su nombre figurará en calles, pueblos, ciudades y sillones.
¿Qué pensaba San martín sobre Rivadavia? O’Higgins, en una carta que escribió en 1828 a San Martín define a Rivadavia, como “el hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino”.
San Martín, con motivo del fusilamiento de Dorrego, se expresó de la siguiente manera:
“Los autores del movimiento del 1º de Diciembre,- se refiere al fusilamiento de Dorrego - son Rivadavia y sus satélites y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo al país, sino al resto de América, con “su infernal conducta.”... ...“En nombre de vuestros propios intereses os ruego que aprendáis a distinguir los que trabajan por vuestra salud, de los que meditan vuestra ruina…”
Rivadavia no fue ”El hombre de Estado más grande del mundo”, (según Mitre) sino ”El de “Infernal conducta”, (según San Martín)
El problema no es "el capital" en si mismo; el problena es "el capital usurero", sea éste privado o estatal

viernes, 15 de julio de 2016

Arenales: el HACHADO INMORTAL

Por el Prof. Jbismarck

Juan Antonio Alvarez  de Arenales (1770-1831) Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja).  El general Belgrano lo designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus dependencias.  Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército patriota.  “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios cuidados.  La campaña que emprende desde este momento el coronel Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”.  Aquella campaña tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de la emancipación americana. La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras patrióticas de sus subordinados.  Arenales llevó su valor singular hasta el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos timbres de la gloria de este gran soldado.  Arenales dispone en el centro a la artillería, al mando del capitán Belzú, en la planicie de la barranca, esta posición en bien visible para el enemigo. Al pie, sobre el explayado hace abrir una trinchera disimulada con arena y ramas, de la suficiente profundidad para ocultar en su interior a tiradores rodilla en tierra. En ella coloca a tres compañías de infantería, y la de pardos y morenos a ordenes del comandante Diego de la Riva. Divide a la caballería en dos fracciones. Coloca sobre el flanco derecho a la de Santa Cruz al mando de Warnes; sobre el izquierdo la caballería cochabambina que el encabeza. Ambas fracciones se ocultan bajo denso boscaje.
Pronto aparecen las fuerzas del general realista Blanco con 900 veteranos, 300 de infantería y el resto de caballería, armados con carabina, lanza y sable. Al frente se encolumna el amenazante cuerpo de Dragones de Chubivilca. Detrás de ellos marchan los infantes a paso redoblado por los tambores y con bayoneta calada.
Al divisar a las fuerzas patriotas, y ver la disposición de la artillería, el general Blanco cae en la trampa que tendiera magistralmente el comandante Arenales; supone que en torno y detrás de esta se encuentran los efectivos patriotas. Despliega sus unidades de infantería en guerrilla por ambos flancos, con la idea de atacar a la concentración (que supone se encuentran detrás de las baterías), y avanza con el resto de los efectivos vadeando el río en forma frontal sin otra precaución.
Cuando el enemigo hace pie en la amplia playa, sufre una mortífera sorpresa. Es recibido por una descarga cerrada de los tiradores ocultos en la trinchera, que produce estragos en sus filas. La confusión paraliza a los realistas, incluso a su jefe que no atina a dar ninguna orden para reagrupar a la tropa.
Arenales ordena una nueva descarga tan devastadora como la primera y ordena luego el ataque a la bayoneta de los infantes. Al mismo tiempo la caballería deja su enmascaramiento y carga impetuosamente sobre ambos flancos del enemigo, siendo completamente arrollado. La infantería realista huye desordenadamente buscando refugio en el bosque lindero, mientras es cañoneada por la artillería patriota, la caballería es destrozada por la caballería patriota que sablea sin piedad al enemigo. Arenales badea rápidamente el río y se apodera de la artillería española, es en esta parte e la acción donde pierde la vida el coronel Blanco.
La batalla esta decidida, el enemigo esta deshecho y huye desordenadamente dejando en el campo armamento y equipajes. Dispuesto a exterminar por completo a la expedición punitiva de los realistas, Arenales ordena la persecución de los restos de la fuerza enemiga. En la frenética carga, guiada por el mismo Arenales, y ante su irrefrenable deseo de aniquilar al enemigo, el comandante se adelanta demasiado al resto de la caballería de Santa Cruz, solo seguido de cerca por su ayudante y sobrino teniente Apolinario Echevarria. Recorre así unos 10km sin advertir que los santacruceños se quedan atrás ocupados en la recolección del botín de guerra. Así, penetra en una región del monte donde habían tomado por refugio unos 11 soldados enemigos que huían del campo de batalla, cuando advierten que son solo dos oficiales quienes los siguen, hacen alto y disparan contra Arenales y el Tte. Echevarria mientras los van rodeando. Cercados por completo, estos se defienden desde sus cabalgaduras hasta que estas caen malheridas. En tierra, Arenales, sin abandonar su espada, usa con destreza sus pistolas. En ese momento un realista le apunta con su trabuco, Echevarria, quien advierte esto, se lanza en la línea de fuego, recibiendo él el mortal impacto, cayendo muerto a los pies de Arenales, junto a los cadáveres de cuatro de sus enemigos. Arenales busca un árbol en la que apoyar su espalda para continuar hasta el final con esa lucha desigual y obstinada. Arenales ya no es un hombre, es una bestia salvaje luchando por su vida, con toda la ferocidad que acompaña al guerrero en esos decisivos momentos. Un certero sablazo le abre el cráneo en uno de sus parietales. Su cara esta bañada en sangre, la furia lo envuelve como un huracán. Otro tajo horrible lo abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha por debajo del pómulo, desde el arranque de la sien hasta la boca. Trece heridas profundas ofenden su cabeza, su cara y su cuerpo, aquí empieza a nacer la leyenda del General hachado, el inmortal de la revolución, con todas sus heridas escupiendo litros de sangre, completamente bañado de rojo, mas parecido a un demonio salido del infierno que un hombre, el general Arenales sigue combatiendo con la rabia y la locura que se desprenden en cada asesino golpe de su sable mellado por los huesos de los enemigos muertos.
El bravo general sigue combatiendo sin dar cuartel, matando e hiriendo a sus enemigos que azorados no comprenden de donde saca sus fuerzas para seguir en pie, y además, combatiendo de ese modo. Entonces uno de ello, se escurre por detrás del general, que ya casi ciego por la sangre que baña su cara, no llega a divisarlo; entonces la vil maniobra, la ultima jugada de los enemigos que caían de a uno ante la inmortal espada de Arenales, con la culata de su fusil, le da un fuerte golpe en la nuca que le hunde el hueso, derribándolo al suelo sin sentido. Ni siquiera se atreven comprobar si el Coronel yace sin vida, sino por el contrario aprovechan la ocasión para huir despavoridos del terrible hachado. El cuerpo del Coronel Arenales permanece horas tirado entre los arbustos, rodeado por los cadáveres de sus enemigos, hasta que un grupo de merodeadores, esos que siempre siguen a los ejércitos en campaña para rapiñar de las sobras y despojos de las batallas, son atraídos por los brillos del uniforme de Arenales. Cuando estos rastreros se disponían a saquear el cuerpo del coronel, este, inmóvil pero conciente, les grita con recia voz, tan poderosa sonó que pareció el grito de Poseidón ordenando las olas en lo profundo de los mares, helándoles la sangre y haciendo que huyan despavoridos del lugar.
Al anochecer es encontrado por una partida de caballería que lo lleva a la misión de Piray. Allí lo revisa el cirujano quien por la gravedad de las heridas y la gran cantidad de sangre perdida, se lamenta en vaticinar, que por desgracia el Coronel Arenales no va a volver a ver la calida luz del amanecer…
No solo el inmortal Arenales ve el amanecer, sino que en algunos días se repone y vuelve a servicio, pero esta vez envuelto por el velo de la leyenda y la admiración de sus hombres que se sienten en manos de un inmortal mas que de un simple mortal. El glorioso Arenales, el Hachado, el inmortal de la Florida.
 El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”: “Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia parroquial se derrumbó.  Las sepulturas se removieron y por esta macabra circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios.  Con el propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho militar”.  Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus descendientes hasta fines de la década de 1950. A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó su mandato como gobernador.  Monseñor Tavella decidió contactarse con los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud de los nobles servicios prestados a la Patria.
En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales, Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y de todos los americanos”.  En la Capital Federal, reunidos los sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a Salta.
bibliografia:
 http://www.revisionistas.com.ar/?p=7750/

Reportaje al Gran Historiador Don Julio Irazusta (1969)

Hablar de Julio Irazusta es hablar, automáticamente, de revisionismo, Fue uno de los primeros —si no el primero— en plantear seriamente, sobre bases documentales y con un nutrido aparato erudito, la necesidad de revisar la versión clásica de nuestra historia, en especial el capítulo sobre Rosas.
Desde hace muchos años viene bregando este entrerriano de aspecto vagamente británico, por una nueva visión de la historia que para él constituye una parte de la visión nacional.
Estamos en su casa, en San Telmo (“un barrio que está de moda”, nos dice, sonriendo) que alberga su biblioteca de 10.000 volúmenes y más de 500 carpetas confeccionadas con recortes de diarios, hojas de libros, fotos y mapas. Ese acervo bibliográfico y documental significa un trabajo de muchos años.

—Cuando yo era estudiante — nos dice— compraba tres ejemplares de cada libro. Uno para leer y formar mi biblioteca y los restantes para destrozarlos y con sus restos formar mi fichero...
Hablamos de sus libros; “Argentina y e! Imperialismo Británico" (1934. en colaboración con su hermano Rodolfo); “Ensayo sobre Rosas” (1935), “Actores y Espectadores” (1938), que logra un premio municipal. En 1941 aparece el primer tomo de "Vida Política de Rosas”, cuya obra completa abarca siete volúmenes y es, sin duda, el trabajo histórico más enjundioso de Irazusta. Más adelante publicará “Tomás de Anchorena”, “Tito Livio”, "Urquiza y el Pronunciamiento” y ya en otra temática, “Perón y la Crisis Argentina", "Balance de Siglo y Medio”, “Genio y Figura de Leopoldo Lugones”. Siempre su obra está adscripta a una preocupación política.
—Yo preferiría pasar mis días leyendo lo nuevo y releyendo lo viejo. Todos mis libros fueron escritos instado por mis amigos, mis compañeros de generación. Y si la preocupación dominante es la política, es porque se trata de "la cenicienta del espíritu”, la más desprestigiada y sin embargo la única actividad intelectual que puede resolver los grandes problemas humanos...

—¿Cuando descubrió que la historia argentina debía ser revisada?
—Cuando Uriburu entregó el poder a los conservadores. Durante la conspiración que culminó el 6 de setiembre de 1930 el General nos decía siempre que los conocía muy bien, y después les dejó el gobierno. .. Además, vimos a esos conservadores haciendo en el poder una política totalmente contraria a la que habían sostenido antes, sobre todo en el problema de las carnes. Allí empecé a advertir la existencia de una gran mentira.

—¿Cuáles fueron sus fuentes de información?
—Primeramente toda la literatura unitaria, de la que saqué distintas conclusiones. Y también el libro de Saldías sobre Rosas, que profundizó algunas de las contradicciones de la línea historiográfica unitaria. Los dos primeros tomos de mi “Vida Política de Rosas" se basan exclusivamente en lo editado. Después de concluirlos empecé a trabajar en los archivos. Allí estuve siete años, desde 1943 hasta 1950, con horarios completos de invierno y verano. De modo que los tres últimos editados y los dos que estoy terminando son fruto de una investigación propia.

—¿Cuál libro quiere más, de los suyos? ¿Cuál le dio más satisfacción económica?
—Satisfacción económica, ninguno. Intelectual, el “Ensayo sobre Rosas", porque muchos espíritus preclaros me dijeron que yo los habla convencido con mi razonamiento, entre ellos don Manuel Gálvez. Pero hay un libro que quiero mucho, tal vez porque es inédito, un hijo nonato: es “La Monarquía Constitucional en Inglaterra”.

—¿Cuál es su filósofo favorito?
—En mi juventud era apasionado lector de Platón. Después aprendí mucho con Croce. Ahora prefiero a Santo Tomás y a Aristóteles. A Santo Tomás, sobre todo, porque es el mejor filósofo político de toda la Historia

-¿Qué realidad la cuesta aceptar más?
—Que la Argentina, al país más rico del mundo, si se tiene en cuenta la proporción entre su inmensa riqueza actual y su escasa población, sea el único que no puede resolver una crisis que ya dura treinta años.. .

-¿Cuál serla el sueño que le gustaría concretar?
Que la Argentina hiciera su revolución nacional.

¿Qué está escribiendo últimamente?
Varias cosas. Una historia argentina, pero pensada y escrita en términos políticos. Una historia de Gualeguaychú, mi pueblo. Unas memorias de las que tengo escrito ya un tomo y serán dos en total. Y un ensayo, “La Política, Cenicienta del Espíritu” que ya está escrito en su totalidad pero quiero reescribir.

—¿Qué opina de la revolución estudiantil mundial? (Mayo francés)
—No descarto la Influencia exterior. Sólo una orquestación montada por usinas poco visibles pero reales podría movilizar un movimiento como el que presenciamos en nuestro tiempo. Pero entendámonos: la sociedad capitalista del mundo occidental está dejando sin resolver mucho de los problemas planteados por el desarrollo económico, científico y tecnológico Se explica, por consiguiente, que los estudiantes estén descontentos en todos lados

—¿Cree en la juventud argentina?
—Sin ninguna vacilación. Las generaciones anteriores nos dieron una patria pero luego ella se achicó lamentablemente y así perdimos condiciones que inicialmente eran más favorables, aun, que las de Estados Unidos. Tengo la esperanza de que la nueva generación, al estar bien Informada, esclarecida, sobre los errores del pasado, sepa actuar mejor. Esa es la función de los hombres que reconstruyen el pasado: dar la verdad para que ella evite repetir las grandes equivocaciones nacionales


Lucrecia Orrego

Bibliografía: Revista ·"Todo es Historia" numero 30 - octubre de 1969