Por Ignacio Anzoátegui
“Y sucedió lo que sucedería el día que el Señor nos dejara de su mano,
que Dios no fuera criollo,
que se nos diera vuelta por el soberano capricho de mostrarnos como trota,
como un árbol sin fruto la noche era más noche
y el llanto era más llanto recamado de luto.
Las estrellas federales morían silenciosas y las altas estrellas preguntaban por ellas.
Preguntaban por qué ya no lucían su gracia y su frescura
como en las claras horas de la Dictadura.
Los ángeles del cielo quebraban sus espadas
porque era pasado el tiempo de las grandes patriadas:
La de meterse haciendo remolinos y eses entre los unitarios y entre los franceses.
Tocada, por escarnio, de poncho y galera,
la facción mostraba su cara brasilera.
Y la calandria patria se acogía en su nido, porque ya la calandria no tenía sentido.
Ni tenían sentido las risas y las rosas porque había caído Don Juan Manuel de Rosas.
Ni tampoco los anchos contornos de la pampa,
porque era la hora de Luis el Guardachanchos .
En rudos cuajarones de sangre se nos iban los varones
Atropellándose en la muerte, como antiguos patriarcas
que eligieran sus pingos funerarios con sus pelos y sus marcas.
Allí quedó la Patria, tendida sobre el campo,
Con los ojos abiertos para ver en el cielo el desatado lampo de sangre y de vergüenza
que cruzaba como una cachetada la historia de la Patria arrebatada.
Allí quedó la Patria, tendida y palpitante,
asesinada de hambre y muerte a cada instante.
¡Señor!, Tú que todo lo puedes, restáurala en su honor.
Y de paso, Señor, Tú que todo lo puedes, entre tantos dolores,
Piedad, Señor, te pido para los vencedores”.
Ignacio "Braulio" Anzoátegui.
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