Por Julio Irazusta
Las MEMORIAS de Paz es uno de
los libros más atrayentes de la historiografía nacional. Está admirablemente
escrito, pese a ligeros defectos de forma, muy explicables en quien no aspiraba
a ser considerado experto en el oficio de literato, y sin duda no lo redactó
pensando en la posteridad, sino en restablecer verdades que creyó desfiguradas
por otros. Nadie escribió con más espontaneidad ni con menos preocupación por
el estilo. De haber tenido conciencia de las dotes que tenía para la tarea que
emprendió en sus MEMORIAS, y sospechado que el éxito le daría la fama que
alcanzó su libro, no es improbable que antes de escribirlas habría producido
algún trabajo notable sobre la cosa pública, en una época en que tantos
incapaces se creían autorizados a fatigar las prensas con sus inepcias.
Pese a dicha espontaneidad, o
tal vez a causa de ella, y sobre todo al inmenso talento que reveló el
libro, sumado a la cultura recibida en los institutos educacionales de Córdoba,
las MEMORIAS son de un interés prodigioso. Es sabido que Paz fue sorprendido
por el 25 de Mayo cuando estudiaba para recibirse de doctor y que su carrera
militar debióse a la circunstancia histórica: la movilización general decretada
por la Primera Junta, y la reiterada insistencia de Pueyrredón —enviado por el
nuevo gobierno a la capital del interior, como el hombre de encargo para
neutralizar la influencia de Liniers— en que abandonara los estudios civiles
por la milicia; para que, según expresión mía, cambiara la instituta por la
espada. Ciudadano hasta la médula, nada de lo que vio en las variadas regiones
adonde lo llevaron las necesidades del servicio, según las vicisitudes de la guerra,
escapó a su aguda observación. Al punto
de que sus observaciones parecen las de un campesino, cuando se refiere a las
cosas de la campaña. Lo mismo ocurre cuando habla de la alta sociedad que
agasajó a los vencedores, cuando lo fueron; y en muchos casos, aun después. Una de las observaciones más agudas formuladas
en las MEMORIAS del general Paz es la que atribuye el desapego permanente del
Alto Perú hacia la metropoli que era capital de una gran parte de su país, al
jacobinismo de Castelli, con sus aires de convencional en misión, quien miraba
impasible a sus oficiales enlazar de los frentes de los templos, para
arrastrarlas por las calles de la ciudad que atravesaban, las imágenes
religiosas, en un estúpido despliegue de extemporáneo anticlericalismo.
Otro pasaje de las MEMORIAS,
aporte fundamental como el anterior a la hermenéutica de los sucesos, es lo que
refiere sobre los prolegómenos de la revolución de diciembre de 1828: la
injustificada jactancia de Lavalle, diciéndole a su colega cordobés en la Banda
Oriental: “Con un escuadrón de coraceros, meteré a los caudillos en un zapato,
y los taparé con otro". El autor del libro que comentamos dice no haber
compartido tan descabellada ilusión. Y le podemos creer, puesto que él, con su
soberana libertad de juicio, pese a su admiración por Belgrano y por todos los
patriotas que habían contribuido a darnos primero libertad o gobierno propio, y
luego una patria, no dejó de ver sus errores. Y había compartido el descontento
de la oficialidad joven que se sublevó en Arequito en 1820, al ver que los
dirigentes nacionales desguarnecían las fronteras del norte para meter a las
fuerzas armadas en la guerra civil. Movimiento
parecido al de San Martín en su famosa desobediencia.
Para terminar, me permito citar
una página que escribí sobre el general hace varias décadas: “Joven de veinte
años al dejar sus estudios universitarios y tomar las armas en 1810, Paz fue
contemporáneo de los hombres de la independencia y de las guerras civiles. Su
inteligencia superior hace sumamente valioso el testimonio que nos da su libro
sobre dos épocas decisivas de nuestra historia. El mérito artístico de su
narración nos apasiona por los hechos del pasado, los revive en nosotros. Su
ecuanimidad nos ofrece un hilo conductor para el laberinto de natural
complicación.
La narración es en las MEMORIAS amenísima. Se las lee como una
novela. El escritor elige bien los detalles, reparte equitativamente el espacio
entre los mayores, los medianos y los menores, y a todos los sitúa diestramente
en la amplia perspectiva de reflexiones generales, pasando siempre a tiempo de
la representación concreta de los hechos a su interpretación causal, y de ésta
a aquélla, sin jamás perder el hilo de la narración.
Las MEMORIAS es uno de los
libros más desprovistos de egotismo (Afán de hablar una persona de sí misma). con que cuenta el género, egotista por
excelencia. El autor apenas da noticias sobre su familia, su formación, sus
gustos. Y los datos personales que no podían menos que aparecer en el libro no
están destinados a explicar a Paz en cuanto tal, como personalidad de
excepción, sino para explicar a Paz en cuanto protagonista de los sucesos que
narra.
Lo autobiográfico en las MEMORIAS es hermenéutica antes que
panegírico".
Fue irreparable desgracia para
su carrera, y para el porvenir nacional, que su participación en Arequito sellara
su destino. Los directoriales, y sus herederos los unitarios, jamás se lo
perdonaron.
Habiéndose iniciado políticamente con los futuros caudillos, no
supo perseverar en esa actitud. Los unitarios los arrastraron a la aventura de
diciembre en 1828.
Pero cuando Rosas,
después de haber pensado que habría sido necesario ejecutarlo en 1831, y de
tenerlo cinco años en la cárcel, lo dejó en libertad, lo incorporó a la plana
mayor del Ejército, y después de su fuga, le mandó ofrecer una embajada cuando
ya estaba refugiado en Montevideo; no supo aprovechar el momento estelar que se
le ofrecía. Su alta estrategia, sumada a la política de Rosas, habría cambiado
el destino de la nación. Tal vez Dios no lo quiso. Nosotros pagamos las
consecuencias.
Clarín, Buenos Aires, 10 de
marzo de 1977.
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