Rosas

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viernes, 30 de agosto de 2019

MANUEL QUINTANA

Por A. J. Pérez Amuchástegui

"Fue dogmático y estoico ante el deber", dijo de él Carlos Ibarguren, que fue subsecretario de Agricultura durante su presidencia. "El señor senador —había dicho Avellaneda en un debate— tiene aquellos secretos que convierten la palabra en magia y la elocuencia en poder." Manuel Quintana, porteño, nació el 19 de octubre de 1835, hijo de un estanciero del sur bonaerense, Eladio de la Quintana, y de doña Manuela Sáenz de Gaona y Alzaga, ambos de arraigado linaje colonial. De tradición familiar unitaria, Quintana actuó después de Caseros en el partido de Mitre. Se doctoró en Derecho en los días anteriores a Cepeda y en vísperas de otra batalla. Pavón, ingresó a la Legislatura de Buenos Aires, en 1860. No tenía la edad establecida por la Constitución para ser diputado; quiso alejarse, pero la Cámara resolvió aceptar su diploma. Al producirse la reincorporación de la provincia de Buenos Aires a la Confederación, se contó errtre los diputados nacionales electos para el Congreso de Paraná. No pudo incorporarse a dicho cuerpo en razón de ser rechazados los diplomas de los representantes de Buenos Aires. Sin embargo, después de Pavón, y ya durante el gobierno de Mitre, tuvo sobresaliente actuación en la Cámara de Diputados de la Nación. 
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Después de actuar durante un tiempo en la Legislatura bonaerense, volvió en 1867 al Parlamento nacional y, desde 1868, presidió la Cámara joven. Dos años después fue elegido senador nacional, en la vacante dejada por Valentín Alsina. También tuvo sobresaliente desempeño en la Convención bonaerense elegida para reformar la Constitución provincial. "No hubo en el Congreso —dice Ibarguren— cuestión alguna de importancia, sea constitucional, política, administrativa, económica, financiera, jurídica o de cualquier otra naturaleza en cuya consideración él no participara aclarándola, objetándola y proponiendo una solución conforme a su saber y entender."
 En 1874, siendo senador, figuró entre los precandidatos para la futura presidencia de la Nación; pero la carencia de un partido que lo sostuviera hizo que su candidatura no prosperara. En 1878, a su regreso de un viaje a Europa, fue elegido diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, y presidió la Cámara hasta 1880, en que se produjo su destitución por el Congreso de Belqrano, a raíz del apoyo brindado a Tejedor.   Junto con Roque Sáenz Peña desempeñó diversas misiones diplomáticas y se destacó en la Conferencia internacional Panamericana de 1889. Fue por dos veces ministro del presidente Luis Sáenz Peña, quien le confió la cartera del Interior.   Frente a los movimientos revolucionarios radicales del 93 actuó con singular energía, hasta que se alejó del ministerio en 1894. Se mantuvo desde entonces alejado de toda actuación pública —salvo una breve diputación—, hasta 1904, año en que fue elegido presidente de la República. Su último mensaje presidencial fue el de mayo de 1905. En la tarde del 12 de agosto de 1905, el coche de caballos que conducía al presidente de la República, doctor Manuel Quintana, marchaba al trote por la calle Santa Fe rumbo al sur. Eran las 14,25 de un día lluvioso y frío. El presidente se trasladaba desde su domicilio —Artes 1245— a la Casa Rosada, en compañía de su edecán, el capitán de fragata José Donato Alvarez. Al llegar a la esquina de Santa Fe y Maipú, frente a la plaza San Martín, un hombre bajó la escalinata del paseo y revólver en mano se adelantó a la calzada. Se aproximó al paso del coche, apuntó con el arma a la ventanilla y disparó, sin que saliera el proyectil. Corriendo junto al coche accionó repetidas veces el disparador, sin poder lograr su objetivo. De inmediato emprendió la fuga internándose en la plaza, seguido de cerca por el edecán del presidente y el comisario Felipe Pereyra, jefe de la custodia, quien viajaba en un coche detrás del cupé del doctor Quintana. El edecán resbaló en el húmedo empedrado, pero el comisario Pereyra logró apresar al fugitivo auxiliado por un subordinado. Quintana prosiguió su viaje dando muestras de absoluta tranquilidad.  El agresor fue identificado como Salvador Enrique Planas y Virella, español de veintitrés años, empleado en una imprenta de la Capital. Declaró haber procedido por propia iniciativa, ser anarquista, y haber pretendido dar muerte al presidente para lograr un cambio total en la conducción política. Para ello usó un revólver calibre 38, de cinco tiros, cuyos proyectiles se encontraban en mal estado. Se Instruyó sumario por tentativa de homicidio en la persona del primer magistrado; Planas y Virella confirmó sus declaraciones ante el doctor Servando E. Gallegos, juez de instrucción que actuó en el caso. Trece años de prisión le fueron asignados, lapso que fue reducido por la Cámara a diez.   Recluido en la ya demolida Penitenciaría Nacional, Planas y Virella emprendió tareas de auxiliar de tipógrafo en los talleres de Imprenta del establecimiento. No pasó mucho tiempo sin que los diarios se ocuparan nuevamente de este singular personaje. El 6 da enero de 1911, juntamente con otros doce presidiarios, fugó por un túnel practicado bajo los jardines que rodeaban al edificio. Nada se supo del autor de este primer atentado anarquista en la persona del primer magistrado.En diciembre de ese año, ya muy enfermo, siguió concurriendo a su despacho y atendiendo las tareas de gobierno. Alcanzó a gobernar 17 meses, en horas dramáticas y de gran agitación social Murió el 12 de marzo de 1906, a los siete meses de haber salvado su vida ante el atentado cometido por el anarquista catalán Planas y Virella. Era un hombre afable y en su conversación introducía frecuentes reflexiones y observaciones. "Cierta tarde de verano —cuenta Ibarguren—, mientras firmaba, molestábale una mosca con tanta insistencia que dejó la pluma para hacerme esta reflexión: «Mire usted lo limitado que es, en realidad, el poder de los hombres: ¡todo un jefe del Estado no puede con una mosca!»".


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