Dr. Jorge Enrique Deniri.
El 20 de noviembre se conmemoró un aniversario más del
combate fluvial de la Vuelta de Obligado, una acción que el nacionalismo
vernáculo coloca en cabeza de sus símbolos, como el epítome y momento
culminante militar y diplomático de una Confederación cuya máxima figura fue
Juan Manuel de Rosas.
De larga data, esa evocación ha merecido apología de los
nacionalistas y quienes los sucedieron, y anatema de los adversarios y sus
herederos. Poco más, poco menos, esa fractura cobra estado público hacia 1939,
cuando se cumple el primer siglo de la batalla de Pago Largo y la Provincia de
Corrientes, según el pensamiento imperante entonces, lanza un profundo,
intenso, proceso de exaltación cuyo meollo es la figura de Berón de Astrada, su
lidiador cabeza en la “batalla cultural”, Hernán Félix Gómez y sus
antagonistas, los revisionistas que reconocen a Berón un protagonismo mucho
menos heroico.
Lo que hoy identificamos como “revisionismo histórico”, para
mi gusto (lo que quiere decir que es opinable), lo inicia mucho antes, a fines
del siglo XIX la monumental obra de Adolfo Saldías. Con el tiempo, el
peronismo, más que enarbolarlas se alza con las banderas revisionistas,
terminando por conducir al rosismo en bloque hacia la grieta contemporánea,
alineándolo, quieras que no, en la antinomia peronismo – antiperonismo.
Las últimas décadas, con la prolongada hegemonía del
peronismo y sus variables en el poder, con su sesgo personalista y autoritario
característico como menemismo, orientado luego por el kirchnerismo, que carecía
todavía más de una historia propia, en función de una impronta híbrida filo
izquierdista, continuaron con las grandes reivindicaciones históricas. Uno, con
la repatriación de los restos de Rosas, el otro, asignándole una fecha en el
calendario nacional. Paralelamente y en la medida de lo posible, han venido,
primero esmerilando, luego demoliendo, ocultando y reemplazando cuando otra
cosa no ha sido posible, a las figuras paradigmáticas anteriores, como
Sarmiento, Mitre y Roca, y escribiendo y publicando hasta la saciedad
versiones, más que antagónicas demonizadoras, censurando a los escribas
contrarios, negándoles todo acceso a los mass media, y redoblando los parches
bibliográficos en su contra.
Porque esa iconoclastia, ese bajar cuadros, demoler esculturas
y cambiar nombres de calles y plazas, amordazar publicaciones, esa intolerancia
absoluta de no permitirle al “otro” participar, si es posible, ni siquiera con
el polvo de sus huesos, es la contraparte de nuestras “construcciones”
históricas: No solamente hay que entronizar los hechos, las ideas y los
personajes con los que empatizamos, los “nuestros”, sino que el objetivo último
debe ser aniquilar historiográficamente al otro. Expurgarlo de las bibliotecas,
derruir sus monumentos, derribar su iconografía, condenarlo al silencio primero
y a la desaparición después. Y desde luego, todo debate, toda discusión, toda
interpretación susceptible de ser vista como la más ínfima reivindicación de
ese “otro” está demás, porque lo que se pretende es primero obligarlo al
silencio, luego ocultarlo, finalmente, condenarlo a la desaparición. Y no
importa que hayan pasado diez o cien o
mil años, como hablamos de una forma de relación con la realidad casi
religiosa, la elección es necesariamente maniquea y los grises no existen. Sólo
el blanco más puro, y el negro más siniestro que teñirán la visión salvífica de
esa dicotomía. El que no obre en consonancia es o delincuente o cómplice. “Si
no estás conmigo, estás en mi contra”. La Argentina no es para todos los
hombres del mundo, sino solamente para los que piensan como yo.
Ahora bien ¿qué problema habría en que cada quien honre
cuándo, dónde y cómo le venga en gana al que le parezca mejor? Claro, allí
entran a jugar otras variables, porque a la contienda por los acontecimientos y
sus personajes, siguen las batallas por “el sitio”, los combates iconoclastas
por las imágenes, las publicaciones, los nombres de calles, plazas, parques y
paseos, todo aquello que encarne, más que el recuerdo, la “memoria” como se
dice ahora.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la Junta de Historia? La
punta del ovillo comienza con el rescate de una Bandera de Caá Guasú, que por
boca de Diego Mantilla supimos que, había sido donada por su abuela, Rosalía
Pampín de Mantilla al Museo de Luján en tiempos de Udaondo.
Exhibida largo tiempo en la Sala General José María Paz,
cuando soplaron vientos políticos, como quien dice “rojo punzó”, el espacio que
la albergaba fue pintado de encarnado, renombrado Facundo Quiroga, y la enseña
enviada a la reserva del Museo. El “tomala vos, dámela a mí”, funcionó
aceitadamente. Pensamos entonces que Corrientes merecía ponerla en valor, y
abanderados por el Dr. Carlos María Vargas Gómez, sumando al señor Jorge Manuel
Picchio y al Profesor Antonio Emilio Castello, iniciamos una prolongada campaña
de difusión y esclarecimiento, editando inclusive un folleto alusivo. Sin
embargo, como obras son amores y no buenas intenciones, para lograr que la
Bandera volviera a Corrientes, era necesaria una decisión política que tornaba imprescindible
la participación e intercesión de quienes gobernaban entonces: el intendente
Carlos Mauricio Espínola en la ciudad de Corrientes, y el gobernador Daniel
Scioli en la provincia de Buenos Aires. Especialmente, resultaba significativa
para el caso la amistad entre ambos.
Resumiendo, más allá de toda identificación o antagonismo en
materia de filiaciones políticas, por las acciones conjuntas de todos los
actores, aquella Bandera terminó regresando a Corrientes, y hoy se halla en el
Museo Histórico. Sólo se hizo una ceremonia más bien sencilla en la
Municipalidad, donde participamos los integrantes de la Comisión Directiva de
la Junta, Scioli y Camau, y habló un historiador del oficialismo del momento,
el Dr. Mario “Pacho” O’ Donnell. Un suceso que, a mi juicio, demuestra que
habiendo voluntad es posible sellar la grieta y trabajar en forma conjunta,
hacer Historia más allá de las diferencias. Solamente hay que recordar que el
país es de todos, y que más allá del rosismo, el anti rosismo, de todos los
“ismos”, somos argentinos, somos correntinos.
Algo más: como “esquirlas” de la grieta, cuando el Dr Vargas
Gómez y yo fuimos a posteriori a una localidad del interior para hablar de esa
Bandera. Algunos asistentes al acto nos enrostraron haber actuado en función de
un credo político determinado, que no sólo no era el nuestro, sino que,
entonces y ahora, nada puede estar más lejos de los procederes absolutamente
pluralistas de nuestra Institución.
Como en definitiva estamos hablando de Corrientes, la opción
creo que es sencilla: o conmemoramos todo, o medio que no conmemoramos nada,
porque a la Revolución de Mayo nos sumamos tarde, en la Guerra de la
Independencia lucharon los correntinos, pero no la provincia, en la Guerra con
el Brasil ídem, estuvimos con Artigas pero no en la Asamblea del Año 13 ni en
el Congreso de Tucumán, Ramírez y Urquiza nos pusieron la coyunda, Mitre exaltó
sólo a sus partidarios, la Guerra del Paraguay sí que nos llevó a tomar las
armas, pero no faltó quien empuñara las de Solano López y no las nuestras. De
las Malvinas no hablemos, porque como es la única causa que puede reputarse
“nacional”, de un modo u otro estuvimos y estamos todos.
Pensando en que mi propuesta es sumar, con quien sea y
contra quien sea, “a como dé lugar” como dicen los culebrones colombianos, la
pregunta entonces es, por “hacerla corta”: ¿Vamos a dejar de celebrar el 9 de
julio? ¿Si tengo un hijo que no es mío no le festejo el cumpleaños? Porque ese
nihilismo siniestro de perseguir no sólo la aniquilación, la muerte civil, la
eliminación del “otro” de la “Memoria”, como dijo Mahatma Ghandi o quien fuera,
a fuerza de arrancar por turnos el ojo ajeno, hará que todos terminemos ciegos.
Hay naciones que fueron durante mucho más tiempo y mejor que nosotros, y desaparecieron
dejando sólo sus relictos arqueológicos ¿por qué nosotros tendríamos un destino
de grandeza garantizado, sin hacer nada para merecerlo?
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