Rosas

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viernes, 16 de julio de 2021

Nicolás Levalle

 Por el Prof. Jbismarck

Era un niño de muy corta edad cuando arribó a Buenos Aires procedente de Italia jumo a sus padres (había nacido en Cicagna, Genova, en 1840); y apenas un adolescente también cuando abrazó la Vida militar. Ese fue el inicio de una carrera que, sin letras, intrigas ni influencias, pero sí con disciplina, coraje y imitad, llegaría a su cúspide en las jomadas de julio de 1890 cuando el presidente Juárez Celman lo ascendió a la jerarquía de teniente general «sobre el campo de batalla».   

Desde los campos de Cepeda en adelante desparramó generosamente su valor en campañas y batallas. En el sitio de Buenos Aires cubrió las calles Potosí y Cevallos con una pieza de artillería y su dotación. Presente en los esteros paraguayos,fue cosechando laureles y condecoraciones a su paso entre ellas la medalla discernida por el emperador del Brasil Sofocador de revoluciones y alzamientos, marchó al interior con Paunero y Conesa; Con su nombramiento como jefe de la frontera sur de Buenos Aires se inició en la dura lucha contra el indio. Sostuvo aguerridos encuentros con las huestes de Namuncurá, a quien sorprendió en sus tolderías de Chiloé causándole alrededor de cuatrocientas bajas y obligándolo a ponerse en fuga. Anoticiado que este cacique preparaba una nueva invasión, Levalle dio una batida general abarcando doscientas cincuenta leguas y registrando minuciosamente hasta la última toldería. A las órdenes del general Roca, integró la expedición al Río Negro; fue comandante de la 2* División y luego jefe de las fuerzas acantonadas en Carhué, Puán, Guaminí, Trenque Lauquen y Fuerte Argentino.

Cuando estalló la revolución de 1880 permaneció leal al gobierno nacional y en misión de reconocimiento se acercó con sus tropas hasta el Puente de Barracas; allí trabó violento combate contra los revolucionarios pero, agotado el parque, debió replegarse hasta Lomas de Zamora. Fundador del Círculo Militar, ejerció el Ministerio de Guerra y Marina en tres oportunidades.

El general Levalle fue nítido exponente de la parte del ejército cuya política consistía en no hacer política: no era ni quería ser otra cosa que un soldado. Sus ideales de orden y respeto a las autoridades y acatamiento de las leyes no admitían segundas interpretaciones. Su popularidad fue notable, la multitud lo aplaudía cuando en las revistas militares se destacaba a caballo su maciza figura, cuajado el pecho de condecoraciones y ondeando como una banderola su enorme pera militar.

En abril de 1890 —en vísperas de los luctuosos sucesos de julio— el presidente Juárez lo designó por segunda vez en su vida ministro de Guerra. Descreído en un principio de la revolución, no veía al jefe prestigioso que, como antaño, pudiera llevar a la indisciplina a los veteranos, en quienes confiaba ciegamente, confundiendo al ejército con su persona y su vida. Facultado por el Poder Ejecutivo, ordenó el traslado de algunos regimientos asentados en la Capital y encarceló al general Campos, todo en el marco de una dura discrepancia con el jefe de la policía, coronel Capdevila.

La mañana del estallido en el cuartel de Retiro organizó eficazmente la resistencia distribuyendo sus fuerzas y ordenando el regreso de los batallones ex profeso alejados antes. Alta su cabeza, fumando un formidable habano que lo obligaba a salivar a cada instante, lucía su quepis de general, casaca con cordones dorados, botines de elástico... ¡y calzoncillos largos blancos! En el apuro por salir pronto de su casa y en la oscuridad no había encontrado los pantalones. Quienes lo conocían no abrigaron dudas que lo mismo hubiera salido de no hallar los calzoncillos. Instantes después un jinete a gran galope arribó a Retiro portando eh su mano la indumentaria que el general necesitaba para completar su uniforme.

Al frente de sus hombres avanzó decididamente a posesionarse de la plaza Libertad, recibiendo los primeros disparos desde los cantones instalados por los revolucionarios. Como muchos soldados corrieron despavoridos improvisó una vibrante arenga, exhortando a unos, amenazando a otros, y a los más remisos los sacó a empellones de entre los andamios del teatro Coliseo, entonces en construcción. Combatió en primera fila, entremezclado con sus subordinados, y viendo caer a muchos bajo las balas y metralla hasta que la revolución quedó sofocada. Permaneció en su cargo hasta que Pellegrini entregó el mando, siendo designado entonces en la jefatura de las fuerzas nacionales destacadas en Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja para operar contra la sublevación de 1893 en Rosario.  Un hondo sentimiento público causó la noticia de su muerte en enero de 1902, su popularidad, abnegación y valor habían arraigado su pintoresca figura en la ciudadanía, que lo respetaba y admiraba como exponente de un ejército cargado de gloria.

 

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