Rosas

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sábado, 27 de marzo de 2021

Exhumación de los restos del General Lamadrid: las heridas de "El Tala"

 Por Miguel Angel Scenna

Falleció en Buenos Aires el 5 de enero de 1857 a los 61 años. Fue sepultado en la Recoleta, en la bóveda del general Díaz Vélez, su cuñado.

Pasaron los años. Al llegar 1895 se cumplía el centenario del nacimiento de Lamadrid. Gobernaba Tucumán don Benjamín Aráoz, de la copiosa parentela de don Gregorio, quien propuso trasladar los restos del general a la ciudad natal. Con permiso de los descendientes se procedió a cumplir ese propósito. Una comisión especial, acompañada de buen número de personalidades, exhumó el cadáver de Lamadrid. Al abrir el féretro apareció el esqueleto del general, sobre el que se veían restos del uniforme y las insignias del grado. Pero lo verdaderamente impresionante fue el momento en que se extrajo el cráneo. Sobre él se veían con perfecta nitidez los hachazos de El Tala, sesenta y nueve años atrás. Otro instante de suspenso se vivió al divisar entre las costillas una bala, que fue retirada por Adolfo P. Carranza, director del Museo Histórico Nacional, con el fin de guardarla en esa institución.  Los huesos fueron lavados con una solución de cal y depositados en una urna con la inscripción


GENERAL G. A. DE LAMADRID

1795 - 1857 – 1895

En esa urna los restos fueron trasladados a Tucumán donde descansan.

Un autor, no historiador, notable por sus rotundas afirmaciones sin sombra documental y por su ignorancia de documentos editados, ha dudado de la veracidad de las quince heridas de sable y el balazo de El Tala. Deja entrever la sospecha de que todo no pasa de un simple macaneo de la historia liberal para propaganda de sus proceres.

Por un lado, Lamadrid habla abundantemente del asunto en sus Memorias, pero claro, puede decirse que son exageraciones de don Gregorio. Para salir de dudas, basta con recurrir a los diarios que dieron la noticia de la exhumación, que ofrecieron detalles. Pero mejor aún es acudir al acta de la misma, que ha sido publicada, por ejemplo en el apéndice de las Memorias que hemos consultado para este trabajo, página 388 del tomo segundo. Luego de su lectura, pocas dudas pueden quedar de la veracidad de Lamadrid:

“En la ciudad de Buenos Aires, a los diez y nueve dias del mes de noviembre de mil ochocientos noventa y cinco, reunidos en el cementerio del Norte los miembros de la comisión nombrada por el gobierno de Tucumán con fecha cinco del corriente, y compuesta de los doctores Próspero Mena y Luis F. Aráoz, y los señores Adolfo P. Carranza y Agustín Roca, a objeto de recibirlos restos del general Lamadrid para trasladarlos a su ciudad natal, encontrándose en el sepulcro de la familia Diaz Vélez, en presencia y con el consentimiento de sus deudos, la señora Josefa Aráoz de Lamadrid y doctor Marcelino Aravena, nuera y nieto del general, deudos, antiguos compañeros de armas y ciudadanos que hablan concurrido a presenciar el acto, se procedió a destapar un cajón que, por las señas de los deudos y constancia de los libros de la administración que dicen haberse sepultado en dicha tumba el seis de enero de mil ochocientos cincuenta y siete el general don Gregorio Aráoz de Lamadrid, fallecido el día anterior, y abierto que fue y reconocido por las insignias militares cuyo despojos se veían; los doctores Aravena y Cantón manifestaron que encontraban el esqueleto completo con excepción de los dientes, cuya caída se habla efectuado antes de su muerte. En el cráneo se notaban las siguientes cicatrices: una oblicua en la parte media y superior hueso frontal, otro en la sutura froatoperietaJ derecha, otra en la sutura temporoparietal, además dos cicatrices próximas una a la otra en parietal derecho; otra de grandes proporciones dirigida a la sutura latoidea, a cuatro centímetros de la sutura oc-cipitobipanetal. además dos cicatrices ulcerativas en el hueso occipital y en la sutura occipitoparietal derecha: notábase también vestigios de una cicatriz en los huesos propios de la nariz, y también se encontró en la séptima costilla una herida de forma ovalada que había dado paso a una bala de plomo de doce milímetros de forma esférica, que se alojó en la cara interna de la misma costilla, donde dio lugar a la formación de un proceso ulcerativo con trayecto fistuloso en la misma costilla. Esta costilla se había adherido por una brida cicatricial o sea con la costilla próxima inferior.

Cerrada a urna, los miembros de la comisión firmaron para constancia esta acta con los señores presentes que quisieron hacerlo.”

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