Por el Prof. Jbismarck
El señor Rivadavia está sumamente quebrantado después de un
ataque apoplético que sufrió hace cuatro meses (1841). Delgado, sin barriga,
enteramente calvo y la voz balbuciente. Su presencia me causó gran sorpresa. Es
otro hombre, y hasta su cabeza se conoce que ha sufrido algún tanto. Nos dimos
un abrazo afectuoso. Su esposa lo acompañaba y su hijo Martín, de diecinueve
años. Me mostró dos piezas bien curiosas: el retrato de Francisco Pizarro y una
campanilla de plata de la inquisición de Lima, cuyo sonido es verdaderamente
lúgubre y sin duda calculado para inspirar horror a las desgraciadas víctimas
de aquel tribunal opresor y sangriento. .. El general San Martín hizo estos presentes
a Rivadavia e1 año veintitrés a su regreso de Lima...
Al separarme del señor Rivadavia nos volvimos a abrazar, y
en ese momento le dije: “¡Que este abrazo se repita pronto en Buenos Aires!”. Me
contestó con un tono de solemnidad: “¡A Buenos Aires ni mis cenizas volverán!”
Al despedirse de Río de Janeiro, don Bernardino Rivadavia,
que ahora está establecido en Madrid, ha prevaricado de sus principios y abjura
de su fe política como americano y colaborador de la independencia de su
patria. Blasfemaba en público de su país y de los hombres de todos los
partidos, quemó preciosos manuscritos que había substraído de los archivos públicos
de Buenos Aires durante el período de sus dos administraciones, vendió a vil
precio el retrato de su amigo el general Belgrano, héroe de la Independencia, a
quien Rivadavia siempre había encomiado, citándolo como modelo de patriotismo y
virtudes republicanas. En fin: nada ha llevado de América sino el retrato de
Pizarro, conquistador del Perú, y la campanilla de plata de la inquisición de
Lima que le regaló San Martín y que Rivadavia ha destinado para hacer un
presente al Museo de Madrid. Esta apostasia política ha echado un negro borrón
sobre la reputación del señor Rivadavia. Era un hombre respetable por sus
antecedentes, venerado de los buenos argentinos, como fundador del sistema representativo
y de instituciones liberales en esta parte de la América del Sur. Sus
desgracias excitaban el más profundo interés. Si hubiera regresado a Buenos
Aires después de la caída de Rosas, no necesitaba ocupar la silla del poder
para ejercer las más sublimes funciones, la de un patriarcado político. Pero ha
cerrado su larga carrera de un modo tan indigno, tan inconsecuente con su
anterior conducta, que todo lo ha perdido en un día de extravío y de
irritación. Su memoria quedará marcada de un lunar indeleble. No es pues el
hombre que se creía. Su civismo y sus tareas como hombre de estado eran
virtudes fingidas para satisfacer otro estímulo más dominante —-<el de una
exagerada ambición y un amor propio desmesurado, un orgullo sin límites—. Es
verdad que él siempre tendrá motivo para quejarse de la ingratitud con que han
correspondido sus eminentes servicios, pero ni motivo al parecer tan fundado
podría justificar su deshonrosa defección; porque ha debido, con un espíritu
filosófico, hacerse superior a su propia desgracia, cuya causa no ha sido otra
que las calamidades de la época que debía, si tiene un espíritu elevado,
haberse resignado como lo han hecho muchos de sus compatriotas más desdichados
que él todavía porque se ven reducidos a mendigar el sustento diario, situación
espantosa y desesperante que el señor Rivadavia no ha conocido”.
Tomás de Iriarte. Memorias.
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