Por el Profesor Jbismarck
Las dificultades económicas lo acosan. A una de sus hermanas le escribe el 64: “Sigo pobre, muy verdaderamente pobre, trabajando en el campo todo cuanto puedo, sin omitir esfuerzo alguno para tener algo que comer, unos pobres ranchos en qué vivir y en qué tener a mi lado mis numerosos e importantísimos papeles, que son mi único consuelo en la adversidad de mis penosas circunstancias”. En carta posterior a la amiga, le anuncia que dejará la casa y el campo. “No sé a dónde iré, ni cuál será mi destino. Tal es la agitación ardiente en las pasiones del mundo, que no sería extraño fuese en la guerra, o en la formación de alguna caballería según los gauchos, de lanza, bolas y lazo, que es lo que más entiendo y para lo que no me cambiaría por mozo alguno”. Sin embargo, se esforzará por seguir trabajando en el campo. Su pobreza ha sido tan grande que debió humillarse ante Urquiza. El 7 de noviembre de 1863 le ha escrito: “Continuando privado de mis propiedades por tan largo tiempo, me encuentro ya precisamente obligado a salir de esta casa, a dejar todo, pagar algo de lo que debo y reducirme a vivir en la miseria. Y en tal estado, si usted puede hacer algo en mi favor, es llegado el tiempo en que yo pueda admitir la generosa oferta de V. E. para sacarme o aliviarme en tan amarga y difícil situación”. Urquiza le contesta, el 28 de febrero de 1864, llamándole grande y buen amigo; le dice que su carta le ha inspirado “los sentimientos que merece la desgracia y que reclama la humanidad” y le señala mil libras esterlinas por año. Al recibir las líneas de Urquiza, el desterrado le agradece emocionadamente escribe estas frases tan valerosas “¡Errores! ¿Quién no los ha cometido? El que no los ha padecido da prueba de su imbecilidad. Los míos me los ha perdonado V. E., como yo he perdonado los de V. E. Si no nos perdonásemos los unos a los otros, estaríamos ya en el infierno”. Asegúrale que ha hecho una obra de verdadera caridad y que “en Dios ha de encontrar siempre V. E. la mejor recompensa”.
Urquiza ha procedido a solicitud de Josefa Gómez, impresionada por las cartas de Rosas. Pero esto no disminuye la belleza del gesto. Y Urquiza no ha sido generoso tan sólo con Rosas, sino también con todos sus enemigos de los últimos años. Pero las libras no llegan. Rosas empieza a trasladar a sus ranchos los papeles y otras cosas que no deben ser vendidos. “Lo demás continúa alistándose para venderse. Máximo es el encargado de esas ventas”. Devolverá la casa en setiembre. Pasan los meses y ni noticias de las mil libras. La pobreza le obliga a vivir con la sobriedad de un gaucho. A Pepita: “No fumo, no tomo rapé, vino ni licor alguno, no asisto a comidas, no hago visitas ni las recibo, no paseo, no asisto a teatros ni diversiones de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas, y bien acreditan cuánto y cómo es mi trabajo diario incesante para en algo ayudarme. Mi comida es un pedazo de carne asada y mi mate. Nada más”. Para mayor desgracia a principios del 65 un incendio destruye su lechería. Ha perdido las vacas, dos caballos y los útiles. Esta parte de la chacra él la subarrendaba, y con ese dinero pagaba el resto del campo y sus “mezquinos” gastos. Estaba asegurada la lechería, pero el seguro corresponde al propietario de la chacra. Esta desgracia agrava su situación, que, seis meses después de recibidas las libras, “sigue siendo bien penosa y tristemente afligida”. A fines de ese año 65 recuerda todo lo que él lleva hecho en ese campo. Nadie quería arrendarlo. Caíanse las casas, que estaban llenas de ratas, víboras, comadrejas y otros bichos inmundos. El lo ha ido poco a poco limpiando y arreglando todo. Y así don Juan Manuel, que ya tiene setenta y dos años, va pasando su vida austeramente, lejos de los hombres y sus vanidades, dedicado al trabajo.
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