Rosas

Rosas

jueves, 11 de marzo de 2021

1829: El regreso de San Martín.

 Por Julio R. Otaño

El 6 de febrero de 1829 anclaba en las balizas frente a Buenos Aires el buque inglés “Countess of Chichester”. En su pasaje figuraba el héroe de Chacabuco y Maipú, de incógnito, bajo el nombre de José Matorras. Regresaba a su patria deprimido, animado por el deseo de concluir sus días en ella, “separado, si es posible —como dijo en carta a O’Higgins—, de la sociedad de los hombres”   En Río de Janeiro supo de lo ocurrido en Buenos Aires el l de diciembre, y en Montevideo de la ejecución de Dorrego. Quiso desembarcar en esa ciudad, pero no pudo hacerlo por la premura con que la nave se dio a la vela. Había embarcado convencido que, tras la paz con el Brasil, encontraría a la patria en orden y libre de que volviera a caer en manos de los rivadavianos, que tanto lo habían perseguido y calumniado, inclusive en Europa; y la encontraba en poder de ellos y en plena guerra civil.

En seguida, y sin desembarcar, dirigió una carta a José Miguel Díaz Vélez, de quien era amigo, diciéndole que regresaba para concluir sus días en el retiro de una vida privada, para la que había contado con la tranquilidad completa en que supuso al país; “pues sin este requisito sabía muy bien que todo hombre que ha figurado en revolución, no podría prometérsela por estricta que sea la neutralidad que quiérase en el choque de las opiniones”, a lo que agregaba:

Asi es que en vista del estado en que encuentro muestro país, y por otra parte, no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en. cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia.”

El objeto de la comunicación se reducía a solicitar pasaporte para sí y un criado, a fin de poder instalarse en la vecina ciudad. Díaz Vélez contestó inmediatamente, adjuntándole el documento solicitado. En su carta dio una prueba más de que la embriaguez de prepotencia en que vivía el unitarismo no le permitía valorar la realidad, pues decía: “Por lo demás, aquí no hay partidos, si no se quiere ennoblecer con este nombre a esa chusma y a las hordas salvajes que enfrentaba”.

En Montevideo el Libertador se puso en contacto con algunos expatriados y siguió con patriótico dolor las alternativas de la situación que amenazaba asolar la tierra argentina. Fue su cuñado, Manuel Escalada, quien le anunció que dos delegados del general Lavalle: el coronel Eduardo Trolé y Juan Andrés Gelly, llegarían para formularle una proposición. Tales delegados fueron portadores de una carta de Lavalle, firmada en Saladillo, el 4 de abril, que decía:

Señor general José de San Martin: Mi estimado general: Los señores coronel Trolé y don Juan Andrés Gelly salen en este momento de mi cuartel general para Montevideo y los he autorizado para que hablen con Vd. a mi nombre. Quiera V. dignarse oírlos, general, y admitir los sentimientos de estimación y respeto de su muy atento y obediente servidor q.b.s.m. (firmado) JUAN LAVALLE

Lavalle creyó posible sumar a San Martín a la empresa política que había emprendido, suponiendo que su prestigio sería suficiente para evitar el fracaso a que se acercaba; si bien se ignoran los detalles precisos de la propuesta que le formulara, la cual, como informaron sus comisionados, San Martín se rehusó aceptar. En nota de 15 de abril explicaron a su comitente el fracaso de sus gestiones, informando que el Libertador les había dicho:

“...por mi parte, siento decir a usted que los medios que me han propuesto no me parece tendrán las consecuencias que usted se propone para terminar los males que afligen a nuestra patria desgraciada.  Sin otro derecho que el de haber sido su compañero de armas, permítame usted, General, le haga una sola reflexión, a saber: que aunque los hombres en general juzgan de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente según sus intereses, en la situación que usted se halla, una sola víctima que pueda economizar al país, le servirá de consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halla usted empeñado, porque esta satisfacción no depende de los demás, sino de uno mismo”

Días antes de recibir a los enviados de Lavalle, San Martín, el 5 de abril, escribió al que fue uno de sus leales amigos: el general Bernardo O’Higgins. Le decía que no había desembarcado en Buenos Aires para no verse envuelto entre los partidos en pugna; que el clamor general reclamaba un gobierno riguroso, en una palabra, militar, “porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra”, a lo que añadía: Igualmente convienen (y en esto ambos partidos) que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al efecto, se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias, y más que todo un BRAZO VIGOROSO, salve a la patria de los males que la amenazan. La opinion, o, mejor decir, la necesidad presenta este candidato: es él el general San Martín. Para establecer esta aserción yo no me fundo en el número de cartas que he recibido de personas de la mayor respetabilidad de Buenos Aires y otras que me han hablado en ésta sobre este particular; yo apoyo mi opinión en las circunstancias del día. Ahora mismo, partiendo del principio de ser absolutamente necesario el que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios y federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible sea yo escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos, y, cual otro Sila, cubra mi patria de proscripciones? No, amigo mío; mil veces preferiré envolverme en los males que amenazan a este suelo por ser el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes, ¿me sería permitido por el que quedase vencedor, de una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consultan otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público; ESTE último partido es el que yo adopto ”


Explicando a O’Higgins la apertura de Lavalle, San Martín escribía en 13 de abril diciendo:

“El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del l9 de diciembre; pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del movimiento del l SON RIVADAVIA Y SUS SATÉLITES, Y A USTED LE CONSTA LOS INMENSOS MALES QUE ESTOS HOMBRES HAN HECHO, NO SÓLO A ESTE PAIS, SINO AL RESTO DE LA AMÉRICA, CON SU INFERNAL CONDUCTA; SI MI ALMA FUESE TAN DESPRECIABLE COMO LAS SUYAS, YO APROVECHARIA ESTA OCASIÓN PARA VENGARME DE LAS PERSECUCIONES QUE MI HONOR HA SUFRIDO DE ESTOS HOMBRES; PERO ES NECESARIO ENSEÑARLES LA DIFERENCIA QUE HAY DE UN HOMBRE DE BIEN A UN MALVADO” (Subrayado en el original).

EL LIBERTADOR REGRESÓ A EUROPA…SIN DESEMBARCAR EN BUENOS AIRES…..

No hay comentarios:

Publicar un comentario