Por Julio R. Otaño
El 6 de febrero de 1829 anclaba en las balizas frente a Buenos Aires el buque inglés “Countess of Chichester”. En su pasaje figuraba el héroe de Chacabuco y Maipú, de incógnito, bajo el nombre de José Matorras. Regresaba a su patria deprimido, animado por el deseo de concluir sus días en ella, “separado, si es posible —como dijo en carta a O’Higgins—, de la sociedad de los hombres” En Río de Janeiro supo de lo ocurrido en Buenos Aires el l de diciembre, y en Montevideo de la ejecución de Dorrego. Quiso desembarcar en esa ciudad, pero no pudo hacerlo por la premura con que la nave se dio a la vela. Había embarcado convencido que, tras la paz con el Brasil, encontraría a la patria en orden y libre de que volviera a caer en manos de los rivadavianos, que tanto lo habían perseguido y calumniado, inclusive en Europa; y la encontraba en poder de ellos y en plena guerra civil.
En seguida, y sin desembarcar, dirigió una carta a José Miguel Díaz Vélez, de quien era amigo, diciéndole que regresaba para concluir sus días en el retiro de una vida privada, para la que había contado con la tranquilidad completa en que supuso al país; “pues sin este requisito sabía muy bien que todo hombre que ha figurado en revolución, no podría prometérsela por estricta que sea la neutralidad que quiérase en el choque de las opiniones”, a lo que agregaba:Asi es que en vista del estado en que encuentro muestro
país, y por otra parte, no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de
los partidos en. cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a
Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento
de la concordia.”
El objeto de la comunicación se reducía a solicitar
pasaporte para sí y un criado, a fin de poder instalarse en la vecina ciudad. Díaz
Vélez contestó inmediatamente, adjuntándole el documento solicitado. En su
carta dio una prueba más de que la embriaguez de prepotencia en que vivía el
unitarismo no le permitía valorar la realidad, pues decía: “Por lo demás, aquí no hay partidos, si no se quiere ennoblecer con
este nombre a esa chusma y a las hordas salvajes que enfrentaba”.
En Montevideo el Libertador se puso en contacto con algunos
expatriados y siguió con patriótico dolor las alternativas de la situación que
amenazaba asolar la tierra argentina. Fue su cuñado, Manuel Escalada, quien le
anunció que dos delegados del general Lavalle: el coronel Eduardo Trolé y Juan
Andrés Gelly, llegarían para formularle una proposición. Tales delegados fueron
portadores de una carta de Lavalle, firmada en Saladillo, el 4 de abril, que
decía:
Señor general José de
San Martin: Mi estimado general: Los señores coronel Trolé y don Juan Andrés
Gelly salen en este momento de mi cuartel general para Montevideo y los he
autorizado para que hablen con Vd. a mi nombre. Quiera V. dignarse oírlos,
general, y admitir los sentimientos de estimación y respeto de su muy atento y
obediente servidor q.b.s.m. (firmado) JUAN LAVALLE
Lavalle creyó posible sumar a San Martín a la empresa
política que había emprendido, suponiendo que su prestigio sería suficiente
para evitar el fracaso a que se acercaba; si bien se ignoran los detalles
precisos de la propuesta que le formulara, la cual, como informaron sus
comisionados, San Martín se rehusó aceptar. En nota de 15 de abril explicaron a
su comitente el fracaso de sus gestiones, informando que el Libertador les
había dicho:
“...por mi parte,
siento decir a usted que los medios que me han propuesto no me parece tendrán
las consecuencias que usted se propone para terminar los males que afligen a
nuestra patria desgraciada. Sin otro
derecho que el de haber sido su compañero de armas, permítame usted, General,
le haga una sola reflexión, a saber: que aunque los hombres en general juzgan
de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente según sus intereses,
en la situación que usted se halla, una sola víctima que pueda economizar al
país, le servirá de consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la
contienda en que se halla usted empeñado, porque esta satisfacción no depende
de los demás, sino de uno mismo”
Días antes de recibir a los enviados de Lavalle, San Martín,
el 5 de abril, escribió al que fue uno de sus leales amigos: el general
Bernardo O’Higgins. Le decía que no había desembarcado en Buenos Aires para no
verse envuelto entre los partidos en pugna; que el clamor general reclamaba un
gobierno riguroso, en una palabra, militar, “porque el que se ahoga no repara
en lo que se agarra”, a lo que añadía: Igualmente convienen (y en esto ambos
partidos) que para que el país pueda
existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al efecto,
se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, la
opinión del resto de las provincias, y más que todo un BRAZO VIGOROSO, salve a
la patria de los males que la amenazan. La opinion, o, mejor decir, la
necesidad presenta este candidato: es él el general San Martín. Para establecer
esta aserción yo no me fundo en el número de cartas que he recibido de personas
de la mayor respetabilidad de Buenos Aires y otras que me han hablado en ésta
sobre este particular; yo apoyo mi opinión en las circunstancias del día. Ahora
mismo, partiendo del principio de ser absolutamente necesario el que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios y
federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad
pública, ¿será posible sea yo escogido para ser el verdugo de mis
conciudadanos, y, cual otro Sila, cubra mi patria de proscripciones? No, amigo
mío; mil veces preferiré envolverme en los males que amenazan a este suelo por
ser el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter
sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes, ¿me sería
permitido por el que quedase vencedor, de una clemencia que no sólo está en mis
principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los
gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones
exaltadas que no consultan otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es
necesario le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre
que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o
dejar de ser hombre público; ESTE último partido es el que yo adopto ”
Explicando a O’Higgins la apertura de Lavalle, San Martín escribía en 13 de abril diciendo:
“El objeto de Lavalle
era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y
transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los
demás gobernadores, a los autores del movimiento del l9 de diciembre; pero
usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones,
era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro
arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del
movimiento del l SON RIVADAVIA Y SUS SATÉLITES, Y A USTED LE CONSTA LOS
INMENSOS MALES QUE ESTOS HOMBRES HAN HECHO, NO SÓLO A ESTE PAIS, SINO AL RESTO
DE LA AMÉRICA, CON SU INFERNAL CONDUCTA; SI MI ALMA FUESE TAN DESPRECIABLE COMO
LAS SUYAS, YO APROVECHARIA ESTA OCASIÓN PARA VENGARME DE LAS PERSECUCIONES QUE
MI HONOR HA SUFRIDO DE ESTOS HOMBRES; PERO ES NECESARIO ENSEÑARLES LA
DIFERENCIA QUE HAY DE UN HOMBRE DE BIEN A UN MALVADO” (Subrayado en el
original).
EL LIBERTADOR REGRESÓ A EUROPA…SIN DESEMBARCAR EN BUENOS AIRES…..
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