Rosas

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jueves, 11 de abril de 2013

Acerca de la historia Iberoamericana

por Hugo Chumbita*

La comunidad de los países iberoamericanos es una realidad histórica de larga data que se estableció por la conquista, atravesó épocas de resistencia y revolución, sufrió los embates de los imperialismos y hoy ofrece nuevas posibilidades de fructificar.
Vale la pena recapitular algunos momentos de esa historia, que sin duda tiene numerosas enseñanzas para el presente.
Del colonialismo a la revolución. En los comienzos de su aventura colonial en el mundo, España y Portugal, reinos descendientes de la antigua Hispania romana, trazaron la línea de Tordesillas y acordaron repartirse sus espacios de conquista.
La competencia entre los dos reinos no podía estar exenta de fricciones, pero ambas coronas estaban emparentadas y abrigaban contrapuestas ambiciones de unirse, lo cual llegó a consumarse bajo la hegemonía española en 1580, con Felipe II.
La separación posterior de Portugal y su prolongada rivalidad con España, especialmente sensible en la disputa de los territorios sudamericanos, tiene mucho que ver con la ingerencia de Inglaterra, que se convirtió en aliada y garante del imperio portugués para penetrar en sus dominios coloniales.
A comienzos del siglo XIX se rompieron los lazos de dependencia, cuando las guerras europeas crearon las condiciones: la invasión de la península provocó la revolución de las colonias españolas contra la metrópoli; y por otro lado determinó que, al huir la corona portuguesa a Rio de Janeiro, esa dinastía se prolongara en Brasil y articulara una independencia sin revolución.
El precursor Francisco de Miranda, criollo de ascendencia canaria, batalló por la emancipación concibiendo una síntesis de las herencias culturales del nuevo continente con las ideas revolucionarias de su tiempo.
Proyectó unir a todos los países hispanoamericanos en una federación con el nombre de Colombia, y propuso la forma monárquica o republicana cuya cabeza debía ser un inca, adaptando el parlamentarismo europeo en armonía con la tradición andina.
Manuel Belgrano y José de San Martín replantearon más tarde una iniciativa semejante, y Simón Bolívar fue el continuador y ejecutor de los planes de unión continental de Miranda, a pesar de que una trágica desavenencia causó que el precursor fuera prisionero a morir en una cárcel de Cádiz.
¿Era posible mantener la vinculación entre la antigua metrópoli y las repúblicas emancipadas? Los españoles también debieron levantarse en 1808 para luchar por su independencia contra Napoleón, y el inca Dionisio Yupanqui lo advirtió en las Cortes de Cádiz con una sentencia memorable: "un pueblo que oprime a otro no puede ser libre".
San Martín, el cura mexicano Servando Teresa de Mier, el guerrero español Francisco Javier Mina, el fugaz emperador de México Agustín de Iturbide, entre muchos otros, apostaron a un acuerdo con el movimiento constitucionalista de la península, que en 1820 produjo la revolución de Rafael del Riego y el "trienio liberal".
Los patriotas americanos podían encontrar fértiles coincidencias ideológicas con los liberales españoles, aun que ello no resultó viable y en definitiva prevalecieron los resabios imperiales del absolutismo.
Unión y desunión. En 1822, los libertadores acordaron unir a los estados de "la América antes española". Bolívar presidía la gran Colombia (que incluía Venezuela, Ecuador y Panamá) y firmó con el Protectorado de San Martín en Perú y con el Directorio de Bernardo O´Higgins en Chile sendos tratados de Unión, Liga y Confederación Perpetua, comprometiéndose a gestionar la incorporación de las demás repúblicas. El año siguiente se firmó un convenio del mismo tenor con México.

Bolívar no logró que el gobierno rivadaviano de Buenos Aires suscribiera el mismo, sino otro acuerdo limitado a una alianza defensiva.
En esa oportunidad, Rivadavia contrapropuso un plan muy distinto, remitido desde Lisboa, para reunir en Washington otro congreso de "confederación armada contra la Santa Alianza", que integrarían España, Portugal, Grecia y Estados Unidos junto a los países sudamericanos; extraña idea que Bolívar desechó, viendo allí insinuada la hegemonía norteamericana.
El Congreso de Panamá de 1826, convocado por Bolívar para concretar la unión, tropezó con la ostensible aversión estadounidense y la menos visible oposición inglesa, que consideraban como una amenaza el surgimiento de otra potencia, y en particular el proyecto de una operación conjunta para liberar Cuba y Puerto Rico.

Se aprobó un Tratado de Confederación Perpetua que creaba una asamblea periódica de plenipotenciarios, establecía una ciudadanía común y garantizaba la cooperación militar, la seguridad, la independencia y el régimen republicano y democrático de los países miembros. Pero sólo fue ratificado por el Congreso de Colombia, y no entró en vigor.
En la década de 1860, las relaciones de nuestros países con España fueron perturbadas sobre todo por las desafortunadas agresiones colonialistas de la Marina española en México, Perú y Chile, que motivaron como reacción la convocatoria de otros congresos y la proliferación de la red de asociaciones de "la Unión Americana".
A la vez, la política del Imperio Brasileño obraba como una cuña de persistentes hostilidades con las repúblicas del Cono Sur. Bajo los regímenes oligárquicos y la sumisión a la influencia británica o yanqui, los estados del continente se daban la espalda entre sí.
La historia fue cambiando en el siglo XX, a medida que España y Portugal fueron emergiendo de las dictaduras reaccionarias y oscurantistas, y cuando los movimientos democráticos y populares de los países sudamericanos lograron contrarrestar las presiones imperialistas.
Ello permitió abrir otras perspectivas y superar incluso el divorcio con el vecino Brasil. Los vínculos fraternales entre los pueblos nunca desaparecieron.
Hay diferencias de perspectiva muy difíciles de salvar entre el mundo europeo y el mundo americano. Pero hay también una afinidad de lenguaje y un pasado compartido que es necesario asumir, con beneficio de inventario, para que la comunidad iberoamericana sea una relación entre iguales y asegure una venturos a reciprocidad.

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