Por Iciar Recalde
Entre 1968 y 1971, Leonardo se dedica enteramente a sus canciones y realiza una exitosa gira que comienza en América Latina y culmina en España, donde logra entrevistarse con el General: “El General estaba en la puerta… Cuando se acercó el auto que me llevaba, se aproximó como si me conociera de toda la vida. Tantas sensaciones me inundaron de pronto… No sé cómo explicarte… Me sentí como llegando a una meta, COMO SI EN ESE INSTANTE HUBIERA LLEGADO A LA META EL PIBE QUE FUI. Ese pibe del que siempre tengo la imagen que siempre corre, corre, corre, de algo más que escaparse del Patronato de la Infancia… Un torbellino de imágenes, un vértigo de sensaciones, por ejemplo, la marcha del deporte que inundaba la cancha con nuestras voces infantiles en los campeonatos Evita… Y las imágenes de los camiones de la municipalidad repartiendo juguetes por la calle de tierra, el tropel de pibes felices, corriendo, junto a las madres, que acaparaban bicicletas, pelotas, muñecas… Los hermosos barrios obreros donde mi tío Arturo tenía su chalecito. (…) Mientras Perón hablaba, como en una oración, lo recreé al Negro Cacerola, a Cacho Tamis y a todos mis amigos de Luján de Cuyo. LOS PUSE DENTRO MÍO PARA QUE ELLOS TAMBIÉN LO VIERAN. Después, le acaricié la mano como si fuera mi abuelo. Su mirada era de una ternura increíble y también de una tristeza increíble… (…) Perón era como yo me lo había imaginado, su cuerpo armonioso, con andar elástico, a pesar de los años. Su voz era la misma que escuchábamos en las fiestas patrias, en la Casa del Niño, mientras tomábamos chocolate con facturas. Ponían una radio grandota en el comedor y siempre hablaban Perón o Evita en los días de fiesta. (…) Era una tarde hermosa, un parque enorme, con árboles. Como por arte de magia se nos vinieron cuatro o cinco perritos caniche que alborotaban todo, se nos metían entre las piernas, a los ladridos, y a los saltos. Y ahí el General se mandó la primera de la tarde: “SE PARECEN A LA OLIGARQUÍA: NO NOS DEJAN AVANZAR.” Y me guiñó un ojo… Después de un largo rato, nos acompañó hasta la puerta. Me acuerdo que le di un beso. (…) Yo sentí mucha angustia porque tuve miedo de no verlo nunca más. Él daba esa sensación, a pesar de su estatura, de ganas de protegerlo.”
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