Rosas

Rosas

sábado, 27 de octubre de 2018

Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas

por Oscar Juan Carlos Denovi
El 6 de agosto de 1938, se fundaba, en el restaurante Zum Edelweiss, de la calle libertad 431 de Buenos Aires, el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.  Se se constituyó la primera comisión directiva del Instituto, presidida por el general Ithurbide, constituida por personas ilustres de las letras y la historia, como el coronel Evaristo Ramírez Juárez, Manuel Gálvez, Ramón Doll, Ernesto Palacio, Julio Irazusta, Roberto de Laferrere, Ricardo Font Ezcurra, Carlos Steffens Soler, Rodolfo Irazusta, Mario Lassaga, Isidoro García Santillán, Alberto Ezcurra Medrano, Alberto Contreras, Alfredo Villegas Oromí y Luis María de Pablo Pardo, algunos en escala ascendente, en aquella época; otros, ascendiendo en años posteriores, pero todos ellos destacados en el arte literario y en el conocimiento del pasado argentino.   Un altísimo nivel académico que nutrió la acción que llevó adelante en sus publicaciones (su famosa revista), periódicos, folletos o en sus conferencias y actos. 
  
 A través de sus publicaciones o de las publicaciones particulares de sus principales dirigentes o socios, la producción de historia de los miembros del Instituto Rosas fue ganando posiciones académicas frente a la historia oficial, aquella construcción de la propaganda unitaria (y sus continuadores liberales) que renegaba de Rosas y de todo lo hecho en la Confederación Argentina, atribuyendo al período 1829-1852 un carácter análogo al que se atribuyó a la Edad Media en la historia europea: un período histórico obscuro, donde reinaron la ignorancia y la superchería.
Hoy, ya no se concibe así, en la historia de Europa, a la Edad Media. Y en nuestro país, en ámbitos académicos, la versión de la historia oficial, construida por Mitre y, en menor medida, por Vicente Fidel López, fue derrotada por la mayor profundidad y exactitud de la nueva escuela, nacida a partir de la enjundiosa obra de Adolfo Saldías y las últimas de Juan Bautista Alberdi y continuada, años más tarde, por los Quesada, padre e hijo.   Obras como Vida política de Juan Manuel de Rosas, según su correspondencia, de Julio Irazusta; Historia de la Argentina, de Vicente Sierra; Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama su tiempo, de Carlos Ibarguren; Vida de Don Juan Manuel de Rosas, de Manuel Gálvez; Historia Argentina, de José María Rosa, e innumerables trabajos de este último autor, de José Luis Molinari, Atilio García Mellid, Luis Alem Lascano, Elena Bonura, Ernesto Palacio, Alberto Mondragón, Manuel Bilbao, José Luis Busaniche, Carlos Steffens Soler, Rómulo Caballero, Ricardo D. Carbia, Dardo Corvalán Mendilaharzu, Pedro De Angelis, Pedro De Paoli, Alberto Ezcurra Medrano, Ricardo Font Ezcurra, Guillermo Furlong Cardiff, Dermidio T. González, Mario César Grass, Roberto de Laferrere, Martín Victoriano Lascano, Alberto H. Marfany, José Luis Muñoz Azpiri, Juan Pablo Oliver, Antonio Pérez Amuchastegui, René Orsi, Arturo Jauretche, Erich W. Poenitz, Gabriel Puentes, Evaristo Ramírez Juárez, Emilio Ravignani, Jorge Rivas, Atilio Aníbal Rottjer, Raúl Scalabrini Ortiz, Luis Miguel Soler Cañas, Manuel Benito Somoza, Roberto Tamagno, Estanislao Severo Zeballos y dos de nuestros académicos, que, por habernos abandonado hace poco, para reunirse con Dios, los mencionaremos especialmente: estos fueron Fermín Chávez y Alberto De Paula.   Muchos más, que no hemos nombrado, contribuyeron a derribar los mitos, ocultamientos y tergiversaciones de la historia oficial sobre Rosas y su época, y contribuyeron, en una tarea de igual valor, a revelar muchos aspectos de la historia de la Patria; es decir, contribuyeron a la victoria académica del revisionismo sobre la historia oficial.   Muchos no pertenecieron al Instituto, pero se inspiraron en la lucha por la verdad histórica que, sin lugar a dudas, este inspiró.
No podemos ignorar que, desde el interior, se reivindicó tanto a Rosas como a los caudillos; sobre todo, a los jefes provinciales contemporáneos al conductor de la Confederación.  Estos historiadores contribuyeron también a esclarecer nuestro pasado y sumaron su labor, voluntariamente, la mar de las veces; involuntariamente, también.
Los nombres de los mencionados en el listado de arriba lo dicen todo; al lector atento y ávido por conocer le bastará informarse por los distintos medios a mano, pero, para quienes esto resulta un obstáculo de magnitud difícil de superar, les diremos que la gran mayoría de esos hombres del pasado de este instituto han sido personas distinguidas como profesionales, padres de familia (los que la tuvieron), funcionarios, políticos y sacerdotes (1).
El actual cuerpo académico cuenta con notables hombres, pero dejamos su enunciación taxativa para ser juzgados oportunamente por el público, los medios y las instituciones.   Lo cierto es que la "batalla" por la verdad histórica documentada está ganada en el terreno académico.
Pero aún falta una enorme tarea, que cuenta con obstáculos de magnitud igual o superior a los que presentó la lucha contra la historia oficial.
Falta una gran tarea de difusión, de la síntesis de los personajes que acompañaron al Restaurador, de las motivaciones de su dictadura, de las mentiras de sus enemigos, de las intrigas de los unitarios más extremistas en oposición a los federales (como los que ordenaron a Lavalle el asesinato de Dorrego), de la obcecación de la oligarquía comercial de Buenos Aires por imponer a Buenos Aires por encima de las demás provincias a cualquier precio, origen de nuestros males del pasado y embrión de nuestros males del presente, y, sobre todo, el carácter particular de nuestra estructura social, que no permite el trasplante exitoso de ninguna institución cuya vida en otra sociedad haya sido o es apta para el buen funcionamiento de la sociedad.
Si la democracia es el régimen preferible a cualquier otro, esa democracia debe ser conforme las características del pueblo argentino.  No vale aquí la democracia según la practican los norteamericanos o los franceses o los alemanes o los italianos.  Tampoco el éxito del régimen parlamentario en Inglaterra asegurará un resultado similar en la Argentina.
Estamos en condiciones de sentenciar, en ese sentido, que un sistema semejante no producirá otra cosa que un lamentable y ruinoso fracaso.
La Argentina necesita un jefe de gobierno, un jefe republicano, que exija de la Legislatura el tratamiento de las leyes y que emplace a la justicia al pronunciamiento en tiempo y forma de las respectivas sentencias. Lógicamente, todo esto encuadrado en una legislación regulatoria del funcionamiento mencionado.  Nada fácil, desde ya. La figura del Restaurador inspira ese cuadro de instituciones en las que él obtenía esa funcionalidad: otra época, sin las complejidades actuales.
De la anarquía y del ideologismo, extrajo una nación y formó un Estado. Este fue su ejemplo y legado para la posteridad.
Todo esto debe ser conocido por el pueblo argentino. Estas serán las batallas de los próximos años de este instituto, hoy Nacional, desde hace once años, y con varios triunfos parciales en su derrotero que incluyen ese carácter obtenido en 1997 (por la constancia y el dinamismo del brigadier Carlos Rubén French), lo que transmite la imagen de un curso de triunfos, pero aún insuficientes.
Rosas debe entrar en el corazón de los argentinos por la puerta grande: por el conocimiento de sus acciones; por la defensa de la Nación (quizás el aspecto más conocido de él); por el engrandecimiento logrado en su época; por los adelantos conseguidos en todo orden; por el progreso de la educación, la sanidad popular, la prosperidad económica.

---

(1) Algunas de las biografías sintéticas de estos hombres pueden ser consultadas en la página web www.juanmanuelderosas.org.ar.
(2) Este aspecto se ve agravado por el desconocimiento y la desinformación en que vive gran parte de la población; sobre todo, joven, que incluye a educandos y educadores; estos últimos, deformados por, además de los factores indicados, una mala formación que proviene del izquierdismo cultural, predominante en las escuelas de formación docente de Buenos Aires ciudad y Provincia, hasta donde el autor de este artículo conoce.
 Oscar Denovi es profesor titular de historia política argentina en la Universidad Católica de La Plata, subsede San Martín; ejerce la secretaría general de la comisión directiva del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario