Por VGM César Trejo
1982 - 19 de JUNIO - 2022
Hace cuarenta años, miles de soldados combatientes volvíamos como prisioneros de guerra a bordo del "Camberra", y nos recibía todo el pueblo de Puerto Madryn, Provincia de Chubut. Habíamos estado navegando casi cuatro días, demasiado tiempo para un trayecto que no debía extenderse más de una jornada. Por los altoparlante, nuestros captores informaron -traducción mediante un compañero que entendía perfectamente el idioma del enemigo-, que demoramos el arribo al continente porque el General Galtieri no había convalidado con su firma el cese del fuego, y temían un ataque aéreo contra el buque. El 18 de Junio, una vez depuesto Galtieri y con la asunción interina al frente de la Junta militar del Gral. Américo Saint Jean, el Canberra enfiló rumbo al continente.
La partida del puerto de Puerto Argentino no podía haber sido más tragicómica. Antes de subir al transatlántico inglés, descubrimos un gigantesco depósito donde estaban apiladas las donaciones que el pueblo argentino había juntado y remitido para los soldados que estábamos en el frente: comida no perecedera, sweaters tejidos a mano, pasamontañas, guantes, etc. Abrimos algunas latas de dulce, comimos lo que pudimos hasta saciarnos. Antes de irnos, alguno de nosotros advirtió que todas esas cosas que el pueblo argentino había donado para los combatientes, no podían caer en manos inglesas. Rápidamente se inició un fuego; mientras estábamos haciendo fila para subir al "Canberra", a nuestras espaldas ardía el inmenso depósito que guardaba la materialización del compromiso que miles de nuestros compatriotas nos habían enviado a las trincheras, y que por algún mal cálculo o imprevisión de los responsables logísticos, no habían llegado a sus destinatarios.
Pido disculpas retrospectivas a quienes hicieron ese esfuerzo y descubren hoy, cuatro décadas después, que su encomienda tuvo ese destino ígneo. Pero no podíamos dejarle al enemigo las muestras de amor de nuestro pueblo; además, nuestras órdenes eran destruir todos los elementos (armas, vehículos, etc.), para que el enemigo no pudiera sacar provecho de ellos. (Cosas aprendidas del General. Belgrano, en el éxodo jujeño).
A bordo del "Canberra", intuimos que los ingleses nos ponían sedantes en la comida, porque apenas regresábamos del almuerzo o la cena en el comedor, caíamos en un sopor inmediato, y dormíamos. Quizás haya sido mejor, porque la travesía se acortó, como el turista que cruza el océano en avión y se toma un sedante para soportar el largo vuelo.
En las charlas que venimos dando en las escuelas, casi siempre recuerdo un hecho que se produjo a bordo del "Canberra", y que tuvo como protagonista principal al soldado de nuestro Regimiento Sergio Vainroj, y que significó la primera reacción moral contra la angustia que nos había producido la derrota. En el inmenso salón de fiestas que tenía el buque íbamos apretados más de mil prisioneros argentinos, custodiados por centinelas británicos armados.
En un momento dado, alguien descubrió que en una esquina del inmenso salón estaba una silueta inconfundible de un piano, cubierto por una tela. No recuerdo bien a quién de nosotros se nos ocurrió decirle a Sergio -famoso por su condición de músico, pianista-, que le pidiera a nuestros captores autorización para descubrir el piano, y tocarlo. No era un pedido extraño, porque durante largas partes del trayecto, veníamos escuchando al trompeta de la banda de nuestro Regimiento, tocar distintos temas no militares (tango, jazz, etc.). Sergio era un muchacho tímido, pero no pudo resistirse ante la insistencia generalizada, así que se arrimó a uno de los guardias enemigos, y con su mejor carita de "Tweety", le suplicó que le dejara tocar. Una vez obtenida la autorización, el clamor general, en susurros, fue: "Tocá el Himno, Sergio, tocá el Himno". Sergio sabía que la ejecución del pedido era descabellado, y que entrañaba una segura represalia. Luego de disimular su intención con algunos acordes de algo neutro (no recuerdo si "Para Elisa", de Beethoven), el soldado Vainroj comenzó los acordes iniciales del Himno Nacional Argentino, que produjo en los más de mil soldados que estábamos en el salón, el efecto de un resorte que nos puso de pie, firmes, para entonar sus estrofas, a los gritos.
La reacción de los ingleses no se hizo esperar y comenzaron a insultarnos, a desparramar culatazos con sus fusiles, desesperados por interrumpir la ejecución de nuestra canción patria. Al pobre Sergio lo maltrataron bastante. Pero si existiera una condecoración "Al Heroico Valor post-combate", el soldado Sergio Vainroj sería seguro acreedor de la misma. Porque ese gesto simbolizó el primer acto de rebelión contra la desmalvinización que tendríamos que afrontar prontamente, y que cuarenta años después seguimos enfrentando. (En la obra teatral "Islas de la memoria, historias de guerra en la posgerra", escrita por Julio Cardoso y co-dirigida por Manuel Longueira, la escena final cuenta ese episodio).
Cuando descendimos del "Canberra" en el puerto de Puerto Madryn, ese 19 de Junio de 1982, todo el pueblo nos estaba esperando, pero un cordón de policía militar con sus característicos cascos, cinturones y porras blancos impedían el reencuentro de los combatientes con la comunidad chubutense. Nos trasladaron a un gigantesco hangar (me dicen que hoy es un lugar destinado a los juegos de azar), donde la gente irrumpió para abrazarnos, mostrarnos su afecto, darnos comida, ofrecernos una rápida visita a sus hogares, pedirnos un recuerdo (pañuelos sucios, birretes, lo que fuera).
El pueblo patagónico nos manifestaba así su compromiso con la guerra, que había vivido muy de cerca. Esa jornada es recordada como "El día que Madryn se quedó sin pan" (según parece, bautizado así por un demasiado conocido académico que aportó y sigue aportando a maniobras desmalvinizadoras).
Lo cierto es que hoy, muchísimos veteran
os de guerra se encuentran conmemorando en la hermosa localidad chubutense, ese extraordinario día en que, en nombre del pueblo argentino, recibimos el cálido recibimiento de toda la comunidad madrynense. No sabíamos aún que nos esperarían jornadas mucho menos felices, gracias a las sucesivas élites de nuestro país, mayoritariamente alineadas a las maniobras de poder blando de nuestros enemigos. Pero esa es otra historia, que no debe empañar la hermosa jornada que recordamos hoy.
os de guerra se encuentran conmemorando en la hermosa localidad chubutense, ese extraordinario día en que, en nombre del pueblo argentino, recibimos el cálido recibimiento de toda la comunidad madrynense. No sabíamos aún que nos esperarían jornadas mucho menos felices, gracias a las sucesivas élites de nuestro país, mayoritariamente alineadas a las maniobras de poder blando de nuestros enemigos. Pero esa es otra historia, que no debe empañar la hermosa jornada que recordamos hoy.
¡GRACIAS ETERNAS, QUERIDA COMUNIDAD DE PUERTO MADRYN!
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