Por el Prof. Jbismarck
Los africanos esclavos y sus descendientes eran considerados “Cosas”.
Estos negros esclavos fueron parte
también de la influencia cultural y musical; allá por mediados del 1800,
llegaban a ser casi el 35% de la población porteña. Contaban con el aprecio del
Jefe de la Confederación Argentina, Brigadier General Juan Manuel de Rosas y fue
la época donde los negros tuvieron la mayor participación e influencia en la
sociedad porteña a la par de una utilización política, claro. Ya para el 1839 Rosas
abolió la trata de esclavos y en el 1853 quedó plasmada en la Constitución
Nacional. Los negros tenían un baile muy
sensual, bailaban al ritmo de candombe y milonga. Muchas veces esos bailes
fueron censurados, prohibidos y aislados a lugares cerrados. Humildes ranchos,
de paja con pisos de tierra alisados y arenados para el baile. Se agrupaban en sociedades
que llamaban naciones y tenían su rey y su reina que se sentaban durante la
tertulia en un trono y tenían lugar para visitas importantes, como lo fue Rosas
muchas veces (el pintor Martín Boneo lo representa muy bien en su obra:
Candombe Federal, 1836) o su hija Manuelita.
A partir de 1829, y por un lapso de poco más de dos décadas, Juan Manuel
de Rosas habría de convertirse en la principal figura política de la región del
Plata. Como gobernador de Buenos Aires y líder de la Confederación, Rosas se
convirtió en una de las grandes figuras de la política Americana. Brindó también un ambiente para las prácticas
de origen africano que aún persistían, en el marco de las llamadas “naciones
africanas”, como medios de preservación del acervo cultural. Este nuevo papel les
dio a los afroargentinos un rol social protagónico que ellos habían carecido reducidos
a la más inhumana esclavitud. Asimismo, los bailes o candombes,
constituyeron grandes manifestaciones festivas que pasaron a ser oficializadas
desde el gobierno.
La fiesta, en la cual la danza ritual ejercía un rol
fundamental, constituía para la población negra un medio esencial para la
interacción de sus miembros. Para el
historiador unitario Vicente Fidel López, quien fuera testigo de aquellas
manifestaciones: «Los domingos y días de fiesta ejecutaban sus bailes
salvajes hombres y mujeres, la ronda, cantando sus refranes en sus propias
lenguas al compás de tamboriles y bombos grotescos». Rosas captó el apoyo de ellos y garantizaría
la obtención de ciertas concesiones mediante un trato, muchas veces, particular
e individualizado que mantuviera Rosas para con ellos, quienes adquirían un
protagonismo inusitado en la política que lo diferenciaba de la situación
social de antes. Los carnavales de
Rosas representaban para los intelectuales la barbarie y la antítesis a la
“civilización y modernidad” que se buscaba para la sociedad argentina. Por
ejemplo, en 1907 (casi 60 años después de la caída de Rosas) Ramos Mejía
escribía en forma de recuerdo: El
carnaval de Rosas, como se le ha llamado después, era la institución popular
por excelencia […] Como actores de la infernal orgía, tomaba parte principal
todo lo que el pueblo tenía de menos pacífico […] Los candombes empezaban a
fermentar con la alegría gritona y agitante de los negros en libertad […]
Porque la fauna séptica se insinuaba en el alma de todos, despertando aquellos
apetitos que el voluptuoso presentimiento del manoseo de las niñas y señoras
movilizaba de un modo brutal. […] Las casas de familia percibían en la agitada
alegría de la servidumbre las promesas que aquellos días de enajenación
ofrecerían. El liberal Ramos Mejía
define al negro como un animal que produce ritmos gruñidos, y por otro lado un
hombre inferior que trae desde su tierra africana sus reyes. Rosas reconocó oficiales de esa ascendencia
étnica en puestos claves en el manejo de tropa. Recurrió a los negros para
engrosar tanto las tropas regulares como las milicias. Tenían posibilidades de ascenso los miembros
de la comunidad negra, no limitándolos al mero desempeño en la tropa. Algunos
testimonios como Manuel Macedonio Barbarín, quien se iniciara como capitán de
milicia hacia 1810 y alcanzó el grado en 1833 de teniente coronel o el caso de
Domingo Sosa, demuestra una fructífera carrera militar que se inició en tiempo
de la reconquista frente a los ingleses y que continuó aún después de la caída
de Rosas, quien lo había nombrado coronel.
Rosas era caracterizado como bárbaro y loco. Por un lado, su desinterés
en todo lo que fuera europeo, básicamente francés, y su elección de modelos
españoles era considerado por los unitarios como rasgo de barbarie. Se lo retrataba
como un señor feudal rodeado de una corte en la cual no podían faltar bufones y
locos como Biguá y Eusebio de la Santa Federación (Negros ambos).
El bufón es comúnmente llamado “anormal”,
“insensato”, “inepto” o simplemente “demente”, fuera de la razón. El bufón
aparece marcado por el signo negativo de estar fuera del espacio social
organizado. Surge como un ser al margen, imagen de lo diferente al modelo
normal, que sería la civilización. Y a quienes Rosas usaba (obviamente en la
versión unitaria) como seres infrahumanos
con los cuales se divertía y utilizaba para mofarse de diplomáticos, generales,
sacerdotes, etc. De hecho, Rosas se entretenía motejando a su bufón Eusebio con
títulos de grandeza disparatada: “Gran Mariscal de la América de Buenos Aires,
Vencedor de Ayacucho, Conde de Martín García, Señor de las Islas Malvinas,
etc.”, de los que el bufón, encarnación del negro infantilizado, se
enorgullecía. También lo vestía con
casco de oro, penacho llorón color punzó en el que están grabadas las armas de
la Patria con sus laureles juramentados. Capa de paño pardo con cuello y
vueltas de terciopelo punzó. Usa uniforme redondo de paño azul con vivos punzo
es. Pantalón de paño azul con franjas de galón de oro. Chaleco de merino punzó,
galoneado de oro. Cuentan las
crónicas de la época que Eusebio se había identificado con Rosas, hasta el
punto de adivinar en una mirada las personas que le eran antipáticas. A los
visitantes de Palermo, mientras esperaban al Restaurador se les solía aparecer
primero don Eusebio vestido de gala: “Aquí me manda mi padre Juan Manuel a
que se le haga sociedad. Y aunque el bufón insistiera en sus insolencias, la
víctima se cuidaba de contestar, temerosa de que Rosas estuviera espiando desde
algún escondite. Todo el mundo vivía entonces con la sensación de la mirada
ubicua del tirano invisible”. En una litografía titulada El Negro Biguá, de
autoría anónima y fechada en 1845, se representa a un muchacho negro o mulato,
vestido con ropas andrajosas, descalzo, que bien podría vincularse con un
esclavo o un liberto. Lo más inquietante resulta su cuerpo contorsionado,
sus piernas entrelazadas en una pose casi imposible de mantenerlo en pie, con
su brazo derecho en alto sosteniendo un billete en el que se lee: un peso, viva
la santa federación. En el suelo yacen un sombrero y una escoba pequeña, a la
manera de atributos que permitirían identificarlo. José Mármol en Amalia no solo se
ocupa de los aspectos físicos del bufón, sino que agrega el condimento de la
degeneración y la estupidez “Rosas quedó cara a cara con un mulato de baja
estatura, gordo, ancho de espaldas, de cabeza enorme, frente plana y estrecha,
carrillos carnudos, nariz corta y en cuyo conjunto de facciones informes
estaban pintadas la degeneración de la inteligencia humana y el sello de la
imbecilidad” El candombe, baile por antonomasia de los negros,
tuvo su apogeo en la época rosista y se mantuvo en alza hasta su final, tras la
batalla de Caseros, en 1852. Existen varias
menciones del apogeo de los bailes de negros en el período. “El pueblo bajo,
compuesto en buena parte por negros y mulatos, está conforme con Rosas como lo
estuvo en la Roma de los césares con Claudio, con Nerón o con Calígula”,
expresó Sarmiento, uno de sus más acérrimos críticos, también
señaló la importancia de esa relación: “Rosas se formó una opinión pública,
un pueblo adicto en la población negra de Buenos Aires, y confió a su hija,
doña Manuelita, esta parte de su gobierno. La influencia de las negras para
con ellas, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites. Rosas, pragmático y hábil, entendió desde
temprano la conveniencia de movilizar a un sector numéricamente importante, los
negros, y para ello contó con la ayuda de su influyente esposa, Encarnación
Ezcurra, quien organizó candombes por cuenta propia, por más que su marido la
alentara, según lo atestigua una carta. En ésta Rosas le escribe: “Ya has visto
lo que vale la amistad de los pobres, y por ello cuanto importa el sostenerla y
no perder medios para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, su
correspondencia. Escríbeles frecuentemente, mándales cualquier regalo sin que
te duela gastar en esto. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los
pardos y morenos que son fieles”. Como
se ve, el matrimonio en el poder y su hija, Manuelita, tendieron un lazo muy
fuerte con la colectividad negra de la ciudad de Buenos Aires y esa relación
quedó reflejada en los candombes. En
genuinos actos de provocación, Manuelita bailaba con hombres negros suscitando
el escándalo entre las filas unitarias, como se plasma en la siguiente
observación: “Y hela ahí danzando cuatro o seis horas con ebrios, con
asesinos y hasta con negros una vez. Danzando no los bailes de la sociedad
culta, porque eran unitarios, sino los bailes de la plebe, con todos esos
movimientos repugnantes y lascivos que llaman «gracia»”(José Marmol). No
obstante, haber recibido críticas y quejas abiertas por eso, don Juan Manuel
hizo oídos sordos. Por otra parte, tuvo varios defensores: en 1843, un
partidario expresó en el diario oficialista La Gaceta: “El general Rosas
aprecia tanto a los mulatos y morenos que no tiene inconveniente en sentarlos
en su mesa y comer con ellos…” Los candombes, según sus adversarios, mostraban
la parafernalia del régimen rosista y probaban su demonización. En éstos
los negros sacaban a relucir las insignias federales rojas, la divisa punzó. Rosas las movilizó en 1836 con motivo de la
celebración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, en la actual
plaza homónima. Más de 16.000 negros participaron del acto, según registran las
fuentes. Juan Manuel, Encarnación y Manuelita presidieron el candombe, desde su
posición de reyes, acompañando a los jefes de cada uno de las naciones. Por lo general, cada nación bailó candombe en
su propia sede, ya sea en dos hileras o en ronda común. Además de las ocasiones
señaladas, en Navidad y Año Nuevo, se congregaban alrededor del Restaurador y
éste les devolvía el gesto. En
Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar
y, también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al
comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres
bailarines. Además del candombe, los negros gozaron de otras ventajas
tangibles. Por ejemplo, en 1839 se abolió el tráfico de esclavos y fueron
frecuentes donativos a las sociedades africanas de ayuda mutua. La buena
relación entre Rosas y sus adeptos negros también se mostró en el servicio de
las armas; si bien el servicio militar más de las veces no era voluntario y el
tiempo de conscripción se hizo muy prolongado (10 a 15 años), los hombres de
color respondieron de buen modo al llamado en defensa de la Federación. Como en
épocas pasadas, también Rosas contó con batallones formados exclusivamente por
negros: la Guardia Argentina y el Batallón Restaurador. Rosas y los afrodescendientes quedaron (para
los unitarios y liberales) asociados con lo feo y por ello los críticos del régimen
atacaron a la esposa del Restaurador apodándola “mulata Toribia”. El año 1852 quedó registrado como una bisagra
y el inicio de una buena época para todos a los que el odio antirrosista había
aglutinado en el pasado; los exiliados durante las dos décadas previas eran
numerosos. Una vez caído Rosas, tras la derrota en Caseros, muchos volvieron y
se dispusieron a construir un país cuyo modelo mirara a Europa, pero no a la
tradición hispánica, ni mucho menos a la indígena o africana. Así comenzó su
exterminio y cuasi desaparición…
Bibliografía
Arsene Jean “Los Bufones de Rosas”
Lanuza José Luis “Morenada”
Lynch John “Juan Manuel de Rosas”
Marmol José, “Amalia”
Ramos Mejía, José María “Rosas y su tiempo”
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