DON ADEODATO DE GONDRA.
Por Prudencio Martínez Zuviría
Hace unos años en medio de una investigación que estaba realizando y a
raíz de algo que había leído, me había quedado pensando en todos
aquellos federales rosistas que habían traicionado al Restaurador de
las Leyes el antiguo Gobernador de Buenos Aires y representante de las
Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina D.Juan Manuel de
Rozas.
Me vinieron a la mente varios personajes y es bueno que
la posteridad y todos aquellos que investigamos la vida del Restaurador y
sus dos gobiernos, también sepamos quienes de los suyos no quisieron o
no se animaron a acompañar en la caída y en la desgracia a aquel que con
tanto fervor habían acompañado, me refiero a D.Juan Manuel de Rozas y a
todos sus antiguos amigos rosistas.
En este trabajo que relata
la vida de don Adeodato de Gondra, que encontré en mi biblioteca en una
vieja revista del primer Instituto de Investigación Histórica Juan
Manuel de Rosas del año 1946, en su sección Bibliografía hay un trabajo
comentando el libro escrito por el nieto de don Adeodato de Gondra, don
Luis Roque Gondra, como una honrosa defensa a la querida memoria de su
abuelo.
Este trabajo es muy interesante por que
nos informa más sobre la vida de don Adeodato de Gondra, por que nos
muestra cabalmente la personalidad de aquel que no dudó en cambiar de
bando cuando apenas habían dejado de tronar los últimos cañones de
Caseros.
Quiero rendirle homenaje sincero a la querida memoria de
todos aquellos federales que supieron ser leales a Rozas y a la antigua
Confederación Argentina.luego de la traición en los campos de Morón el 3
de febrero de 1852.
DE LA TIRANIA A LA LIBERTAD:
VIDA DEL DR. ADEODATO DE GONDRA.
Por LUIS ROQUE GONDA (Editorial Claridad).
Hermoso gesto el del Dr.Luis Roque Gondra sacando del piadoso anonimato
en que yacía, el recuerdo de su ascendiente don Adeodato de Gondra,
para que la dura lección de moral política y de consecuencia cívica que
se desprende de su vida pudiera servir de ejemplo a todos quienes
anteponen la ambición mezquina y el afán de figurar a otras
consideraciones de orden superior.
Don Adeodato de Gondra fue hasta
1851, el prototipo de esos Ministros generales en quienes descansó
realmente el peso de la labor administrativa provinciana.
Intermediarios lógicos entre los caudillos de prestigio popular y los
señores de La sala Legislativa de vieja tradición aristocrática. Los
Ministros generales tuvieron a su cargo armonizar una institución con la
otra: La republicana de los gobernadores, producto del advenimiento del
pueblo al manejo político; con la colonial de la Sala, resabio de los
antiguos cabildos vecinales. No fue poco lo que hicieron en esos años
fecundos en que se iba formando lentamente la unidad nacional, partiendo
de sus naturales bases, que eran las provincias.
Encontramos a
Gondra, desde muy joven actuando en la primera fila en los escenarios
provincianos. Por recomendación de Facundo Quiroga, va a Santiago del
Estero a dar forma burocrática a las patriarcales disposiciones de
D.Felipe Ibarra: inteligente y administrativamente honrado, don Adeodato
tenía ante sí un magnífico porvenir político, que hubiera cumplido si
no lo cegara un afán inmoderado de figurar y el grave defecto de la
inconsecuencia . Por eso Ibarra acaba echándolo más o menos del Despacho
de Ministro en 1841.
Pronto lo recoge Celedonio Gutierrez en
Tucumán, no obstante las indicaciones de Ibarra desfavorables a don
Adeodato. Junto a este, Gondra empeña su celo federal en la liquidación
de los restos de la Coalición del Norte, y contribuye eficazmente al
progreso económico de la provincia logrando bajo la paternal dictadura
del general Guitierrez. Pero diez años después le ocurre idéntico
percance que con Ibarra, y don Celedonio lo ha de licenciar en 1851 con
el “puente de plata” de una misión a Buenos Aires. “para expresar al
Ilustre Restaurador, la adhesión más completa y entusiasta de las
provincias de Tucumán y Jujuy, a la causa argentina, ante la guerra con
el Imperio del Brasil, y la traición del loco, salvaje,etc, de Urquiza.
Para el Doctor Luis Roque Gondra estos tripiezos en la carrera
administrativa de su abuelo, deberíase a que “mientras aparentaba
colaborar lealmente con los tiranos, en secreto trabajaba para el
derrumbe de la tiranía”. Claro es que una afirmación de tanta gravedad
va por cuenta exclusiva de su descendiente, cuyo liberalismo al parecer
no puede resignarse a que su abuelo hubiera trabajado lealmente por la
causa de la tiranía, antes que reaccionario sincero, lo prefiere
traidor, todo va en gustos…
Cesante en Tucumán, don Adeodato
emprende viaje a Buenos Aires. No lleva solamente sus instrucciones de
plenipotenciario, pues en los últimos años de su Ministerio, y ya
cuarentón, se ha recibido de abogado, previo el certificado de práctica
expedido por la provincia que gobernaba. Con ambos documentos, Gondra se
prepara a una brillante carrera en el Buenos Aires de Rosas. Le es
necesario para ello ganar a toda costa la gracia del omnipresente
Restaurador; pero poseedor –según si nieto y biógrafo- “ del arte de
fascinar a los caudillos”, el campo se le hace orégano cuando llega a
la Capital en ese último año de la tiranía.
Nada omite en sus
propósitos de atraerse la atención de Rosas. Publica una violenta carta
contra Urquiza, donde el futuro constituyente del 53 califica de
“anárquico y disolvente” el proyecto de “reunir una asamblea de
delegados de los pueblos “, expresado por Urquiza como única base de su
pronunciamiento. Más tarde lo vemos en las funciones de gala de los
teatros pidiendo desde su palco y con estentórea voz, en momentos de
comenzar la función, “vivas al gran Rosas” y “mueras al loco, traidor,
etc. Urquiza” (ambos episodios constan en los diarios de la época. Ver
también “Las vísperas de Caseros “ de A. Capdevila.( Pp. 62 y 108).
Encabeza una manifestación de “plenipotenciarios” provinciales que se
dirige a Palermo, donde pronuncia un encendido discurso federal
“poniéndose a las órdenes del Jefe Ilustre de la Confederación para
triunfar o morir” (Ver Archivo Americano, N° 28) y concurre diariamente a
los salones de Manuelita, con la esperanza de que el Restaurador
advierta su presencia.
Ocurre Caseros y don Adeodato ni triunfa ni muere.
No había nacido para las heroicidades, y a la semana escasa saltaba el
cerco de la manera espectacular que tanto le placía. Escribe al “Ilustre
general “ vencedor, felicitándolo “por haber sepultado un pasado
ignominioso en los campos gloriosos de Morón” y después de llamarle
“paladín de la libertad federal “, le ofrece junto a su persona la
adhesión de las dos provincias que representaba. “Para ello –dice
Ibarguren- sólo tuvo que cambiar el destinatario y variar los adjetivos
mal aplicados que llevaban sus instrucciones: vándalo, salvaje y
criminal resultó el vencido; y benemérito, ilustre y magnánimo el
vencedor”.
(En la penumbra de la historia argentina. P. 131).
Sigue concurriendo diariamente a Palermo, donde el novel libertador ha
establecido su residencia. Allí –según el biógrafo- “tiene ocasión de
emplear sus artes de fascinación” con Urquiza. Y cuando los viejos
federales –Arana, Anchorena, Guido- llenos de dignidad y reserva acuden
al llamado de Urquiza, se encuentran a don. Adeodato de Gondra, muy
rígida la noble faz, haciendo poco menos que los honores de dueño de
casa y hablando muy suelto de tiranía y libertad.
Escribe a su
provincia diciendo que ahora ha comprendido –después de la derrota-“todo
lo falso del gobierno de Rosas “. Como el gentil de Evangelio quema lo
que había adorado, pero mejor adorar lo que antes quemara. Y ni por un
momento deja de concurrir diariamente a los besamanos de Palermo
“aconsejando- según su nieto- las decisiones que debería tomar Urquiza”,
el cual mantenía “importantes entrevistas”.
Sumisión tan completa
ha de ser premiada por el libertador, con un acta de Diputado
Constituyente por San Luis, provincia que muy posiblemente Gondra no
conocía ni en el mapa. Cerrando pues una curiosa carrera
interprovincial, el antiguo Ministro en Santiago del Estero y Tucumán, y
plenipotenciario de Jujuy, lograba en Buenos Aires una banca puntana
para ir a Santa Fe, por mediación del gobernador de Entre Rios.
No
cayó muy bien este nombramiento entre los demás diputados
constituyentes. Lavaysse se lamenta “tener que suscribir mi nombre puro y
honrado, con el de Adeodato de Gondra, avechucho tan desacreditado “
(G.Taboada “Los Taboada”, I, 152). En el viaje del “Countess of Londsdle
“, sus compañeros del séquito de Urquiza lo han de tratar fríamente. Y
una vez en la ciudad –como cuenta Sarmiento (“La Crónica “ 1853)- “no lo
invitaban a bailar ni convites” y le hacían bromas saladas del calibre
de ”tomar las iniciales de Gondra para dirigir diatribas”.(“ Obras
”XV,256). Aunque Luis Roque considera que estas afirmaciones “carecen de
fundamento“ por que Sarmiento “no es un historiador veraz” a su
juicio.
Todo el pasado federal de Gondra salió a relucir en las
antesalas del Congreso Constituyente. Andaba por ahí copia de un decreto
suyo no autorizado a “quitar la vida a los autores, cómplices y
encubridores del asesinato de Heredia, donde quiera que se encuentren”
hecho a propósito para legalizar la ejecución de Marco Avellaneda en
Tucumán. Y circulaba copia de una carta suya al Carancho del Monte
informándole “que las cabezas de Avellaneda y Casas estaban colgadas en
la plaza de Tucumán como enemigos de Dios y de los hombres” (ambas
reprod. por Zunny ”Historia de los gobernadores” . II. 541). Para peor
el ahora poderoso clan santafesino de los Cullen, tenía
siempre
presente que Gondra era el Ministro de Ibarra en momentos en que el
jefe de la familia salía de Santiago del Estero en viaje hacia la
muerte, remachada a los pies una barra de grillos.
Poco a poco la
escasa cordialidad se va transformando en desaires y provocaciones, que
el estoico don Adeodato tiene que aguantar con resignada paciencia. ¿Por
qué, pensaría Gondra, se le imputaba a él sólo un rosismo que, quien
más, quien menos, habían acabado todos por aceptar? En los escaños del
Congreso se sentaba Del Campillo, funcionario y legislador rosista en
Córdoba; Lavaysse, cura de Tulumba nombrado por “la tiranía”, y agente
electoral de López-Quebracho; Zenteno, ministro general de Navarro en
Catamarca; Gorostiaga, redactor el 3 de febrero del diario oficial
rosista. Es cierto que Seguí, entusiasta rosista hasta 1851, habíase
bañado en el Jordán purificador al redactar el pronunciamiento, que
Regis Martínez o Ruperto Pérez, antiguos poetas federales, habían
encontrado su camino de Damasco en la ruta del Palacio San José; que
Leiva viejo enemigo personal de Rosas, era Juez de Primera Instancia en
Entre Ríos antes del pronunciamiento;, que los unitarios “Zavalía y
Zuviría”, no obstante su participación en la coalición del norte, vivían
tranquilamente en Tucumán y Salta respectivamente al tiempo de Caseros,
y el último se dirigía a Rosas llamándolo “jefe excelso que preside los
destinos de la Confederación” (Arch. Americano” N° 25, p.47). ¿por qué
Gondra solo era culpable?.
Es cierto que don. Juan Manuel –última
consecuencia con sus enemigos- habíase marchado a Inglaterra reclamando
la responsabilidad exclusiva de sus veinte años de gobierno. Es cierto
que sus anchas espaldas se prestaban admirablemente para descargar las
culpas propias y correr aliviados hacia los nuevos horizontes. ¡Si el
propio Urquiza llevaba embarcado a cuenta del viajero del “Conflict ”
su buen cargamento de pecados federales! ¿Por qué entonces a don
Adeodato se le hacían cargos por esas cosas ocurridas antes del 3 de
febrero?
“Siempre la oveja mas ruín es la que rompe el corral “ y la
grave falta de Gondra fue exclusivamente su rápida conversión de la
tiranía a la libertad. Si consecuente con los hombres y las ideas que
cayeron en Caseros se hubiera llamado a un discreto silencio en las
horas que siguieron a la derrota, hubiera merecido –como Felipe Arana-, o
el general Guido y tantos más –el respeto de los triunfadores, o
hubiera llegado a desempeñar un papel lúcido en la política argentina
como Bernardo de Irigoyen, o continuado tranquilamente su vida
profesional y social como Lorenzo Torres. Ninguno de ellos renegó del
vencido para congraciarse con el vencedor. Don Adeodato, al fin y al
cabo, ya no era un muchacho como Rufino de Elizalde, a quien podría
perdonársele algunos pecadillos rosistas atendiendo lo ruidoso de su
conversión.
La voltereta habíale dejado sin amigos en uno y en otro
campo, inútilmente quiso desplegar las “artes de fascinación” que Gondra
nieto admira en los artilugios de su eminente abuelo. Ni su negra y
esmirriada figura, ni sus ojos huidizos, ni mucho menos su enfermizo
afán de figurar y adulonerías hacia los poderosos ayudábanle a despertar
simpatías.
Don Adeodato poseído ahora de una ardiente fe liberal,
encontraba amargo el tránsito, que el 4 de febrero juzgó ilusoriamente
tan factible; era el advenedizo para unos, y el renegado para otros. El
hombre de Ibarra y Gutiérrez para los del nuevo orden; y el cortesano
de Urquiza para los del orden caído.
Cuando bebió hasta lo último el
amargo cáliz del boicot general, coronaría su carrera con otra
inconsecuencia espectacular, como todos los gestos suyos. En plena
revolución de Lagos, presenta al Congreso y defiende en el recinto un
proyecto favorable a Buenos Aires, en guerra con Urquiza. Entonces el
propio libertador tomará cartas en el asunto ordenando lisa y llanamente
la separación de Gondra del Congreso por el procedimiento habitual de
no pagarle las dietas ni permitirle crédito en parte alguna. Así en
vísperas de pasar a la historia como uno de los autores de la
Constitución, se ve obligado a presentar su renuncia. “Don Adeodato de
Gondra se ha separado del Congreso –escribe el benévolo padre Lavaysse-
¡Que dicha! ¡Que fortuna!”(“Los Taboada” III, 40).
Corrido de la
Confederación, ofrécese al Estado de Buenos Aires, pidiendo quizá el
premio a sus servicios porteñistas en el Congreso. En 1857 el gobernador
Obligado lo nombra Juez del Crímen en San Nicolás. Pero tan mal efecto
produce este Juez a la población, que a los dos meses escasos una
pueblada lo echa del despacho a ponchazos y empellones, intentando
maniatarlo y enviarlo a Buenos Aires en una ballenera, como recuerda
melancólicamente su nieto.
Va siguiendo Gondra su vía crucis
dolorosísima. Galgeará algún pleito por los corredores del viejo Cabildo
de Buenos Aires, sin encontrar otra cosa que el desprecio federal de
chupandinos, y el rencor unitario de pandilleros. Por una cruel paradoja
del destino tuvo que llevar su cruz hasta lo último, tal vez por
haberla querido arrojar antes que nadie: inútilmente clamaría por su
nueva y ardiente fe liberal, execrando la tiranía a la que antes
sirviera. “En 1858 –dice el libro que comentamos- era poco menos que
insostenible la situación del Dr.Gondra en Buenos Aires… le rondaban y
mortificaban de mil maneras, como enjambre de insectos” (P.199).
De
Claudicación en claudicación va descendiendo hasta las humillaciones más
dolorosas. Intenta inútilmente una reconciliación con Urquiza, cuando
vio que de Buenos Aires no podía esperar. La escribe pidiéndole ayuda:
“S.E. debe recordar que soy hombre leal” S.E.no recordaría eso
precisamente porque no se dignó contestarle. Vuelve a insistir por las
dudas: “No sé si la anterior llegó a sus manos”. Definitivo y elocuente
silencio de Urquiza (P. 200 y 201).
Amargado, envejecido, enfermo y
con una larga familia a cuestas, el otrora poderoso Ministro de Ibarra y
Gutiérrez , acaba gestionando un puesto cualquiera, en los tribunales
de Corrientes “aunque fuera de ciento cincuenta pesos”. Por empeñosas
recomendaciones de Nicolás Calvo, lo nombra el gobernador Pujol. Pero ni
siquiera allí lo dejan tranquilo: Los vencedores de Pavón vuelven a
arrojarlo a la calle, a proseguir su peregrinación angustiosa. Andará
por el Paraguay, por Montevideo, otra vez por Corrientes. Todas las
puertas se le cierran.
Finalmente muere aislado y pobrísimo en
Buenos Aires, en 1864. Ningún diario dará la noticia de su muerte, no se
encontró a nadie –en esos tiempos de fácil locuacidad funeraria- que
quisiera hablar ante su tumba. Sus hijos emigraron al Paraguay.
Ochenta años después de éste calvario, el Dr. Luis Roque Gondra nos
cuenta el doloroso tránsito de la tiranía a la libertad de su
infortunado abuelo. Hermoso ejemplo hemos dicho, que honra el valor y
el patriotismo del nieto. Porque valor y patriotismo se requiere en
grado heroico para, dejando de lado sentimentalismos familiares, ofrecer
la vida de don Adeodato de Gondra a la reflexión de las nuevas
generaciones.
Suponemos ése el objeto primordial de la publicación.
Otro sería el de recopilar –como apéndice- los trabajos profesionales
del Dr.Gondra que según su nieto “es el mejor de los juristas
argentinos, superando a Vélez Sarsfield, y tan bueno como Alberdi”. Esta
apreciación va también por su cuenta exclusiva; don Adeodato que se
recibió de abogado más que cuarentón, alcanzó a producir algunos
alegatos y defensas sin mayor pena ni gloria durante su azarosa vida
profesional. Que estos escritos forenses, sin otro valor que el
curialesco, puedan llamarse piezas jurídicas y darle a su autor un lugar
“superior” al de Vélez Sarsfield, y “tan bueno” como el de Alberdi, es
comparación harto discutible.
J.M.R.
Fuente: Revista del
Instituto de Investigación Histórica Juan Manuel de Rosas. N° 12 Buenos
Aires, 1946.
BIBLIOGRAFIA.
Páginas.94/102.
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