Rosas

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viernes, 22 de octubre de 2010

José de San Martín: “NO LO CONSEGUIRAN"...Lucio N. Mansilla "TREMOLA EN EL PARANÁ"

Por Melissa Mendoza
“Reproducimos a continuación una carta que el general José de San Martín dirigió al cónsul general de la Confederación Argentina en Londres, George Frederick Dickinson, con motivo de haberle solicitado este último su opinión sobre la intervención anglofrancesa en la República Argentina. En ella el Libertador aseguró que Francia e Inglaterra fracasarían en sus planes de agresión.
"Sr. D. Federico Dickson, cónsul general de la Confederación Argentina en Londres.
Napóles, 28 de diciembre de 1845.
Señor de todo mi aprecio:
Por conducto del caballero Jackson se me ha hecho saber los deseos de usted relativos a conocer mi opinión sobre la actual intervención de la Inglaterra y Francia en la República Argentina; no sólo me presto gustoso a satisfacerlo, sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y la más absoluta Imparcialidad; sintiendo sólo el que el mal estado de mi salud no me permita hacerlo con ¡a extensión que requiere este interesante asunto.   No creo oportuno entrar a investigar la justicia o intenga un número de enemigos personales, estoy convencido que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomarán una parte activa en la actual contienda: por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene ya demostrado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América (sobre todo en la Argentina) la misma influencia que lo sería en Europa: él sólo afectará un corto número de propietarios, pero la masa del pueblo que no conoce las necesidades en estos países, le será bien indiferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo un momento podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menos pérdida de hombres y gastos, pero estoy convencido que no podrán sostenerse por mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por mejor decir, el único del pueblo, pueden ser retirados en muy pocos días a distancia de muchas leguas lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte; los pozos de las estancias inutilizados, en fin, formando un verdadero desierto de 200 leguas de llanuras sin agua ni leña, imposible de atravesarse por una fuerza europea, la que correrá tantos más peligros a proporción que ésta sea más numerosa, si trata de internarse. Sostener una guerra en América con tropas europeas, no sólo es muy costoso, sino más que dudoso su buen éxito para tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto y aun creo imposible encuentren quien quiera enrolarse con el extranjero. En conclusión: con 8.000 hombres de caballería del país y 25 ó 30 piezas de artillería, fuerzas que con mucha facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga a 30 leguas de la capital, sin exponerse a una completa ruina por falta de todo recurso; tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará, a menos (como es de esperar) que el nuevo ministerio inglés no cambie la política seguida por el precedente.
LA VUELTA DE OBLIGADO
18 de noviembre de 1845, al atardecer. A la vista de la Vuelta de Obligado y fuera del alcance de las baterías allí instaladas por el general Lucio Mansilla, sobre la margen derecha del Paraná, se detienen los vapores que componen la vanguardia de la escuadra anglofrancesa. El capitán Charles Hotham, jefe de los barcos ingleses, queda a la espera de Trehouart, su colega francés, que avanza en la San Martin, buque argentino que junto con toda la flota de la Confederación ha caído en poder de los enemigos.
Mansilla toma un bote y en la oscuridad reconoce a los buques del agresor y regresa a su batería. A la mañana siguiente, el esperado ataque es diferido por los comandantes francés e inglés porque la lluvia impide distinguir con claridad el emplazamiento de las baterías. El 20, al amanecer, la niebla se disipa y los agresores ordenan el ataque. Trehouart avanzará por el centro del Paraná en la San Martín, seguido por el Cadmus, Pandour y Dolphin, con la misión de romper las cadenas que tendidas sobre una fila de lanchones bloquean el río. Por su izquierda avanzará el capitán inglés Sullivan con la Philomel, Expeditiva, Fanny y Procide para protegerlo, disparando de través a las baterías de la costa. Hotham quedará a retaguardia con los vapores Gorgon, Firebrand y Fuíton, a los que no se quiere exponer al fuego.
A las 8 y media se inicia el avance y Mansilla proclama a la tropa: "Alla los tenéis! ¡Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un rio que corre por el territorio de nuestro país. Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!''.
Cuando la San Martín se pone a tiro de las baterías, Mansilla da la señal de fuego. Trehouart y Sullivan responden con sus 96 bocas de fuego, de mayor alcance y potencia que los pequeños y anticuados cañones argentinos.
La San Martín se apresta a cortar las cadenas, cuando de improviso el viento se calma totalmente. Obligada a echar anclas, queda adelantada y aislada del resto de los buques que, por falta de viento, no pueden avanzar para protegerla. Convertida en blanco de las cuatro baterías argentinas, la San Martín registra un oficial y 44 hombres fuera de combate, dos cañones desmontados y la arboladura próxima a caer. Una bala corta la cadena del ancla, la corriente la arrastra río abajo y deriva hecha una criba, atravesada por más de 100 cañonazos, hasta que queda fuera del alcance de las baterías. Trehouart la abandona y pone su insignia en la Ex- peditive. La acción es más difícil de lo que suponían los atacantes y también el Dolphin y el Pandour deben abandonar la línea de fuego a causa de sus muchas averías. Avanzan entonces los vapores. 
El capitán Tomas Craig, con el velero argentino Republicano, defiende la línea de lanchones que sostienen las cadenas. Ya sin municiones, Craig hace volar su barco para que no caiga en poder del enemigo.
A la una de la tarde los invasores no han logrado cortar las cadenas. Pero desaparecido el Republicano los vapores consiguen acercarse a los lanchones. Los veleros siguen inmovilizados por la falta de viento aunque desde sus posiciones acribillan a las baterías sin que el tiro de éstas pueda alcanzarlos. El vapor francés Fulton consigue aproximarse a las cadenas y por dos veces intenta cortarlas, respondiendo con sus cañones de 80 al fuego argentino que se concentra sobre él. Por fin, el vapor se retira, con el maquinista principal muerto, un cañón desmontado y averías. El Fire- brand lo reemplaza y consigue cortar las cadenas. Vuelve a soplar el viento y Trehouart cruza la línea rota de lanchones avanzando detrás del Firebrand y del Gorgon. Sus buques, la Expeditive, Cadmus y Procide destrozan la batería Manuelita, mientras Sullivan dispara sobre las otras tres.
A las tres de la tarde, los argentinos están casi sin municiones. Juan Bautista Thorne, en la destrozada batería Manuelita, rodeado de cadáveres, dispone solamente de 8 tiros. A las 5 hace el último disparo y una granada enemiga lo derriba. “No ha sido nada", dice al levantarse, pero ha quedado sordo para siempre. Las restantes baterías son sólo restos que cesan el fuego por falta de pólvora. Alvaro Alsogaray, en la Restaurador, ha disparado a las 4 su última andanada. Obligado ya no contesta al fuego del agresor.
Ha llegado el momento del desembarco. Hotham, mediante señales, pide apoyo a Trehouart. A las 5.50 los 325 infantes de marina de Sullivan llegan a tierra cerca del amarradero de la cadena. Los defensores disponen sólo de armas blancas, y Mansilla carga con ellos a la bayoneta desafiando las descargas de Trehouart que ha reemplazado las balas por metralla y diezma la infantería argentina. Pese a ello, los ingleses son arrollados y corridos hasta sus botes. Mansilla cae herido por un casco de metralla. Lo sustituye el coronel Francisco Crespo que mantiene el contraataque. Desenbarcan franceses de la Expeditive y la Procide en apoyo de los ingleses. Frente a las baterías mudas, los buques concentran fuego de metrallas y cohetes que resiste aún dos horas más. A las 8 de la noche, Crespo se repliega a las barrancas. Obligado ha caído Los únicos prisioneros son los heridos graves que recogen los ingleses y franceses para llevarlos a bordo.
Crespo con los sobrevivie tes acampa dos leguas al norte, sobre el camino a San Nicolás. Los agresores vuelven a sus buques dejarón centinelas en las ruinas con las baterías sembradas de cadáveres.
A la mañana siguiente, vencedores examinan los cañones caídos en su poder.  Ninguno es aprovechable algunos son clavados, otros arrojados al agua y los mas viejos, los de bronce, llevados como trofeos curiosos. También recogen algunas banderolas que han quedado en los ranchos, aunque no pueden considerarlas como trofeos de guerra. “No eran sino unas insignificantes telas —dirá Baldomero García en la Sala de Representantes de Buenos en 1848— pues la única * bandera de guerra que flameaba en las costas de Obligado, la bandera de la explanada, la bandera de mi patria, nunca fue rendida sino hechas pedazos."

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