Rosas

Rosas

jueves, 30 de septiembre de 2010

Manuelita Rosas (1817-1898)

Por Daniela Burico

Escribe Juan Manuel de Rosas en 1867: “Pienso también, que si de las mujeres han nacidos los hombres, también ellas pueden contribuir a la felicidad de las Naciones nacientes, que por su inexperiencia cometen los errores de la juventud, que es mejor sean modificados por las manos suaves de las Madres que por la Aspereza de los preceptores”. Daba así a conocer su pensamiento sobre las capacidades de las mujeres a la hora de contribuir a la felicidad de las naciones. Sin dejar de reconocer el lugar que supieron ocupar las mulatas y las orilleras en su poderío social. Bien supo Rosas rodearse de mujeres para llevar su proyecto político a la perfección, reposando también deseos e intimidades, y, sobre todo, confiando en ellas como colaboradoras y activistas.
Comenzando por Agustina, su madre, forjadora de carácter; siguiendo por Encarnación, su mano derecha en las decisiones políticas; Manuelita, su hija, la mejor diplomática; su cuñada María Josefa Ezcurra defensora del Federalismo; por último, pero no menos importante, su amiga Josefa Gómez, recaudadora de fondos y representante de él ante sus seguidores en el país. Entre todas ellas destaco a Manuela Robustina de Rosas y Ezcurra (1817- 1898) Digna hija del Restaurador de las Leyes, Juan Manuel, y de la Heroína de la Federación, Encarnación. Al fallecer la compañera entrañable del gobernador bonaerense, fue Manuelita quien toma, casi por obligación de legado familiar, el rol político, y en especial diplomático, de Encarnación. Morena, de tez blanca, elegante, de extraña belleza relativa, tal vez acentuada en su trato dócil y femenil que captaba a todo aquel que cruzara palabra con ella, Manuelita, con sus 20 años, dejo de ser la niña mimada de Palermo para convertirse en la mejor ministra que supo tener el jefe de la Confederación Argentina. Pasó a ser su secretaria y filtro de los hombres de poder que deseaban relacionarse con él, era ella quien los atendía de antemano; ablandando, persuadiendo y escuchando sus reclamos antes de que lleguen al encuentro presencial con su padre. Aprendió, de la mano de su progenitor, la escritura de correspondencias, que mantenía el canal de diálogo en eso tiempos. Sin dudas a los dictados de cartas, le agregaría la cuota de docilidad, encanto y persuasión con las que eran enviadas. Entre tertulias, paseos de campo, agasajos a los diplomáticos, encuadró a la perfección dentro del mandato social del patriarcado, usando esa estrategia para mediar o conseguir beneficios a favor del gobernador y de la causa Federal. Astuta en sus encantos, supo manejarlos, junto a su sequito de amigas, para así contener y vanagloriar a los hombres de poder.    Manuelita Rosas fue la mujer argentina más célebre de su tiempo, y no sólo en el Rio de la Plata. Su nombre cruzó mares hasta llegar a los países europeos, donde muchos hablaban del excelente trato y amabilidad de la hija del Restaurador. Como así también inventaban leyendas o mitos desacreditadores sobre su persona o entorno. El diario La Revue de Deux Mondes afirmaba: “Cuenta ella en Europa, de Turin a Copenhague, con gran número de admiradores y amigos”. Conquistó corazones de los hombres más poderosos de Inglaterra y Francia, quedando a sus pies todos los regalos y tratos cordiales que le ofrecían cada vez que la visitaban. Algunos historiadores coinciden en que fue su trato cordial y casi romántico con los ministros plenipotenciarios ingleses Mandeville y Howden que ayudaron a levantar el bloqueo de Inglaterra sobre el Rio de la Plata. Howden la trataba en su correspondencia de “hermana de mi tierno cariño”, aunque otros dirán que fue solo porque perjudicaban los negocios británicos. Pero, en definitiva, no podemos dejar de reconocer las influencias de nuestra diplomática a la hora de ejercer su poder. Después de la derrota de la batalla de Caseros; Juan Manuel, con su hija Manuela, se exilian en Southampton, Inglaterra. Es recién ahí donde ella puede dedicarse al amor y a uno de los anhelos más preciados, - arrebatados tal vez por su padre o por su labor diplomática -, que es la de formar una familia. Se casa con su fiel amigo y amante Máximo Terrero, con quien tiene dos hijos, Manuel y Rodrigo. Muere un 17 de septiembre de 1898, pero es a ella a quien le debemos la reivindicación de la obra política y federal de Juan Manuel de Rosas, mediante una selección de papeles del archivo del Restaurador que le fue entregado a Adolfo Saldías para reconstruir la historia de la Confederación Argentina. Y fue también quien entrega el sable del general José de San Martin, que había sido donado a su padre por el Libertador, al Museo de Buenos Aires. Sin dudas una ferviente federala que puso su cuerpo e inteligencia, dejando de lado sus anhelos personales, para poder llevar delante junto a su padre la gran historia de la Santa Confederación Argentina. Sean Eternos los laureles que supiste conseguir Manuelita!

No hay comentarios:

Publicar un comentario