Rosas
martes, 9 de octubre de 2012
La Universidad de Buenos Aires en la época de Rosas
Por Jorge María Ramallo
1. — HISTORIA RETROSPECTIVA
La Universidad de Buenos Aires fue erigida el 12 de agosto de 1821 —siendo Gobernador de la Provincia el general Martín Rodríguez y Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia-, gracias al empeño del Pbro. Dr. Antonio Sáenz, que fue su verdadero fundador y su primer Rector; y organizada por decreto del 8 de febrero de 1822 en seis Departamentos, a saber: el de Primeras Letras, que comprendía las escuelas de la ciudad, los suburbios y la campaña; el de Estudios Preparatorios, constituido en un principio por el Colegio de la Unión del Sud; y los de Ciencias Exactas, Medicina, Jurisprudencia, y de Ciencias Sagradas, que eran propiamente las facultades.
Sobre la dirección y organización administrativa nada se dispuso. “El decreto de erección había creado una Universidad con fuero y jurisdicción académica, dotándola de prefectos, Rector y Cancelario y Tribunal Literario, pero, las funciones no habían sido determinadas, vacío que tampoco llenó el decreto del 8 de febrero”.
El Rector “quedó reducido a ser un simple canal de comunicación entre la Universidad y el Ministro, de quien dependía”. La Universidad no tuvo autonomía directiva ni económica, “pues el presupuesto de la Universidad quedó supeditado al general de la provincia, a pesar de que existían propiedades y rentas afectadas al sostenimiento de los estudios”. En semejante situación, la Universidad fue una rama administrativa, que se agregó a las ya existentes, muy conforme con la tendencia centralizadora del Ministerio de Gobierno. (1)
Los Departamentos iniciaron sus funciones en marzo de 1822, pero recién en 1823 se reglamentaron las condiciones de ingreso en las facultades mayores.
“Durante los años 1822 a 1824, el doctor Sáenz se dio a la tarea de organizar bajo su dirección el funcionamiento de las aulas, de mejorar el Departamento de primeras letras y de fundar nuevas escuelas, especialmente en la campaña, cumpliendo su misión con tanto amor y entusiasmo que la enseñanza primaria adquirió su máximo esplendor. Entre tanto el Ministro se daba a la tarea de decretar, nuevas fundaciones, sin reparar en que las existentes necesitaban ser apuntaladas para no precipitarse en el derrumbe tan pronto como les faltase su apoyo personal”. (2)
En octubre de 1824, a raíz de la situación de abandono en que se encontraban algunas cátedras, el Rector se vio obligado a elevar una extensa nota al Gobernador Las Heras, expresando que si no se arbitraban serias medidas, la Universidad amenazaba convertirse en “una reunión de farsantes”.
Esta situación se agudizó con el fallecimiento del Dr. Sáenz, acaecido el 23 de julio de 1825, que fue reemplazado por el Pbro. Dr. José Valentín Gómez, después de las sucesivas renuncias del mismo Gómez, Diego Estanislao Zavaleta, Julián Segundo de Agüero y Mariano Zavaleta. Esto da una idea de la crisis por la que se atravesaba. El Dr. Gómez asumió el cargo con carácter provisorio, y el 10 de abril de 1826 fue confirmado.
Valentín Gómez llevó a cabo, entre 1826 y 1827, una serie de reformas que modificaron parcialmente la organización anterior. En el orden administrativo fueron suprimidas las prefecturas, y sus funciones concentradas en el rectorado. Se creó luego el cargo de Vicerrector y se confió al cuerpo de catedráticos la representación de la Universidad.
En el orden científico, los estudios universitarios se dividieron en generales y especiales. Los generales se subdividieron a su vez en preparatorios y de ciencias fundamentales. Y los especiales, que comprendían a los Departamentos de Ciencias Exactas, Medicina, Jurisprudencia, y Ciencias Sagradas, sufrieron algunas modificaciones solamente en el primero.
En cuanto al gobierno interno, se fijó el período de clases entre el 19 de marzo y el 12 de diciembre, se creó el cargo de Bedel General, y los de Bedeles de aulas, con obligación de llevar la asistencia de profesores y alumnos.
El 7 de febrero de 1828, siendo Gobernador entonces el coronel Manuel Dorrego, se produjo la separación del Departamento de Primeras Letras, después de lo cual presentó el Rector un proyecto de reorganización total de los estudios universitarios que no pudo considerarse a causa de la situación caótica en que se encontraba la provincia provocada por la revolución de Lavalle del 12 de diciembre.
Pese a ello, no se dejó de lado la idea de reformar la Universidad, y el 12 de octubre de 1829, el Gobernador interino Juan José Viamonte nombró una Comisión encargada de estudiar el problema y proponer las medidas necesarias, que estuvo integrada por Diego Estanislao Zavaleta, José León Banegas, Mariano Andrade, Justo García Valdés y Vicente López y Planes.
2. — PRIMER GOBIERNO DE ROSAS
En tal estado se encontraba la Universidad de Buenos Aires cuando se recibió del cargo de Gobernador de la Provincia el coronel Juan Manuel de Rosas, el 8 de diciembre de 1829, por el término de tres años.
La comisión designada por Viamonte presentó un informe el 10 de marzo de 1830, que lleva las firmas de Pedro Vidal, Vicente López y Planes, Avelino Díaz y Pedro de Angelis. Este último “fue a todas luces el mentor de la comisión”.
“El proyecto presentaba un vicio insanable, señalado por el Doctor Valentín Gómez como error que debía evitarse. Suponía la Universidad en condiciones de elevarse a la categoría de las europeas y que el país se encontraba en condiciones para hacer esa brillante equiparación. Hacía abstracción total del estado real de la Universidad y en lugar de propender al mejoramiento de la enseñanza creaba un complicado mecanismo, cuyo funcionamiento, no sin tropiezos a veces, sólo ha sido posible sobre la base de una extensa cultura universitaria y de inteligencia directiva.
Es innegable que el proyecto fue aprobado por el Ministro de Gobierno. Basta para demostrarlo su asiento en el libro de acuerdos, del cual ha sido tomada la copia conocida, y la firma del Ministro puesta al pie del documento. Por otra parte, en el diario oficial se dio noticia de su aprobación. ¿Por qué entonces se hizo un silencio absoluto en torno al proyecto, que en principio estaba aprobado?
La clave del problema no encierra para nosotros ningún misterio, ni es atribuible tampoco a causas fortuitas que impidieran a Rosas realizar durante su primer gobierno la reforma universitaria, La causa única por la cual el proyecto quedó archivado débese exclusivamente a la oposición del doctor Gómez…”. (3)
Pocos meses después, el 20 de agosto de 1830, el Dr. Gómez renunció a su cargo de Rector. El Gobierno nombró en su reemplazo al Pbro. Dr. Santiago Figueredo, natural de la Banda Oriental y egresado de la Universidad de Córdoba, quien era un gran orador y tuvo a su cargo la oración fúnebre en la Catedral en honor de Dorrego. En calidad de Vicerrector, fue designado el Pbro. Dr. Paulino Gari; pero debido al mal estado de salud del primero, el segundo se hizo cargo de la Rectoría interinamente.
Al finalizar el año 1832, Rosas deja el poder sin haber tomado ninguna medida de importancia con respecto a la Universidad durante todo el curso de su primer Gobierno. Ésta conserva su estructura anterior, tal como venía funcionando hasta entonces.
Al año siguiente, por fallecimiento del Dr. Figueredo, el Dr. Gari es nombrado Rector de la Universidad, cargo que desempeñó durante la mayor parte de la administración de Rosas.
En ese año se procede a la postergada reorganización “en la forma en que subsistió hasta 1852, para lo cual fue necesario rever toda la organización administrativa y docente desde 1821″. En tanto se procedía a esta reforma, Rosas se hallaba en plena campaña del Desierto.
La reforma fue realizada por una comisión que integraron los doctores José Valentín Gómez, Diego Estanislao Zavaleta y Vicente López y Planes, y está contenida en el “Manual o Colección de decretos orgánicos de la Universidad”, que fue aprobado por el Gobernador Viamonte por decreto del 17 de diciembre de 1833. Posteriormente fue publicado por Pedro de Angelis.
Según lo dispuesto en el “Manual”, los estudios universitarios comprendían un ciclo preparatorio o de ciencias y letras, y una etapa superior que debería efectuarse en las facultades mayores. En consecuencia, la Universidad funcionó a partir de ese momento en base a cinco Departamentos: el de Estudios Preparatorios, y los de Ciencias Exactas, Medicina y Cirugía, Jurisprudencia y Ciencias Sagradas. Prácticamente mantenía su estructura, pero introducía en cambio un reordenamiento de las cátedras que integraban cada Departamento, agregando algunas y quitando otras.
El gobierno de la Universidad estaría a cargo de un Consejo de la Enseñanza y Administración, integrado por el Rector y un profesor por cada Departamento, nombrados todos por el Gobierno. A este Consejo le correspondería resolver todos los asuntos de enseñanza, administración y economía, nombrar por mayoría de votos los catedráticos y empleados mientras no pudieran realizarse concursos, formar el presupuesto, revisar las cuentas anuales, publicar anualmente una exposición del estado de la Universidad y representar a la institución en los actos públicos.
El Rector concentraba la autoridad administrativa y ejecutiva. Como quedaba suprimido el Vicerrector, en caso de necesidad debía ser reemplazado por el catedrático del Departamento de Jurisprudencia que fuese miembro del Consejo. Había además un Secretario de la Universidad, que desempeñaba igual función en el Consejo.
Esta reforma comenzó a regir desde el siguiente período lectivo, es decir, a partir del 1º de marzo de 1834.
3. — SEGUNDO GOBIERNO DE ROSAS
a) Organización:
De modo que, al llegar Rosas por segunda vez al poder, el 13 de abril de 1835, la Universidad de Buenos Aires contaba solamente con un año de experiencia en su nueva organización.
Al poco tiempo, por decreto del 11 de mayo de ese año, el Consejo fue suprimido a instancias del Rector, Dr. Gari, quien sostuvo que entorpecía el funcionamiento de la Universidad y reducía al Rector a un simple ejecutor.
Posteriormente, por decreto del 14 de diciembre, se fijó definitivamente la organización estructural de la Universidad, cuyo personal administrativo debía ser el siguiente: un Rector, un Secretario, un Prosecretario y un Bedel General; el docente se reducía en algunas cátedras que fueron suprimidas, y el de servicio, quedaba constituido por un portero y un ordenanza. Todas estas modificaciones obedecían a la necesidad de a justar el presupuesto al plan de economías que había comenzado a aplicarse, para cubrir el déficit que afectaba a la Provincia y que se iba acumulando año tras año.
Por esa época se toma una medida interesante, por la cual los graduados en Medicina que habían cursado estudios a expensas del Estado, fueron obligados a prestar servicios en el ejército durante tres años o en tres campañas, y los practicantes, empleados en servir en los hospitales durante dos años.
h) Funcionamiento:
En los tres primeros años del segundo Gobierno de Rosas la Universidad desarrolló sus actividades sin inconvenientes, pero al llegar el año 1838, el grave conflicto a que se vio sometido el país determinó la adopción de serias medidas que perturbaron su funcionamiento, pero sin que por ello tuviese que cerrar sus puertas un solo día.
“El bloqueo francés —escribe Salvadores— paralizó en 1838 las operaciones mercantiles y la provincia perdió su única fuente de recursos, mientras era necesario defender la Capital, levantar ejércitos para sostener la guerra contra Bolivia, auxiliar a las provincias, cubrir los compromisos administrativos y aprestarse para la defensa interior. Entonces Rosas, dice un autor, (se refiere a Ernesto Quesada), acudió sin vacilar a la más estricta economía, suprimió primero lo superfluo, desprendiéndose él mismo de sus comodidades de gobernante, después lo útil y por último lo necesario, para conservar únicamente lo indispensable.
Entre lo útil y necesario estaban la instrucción pública y las instituciones de asistencia social.
No existió decreto de supresión de las partidas del presupuesto, pero las notas que se remitieron al Rector de la Universidad, Presidenta de la Sociedad de Beneficencia e Inspector General de escuelas, fueron publicadas en el Registro Oficial.
Si a partir desde esa fecha los establecimientos hubieran quedado suprimidos, los libros de la Universidad aparecerían en blanco y en los archivos no existiría un solo papel que se refiriese a las escuelas. Por el contrario, tanto la Universidad como las escuelas para varones y para niñas continuaron abiertas”. (4)
“El presupuesto de la Universidad —anota Gálvez—, fijado en más de treinta y cinco mil pesos anuales para 1838, baja a dos mil novecientos…”
A partir de entonces, privada la Universidad de suficiente apoyo económico, —solamente recibió pequeñas partidas para su sostenimiento—, los alumnos debieron abonar una cuota mensual de treinta pesos, que fue aumentando progresivamente hasta 1852, en que llegó a setenta y cinco. Aunque es preciso destacar que los alumnos notoriamente pobres podían concurrir libremente, sin cargo.
Para sobrellevar esta situación algunos profesores se avinieron a dictar gratuitamente sus clases, con un desprendimiento y abnegación que les honra.
El Gobierno promovió la realización de suscripciones públicas que prosperaron merced al patriotismo de muchos hombres distinguidos. “Entre los suscriptores por fuertes cantidades —afirma Saldías— figuraban los Anchorena, Terrero, Suárez, Zimmerman y los capitalistas más conocidos de Buenos Aires”. De esta manera Rosas hacía contribuir a las personas más adineradas.
La inscripción no disminuyó sensiblemente, y con el correr de los años fue aumentando en forma progresiva hasta equilibrar y aun superar las cifras anteriores. En la Facultad de Jurisprudencia, por ejemplo, entre 1831 y 1837 se graduaron de 11 a 12 por año, luego fue describiendo una curva, y en 1850 se recibieron 18, y en 1852, 17. Cabe recordar que entre 1826 y 1830, las tesis no fueron más que 14. En la Facultad de Medicina, entre 1824 y 1837, egresó un promedio de 5 alumnos por año, en tanto que, entre 1838 y 1852, el promedio se elevó a 11. Debiéndose destacar que en 7 cursos los graduados fueron más de 11, y en 1847 llegaron a 23.
“La única facultad que dejó de existir fue la de ciencias exactas, que podía considerarse inexistente desde su fundación. En cuanto a la de ciencias sagradas, no produjo más de una decena de graduados hasta 1848″.
Resulta interesante consignar aquí que no sólo la Universidad de Buenos Aires pudo superar los inconvenientes propios de la guerra que trajeron al Plata las naciones europeas aliadas de los unitarios, sino que en la otra margen del Río, el brigadier general Manuel Oribe, segundo Presidente del Uruguay, funda por decreto del 27 de marzo de 1838 la Universidad Mayor de Montevideo. Esta no pudo iniciar sus actividades por la revolución de Rivera y las intrigas de los unitarios. Recién en 1850, en la Villa de la Restauración, localidad situada dentro del campo sitiador de Montevideo, se instala la Academia de Jurisprudencia, cuyas autoridades fueron el Dr. Francisco Solano Antuña y el Dr. Joaquín Requena, este último egresado de la Universidad de Córdoba.
c) Requisitos:
En su primer Gobierno, Rosas había dispuesto que los que aspirasen a desempeñar empleos públicos debían ser adictos a la causa nacional de la Federación. Las propuestas para nombramientos de maestros debían acompañarse de una nota con detalle de las cualidades del aspirante y un certificado de que llenaba las calidades exigidas. Igual procedimiento se aplicó en la Universidad para la designación de catedráticos.
A partir del 3 de febrero de 1832 se impuso la divisa punzó como distintivo obligatorio para los empleados civiles y militares, los catedráticos de la Universidad y todos los que por la naturaleza de sus ocupaciones pudiesen ser considerados empleados públicos.
Ya en el segundo Gobierno se reafirmaron las anteriores disposiciones que habían caído en desuso, a las que se agregaron luego otras.
El 2 de junio de 1835, el Rector “… se dirigió al ministro de Gobierno manifestando encontrarse persuadido de la necesidad de inculcar a los jóvenes el sistema de gobierno adoptado, encontrando conveniente que en la fórmula de juramento que se prestaba para recibir los grados, a continuación de la frase “bajo el régimen republicano representativo” se agregase “federal” a fin de que los que violasen fuesen tratados como traidores. Rosas mandó dar las gracias al Rector y el 20 de junio expidió un decreto, por el cual todo individuo que debiese prestar juramento en el desempeño de algún cargo, agregaría en la fórmula hasta entonces empleada el de ser “constantemente adicto y fiel a la causa nacional de la Federación y que no dejará de sostenerla y defenderla en todos los tiempos y circunstancias, por cuantos medios estén a su alcance…” Las disposiciones mencionadas, algunas de las cuales tuvieron sus inspiradores en los dirigentes de la instrucción pública, culminaron en el decreto del 27 de enero de 1836, por el cual se dispuso que nadie recibiría título universitario sin producir información sumaria de haber sido obediente y sumiso a las autoridades y adicto a la causa federal. Desde entonces, todos los títulos que expidió la Universidad fueron acompañados de la información correspondiente”. (5)
Estas medidas se adoptaron para lograr la seguridad del Estado amenazada por la reacción unitaria. Al respecto es importante destacar, como lo hace Julio Irazusta, que: “La dictadura fue sólida y duró, porque se inició con medidas defensivas, y las siguió adoptando cuantas veces lo consideró necesario”.
Como veremos más adelante, estos requisitos no impidieron que los profesores dictasen normalmente sus clases, y que se graduasen gran número de estudiantes.
Por último, completando esta serie de disposiciones, debemos citar el decreto del 25 de mayo de 1844, por el que se fijaron las condiciones requeridas para enseñar. “Los considerandos hablan de que la educación pública no sólo debe perfeccionar la razón, sino también garantizar el orden religioso, social y político; que ello echa los cimientos del espíritu nacional y el gobierno debe velar porque no se enseñen doctrinas contrarias a las costumbres, principios políticos y tranquilidad del Estado, y porque “se formen ciudadanos capaces de desempeñar con buen éxito los empleos públicos”; que cualquier desvío de esa línea “viene a ser más funesto por el abuso mismo de la ilustración adquirida sin la dirección conveniente”; y para eso los educacionistas debían reunir condiciones de sólida virtud, sana moral religiosa, buenas costumbres y patriotismo inequívocamente acreditado”. El párrafo final daba la razón decisiva, válida ayer y hoy para explicar, si no justificar, las tentativas bien intencionadas del monopolio estatal de la enseñanza: “estas consideraciones son más importantes en el país que ha establecido su sistema político después de oscilaciones profundas, y aún defiende con gloria la independencia nacional”. La reglamentación no imponía exigencias contrarias al derecho natural, ni nada que no fuese sensato y lógico”. (6)
d) Rectores:
Como hemos adelantado, fue Rector durante la mayor parte de esta época el Pbro. Dr. Paulino Gari, teólogo y civilista de nota que se desempeñó desde 1833, hasta su fallecimiento acaecido a fines de 1849, “actuó durante casi toda la administración de Rosas, de quien fue un servidor incondicional”. En el momento de su muerte era canónigo de la Catedral y miembro de la Junta de Representantes por la sexta sección electoral de la ciudad de Buenos Aires.
A Gari le sucedió el Pbro. Dr. Miguel García, canónigo diácono de la Catedral, quien conservó el cargo hasta el 26 de junio de 1852, —cuatro meses después de Caseros—, en que fue declarado cesante —según expresa Cutolo— “ante la resistencia que le ofrecían los estudiantes derivada por la defensa del reglamento de la Universidad, y por el aumento de las cuotas y su consiguiente pago de multas”. Aunque la verdadera causa debe verse en su actuación prominente durante la época federal.
El Dr. García actuó además como Presidente de la Junta de representantes desde 1840 hasta la caída de Rosas; y como deán de la Catedral y vicario en ejercicio después de la muerte del Obispo Medrano en 1851, hasta el año siguiente en que se llenó la vacante con el nombramiento de Monseñor Escalada.
En el Rectorado de la Universidad se nombró en su reemplazo al Dr. Francisco Pico, quien renunció al mes siguiente, y luego al Dr. José Barros Pazos. Era la primera vez, desde la fundación de la Universidad, que llegaba un laico a cargo tan eminente.
e) Profesores:
Durante esta época se desempeñaron en calidad de profesores, brillantes personalidades, cuyos nombres permanecen desconocidos en muchos casos, por el manto de tinieblas con que se ha pretendido cubrir este período de nuestra historia. No fueron “curanderos” y “pleitistas”, como afirma ligeramente Ramos Mejía, sino verdaderos catedráticos de envergadura.
En el Departamento de Medicina y Cirugía fueron profesores: de Materia Médica y Patología, el Dr. José Fuentes Arguibel, desde 1829 hasta 1852; de Anatomía y Fisiología, el Dr. Saturnino Pineda, desde 1835 hasta 1836, en que fue separado; el Dr. Ireneo Portela, que era miembro de la Legislatura, hasta 1843, en que emigró a Montevideo, y el Dr. Claudio Mamerto Cuenca, médico y poeta, hasta 1852 en que fue muerto cobardemente en la batalla de Caseros (7); de Partos, el Dr. Francisco Javier Muñiz, eminente hombre de ciencia cuyo nombre lleva hoy un policlínico de nuestra ciudad; de Clínica Quirúrgica, el Dr. Martín García, que “dotado de un espíritu evangélico hizo de su profesión un verdadero apostolado descollando por sus virtudes cristianas”; de Clínica y Nosografía, el Dr. Miguel Rivera, que estudió en Francia donde fue discípulo del célebre cirujano Guillermo Dupuytren y a su regreso a Buenos Aires se casó con Mercedes Rosas, hermana de Juan Manuel, fue profesor hasta 1836 en que fue reemplazado por el Dr. Francisco de Paula Almeira, que fue también Presidente del Tribunal de Medicina y se desempeñó como médico militar.
En la Facultad de Jurisprudencia revistaron: en la cátedra de Derecho Civil y Derecho Natural y Público de Gentes, el Dr. Rafael Casagemas, desde 1832 hasta 1857, español de origen, y en la de Derecho Canónico, el Pbro. Dr. José León Banegas, teólogo.
El Dr. Casagemas, llegado a Buenos Aires en 1825, se dedicó al ejercicio de su profesión de abogado. En 1832 fue nombrado profesor de la Universidad, por renuncia del Dr. Lorenzo Torres. Fue miembro del Consejo de la Enseñanza y Administración en 1834, y en 1844 recibió “una de las distinciones más hermosas que se le acordó en vista de sus relevantes cualidades de jurisconsulto”, y fue la designación de miembro suplente del Excelentísimo Tribunal de Recursos Extraordinarios por nulidad e injusticia notoria. El nombramiento le fue renovado anualmente, hasta 1848. Después de Caseros siguió dictando sus clases hasta 1857 en que renunció.
En cuanto al Dr. Banegas, fue además profesor de Filosofía en el Departamento de Estudios Preparatorios. En el Seminario tuvo a su cargo las cátedras de Filosofía y Teología. Después de la caída de Rosas renunció a sus cátedras y fue designado canónigo de la Catedral, luego fue fiscal eclesiástico y más tarde provisor y vicario general durante el obispado del Dr. Mariano José Escalada. Falleció en 1856.
Fueron también profesores, en el Departamento de Estudios Preparatorios: Saturnino Salas, Martín Pedralves, José María Vayo, Pedro Parra, Ignacio Ferros, etc.
Todos ellos fueron patriotas sinceros, que mantuvieron encendida la llama de la cultura en la Universidad, en una época difícil, en que los enemigos de afuera y las acechanzas de adentro no hacían el clima más propicio por cierto, para que la juventud se inclinase a los estudios universitarios.
Lamentablemente no se cuenta con una lista completa de los catedráticos de este período, pues se tropieza con la falta de constancias en los libros de la Universidad, señalada por los investigadores.
f) Estudiantes:
En torno a estos profesores se formaron los hombres que habrían de distinguirse más tarde en las distintas esferas de la actividad pública nacional.
“Educados en las escuelas que mantuvo el rosismo —escribe Gras— pudieron completar, sin obstáculos, su cultura universitaria, sin que los detuviera aquel juramento de fidelidad al régimen federal que no era, en el fondo, más que un mero formalismo burocrático. Esa juventud, criada y educada en Buenos Aires durante el gobierno de Rosas, se instruyó lo suficiente como para poder gravitar, después, en los destinos del país, cuando Urquiza la llamó a colaborar en su reorganización republicana. La dictadura no les impidió asociarse en cenáculos literarios ni coartó sus actividades culturales. “De esos muchachos de entonces —ha escrito un enemigo de Rosas— (se refiere a Vicente G. Quesada), han salido muchos que se han distinguido en la administración, en la política, en las finanzas, en las letras, en la medicina, en la abogacía…”( 8)
Citaremos, entre los graduados en Jurisprudencia, a Marcos Paz, Miguel Cané, Carlos Eguía, José Roque Pérez, Miguel Estévez Seguí, Vicente Fidel López, Carlos Tejedor, Santiago Viola, Pedro Parra, Rufino de Elizalde, Bernardo de Irigoyen, Federico Pinedo, Luis Sáenz Peña, José B. Gorostiaga, Pastor Obligado, Juan J. Álvarez, Miguel Navarro Viola, Eusebio Ocampo, José M. Vayo, Juan Agustín García, Juan F. Monguillot, Marcelino Ugarte, Benjamín Victorica, Alfredo Lahitte, Vicente G. Quesada, Juan F. Seguí, Adolfo Alsina, José Evaristo Uriburu. etc.; y entre los egresados de Medicina, a Claudio M. Cuenca, Teodoro Álvarez, Guillermo Rawson, Luis M. Drago, Carlos Durand, Federico Mayer, Manuel Láinez, José Malaver, etc.
Y no sólo cursaron libremente sus estudios estos jóvenes, sino que hasta constituyeron entidades estudiantiles, como refiere Gras, a través de las páginas de las “Memorias de un viejo”, de Vicente G. Quesada. En efecto, existió “una asociación estudiantil llamada: Sociedad de Murciélagos o de Vampiros que se reunía en el cuarto de Manuel Fluchi, sacristán de la Catedral, y en la que predominaban los estudiantes de medicina, alumnos de Claudio Mamerto Cuenca”.
4. — CONCLUSIONES
A través del examen realizado, en base a las investigaciones que existen de ese período, —debidas en su mayor parte a historiadores poco afectos a la figura de Rosas—, arribamos a las siguientes conclusiones:
1. — La Universidad de Buenos Aires en la época de Rosas no dejó de funcionar un solo día, a pesar de los graves inconvenientes apuntados, que no fueron provocados por el Restaurador, sino por sus enemigos.
2. — El número de estudiantes no disminuyó sino que, por el contrario, alcanzó su mayor índice en 1850.
3. — Las “fórmulas humillantes” a que aluden los detractores de Rosas, no impidieron que enseñaran los profesores y se recibieran regularmente los alumnos.
4. — Los Rectores fueron eminentes sacerdotes, que merecen el homenaje de las nuevas generaciones por el celo con que mantuvieron el prestigio de la Universidad.
5. — Los profesores fueron tan ilustrados como los anteriores, y no sufrieron persecuciones ni vejaciones porque, o fueron respetados y aun distinguidos, o se manifestaron como ardientes sostenedores del régimen federal.
6.— En la Universidad “rosista” se graduaron la mayor parte de “los hombres que actuaron en la vida pública argentina después de Caseros”.
(i) y (2) Antonino Salvadores, La Universidad de Buenos Aires, págs. 47-50.
(3) Antonino Salvadores, ob. cit, pág. 70.
(4) Antonino Salvadores, ob. cit., pág. 145.
(5) Antonino Salvadores, ob. cit., pág. 138.
(6) Julio Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas, t. IV, pág. 244.
(7) Ante la proximidad de las fuerzas aliadas, fue nombrado Cuenca, Cirujano Mayor del ejército federal. “El día de la batalla instaló el hospital de sangre en el Palomar de Caseros. En momentos en que cumplía su noble y humanitaria tarea, hicieron irrupción en aquel lugar, los jefes españoles al servicio de los colorados uruguayos, Palleja y Larragoristía, los que sin respetar lo solemne de aquel sitio le inmolaron bicoloramente”. (Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas, N° 4).
(8)Mario César Gras, La cultura en la época de Rosas, pág. 52.
BIBLIOGRAFÍA
a) Obras fundamentales:
Juan María Gutiérrez, Origen y desarrollo de la enseñanza pública y superior en Buenos Aires, Buenos Aires, 1868.
Norberto Piñero y Eduardo L. Bidau, Historia de la Universidad de Buenos Aires, en Anales de la Universidad de Buenos Aires, tomo I, Buenos Aires, 1888.
Antonino Salvadores, La Universidad de Buenos Aires desde su fundación hasta la caída de Rosas, en Biblioteca Humanidades, tomo XX, La Plata, 1937.
b) Obras auxiliares:
José María Ramos Mejía, Rosas y su tiempo, Buenos Aires, 1907.
Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, tomo III, Buenos Aires, 1911.
Emilio Ravignani, Un proyecto para organizar la instrucción pública durante el primer gobierno de Rosas, en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, tomo I, Buenos Aires, 1922.
Enrique Udaondo, Diccionario Biográfico Argentino, Bs. As., 1938.
Julio Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, tomos II y IV, Buenos Aires, 1943-50.
Vicente Osvaldo Cutolo, La enseñanza del Derecho Civil del Profesor Casagemas durante un cuarto de siglo, Buenos Aires, 1947 y La Facultad de Derecho después de Caseros, Buenos Aires, 1951.
Manuel Gálvez; Vida de Don Juan Manuel de Rosas, Bs. As., 1949.
Carlos Alberto Acevedo, La enseñanza de la ciencia de las Finanzas en la Universidad de Buenos Aires, desde su fundación hasta 1830, en Revista del Instituto de Historia del Derecho, Nº 2, Buenos Aires, 1950.
Mario César Gras, La Cultura en la época de Rosas, en Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas, Nº 15-l6, Buenos Aires, 1951.
Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas, Año IV, Nº 4, Buenos Aires, 1951.
Juan O. Collazo, Verdadera fecha de la fundación de la Universidad Mayor, diario El Debate, Montevideo, 19 de julio de 1949.
Aquiles B. Oribe, La Academia de Jurisprudencia, Montevideo
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