Estanislao
López nació en Santa Fe el 22 de noviembre de 1786 y era hijo de una
familia pobre y virtuosa. Su padre, Juan Manuel Roldán, era capitán de
milicias provinciales y descendía de conocidas familias de la colonia.
Se educó en las escuelas locales y a los 15 años salió de ellas para
trasladarse a la frontera del Norte en calidad de soldado. Muy joven fue
hecho cadete, calidad en la que permaneció largos años. La vida del
campo, la guerra contra el indio y su contacto diario, dieron a
Estanislao López agilidad y destreza suma en el caballo y la lanza.
Conocedor de todas las argucias de los aborígenes, de sus ataques
nocturnos, de su arte guerrero, más tarde aplicará estos procedimientos
en su famosa táctica montonera y ella le permitirá ser invencible ante
los generales de la Independencia, al frente de ejércitos regulares. En
la frontera se relacionó con los caciques indios que luego supo halagar y
hacer entrar en sus emprendimientos, conteniendo sus desórdenes y
atropellos con mano de hierro, cuando fue necesario. Sirvió en la Reconquista de Buenos Aires, en 1806, y después del
estallido de la Revolución de Mayo se hallaba sirviendo como sargento,
destacado en un pueblo de Misiones. Abandonó luego su guarnición para ir
a solicitar al general Manuel Belgrano que le permitiese marchar con la
división de Machain, que fue la primera que pisó el territorio
paraguayo, el 19 de diciembre de 1810. Los 100 Blandengues santafecinos
sobresalieron por su denuedo en aquella campaña azarosa. Tomado prisionero en Tebicuary, López fue conducido a Montevideo, que
se hallaba en poder de los realistas, y detenido con otros patriotas a
bordo de la fragata española “Flora”, que servía de pontón. Una noche,
sin ser sentido, se arrojó al agua, logrando llegar al campo sitiador
del coronel José Rondeau. Permaneció en Montevideo, hasta que en el mes
de octubre de 1811 fue levantado el asedio por el tratado firmado entre
el Gobierno de Buenos Aires y el Virrey Elío. López regresó a Santa Fe,
siendo uno de los pocos que llegaron a su provincia de los 100 Dragones
santafecinos que se habían incorporado allí a Manuel Belgrano. Cayó prisionero del coronel José Eusebio Hereñú en el combate del
Sauce o del Espinillo, en 1815, juntamente con el coronel Holmberg.
Hallándose en la ciudad de Santa Fe el capitán Contuso, su segundo, el
teniente Estanislao López, aprovechó su ausencia para sublevarse en
Añapiré el 2 de marzo de 1816. Siguió el ejemplo de López el día 7 la 2ª
compañía encabezada por el sargento Marcelino Avellaneda. Pronto se le
incorporó Mariano Vera, poniéndose a la cabeza de los sublevados. Otras
sublevaciones producidas, dejaron al general Viamonte aislado en la
ciudad de Santa Fe, esperando el auxilio que había solicitado a Buenos
Aires, que se encontraba en San Nicolás de los Arroyos. López se hallaba
entre los que estaban en abierta oposición con las fuerzas legales.
Vera se proclamó gobernador, y desde la bajada de Andino destacó la
compañía de Blandengues de Estanislao López, hecho ya capitán, quien en
canoa pasó el río tirando su caballo, y siguiéndole del mismo modo la
demás gente, a nado, con sus caballos y armas unos, a pie otros, y
muchos sin arma alguna. En esta forma se apoderó de los barcos porteños,
que estaban a las órdenes del general Matías Irigoyen.
Gobernador de la provincia de Santa Fe
El 31 de agosto se apoderaron de la ciudad de Santa Fe. Estanislao
López fue el héroe de esta campaña y en compensación a su valor y
energía, obtuvo del gobierno de la provincia, el grado de teniente
coronel y el nombramiento de comandante general de armas. En marzo de
1818 emprendió una expedición contra los indios del Chaco, la que
prosiguió con éxito los meses siguientes.
El 23 de julio de 1818, Estanislao López se nombró gobernador
interino de la provincia de Santa Fe por sí mismo, lo que hizo conocer
por medio de un bando público; separándose de este modo de la provincia
de Buenos Aires. Posteriormente se alió con el caudillo José Gervasio de
Artigas, de la Banda Oriental y con Francisco Ramírez de Entre Ríos. Su
autoridad fue legitimada en julio de 1819 por una asamblea provincial, y
a partir de entonces ejerció el gobierno durante veinte años, “en forma
discrecional, pero entre sus contemporáneos”, como dice Susana N. de
Molinas.
Separación de la liga artiguista
Después del tratado del Pilar se separó de la liga artiguista, junto
con Francisco Ramírez, y en 1821 luchó contra el Supremo Entrerriano,
hasta su derrota. El 6 de diciembre de 1821 fue reelecto gobernador de
la provincia, funciones que mantendría hasta su muerte, acaecida el 15
de junio de 1838. Su mayor prestigio y poder fue ejercido entre 1828 y
1835, es decir, después del motín de Lavalle. En 1829 la Representación
Nacional reunida en Santa Fe lo designó jefe del ejército nacional
destinado a luchar contra Lavalle, a quien derrotó en Puente de Márquez,
con el apoyo de Juan Manuel de Rosas.
Su amistad con los hermanos Reinafé, de Córdoba; su enemistad con
Juan Facundo Quiroga, y la influencia que en su gobierno tuvo Domingo
Cullen, fueron factores fundamentales en la vida de Estanislao López,
cuyas tentativas en pro de la constitución confederal, de 1831, fueron
desbaratadas por la alianza Rosas-Quiroga.
En la historia argentina se lo denomina impropiamente “el Patriarca
de la Federación”, ya que tal título le correspondería a Artigas, o en
todo caso a Mariano Vera. López suplió con inteligencia natural su
deficiente formación cultural, y por eso mismo sufrió la influencia de
fuertes personalidades que lo rodearon. Sus tesis de economía regional
proteccionista, de 1830, sostenidas contra Buenos Aires, eran válidas,
pero no contó con aliados suficientes para imponerlas, ya que Juan
Facundo Quiroga, el jefe del federalismo del noroeste, nunca fue su
amigo y don Juan Manuel de Rosas pudo fácilmente jugarlo contra la
Comisión Representativa, en los preliminares de la firma del Pacto
Federal del 4 de enero de 1831.
Estanislao López y San Martín
Rivadavia y sus satélites boicoteó la campaña libertadora de San
Martín, a tal punto que este decide entregar el mando a Bolívar y
retornar a su Patria.
Mientras San Martín permaneció en Mendoza, retirado en su chacra,
Rivadavia y el gobierno de Buenos Aires lo hostilizó de todas formas.
Primero le puso un mucamo como espía de sus movimientos y luego hasta le
violaba su correspondencia privada. El propio San Martín se lo confiesa
a O`Higgins en carta del 2º de octubre de 1827:
“…Mi separación voluntaria del Perú parecía me ponía al cubierto de
toda sospecha de ambicionar nada sobre las desunidas Provincias del
Plata. Confinado en mi hacienda de Mendoza, y sin más relaciones que
algunos vecinos que venían a visitarme, nada de esto bastó para
tranquilizar la desconfiada administración de Buenos Aires; ella me
cercó de espías; mi correspondencia era abierta con grosería…”
(Altamira, Luis Roberto: “San Martín. Sus relaciones con don Bernardino
Rivadavia”. Impresiones Pellegrini 1950. Museo Histórico Nacional. Su
Correspondencia)
El 16 de agosto de 1828 el mismo O´Higgins lo conformaba en carta a San Martín:
“..ejerzan enhorabuena su rabia inquisitorial en nuestra
comunicaciones privadas que ellos no encontrarán otra materia más que la
misma firmeza y honradez que no han podido contradecir de nuestra vida
pública. Hasta la evidencia se podría asegurar que las ocho o diez
cartas que veo por su apreciable del 29 de septiembre del año pasado se
han escamoteado como las que he escrito a Ud. paran en poder del hombre
más criminal que ha producido el pueblo argentino. Un enemigo tan feroz
de los patriotas como Don Bernardino Rivadavia estaba preparado por
arcanos más oscuros que el carbón para humillarlos y para degradación
que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso, que fue
la admiración y baliza de las repúblicas de América Sudeste. Hombre
despreciable que no solo ha ejercido su envidia y encono contra Ud. no
queda satisfecha su rabia, y acudiendo a la guerra de zapa, quiso
minarme en el retiro de este desierto, donde por huir de ingratos busco
mi subsistencia y la de mi familia con el sudor de mi frente…”
(Altamira, Luis Roberto. Ibidem) (JS.p.36)
También a Chilavert le refiere San Martín sobre los ataques y
calumnias que recibía por parte de la prensa rivadaviana. En carta del
1° de enero de 1825 le decía:
“…A mi regreso de Perú establecí mi cuartel general en mi chacra de
Mendoza, y para hacer más inexpugnable mi posición, corté toda
comunicación (excepto con mi familia), y me proponía en mi
atrincheramiento dedicarme a los encantos de una vida agricultora y a la
educación de mi hija, pero ¡vanas esperanzas! En medio de esos planes
lisonjeros, he aquí que el espantoso “Centinela” (periódico rivadaviano)
principia o hostilizarme; sus carnívoras falanges se destacan y
bloquean mi pacífico retiro. Entonces fue cuando se me manifestó una
verdad que no había previsto a saber: que yo había figurado demasiado en
la revolución para que se me dejara vivir tranquilamente” (Comisión
Nacional del Centenario. Documentación del archivo San Martín. Tomo I )
San Martín decide trasladarse a Buenos Aires a darle el último adiós a
su esposa que agonizante reclamaba su asistencia. Pero San Martín debe
postergar su viaje ante la certeza de un complot para interceptar su
viaje para prenderlo o asesinarlo, y en carta a Guido del 27 de abril de
1828 da cuenta de ello:
“¿Ignora Ud por ventura que en el 23, cuando por ceder a las
instancias de mi mujer de venir a Buenos Aires a darle el último adiós,
resolví en mayo venir a Buenos Aires, se apostaron en le camino para
prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso
aviso que se me dio por un individuo de la misma administración”.
(Altamira, Luis Roberto: “San Martín. Sus relaciones con don Bernardino
Rivadavia”. Impresiones Pellegrini 1950. Museo Histórico Nacional. Su
Correspondencia)
El 12 de agosto falleció la mujer de San Martín en ausencia de su esposo.
Así agradecían los “civilizados” al libertador de medio continente,
mientras los “bárbaros”, según la definición sarmientina, le ofrecían su
ayuda y gratitud; el gobernador “bárbaro” Don Estanislao López le
remite la siguiente correspondencia:
“Se de una manera positiva por mis agentes en Buenos Aires que a la
llegada de V.E. a aquella capital será mandado juzgar por le gobierno en
un consejo de guerra de oficiales generales por haber desobedecido sus
órdenes en 1817 y 1820, realizando en cambio las gloriosas campañas de
Chile y Perú. Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de
mi gratitud y del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan
patrióticamente en 1820 a concurrir a derramar sangre de hermanos con
los cuerpos del Ejército de los Andes que se hallaban en la provincia de
Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que a su solo aviso estaré en
la provincia en masa a esperar a V.E. en El desmochado para llevarlo en
triunfo hasta la plaza de la Victoria”. (Altamira, Luis Roberto. Ibidem)
(JS.p.37)
El “boleado” general Paz
El general Paz se aprestaba a llevar las armas sobre el litoral,
mientras en la legislatura de Buenos Aires se denunciaban las
intenciones de España de recuperar sus colonias. También se denunciaba
la expedición, y se preparaban, en Colombia, Venezuela, Ecuador, Nueva
Granda y México.
La guerra entre el interior y el litoral sobrevino inmediatamente. El
gobernador de Santa Fé, Estanislao López, es nombrado general en jefe
del ejército confederado. Quiroga operaba con éxito sobre Córdoba. El
general Pacheco derrota a Pedernera en Fraile Muerto y los federales
ocupan Tío, India Muerta y Totoral Chico. Quiroga toma Río Cuarto y
avanza sobre San Luis y en el Río Quinto derrota a Pringles.
Convulsionada Córdoba y con Quiroga a su espalda, “el Manco” Paz
decide ir sobre López. López rehuye el enfrentamiento y retrocede hasta
los Calchines. Paz ordena a Dehesa marchar contra los Reinafé.
Casi llegada la noche, el general Paz escucha un tiroteo que supone
de sus guerrillas con el enemigo, y se adelanta en reconocimiento de las
fuerzas que se batían, acompañado con un ayudante, su ordenanza y un
baqueano.
El manco Paz, que no quería poner en evidencia sus operaciones, manda
a su ordenanza en busca del jefe de su guerrilla, y como aquel no
volviera, Paz despacha el ayudante y sigue adelante con el baqueano,
yendo a dar precisamente sobre el flanco izquierdo se su enemigo. Tal
vez confundió a las partidas enemigas con su propia tropa, pese a la
advertencia del baqueano que le advierte que está frente a las tropas de
López. Duda en volverse, talvez receloso de “disparar de sus soldados”.
Cuando advierte su error, ya era tarde. Los federales lo habían
reconocido. Incluso uno grita su nombre, lo que aumenta la confusión de
Paz.
Un federal bien montado, de apellido Serrano, se adelanta, lo
persigue y le bolea el caballo. “El manco” cae al suelo, y es tomado
prisionero.
Adolfo Saldías, en su “Historia de la Confederación Argentina”
(T.II.p.237) refiere lo dicho por un testigo ocular, don Saturnino
Gallegos, que se encontraba en la tienda de López cuando llega el
prisionero.
Dice el señor Gallegos, en septiembre de 1882:
“En la madrigada del 11 de mayo de 1831 nos encontrábamos en
Calchines acompañados, esperando las fuerzas de Buenos Aires que mandaba
el general Juan Ramón Balcarce, para emprender la campaña contra el
general Paz. El general López, su secretario coronel Pascual Echagüe y
otro jefe lo acompañaba alrededor del fogón tomando mate, cuando se
presentó un joven cordobés que dijo llamarse Serrano, anunciando que
dejaba a corta distancia la partida que conducía prisionero al General
Paz, cuyo caballo había boleado él mismo.
Si grande fue la sorpresa que produjo esta noticia, no lo fue menos
la duda acerca de la veracidad del informante: aunque entre las señas
quedaba, la de “manco” era incontestable. El general ordenó al señor
Echagüe que sin demora montase una mitad de lanceros de 25 hombres con
un oficial a la cabeza y acompañado del chasque Serrano fuese a
encontrar la partida que se decía conducía al prisionero.
Verificado esto, y antes de mucho rato, regresó toda la gente y a la
inmediación del general López desmontaba el señor Paz, en mangas de
camisa, y quitándose un gorrete de tropa, que se le había dado en vez de
la gorra que le quitó uno de los soldados. Don Estanislao López y demás
de su círculo se pusieron de pie, y el prisionero, ofreciéndole con
grandes instancias aceptase la única silla, que era una pequeña con
asiento de paja, para sentarse, la que aquél rehusó con toda cortesía,
sentándose en una cabeza de vaca de las que rodeaban el fogón. El señor
López le ofreció entonces mate, café o té (el informante no recuerda qué
aceptó); y al mismo tiempo ordenó a un asistente que subiese a su
carretón y trajese un poncho de abrigo y una chaqueta para que el
huéspedes cubriese, pues el frío era fuerte, diciendo al mismo tiempo:
-General, las únicas “capas” que podemos ofrecerle son las de “cuatro
puntas” y de ponerse por la boca. -A lo que el general Paz contesto
eran las mejores, y cuando vino se cubrió arrebozándose.
A poco se llamó al sargento que mandaba la partida apresadora, quien
explicó la boleadura del caballo, que presentó (era un malacara
choquezuela blanca), animal de buena apariencia y manos; y cumpliendo la
orden que se le dio, se hizo entrega l general Paz de la casaca de que
se le había despojado, gorra buena, etcétera.
Como ni el general López ni otro alguno abría conversación, el
general Paz, rompiendo el silencio dijo; “Señor López, los soldados de
usted son unos valientes y los míos unos cobardes, que me han abandonado
a doce cuadras de mi ejército”.
El general López asintió con un movimiento de cabeza y el general
Paz, continuó: “Dejo un ejército, que en moral, disciplina, armamento,
etcétera, es completo y capaz de batirse con el que usted presentase,
fuese el que fuese; pero falto yo, todo es perdido; pues Lamadrid, que
es quien queda a la cabeza, es incapaz de sacar ventaja alguna de su
posición, careciendo de aptitudes para llevar a cabo mis planes”
Tampoco consiguió que el señor López dijese más que palabras sueltas,
ni cosa que pudiera dar ofensa ni halago al prisionero, y así continuó
hasta que las tareas del día, entre las que tuvo lugar la de encontrarse
con el ejército que llevaba al general Balcarce y otras, dejaron al
general Paz encargado de los que le custodiaban.
Se ha querido decir que el general Paz fue insultado y amenazado a su
llegada, lo que no es cierto; si bien causó un tumulto natural conocer
su arribo, entre lo más se mostraba la algazara y retozo de los indios
guaycurúes de la división que llevaba el general López, compuesta por
mil hombre más o menos. Tampoco se puede negar que entre las
consideraciones tenidas con el general Paz, no fue la menor su envío a
santa Fe a cargo del capitán don Pedro Rodríguez, mozo altamente educado
y elegido por el general López como la persona más propia para el
desempeño de la comisión que se le confió”.
El general Paz, prisionero, fue bien tratado tanto por López como por
Rosas. El mismo paz lo reconoce en carta a Rosas publicada en el Lucero
el 3 de junio de 1831, en la que le declaraba que había sido
generosamente tratado por López y que esperaba serlo del mismo modo en
lo sucesivo (Memorias de Paz. Tomo II pag.335)
Paz sería luego trasladado a Buenos Aires y se le guardó toda
consideración. Fue alojado en el cabildo de Lujan con libertad de
movimientos y la sola obligación de hacer noche en el lugar. Luego Rosas
le dio por cárcel la ciudad de Buenos Aires bajo palabra de no
ausentarse, palabra que no cumplió “el manco”, escapando más tarde para
formar un ejército para luchar contra Rosas.
Rosas, Estanislao López y el manco Paz
“El manco Paz” cae en prisionero de Estanislao López, y al concluir
la guerra, éste se quería “sacar el bulto de encima, y lo consulta a
Rosas. Este le contesta el 22 de febrero de 1832:
“Si hemos de afianzar la paz de la República, si hemos de dar la
respetabilidad a las leyes, a las autoridades legítimamente
constituidas, si hemos de restablecer la moral pública y reparar la
quiebras que ha sufrido nuestra opinión entre la naciones extranjeras y
garantir ante ellas la estabilidad de nuestro gobierno, en una palabra,
si hemos de tener Paria, es preciso que el general Paz muera. En el
estado incierto y vacilante en que nos hallamos ¿que seguridad tenemos
que viviendo el general Paz no llegue alguna vez a mandar en nuestra
República? Y se aquello sucediese ¿no sería un oprobio para los
argentinos? Fuera de que nuestros hijos y descendientes, que vean algún
día vivir a Paz tranquilamente entre nosotros y oigan la historia de los
horrorosos desastres que ha causado en todos los pueblos, debería
familiarizarse con la idea de los más grandes crímenes, o nos reputarán
como hombres inmorales o imbéciles que no supimos valorar la magnitud de
tan espantoso crimen…Sin embargo que antes de ahora he opinado por que
se le conserve la vida, pensando después más detenidamente sobre este
importante negocio…he variado de opinión”
El 12 de marzo, López le contesta a Rosas:
“He leído con mucha atención todo lo que usted me dice en orden al
general Paz…a pesar que mi carácter es y ha sido siempre inclinado a la
indulgencia, no puedo menos que confesar que el fallo de usted es
imperiosamente reclamado por la justicia en desagravio de los atentados
atroces inferidos a los pueblos y a las leyes. Si algún pretexto se
presenta para salar la vida de este hombre es el mérito que contrajo en
la guerra contra los brasileros en que no se puede negar que hizo un
grande bien al país, más yo no me atrevo a decidir si esto sería lo
bastante para salvar una vida que delitos espantosos convencen que debe
quitarse” , y para no responsabilizarse por esto, pedía que la muerte de
Paz fuese por el “pronunciamiento expreso de todos los gobiernos
confederados o por cosa semejante”, pidiéndolo a Rosas que consultase a
la Provincias. Pero Rosas no estaba a tomar “el bulto” que le largaba López, y no
queriendo comprometerse en la muerte de Paz opina que “si López de un
modo privado y amistoso” le ha pedido su opinión, “yo francamente la he
dado en los términos en que podía hacerse”, pero la decisión por la
muerte de Paz correspondía solamente a su apresor, “lo mismo que yo aquí
castigaría si el autor de taes delitos se tuviese en mi territorio”. Si
López consultaba a las provincias, la nota debía firmarla él
exclusivamente “que lo hizo prisionero y lo custodia en su territorio”
(28 de marzo). López insiste en “sacarse el bulto” de encima, y el 24 de abril le
pide a Rosas que le redacte un borrador “para salir de una vez de este
negocio”.
Pero a Rosas no lo iban a enredar fácilmente, y el 17 de mayo le contesta a López:
“Me excuso, compañero, hacer la redacción que me pide; esta obra es
exclusivamente suya y nadie si no usted mismo es quien debe dirigir y
firmar”.
Rosas envía la circular el 8 de octubre; Rosas se defirió su voto al
de “las demás provincias”, y éstas se pronunciaron por que resolviera un
consejo de guerra. El consejo nunca se reunió.
En 1835 López mandó a Paz a Buenos Aires y Rosas lo retuvo en el
cabildo de Luján. Paz, que se había casado en la prisión, habitó en el
piso alto como confinado, pudiendo salir con la única obligación de
pernoctar allí. Luego, a pedido de Paz, Rosas lo tralada a Buenos Aires
dándole al ciudad como cárcel. Le pagó sus sueldos y devolvió su
escalafón militar. Paz no actuaría de la misma forma, abandonando la
ciudad para formar un ejercito en contra de Rosas. (Rosa, L- María.
Historia Argentina. T.II.p.160)
Rosas, López, Quiroga y “el moro”
La animosidad de Quiroga contra López venía de tiempos de la misión
Amenábar-Oro, y se había exacerbado después de Oncativo. La diplomacia
de Rosas consiguió apaciguar al “Tigre de los Llanos”, cuyos estallidos
de cólera no llegaban al rencor permanente, y Quiroga había aceptado el
mando de la División de los Andes que lo subordinaba a López, general en
jefe del ejército federal. Pero sea por recelo a sus resonantes
triunfos en Río Cuarto, Río Quinto, San Luis y Rodeo del Chacón, o
porque López oyera a los interesados en perjudicar a Quiroga, en vez de
ir contra Lamadrid con la totalidad del ejército federal, le encomendó
al Tigre de los Llanos la tarea de aniquilar a los atrincherados en la
Ciudadela: “¿Qué quiere decir la orden que dio (López) para marche
contra los restos del ejército sublevado y el poder de las provincias
aguerridas que más de una vez domaron el orgullo de los españoles, sino
que el Señor General tenía interés ñeque la División de Los Andes fuese
destruida?”, escribía Quiroga a Rosas. Se descargó airosamente el 4 de
noviembre, pero presentó al día siguiente su renuncia del ejército. Había otro motivo, al que Quiroga daba mucha importancia: Lamadrid se
apoderó en La Rioja del caballo moro de Facundo, que quedó abandonado
en Córdoba cuando su retirada después de el Tío. López, sin creer que
“ese mancarrón”, como dice a Rosas, era el célebre caballo de Quiroga,
se lo apropió. Quiroga no pudo conseguir que se lo devolviera, y su
furor estallaría con estruendo. De este caballo habla Paz en sus Memorias al mencionar las creencias
populares sobre Facundo: “Tenía (Quiroga) un célebre caballo moro que a
semejanza de la cierva de Sartorio le revelaba las cosas más ocultas y
le daba los más saludables consejos… rodando la conversación (relata una
sobremesa de oficiales), vino caer en el célebre caballo moro,
confidente, consejero y adivino del general Quiroga. Fue grande la
carcajada y la mofa en términos que picó a Güemes Campero (antiguo
oficial de Quiroga), que dijo:
“Señores, digan ustedes lo que quieran, rían cuanto se les antoje,
pero lo que yo puedo asegurar es que el caballo moro se indispuso
terriblemente con su amo el día de la acción de La Tablada porque no
siguió el consejo que le dio de evitar la batalla ese día: soy testigo
ocular que habiendo querido el general montarlo el día de la batalla, no
permitió que lo enfrenasen por más esfuerzos que se hicieron, siendo yo
mismo uno de los que procuré hacerlo, y todo para manifestar su
irritación por el desprecio que el general hizo de sus avisos” . El 7 de noviembre de 1831, tres días después de Ciudadela, Ruiz
Huidobro escribió a Mansilla el disgusto de Quiroga por “un caballo
oscuro que él estimaba mucho” (que) se le tomó Lamadrid en San Juan y
ahora se halla en poder del señor López… (Quiroga) desde que le dieron
la noticia se halla como en poder desahogarse del disgusto: quiso
retirarse en el acto del ejército, y se conformó en no hacerlo por causa
de Don Juan Manuel hasta dar una batalla. Ahora se dispone de hacerlo…
recelo otros resultados que quizás nos pongan de peor con morir sin
venganza ni darle al general López dos días de gusto, y eso se debe a
López que devolviese el moro y tranquilizó a Quiroga: “Suponiendo fuese cierto que López tiene el caballo, y éste es
oscuro, ha estado muy lejos de la intención de agraviarle reteniendo el
animal que sólo él puede montar y lo mira como una alhaja de un amigo
recobrada del enemigo para ponerlo en sus manos en la ocasión que
creyese conveniente hacerlo”.
López se extrañó en carta a Rosas por la historia de ese maldito
caballo “que puedo asegurarle, compañero, que doble mejores se compran a
cuatro pesos donde quiera…no puede ser el decantado caballo del general
Quiroga porque éste es infame en todas sus partes”. Sin embargo no lo
devolvió.
Tomás Manuel de Anchorena, viendo que López no se desprendía del
moro, escribió a Quiroga que desistiese de reclamarlo y que no hiciera
de esa cuestión minúscula un asunto que podía perturbar la marcha de la
República, comprometiéndose a pagar su valor. Enfurecido Quiroga
contestó el doce de enero: “Estoy seguro de que pasaran muchos siglos de
años para que salga en la República otro caballo igual, y también le
protesto a usted de buena fe que nos soy capaz de recibir en cambio de
ese caballo el valor que usted contiene la República Argentina, (por
eso) es que me hallo disgustado más allá de lo posible”.
Sarmiento en Facundo menciona el incidente: “Sabe (Quiroga) que López
tiene en su poder un caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece
con la noticia. ¡Gaucho ladrón de vacas! – exclama –, ¡caro te va a
costar el placer de montar en bueno!” .
Fuentes:
Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Confederación – Buenos Aires (1970).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Rosa, José María- Historia Argentina. T.IV.p.168.
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – T.II.p.237 Memorias de Paz – Tomo II.
Sulé Tonelli, Jorge – La coherencia política de San Martín – Edit. Favro – Bs.As (2007).
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
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