Por Alejandro Pandra
En 1939 se estrenó Gunga Din, uno de los grandes clásicos del cine de
aventuras de todos los tiempos, inspirado en el famoso relato de Rudyard
Kipling, dirigido por George Stevens e interpretado por Cary Grant,
Víctor McLaglen, Douglas Fairbanks Jr. y Joan Fontaine. La historia
se trata de tres sargentos del ejército británico, buenos camaradas,
de espíritu bromista, destacados en misión especial en una zona montañosa
de la India colonial del siglo XIX. Los acompañaba un muchacho nativo,
una especie de aguatero y guía baqueano llamado Gunga Din, que resultó
ser el perfecto cipayo: se diría que disfrutaba viendo matar como moscas
a sus compatriotas en nombre de los intereses del imperio y de la corona.
Pero digamos que la vocación del cipayo colonial no fue exclusiva del
siglo XIX ni de la India exótica. El 27 de abril de 1933 se firmó la
convención y protocolo que pasó a la historia como una de sus páginas
más negras: el tristemente célebre -Pacto Roca-Runciman-. Un año antes,
los representantes de los dominios integrantes del Commonwealth se habían
reunido en la conferencia de Ottawa. En esa reunión el imperio británico
firmó acuerdos con Australia y Canadá con el fin de otorgar preferencia
a la compra de carnes. A partir de entonces la exportación de carnes
argentinas a Inglaterra comenzó a decaer. La oligarquía y la Sociedad
Rural argentinas presionaron entonces al presidente Agustín Pedro Justo
y su gobierno derivado del llamado fraude patriótico para enviar una
misión a Londres y arribar a un acuerdo. Las escasas condiciones miserables
que pudo imponer a su principal cliente puso en evidencia el abrumador
grado de dependencia del mercado exterior que tenía nuestra economía.
Pero también el cipayismo vendepatria del gobierno y de nuestra clase
dominante durante la década infame. Gran Bretaña, por su parte, tenía
entonces vastos intereses en nuestro país: los ferrocarriles, los frigoríficos,
el reaseguro y los enormes negocios derivados de éstos.
Por ese pacto, se permitió a nuestro país enviar al mercado inglés una
cantidad de su mejor producción de chilled beef (carne enfriada), bien
barata y ¡libre de gravámenes! A cambio, la Argentina aseguró, en condiciones
de claro privilegio, la importación de carbón británico (sobre todo
para abastecer a las locomotoras a vapor ¡también británicas!) y de
toda una serie de productos manufacturados de ese origen. Se eliminaron
medidas -proteccionistas- contra las importaciones inglesas, favorecidas
además por regulaciones cambiarias. Al mismo tiempo, el gobierno argentino
se comprometió a alentar la inserción de las empresas del Reino Unido
en el terreno de las obras públicas.
El vergonzoso pacto fue firmado (paradójicamente el mismo año en que
moriría don Hipólito Yrigoyen) en Londres por el ministro de comercio
británico Walter Runciman y el vicepresidente conservador argentino
Julio A. Roca (hijo del presidente homónimo). En esa oportunidad, Julito
Roca tuvo el mal tino de decir que -Argentina, por su interdependencia
recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante
del imperio británico-. El lacayismo llegaría a la cúspide en las palabras
del agente financiero de los intereses británicos y miembro de la delegación
argentina Guillermo Leguizamón, Sir de la corte de St James: -La Argentina
es una de las joyas más preciadas de la corona de su Graciosa Majestad-.
La representación se completaba con el ministro de hacienda, el socialista
independiente Federico Pinedo, siempre asesorado por el economista inglés
Otto Niemeyer en las medidas adoptadas en el sistema de transporte con
la fundación de ferrocarriles y tranvías de Buenos Aires, en la fundación
del Banco Central y en la creación de la Junta Nacional de Granos. La
oligarquía intentaba, por todos los medios, seguir en la órbita de Inglaterra,
porque era la única manera de mantener sus privilegios. La pujante economía
de Estados Unidos, fuerte productor de granos y criador de ganado de
primer nivel, la estaba amenazando de muerte. En definitiva, el empréstito
inglés fue de 13 millones de libras esterlinas, pero el 70 % de esa
cifra fue destinado para pagar a la metrópoli ¡utilidades de los ferrocarriles!
Claro, ni el pacto ni aquellas declaraciones de la delegación fueron
bien recibidas en los círculos nacionales, tanto entre las fuerzas armadas
como entre los civiles como los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta –autores
de La Argentina y el imperialismo británico- y el grupo de intelectuales
nucleados en FORJA. Se empezó así a cocinar un caldo de cultivo que
prepararía finalmente las condiciones para la revolución del 4 de junio
de 1943. El empréstito terminó pagándose (varias veces, como es de rigor)
durante el gobierno del general Perón, cuando nacionalizó los ferrocarriles
y el Banco Central, y derrotó a la coalición antinacional y antipopular
de la oligarquía y el imperialismo.
El último domingo 24 se cumplieron cinco años de la muerte del gran
patriota contemporáneo Alejandro Olmos, que supo denunciar la gran estafa
de la deuda externa argentina y la complicidad de sus gerentes internos.
Pero, como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol: siempre existe disponible
un Gunga Din.
Agenda de Reflexión, 27 de abril de 2005.
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