Por Iciar Recalde
Tras la vuelta al poder de la oligarquía en el año 1955, en esos días aciagos para el país, en una esquina porteña y al encuentro con don Leopoldo Marechal, cuentan que Scalabrini Ortiz auguró dolorosamente a su amigo: “Hay que empezar a hacer todo de nuevo. Todo otra vez, viejo.”
 Eran las palabras del mismo hombre que había vislumbrado la soledad de los argentinos que en los años ´30 esperaban el encuentro con una causa colectiva y con un conductor, que se produciría con el Peronismo. Las de quien seguiría batallando sin cuartel hasta sus últimos días junto a un Pueblo que ya no estaría solo ni a la espera, sino en la lucha constante y mancomunada del subsuelo de la patria sublevado.
 Porque la figura de Raúl Scalabrini Ortiz forma parte de una generación de argentinos que tomaron distancia del rol impuesto por las metrópolis para los intelectuales en países semicoloniales como el nuestro, que es el de repetir e importar acríticamente teorías extranjeras promotoras de nuestra dependencia material. Educado en una cosmovisión oligárquica y colonizada de la Argentina, se comprometió con su tiempo histórico y conformó una mirada interesada en el conocimiento del país real y en su emancipación trastocando la herencia liberal de problematizar textos extranjeros por la de textualizar los problemas del país. Son conocidos porque se han citado mucho estos pasajes donde rememora su opción por la causa nacional y sus consecuencias (el silenciamiento de la prensa y las editoriales de renombre, el confinamiento del campo de la cultura, el desempleo…): “En 1930 yo había alcanzado el más alto título que un escritor puede lograr con su pluma: el de redactor de La Nación, cargó que renuncié para descender voluntariamente a la plebeya arena en que nos debatimos los defensores de los intereses generales del pueblo.” Menos habitual es la invocación donde el hombre, con el alma en la mano, escribe: “Esa vida presuponía despojar a la vida de todo lo que burguesamente constituye la vida… una vida con un solo objetivo en lo que todo lo demás está muerto, es casi una muerte. Pensaba yo, por lo tanto, para vivir esa vida es indispensable matar todo lo que es ajeno a esa misma vida, en una palabra, suicidarse, eliminar todo lo que constituye para los hombres normales una manifestación de vida: la lucha de posiciones, la conquista del éxito y su mantenimiento, la pequeña vanidad, la pequeña codicia, el pequeño engreimiento… matar todo eso… es como suicidarse. Una noche, en el pequeño escritorio que yo tenía en la casa de mi madre, donde había escrito El hombres que está solo y espera, tomé la decisión y me suicidé. (…) Ese es el secreto de mi constancia. Por eso no hay derrota que pueda desalentarme.”
 
Pienso que cuando escribamos sin reservas la historia de los intelectuales en el devenir de los últimos años, sabemos que surgirán una detrás de otra (porque las observamos operar ayer y hoy) concesiones, ocultamientos, humillaciones y traiciones de los hombres de letras a nuestro Pueblo. Los veremos de espaldas a la necesaria tarea de formación de la conciencia nacional, desinteresados por reconocerse a sí mismos, por contribuir a que los argentinos comprendamos quiénes somos y cuáles son los dolores, los dramas que nos aquejan, esperando que nos señalen que la pelea es sin cuartel y que es necesario matar de una vez y para siempre el accionar del imperialismo que no está afuera del país sino bien metido dentro nuestro, en cada intersticio de la vida nacional. Dueño de la economía y palpitando en nuestro raquitismo cultural. Frente a este panorama me pregunto, ¿con cuántos “suicidas” como Scalabrini contaremos? ¿Cuántos de nuestros hombres y mujeres escribirán en función de las Organizaciones Libres del Pueblo eso de que: “Luchar es en cierta manera sinónimo de vivir. Se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo. Se lucha con el mar para transportar de un extremo a otro del planeta mercaderías y ansiedades. Se lucha con la pluma. Se lucha con la espada y el fusil. El que no lucha se estanca, como el agua. El que se estanca, se pudre.”?
Scalabrini demostró que se puede servir a la patria luchando contra el poder y la entrega. A vistas de la discusión política actual, vengo preguntándome si vamos a agosto, cabizbajos, a  “salvaguardar un piso.”  Soy una convencida de que deberíamos caminar hacia octubre con programa, épica y utopía a conquistar “nuevos techos.” ¿Vamos a aceptar más y más y más estrategias de marketinismo político oportunista? No deberíamos aceptar de ninguna manera ser sustento político de candidatos que, sabemos, no van a hacer más que administrar la dependencia. Scalabrini nos diría que necesitamos más estrategia con pueblo. Nombrar al enemigo histórico y actual de la Nación. Propuestas políticas que expresen las demandas insatisfechas de nuestros compatriotas, que planteen cómo vamos a superar el colonialismo y la extranjerización de nuestra economía. Que se propongan ahondar la vocación de peronista de nuestros cuadros de gobierno para la próxima década. Él es quien señaló que la unidad del movimiento nacional siempre expresó épicas colectivas, sentidos trascendentes de solidaridad, compromiso y entrega a la causa argentina. Que redimir al peronismo únicamente era posible atacando los intereses de la oligarquía y del imperialismo desde nuestra historia combatiente, desde las banderas históricas que sostuvo y el marco doctrinario que nos legó.

"El pueblo escucha, mira, coteja y continúa en silencio su tráfico habitual. El pueblo tiene esos desplantes de gran señor, porque la conciencia del pueblo sabe adónde va aunque lo ignore cada uno de los individuos que lo componen”, escribió. ¿Estamos convencidos de mantener estas convicciones? ¿U optamos por la alternativa jodida para el país? La otra está y es la histórica, le necesaria, la que señala nuestra épica y la que marca la memoria de nuestros muertos: enfrentar a la oligarquía. Necesitamos confiar en la inquebrantable fe peronista en nuestro pueblo. La unidad es de las fuerzas populares contra el enemigo oligárquico imperialista. Porque la batalla cultural, tal como Scalabrini legó, deberemos darla más temprano que tarde donde está el interés económico: si pegamos ahí, el resto se ordena, como los melones en el carro. Con más control de la economía en manos del Estado continuaremos transformando la vida de los humildes, daremos vuelta la estructura semicolonial de la Patria. Si los cambios no llegan al subsuelo de la Patria no habrá conciencia, y si no se logra construir conciencia lo que nos espera es la derrota. El riesgo, latente, es enorme, claro, ¿o alguien puede imaginar que nos la van a hacer fácil? El tamaño del enemigo es enorme y siempre, siempre está listo para atacar: no requiere de batallas culturales que librar, las gana día a día por la tibieza y el pragmatismo vomitivo nuestro. Ya lo asentó Scalabrini como una ley de hierro de la política: no hay revolución nacional que triunfe si se limita a orillar al gran capital. Si no nos animamos a quitar lo que hay que quitarles porque es nuestro.
 Los grandes cambios en América latina han sido el resultado del encuentro entre un movimiento social en alza con un conductor. Estamos a medio camino del modelo de país independiente que forjó el General Perón en la década del 40: resta tanto por hacer. Como leí por ahí: no se está eligiendo al mejor compañero del curso, se está inclinando una balanza desigual en favor del proyecto nacional y popular. Al kirchnerismo le falta peronismo. El General Perón hizo una revolución nacional en 10 años de gobierno. La contra revolución que vino después la conocemos y las que siguieron también: aún duelen. Entonces, ¿qué nos pasa a los peronistas que andamos  tan desorientados, vacilantes, tibios? ¿Nos vamos a arriesgar a tener que empezar todo de nuevo? El enemigo no vacila nunca: es feroz, brutal y sanguinario. Estamos jugándonos el destino de la Patria no un partidito amistoso con el enemigo. No hay amistad posible con la oligarquía y  imperialismo. Tenemos la obligación y el deber de empezar a movernos más y mejor para que algo se mueva en el subsuelo de la Patria. Y no nos hagamos los tontos faltándole el respeto a nuestro pueblo con eso de que los resultados electorales definen el rumbo ideológico a posteriori. Peronismo quiere decir no claudicar hoy: “Hay quienes dicen que es patriótico disimular esa lacra fundamental de la patria, que denunciar esa conformidad monstruosa es difundir desaliento y corroer la ligazón espiritual de los argentinos, que para subsistir requiere el sostén del optimismo. Rechazamos ese optimismo como una complicidad más, tramada en contra del país. El disimulo de los males que nos asuelan es una puerta de escape que se abre a una vía que termina en la prevaricación, porque ese optimismo falaz oculta un descreimiento que es criminal en los hombres dirigentes: el descreimiento en las reservas intelectuales, morales y espirituales del pueblo argentino.” Que así sea.