Por Vicente D. Sierra
Rosas fue un hombre de mentalidad,
en materia económica, afín al liberalismo económico. No podía ser de otra
manera. Lo que sucede es que no cree que los fines esenciales de la acción de
gobierno sean económicos. Los unitarios buscaron formar el Estado antes que la
Nación, porque la organización jurídica era esencial a sus fines económicos.
Rosas considera que previo a toda organización institucional hay que forjar la
Idea Nacional. Y es así como supedita todo a lo que considera esencial. Su
política económica es, en tal sentido, de una profunda orientación
nacionalista, lo que no quiere decir que no sea de orientación capitalística,
en lo que se relaciona con el criterio que guía sus ideas sobre el desarrollo
económico.
El mismo es un gran industrial, el más importante de su época.
Técnicamente es, además, un progresista. En "Los Cerrillos"
trabajaban sesenta arados al mismo tiempo. Las primeras exportaciones de
cereales y harinas en barricas se realizan bajo su gobierno, y es bajo él que
llegan las primeras bolsas de semilla de trigo Barletta, en 1845. Los primeros
alambrados los tiene Newton, en el mismo año, aunque se haya dicho lo
contrario. Los primeros reproductores Durham llegan al país bajo el gobierno de Rosas, como llegan los merinos.
Bajo Rosas se inicia la inmigración, y la buena, la vasca. Y si no hizo más es porque la mayor parte de su período gubernamental
hubo de estar agitado por los problemas de la política interna y de la externa, en las que afianza la idea de la patria, la de su
independencia, la de su soberanía, la de su republicanismo, la de su unidad.
El gobierno de Rosas fue un
gobierno de empapelamiento, dice Puiggros, que antes ha elogiado a Rivadavia,
campeón del inflacionismo. Y bien, el peso moneda nacional, que valía 16 y 1/3
de peso plata en enero de 1830, había bajado solamente 5 centavos 4/10 en
diciembre de 1851. "La verdad es que los apologistas de Rosas pueden
exhibir con satisfacción este testimonio de su administración", ha dicho
Emilio Hansen. Y es que Rosas no fue contrario ni a los extranjeros ni al capital
extranjero. La opinión de los ingleses que vivían en el país bajo su gobierno es
concluyente: todos ellos fueron sinceros rosistas. Fue contrario al capital
extranjero que llegaba como instrumento de dominio, nunca del que vino a
quedarse como medio de producción. Como ha dicho Oliver: "Por lo que atañe
a su política y a cuanto él representara, fue la antítesis misma del
feudalismo, a saber: férrea unidad nacional; régimen legal igualitario con preeminencia
de hecho del elemento popular; adjudicación del suelo en plena propiedad, e
imposición estricta de la ley superior del Estado a los propietarios
territoriales, como sucedió en forma violenta con los llamados hacendados o
estancieros del sur".
Afirmó el crédito interno y el externo, pues fue
Rosas quien convino el arreglo final con Baring Brothers para saldar el malhadado empréstito de
Rivadavia. Conocemos una carta de Rosas a un pariente que se interesó por los intereses de una empresa inglesa y en ella el
Restaurador le dice cuánto le ha sorprendido ver a un hijo del país pidiendo en favor de una empresa extranjera, cuando bastan las leyes para
protegerlas si actúan dentro de lo legal, y de lo contrario, no pueden ser argentinos quienes las recomiendan y defiendan.
Ese fue Rosas. Argentino ante todo.
Si alguna herencia dejó al país fue la de su argentinidad, salvaje, bárbara si se quiere, pero pura; y si hoy hay Puiggros que lo atacan
es, justamente, porque temen a esa herencia. No es el latifundio rosista el que
les preocupa, sino la repercusión del patriotismo
de Rosas en las actuales masas
argentinas. Sienten que hay vientos de fronda; que el país aspira a recuperarse
a sí mismo, y que si alguna figura del pasado puede presidir esa acción, ella no es la de Moreno, ni la de
Rivadavia. Podría haber sido la de San Martín, pero éste no fue político, y es por eso la de Rosas. Y el primero que tuvo
la intuición de esta verdad argentina fue el propio Libertador. Manuel Gálvez, recordando la muerte del Restaurador, nos lo
dice: "¡Ha muerto don Juan Manuel de Rosas! Su entierro es muy sencillo y pobre: un sólo coche y unas pocas personas. Pero algo le
da la grandeza del entierro de un héroe: sobre el féretro va una bandera argentina y la espada de San Martín. La más gloriosa
espada de la patria lo acompaña. Es como un trofeo ganado por su patriotismo y como un símbolo de sus doce años de lucha por la
independencia política, económica y espiritual de
América". Y entre la opinión de
San Martín, así expresada, y la de Puiggros,
con directivas de Moscú, nos quedamos con la del Gran Capitán de los Andes.
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