La beata María Crescencia Pérez nació en San Martín
Provincia de Buenos Aires el 17 de Agosto de 1897, y nos dejó un 20 de mayo de
1932, dejándonos con su obra una enseñanza inquebrantable de servicio,
obediencia y profundo amor a Dios, a su virgen del Huerto y al mundo que la
necesitaba. La vida de María Crescencia Pérez no es sino un mensaje de amor.
Llevó siempre en su interior el fuego de un gran ideal: "Hacerse toda a
todos". Este ideal, que fue el de su fundador, la quemó por dentro y la
estimuló constantemente a donar su vida por la salvación de las almas.
Los Perez y
los Rodriguez que partieron de la Galicia española, tierra de grandes
emigraciones, en un barco repleto de emigraciones plenos de esperanza rumbo a
Sudamérica. Pero amargas realidades imprevistas, frenaban muchas veces el
lejano entusiasmo de la partida; por el contrario, algunas veces incitaban
reacciones impensadas en aquellas obstinadas voluntades. Los inmigrantes se
encontraban muchas veces en el nuevo mundo trabajando de sol a sol sus fértiles
llanuras, navegando en los amplios ríos, o se instalaban en la periferia cuando
no lograban asentarse en la ciudad. Pero con su pobreza de origen llevaban la
riqueza de sus tradiciones católicas. Así sucedió con los Perez-Rodriguez que,
ente la adversidad, no desesperaron. En Córdoba, en una jornada muy calurosa de
mediados de diciembre de 1889, Agustín Pérez se casa con Ema Rodriguez, ante el
altar de la Virgen del Pilar. Debido a
los momentos agitados que vivía la Argentina por esos tiempos, que hacían
alternar partidos conservadores y liberales en el gobierno de las ciudades, sin
apoyo alguno, la joven pareja se vé obligada a emigrar a Montevideo. Estan solos. En la capital uruguaya nace su
primer hijo, que muere a los tres años. Otro hijo se apaga al nacer. Sobreviven
Emilio y Antonio. Pero en este país la joven pareja no encuentra horizontes de
progreso y deciden retornar a la Argentina. En San Martín, Buenos Aires, en el frío
agosto de 1897, nace una criaturita, nuestra María Angélica. Al nacer la
pequeña, las condiciones de la familia mejoraron, porque el padre, ya de
treinta años, logra finalmente un trabajo en la Compañía Alemana de
Electricidad. Familia rica en fe y en
hijos; nace Agustín, Aída, María Luisa, José María. Pero la joven madre se
enferma y las criaturas asustadas la sentían toser en forma continua. Entonces
el médico le dice que si no la llevan a un clima más templado, no le aseguraba
que pudiese sobrevivir. Y parten hacia pergamino con las pocas cosas que
poseen, todos sus niños y una profunda fe.
Al atardecer, la madre calmada a los inquietos niños, los ponía a todos
de rodillas a rezar el Rosario. Día tras día, transmite casi inconscientemente
a sus hijos el concepto de la fe. Y así
crecieron estos niños, con esa madre fuerte que enseña a responder con amor al
amor de Dios; al hablar de Él con conciencia plena; a transformar alegrías y
dolores en momentos de gracia. Crecieron
con profundas convicciones religiosas, aunque al templo iban ocasionalmente
porque estaban a tres horas de distancia.
"Vivíamos nuestra pobreza con alegría; cada pequeño suceso nos
entusiasmaba. No conocíamos demasiado, no añorábamos la falta de tantas cosas…
El ejemplo de nuestros padres simples y fuertes, ricos en fe y en amor, nos
hacía crecer laboriosos. Tío José, hermano de mamá nos ayudaba, indicándonos
una u otra posibilidad de trabajo, sugiriéndonos un patrón dispuesto a
acogernos…" La mayor parte del
ciclo primario lo cursó en el Hogar de Jesús, de Pergamino. También allí se
recibió de maestra de Labores. Su
vocación religiosa, que había ido creciendo a lo largo de todos estos años,
tomó un curso definitivo cuando el 31 de diciembre de 1915 ingresó en el Noviciado de las Hermanas del Huerto, en
Buenos Aires. Recibió el Santo Hábito el 2 de septiembre de 1918, en
circunstancias en que moría su padre, don Agustín Pérez. No deseando otra cosa que agradar a Dios con
una vida santa y ser instrumento suyo para salvar a los hombres, se entregó
totalmente a su misión, como Hija de la Caridad, haciéndose "Toda para
Todos", en obediencia perfecta y en Caridad ilimitada.
Según sus testigos, la virtud sobresaliente de María
Crescencia fue la humildad. Esta le permitió vivir las grandes exigencias de la
Caridad fraterna y de la perfecta vida en común, con íntima y serena alegría.
Era feliz de poder hacer la voluntad de Dios.
Los primeros años de su vida religiosa los dedicó a la niñez. Se
desempeñó como maestra de Labores y Catequesis, en primer lugar en la Escuela
Taller adjunto a la Casa Provincial y después en el Colegio del Huerto de
Buenos Aires, en calle Rincón. Una
segunda etapa de su vida tuvo como destinatarios a los enfermos. Comenzó esta
misión en el Sanatorio Marítimo de Mar del Plata (Solarium), lugar dedicado
exclusivamente a la internación y atención de niños afectados de tuberculosis
ósea. Allí permaneció tres años. Como su
frágil salud comenzó a declinar rápida y seriamente, sus superiores decidieron
enviarla a un lugar donde el clima le ayudase a recuperarse. Eligieron para
ello Vallenar, en la República de Chile, donde las Hermanas del Huerto atendían
en el Hospital desde 1915. En el año 1928, la Hermana María Crescencia visitó
por última vez Pergamino para despedirse para siempre de los suyos. Poco
después acompañada por la Madre Provincial viajó a Chile, donde transcurrió la
última etapa de su vida, ya que cuatro años después de su llegada entregó su
alma a Dios, en Vallenar, luego de una vida heroica en la virtud. En el momento en que María Crescencia llegaba
a Vallenar bien puede decirse que las Hermanas del Huerto estaban escribiendo
una página de oro de Congregación en América .
Vallenar, de aproximadamente 6.000 habitantes en aquel momento, seis
años antes había sufrido un terrible y devastador terremoto, que destruyó casi
la totalidad de las casa de la población.
A partir de este hecho doloroso, Vallenar entró en un largo proceso de
reconstrucción, que se prolongó durante muchos años. La gran pobreza en que vivían, el dolor de
tantas familias sin techo, la soledad del lugar y las enormes distancias de
otros pueblos, hicieron que se cumpliese claramente el deseo del fundador:
"Lleven siempre la pobreza consigo y vayan donde por las dificultades del
lugar y por la falta de medios otras Hermanas no pueden ir". A pesar de lo mucho que le costó dejar su
Patria, su familia y su comunidad, María Crescencia vio claramente la voluntad
de Dios en las palabras de su Superiora y con gusto aceptó lo que Él le pedía.
Ella había dicho: "Por cumplir la voluntad de Dios iría al fin del
mundo". Vivió en Vallenar entregada totalmente al servicio de sus Hermanos
enfermos, dentro de la alegría de a vida comunitaria y creciendo incesantemente
en el Amor de Dios a quien había consagrado su vida, hasta llegar a decir:
"Señor, que te ame tanto como te amas a ti mismo". Ante el progreso y gravedad de su enfermedad,
fue internada durante tres meses en un hospital cercano a Vallenar, totalmente
aislada para evitar el contagio. Pero las últimas semanas de su vida la pasó
nuevamente en Vallenar, en su comunidad, edificando a las Hermanas con su
serenidad y profunda paz interior.
Dios le tenía reservadas para este momento gracias
muy especiales. Según las crónicas recibió en visión la visita del Fundador,
San Antonio María Gianelli. Desde la
imagen de su cuadro de la Virgen del Huerto, que tenía junto a su lecho, María
la bendijo a ella y a las Hermanas. El
niño Jesús hizo ademán de salir de los brazos de su Madre y María Crescencia
extendió los suyos para recibirlo. Con
verdadera piedad recibió el Santo Viático, rodeada de su Superiora y Hermana y
mientras rezaba con los presentes las oraciones de los agonizantes, se
incorporó e inclinándose profundamente delante del cuadro del Sagrado Corazón
de Jesús, repitió las palabras que el mismo Jesús le enseñaba: "Corazón de
Jesús, por los sufrimientos de tu divino corazón, ten misericordia de
nosotros". Luego prorrumpió en una
ferviente plegaria: "Corazón de Jesús bendíceme y bendice a estas mis
Hermanas, dales fuerza para combatir con valor y procurar la salvación de las
almas en estos tiempos difíciles. Bendice nuestro Instituto, del cual he
recibido tanto bien y en el cual en estos momentos me considero la criatura más
feliz del mundo. Te pido Corazón Santísimo de Jesús que mandes muchas y buenas
vocaciones a nuestro Instituto, oh Corazón de Jesús: te pido una especial
bendición para Chile y ya que es tu voluntad que me muera aquí contenta, te
ofrezco este sacrificio por la paz y tranquilidad de esta nación." Parece que el Corazón de Jesús le hacía ver
el premio que le tenía preparado, porque ella continuó: "¿Cuándo, Señor,
he merecido eso? ¿Qué son los sufrimientos de este mundo comparados con la
felicidad del cielo? Dios mío, yo no soy más que una miserable criatura, la
ínfima de todas, soy menos que un gusano de la tierra, ¿de dónde a mí tanta
felicidad? Corazón de Jesús yo no merezco todo eso. Todo es obra de tu Corazón.
Jesús Mío., quisiera amarte tanto como te amas a ti mismo". Su deseo de unirse a Jesús era vehemente, por
eso exclamó: "No me detengan mas... No me detengan mas... Sí, que todos
vayan al Corazón Santísimo de Jesús. Allí encontrarán la salvación de su
alma". Finalmente dijo sonriendo:
"Padre... en tus manos encomiendo mi espíritu. Así murió santamente, el 20
de mayo de 1932. A poco de morir en el
colegio del Huerto de Quillota, distante 600 Km de Vallenar, estando las
Hermanas reunidas percibieron una fragancia semejante al perfume de las
violetas, que permaneció varios días dentro de los muros del colegio. Ante este
hecho inexplicable, la Superiora dijo: "Ha muerto la Hermana
Crescencia". Inmediatamente llegó un telegrama avisando su muerte. Cuando la comunidad del Huerto dejó Vallenar,
la población no quiso que se llevasen el cuerpo de quien llamaban "La
santita". Por eso quedó allí 35 años, hasta que el 8 de noviembre de 1966
la Congregación dispuso el traslado de sus restos a Quillota. Provista de una
pequeña urna, abrieron el ataúd para reducir sus restos, pero encontraron
intacto y en perfecta conservación su cuerpo y su santo hábito. Toda la ciudad
de Vallenar se congregó para constatar este hecho tan singular. Se realiza
nuevamente el velatorio y luego fue llevada a Quillota donde descansó 17 años
en la bóveda de las Hermanas. En 1983 se
trasladó su cuerpo al panteón de las Hermanas en Pergamino hasta el 26 de julio
de 1986 en que, con motivo de la apertura del proceso diocesano en orden a su
beatificación, se lo trasladó a la Capilla del Colegio del Huerto. El 3 de octubre de 1990 la Sagrada
Congregación para las causas de los Santos abrió el proceso en Roma. Su tumba es constantemente visitada por
numerosos peregrinos que de todas partes del país vienen a venerar sus restos,
a pedir ayuda o a agradecer sus favores.
A través de estos hechos Dios comunica su mensaje y nos habla de
secretos designios acerca de la Hermana María Crescencia. Su muerte fue precio de vida y dio especiales
frutos, en vocaciones y en gracias, sobre todo en orden espiritual. Estas gracias,
en número cada vez mayor, siguen produciéndose hoy, a favor de quienes la
invocan. En Pergamino, el Sabado 17 de
noviembre de 2012, a hs 11, fue BEATIFICADA, recemos por su PRONTA
CANONIZACION.
Era mucho mas que un gusano, era una Santa!! Ahora esta en la Gloria!!
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