Luis A. Romero -al referirse a “La historiografía: de la Historia Social
al Revisionismo”- otorga gran importancia a la revista, nacida en 1967 y la
emparenta con la Historia Social de esta manera: “Siempre me ha parecido ver en
el título mismo de la revista, un eco lejano de la apelación de la escuela
francesa (hoy convertida en un lugar común) a sacar a la historia de los
estrechos límites de lo político, lo militar, lodiplomático”
Reconoce, entonces, que ella podría incurrir en el defecto de “astillar
la realidad, reducirla a minúsculos fragmentos...tras los cuales no se advierte
una similar preocupación por reconstruir una imagen de conjunto compleja y
consistente a la vez..., cargo similar al que se le ha hecho y se le sigue
haciendo a la escuela de Annales”, pero agrega que esto constituiría “una
reacción local contra la preocupación, tan fuerte, de reducir la realidad a
algunos únicos y sencillos esquemas”. Reconoce Romero que al principio, en la revista “campeaba un cierto
revisionismo genérico que ha ido variando con el tiempo” y “un tono de
denuncia, de reivindicación nacional y popular”, que luego fue quedando atrás
al definirse una posición en favor del eclecticismo, “traducida en una
desconfianza quizás excesiva por la teoría o lo que solía denominarse el ensayo
y una fe quizás exagerada en los hechos, los hards fats del empirismo
anglosajón que, sin embargo, resultaba favorable en el contexto cada vez más
simplificador de nuestro medio intelectual de fines de los ‘60”
Después de 12 años de su aparición, a partir de 1979, Todo es Historia pasó a ser editada por Emilio Perina, seudónimo detrás del cual se escudaba Moisés Constantinosvsky. Luna y Constantinosvsky participaron del fervor por el frondifrigerismo y algunas malas lenguas sostuvieron, en aquella época, que Constantinosvsky participó también de algunas importantes comisiones en los negocios petroleros de aquella época.
De sinuosa vida política, autor de varios libros, entre ellos, La
máquina de impedir, Las cuatro confesiones, La Mary y Detrás de la crisis,
Perina se constituyó en el asesor directo del presidente Menem en los últimos
años y en estrecho amigo de Roberto Alemann.
No extraña este recorrido político y su correlato historiográfico, si se
tiene en cuenta que el frondizismo intentó, a través de Marcos Menchensky, una
síntesis histórica que culminaba en la tesis del “imperialismo progresista y
civilizador”, según la teoría de Rogelio Frigerio.
No sorprende, entonces, que si la Historia Social mira de reojo a las
fundaciones prodigadoras de becas, la revista Todo es Historia reciba anuncios
publicitarios de grandes empresas y grandes bancos locales y extranjeros (Ford,
Bank of America, Banco de Galicia, Sevel, Acindar, Sanatorio Güemes, Gillette,
IBM, Argencard, etc.)
El eclecticismo de la Historia Social es llevado por Luna a sus últimas
consecuencias. Ello le vale una polémica con Arturo Jauretche en 1972. con
motivo de la exhibición de la película Juan Manuel de Rosas, de Manuel Antín,
Luna sostiene que “el mismo primitivismo con que la historia de Grosso dividía
a los argentinos en buenos y malos es el que campea en esta película.
La diferencia consiste en que los malos de Grosso son los buenos de
Antín y viceversa... Aquí se revive aquel viejo esquematismo con el más
elemental maniqueísmo”.
Jauretche le refuta sosteniendo que Luna se coloca “en esa posición de
‘bendigo a tutti’ que desde un púlpito neutral le permite distribuir justicia
mitad por mitad, eclécticamente”.
Luna recoge el guante y sostiene “Creo en la ecuanimidad”...y con una
estocada antiperonista agrega: “no soy de los que postulan ‘Al enemigo, ni
justicia’”... y teoriza: “El país lo han hecho todos, con sus errores y con sus
aciertos, y usted mismo, le guste o no, está viviendo en un país estructurado
por los hombres que detesta.Podrá intentar modificarlo, pero no puede renunciar a él, ni puede
pretender que el país se desprenda de toda una mitad de su historia para asumir
solamente la otra mitad...”.
Desde la revista Dinamis llega,
poco después, la respuesta de Jauretche: “... Es que el doctor Luna supone que
la posición revisionista en que estamos es una posición de jueces.
El que se coloca en juez, puede ser ecuánime, nosotros no somos jueces,
somos fiscales. Estamos construyendo el proceso a la falsificación de la
historia y develando cómo se la falsificó, por qué y qué objeto actual y futuro
tiene esa falsificación.
No somos jueces porque la historia falsificada no está sentada en el
banquillo de los acusados para que nosotros la juzguemos.
Lo que queremos es sentarla en el banquillo para acusarla ante los
jueces, que son las generaciones que vendrán... no puede haber ecuanimidad
hasta que no esté demolido el edificio de la mentira.
Le pregunto: ¿Qué estatuas están sobre los pedestales?, ¿qué retratos
presiden todos los salones de las escuelas y de los edificios públicos de a
república?, ¿qué hechos se rememoran oficialmente y cuáles se silencian?, ¿qué
dicen los programas escolares secundarios y hasta universitarios?, ¿qué enseñan
los maestros?, ¿qué enseñan los libros de textos desde 1º grado?, ¿quiénes
están en las academias?, ¿qué dicen los grandes diarios?... No, Luna, no.
‘Igualá y largamos’ como dice el jinete que se apresta a correr una carrera con
otro.
No es tiempo de ecuanimidad todavía porque para ello hace falta que
todos hayan sido hombres Y hechos- medidos con la misma vara y que las
oportunidades sean para todos iguales. ¿No se ha dado cuenta, usted Luna, que
la Plaza 11 de Setiembre recuerda un episodio indignante y es una de las plazas
más importantes de Buenos Aires?”.
Finalmente sostiene: “No confunda, doctor Luna, ecuanimidad con
encubrimiento. Y no crea que el revisionismo consiste en desnudar a un santo
para vestir a otro. No. Los santos que nosotros defendemos hace ratos que están
desnudos y lo que queremos es que los otros se saquen los ropones con que los
han disfrazado -hombres y hechos- para empezar, desde allí, entonces sí, una
historia con ecuanimidad. La falsificación de la historia es una política de la
historia.
La revisión también es una política de la historia y debe ser una
política combatiente...Es un error frecuente confundir ecuanimidad con
eclecticismo.
Es lo que le pasa a ese desarrollismo hecho sobre la base de las
palabras, puestas por el país y los hechos puestos por el extranjero, que sólo
es una variante de la visión crematística liberal que impera en el país después
de Caseros: hacer un país en cifras.
Nosotros creemos que hacer un país es hacer hombres para que, a su vez,
los hombres hagan el país” Una vez más queda al descubierto que el planteo de
Luna -y de la Historia Social de la cual es su Grosso divulgador- conduce a
vaciar a la historia argentina de toda pasión militante, de todo el interés
vivo -de polémica ideológica y material- que le otorga la lucha de clases y que
coloca al historiador como continuador de aquellas luchas, sumergido en una
empresa colectiva que viene desde el pasado y aún está por concretarse.
Si la Argentina la hicieron tanto unos como otros, según los Halperín y
los Luna, quedan en el mismo plano las víctimas y los represores, los
incorruptibles y los entregadores, los idealistas que lucharon por un mundo
mejor y quienes empujaron hacia atrás por un mundo peor.
En esta glorificación del eclecticismo y este reconocimiento de víctimas
y victimarios como iguales hacedores de la argentina, Luna y Romero (h.) se
abrazan, intentando legitimar su conducta con el argumento de que “las
corrientes historiográficas eclécticas imperan en el mundo” o que “es
preferible la tendencia al equilibrio y la conciliación, por parte de la
sociedad argentina”.
Olvidan -dada su sumisión ideológica a los países centrales- que la
riqueza de los mismos (intercambio desigual, exacción imperialista, intereses
de la deuda externa) morigera en ellos los enfrentamientos sociales y por ende
la controversia ideológica y política, y olvidan que la clase dominante de la
Argentina, agotado su período de esplendor, impulsa “esa tendencia general de
la sociedad argentina hacia “la armonía”, por sobre los “conflictos”, pues ese
aparente empate -el eclecticismo- le sirve tanto para resguardar su pasado como
para consolidar su presente.
En un país encadenado al FMI y a la deuda externa, un auténtico historiador
debe privilegiar los “conflictos”, “los antagonismos” y asumir como propio el
campo de lo nacional que es el de los trabajadores, aunque esa posición lo
excluya de las cátedras, de las academias y de las queridas becas y así
seguramente “haría” historia, no como Historia Social que según el propio
Romero (h.) se desarrolla “en consciente y firme apartamiento de las
incitaciones y demandas de la conciencia histórica del pueblo que -sabíamos- se
nutría de otras fuentes”, sino en plena consubstanciación con esa experiencia y
esa conciencia histórica.
El camino que ellos adoptan, en cambio, es someterse a la orientación
general de las clases dominantes externas e internas que prefieren, por
supuesto, por supuesto, un relato pleno de minuciosidades, armonías y
conciliaciones o desviar la verdadera historia hacia las anécdotas de la novela
histórica donde, en general, prevalece también esa concepción vaciadora y
esterilizante de las grandes luchas sociales.
De esta forma -congelada la controversia y la pasión por descubrir la
verdad- la historia pasa de “incitadora para la acción”, a promotora de la
resignación, reemplazando los proyectos colectivos por las empresas
individuales donde las batallas no se dan por grandes banderas sociales sino
por becas, prestigio y cátedras.
ENSEÑAR Y APRENDER, APRENDER Y ENSEÑAR ES EL LEMA DEL INSTITUTO ROSAS DE GRAL SAN MARTÍN, FELICITAMOS AL BLOG Y SU REALIZADOR POR CONTRIBUIR EN FORMA PERMANENTE CON ESE LEMA.-
ResponderEliminar