Por José María Rosa
EL FEDERAL
Después
de Caseros se puso la divisa punzó en la solapa – pues el ex-ministro de
Rivadavia confesó haberse convertido al federalismo leyendo La Democratie en Amerique
de Tocqueville – y se hizo infaltable a las reuniones de Urquiza en el caserón
de Palermo. Ya no rezaba con él “ese renombre odioso de salvajes unitarios que
perturbaron la tranquilidad de la
Patria y comprometieron su independencia” de la proclama de
Urquiza del 21 de febrero obligando al uso del cintillo punzó. En los salones
de Palermo era escuchado con respeto pero sin convicción: "Sentencioso en
el hablar, enfático en la acción y de aspecto imponente – así lo vió Quesada –
cuando no se hallaba en presencia del general Urquiza parecía la estampa de un
hombre de estado. Pero toda esa gravedad magistral se convertía en dúctil cera
en presencia de Urquiza. Yo me sentía avergonzado de esa perpetua aquiescencia
para todo lo que decía o hacía el general: sumisión en el fondo y en la forma, especie
de servilismo” (19). Urquiza lo hizo Consejero de Estado primero, junto a
Nicolás Anchorena y Felipe Arana – los grandes amigos de Rosas – y más tarde
diputado por Buenos Aires al Congreso de Santa Fe.
Se
embarcó con Urquiza a bordo del vapor inglés “Countess of Londsdale” el día 9
de septiembre rumbo a Santa Fe. Los
diarios porteños despidieron al Libertador y a los esclarecidos representantes,
sin perjuicio que al amanecer del 11 como dice Groussac, trocaran en tirano al
Libertador y en alquilones a los esclarecidos representantes a las primeras
dianas de la revolución triunfante. Del Carril se quedó de a pie con la
revolución, pues una de las primeras medidas del gobierno de Alsina fue anular
su acta “por haberse realizado la elección sin concurrencia de pueblo. Pero estaban vacantes las bancas de San Juan,
ya que Benavídez había anulado una primera elección hecha a favor de Sarmiento,
cuya ruptura con Urquiza hizo necesaria su exclusión del Congreso. Y del
Carril, venciendo su repugnancia a dirigirse a una “de las cabezas de hidra del
caudillismo” le escribe a Benavídez una larga carta el 4 de octubre, hablándole
de la necesidad de nombrar en San Juan constituyentes dignos y de experiencia,
carta que termina con un sugestivo “tengo el gusto de ofrecerme” (20).
Benavídez le remite a vuelta de correo un acta de diputado, para cuya elección
había tenido que reformar la ley de la provincia que exigía la condición de
vecindad en los electos. Esta
designación desconcertó a sus coterráneos. “¿El señor Carril, el liberal de
1824, el autor de la Carta
de Mayo, el sanjuanino ilustrado, soportará paciente esta injuria que se hace a
sus antecedentes patrióticos?” – escribía Tadeo Rojo, y Mitre publicaba la
carta en su periódico (21). Hacía más de un cuarto de siglo que los unitarios
de San Juan esperaban el regreso de del Carril, y he aquí que el Mesías llegaba
en compañías poco claras. El problema
para del Carril era grave: por un lado le era absolutamente necesario quedarse
junto a Urquiza en Santa Fe, y decorosamente no podía hacerlo sin un cargo que
justificara su presencia. Por el otro, su vinculación con Benavídez iba a
quebrar el culto de sus familiares y partidarios celosamente mantenido en los
años de emigración. Lo resolvió quedándose con el pan y la torta: el 20 de
enero de 1853 escribe a Benavídez quejándose de que “en San Juan haya habido
elecciones más o menos irrisorias, las cuales he visto con amargo sentimiento
mezclado mi nombre”. Le aconseja que renuncie porque "la situación de San
Juan mortifica y alarma, y un imperio no vale una gota de sangre, una lágrima
ni un remordimiento”. Pero claro que él venciendo su amargo sentimiento, se
quedaba por patriotismo con la banca conseguida en esas elecciones más o menos
irrisorias, donde había visto mezclado su nombre. La contestación de Benavídez fue terrible:
“Un acíbar experimento al no poder excusarlo, y al tener que someter al fallo
de la opinión pública los cargos que me dirige”. Aludiendo a los viejos tiempos
de la Carta de
Mayo le dice: “Se acabó la época en que el pueblo de San Juan, con mengua de su
integridad, derechos y soberanía, tenía que humillarse al capricho de los ambiciosos
y a la influencia de la aristocracia”, y recordando la guardia personal que
usaba del Carril: “el gobernador se pasea a solas a cualquier hora del día o de
la noche por la ciudad y suburbios, sin un solo ordenanza, porque entre él y
sus compatriotas hay una confianza recíproca”. Hizo publicar esta
correspondencia en un folleto titulado: Serie de cartas particulares, notas
oficiales y otros documentos cambiados entre S. E. el Gobernador de San Juan y
los diputados al Congreso General Constituyente entre las cuales aquella de del
Carril en que “se ofrecía” –. Pero el constituyente no se sintió inmutado para
cumplir su misión histórica en Santa Fe.
EL PROCER
Después
del Congreso su carrera política y su fortuna personal tomaron un camino de
franco ascenso. Triunviro en 1854; Vicepresidente de Urquiza, ejerciendo la
efectividad presidencial casi todo el período; jefe indiscutido del grupo de
porteños que disputaban a la facción cordobesa de Derqui el favor de Urquiza y
el manejo de la
Confederación; la vida de del Carril en Paraná fue
constantemente dedicada al servicio de la Patria: “¿
Qué hacía Carril en tiempos de Urquiza ? – se pregunta Mansilla parodiando a
Sieyes – vivir... y aumentar su caudal” La vejez se acercaba y la suerte de
la política, lo sabía por experiencia, era muy variable. “Volvía de la emigración – dice Quesada – con la resolución decidida
que no ocultaba a sus íntimos de no emigrar otra vez con los bolsillos vacíos
Emigrado y pobre vivía en modestísima situación... todos hemos conocido aquí
(Buenos Aires, 1885), al señor del Carril que ha muerto muy anciano, millonario
y convertido al seno de la Iglesia Católica, apostólica y romana después de
haber profesado teorías volterianas y aun ateas.” El cauto José María Zuviría, en el ditirambo
que ha dejado de los constituyentes del 53 se extraña de que el antiguo
unitario concluyera “por perder de vista el punto honesto de partida" y
que hubiera “modificado un tanto las
altas ideas de probidad y entereza de carácter para lanzarse en las rutas
extraviadas de un vulgar y apasionado anhelo por alcanzar de cualquier costa
bienes de fortuna que lo salvasen en lo futuro del trabajo y la pobreza del
pasado”. Su indiscreto ex-secretario Mansilla lo pinta en un rapto de
sinceridad exclamando ante la casa de Urquiza frente a la plaza de Paraná: “¡He estado emigrado tantos años! He pasado
tantas miserias (ni he podido educar a mis hijos debidamente) que tengo horror
a la pobreza... ¡y estoy en manos de esa fiera...!" (22)
En
1860 quiso ser Presidente, pero el favor de Urquiza se inclinó ante el sencillo
y modesto Derqui, que al poco tiempo el círculo de del Carril supo indisponer
hábilmente con el poderoso castellano de San José. La crisis de Pavón no lo
tomó desprevenido – ¡que había de tomarlo! – y fue él quien negociaría con
Mitre la caída de la Confederación y la salvación de Urquiza. En
premio, Mitre lo llevará a la Suprema Corte en 1863, jubilándose con sueldo
íntegro en 1877 durante la presidencia de Avellaneda (23).
Rivadavia
había muerto en 1845 en Cádiz solo y pobre, pidiendo como un último favor que
no lo enterraran en Buenos Aires “y menos en Montevideo”. Rosas acababa de
extinguirse, también pobre pero nunca amargado, en su exilio de Southamton.
Derqui había muerto en Corrientes, olvidado y tan extraordinariamente pobre,
que el cadáver permaneció tres días insepulto porque no había con qué pagar el
entierro. Solamente sobrevivía del
Carril único testigo de esa época heroica y desinteresada.
Moriría
en 1888 casi nonagenario. Sarmiento, su coterráneo y enemigo habló en el
entierro y allí, sin que nadie se asombrara, reconoció en una de sus
genialidades haberse equivocado cuando la segregación de Buenos Aires: “A Carril debemos ser hoy argentinos” –
dijo borrando la Carta de Yugay, la polémica con Alberdi, el ministerio con
Mitre – “en 1852 tomó el camino que le indicaban su mayor experiencia y sus
vistas de hombre de estado” (24).
Su
muerte fue un duelo nacional: los diarios enlutaron sus páginas, y la bandera
quedó muchos días a media asta.
(1)
Víctor Gálvez (Vicente C. Quesada), Memorias de un Viejo, pág. 197.
(2)
“Este viejo vale mucho. Todos los documentos públicos y actos importantes del
Congreso los debemos a él. Es su principal autor”. (Lavaisse a Taboada, ag. 28
de 1853, en “Gaspar Taboada”, Los Taboada, III, 93).
(3)
José María Zuviría, Los Constituyentes del 53 (ed. 1889), página 77.
(4)
Lucio V. Mansilla. Retratos y Recuerdos, (ed. 1894), pág. 40.
(5)
D. F. Sarmiento, Obras completas, XVII, 89.
(6)
Víctor Gálvez, ob. cit., pág. 197.
(7)
Víctor Gálvez, ob. cit., pág. 198.
(8)
Mariano de Vedia y Mitre, Estudio constitucional sobre la Carta de Mayo, pág. 7.
(9)
Carta del 6 de noviembre de 1825 tomada del proceso de quiebra de la Mining Association
en 1826. Esta carta y las que cito a continuación fueron dadas a conocer en
varias oportunidades: por Dorrego en El Tribuno, el 26 de junio de 1821; por
Dorrego y Moreno en su folleto Refutación a la Respuesta (Bs. As.,
1827); por Vicente Fidel López en su Historia de le República Argentina, t. X,
págs. 272 y 273 (edic. de 1893); por José María Rosa en Defensa y pérdida de
nuestra independencia económica págs. 145 a 147. También la menciona Pedro D’Angelis
en su articulo del “Archivo Americano” (1ª época). El general Rosas y los
salvajes unitarios. El que no se ha enterado todavía de ellas es el señor
Piccirilli, autor de una exhaustiva historia de Rivadavia en dos tomos,
entiendo que premiada.
(10)
Carta del 14 de mayo dé 1826 (Referencias en la nota 9).
(11)
Son muchas las referencias a esta financiación de la guerra civil por la propia
Presidencia. Las notas del ministro Agüero y de José Miguel Díaz Vélez,
transcriptas en El Tribuno, vol. II, págs. 221 y 241.
El
rescripto de Quiroga devolviendo el ejemplar de la Constitución que le
mandaba Velez Sársfield: “No quiere tratar con un poder que le hace la guerra”.
La nota de Tezanos Pinto sobre su comisión a Santiago del Estero: “El
gobernador (Ibarra) dijo que el Pte. de la República era el que hacia la guerra
a las provincias. El Comisionado (Tezanos Pinto), contradijo una aserción tan
falsa como maliciosa y exigió las pruebas al gobernador... Este abrió un cajón
y presentó los libramientos girados por los gobiernos de Salta y Tucumán contra
la Tesorería Nacional". A mayor
abundamiento existe la confesión de Lamadrid en sus Memorias. Pero, por
supuesto, nada de eso impide que el señor Piccirilli y el doctor Vedia y Mitre
sigan afirmando que la guerra civil no era fomentada por Rivadavia.
(12) Juan Manuel de Rosas le escribía a Quiroga
en la Carta de la Hacienda de Figueroa (dic. 20-1834). “¿Habremos de entregar
la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios y toda clase de
bichos?
¿No vimos que la constelación de sabios
no encontró más hombre para el
gobierno general que a don Bernardino
Rivadavia, y que éste lo hizo venir de San Juan al doctor Lingotes para el
Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo como un ciego de nacimiento
de astronomía?”
“La Ley de los Lingotes – observa
Vicente F. López, Historia, X. pág. 287 – es lo más absurdo que se haya
conocido y lanzado en país alguno”.
Una
de, las tantas curiosidades de esta ley es que el canje de los lingotes se
hacía por la tercera parte de los billetes presentados. Nada decía sobre las
otras dos terceras partes que es de suponer podían volver a canjearse al día
siguiente, obteniéndose una tercera parte de las dos terceras partes de
lingotes, y siguiéndose así hasta la suma total. Esta observación, hecha por
Vidal al discutirse la ley, quedó sin respuesta por parte del ministro.
(13)
La recepción de Tezanos Pinto por Ibarra es aleccionadora.
El
delegado del Congreso apenas llega a Santiago del Estero le pidió audiencia
solemne al Gobernador; éste le mandó decir que “pase cuando guste”. Tezanos
Pinto fija su recepción para las dos de la tarde del día siguiente (29 de
enero), y vestido de frac se dirige con el ejemplar de la Constitución y un
discurso preparado a la Casa
de Gobierno. Le extraña encontrar la puerta cerrada y que no estuviera formada
la guardia. Ante su llamado le abre una china en chancletas que sin ceremonia
alguna lo lleva ante el gobernador, quien estaba “en un traje semisalvaje, una
forma que choca al pudor y al decencia”, en calzoncillos y con la camisa
abierta. Debe convenirse que en Santiago del Estero, a las dos de la tarde de
un 29 de enero el traje de Ibarra era más apropiado que el de Tezanos Pinto.
La
conversación entre el Delegado del Congreso y el Gobernador – descripta por el
propio Tezanos Pinto en su Informe – no tiene desperdicio. El Delegado habla de
la Constitución
y de la gran obra legislativa hecha por el Congreso; Ibarra le dice que no
tiene objeción alguna que hacer a lo escrito, pero “que se legislaba de un modo
y se obraba de otro, pues el Presidente de la República le hacía la
guerra a las provincias”. Tezanos Pinto le exigió indignado pruebas de esa
aserción tan falsa como maliciosa, e Ibarra abriendo un cajón le muestra las
libranzas que había tomado a Lamadrid y que aparecían pagadas por la Tesorería Nacional
de Buenos Aires. Tezanos Pinto se enrieda en las cuartas, explica que el
Presidente no había hecho sino cumplir con la más esencial de sus obligaciones
al tratar de eliminar las situaciones federales del interior. Pero dándose
cuenta lo difícil que era convencer a Ibarra de que él Presidente había hecho
bien en financiar una guerra contra él, se retiró a su casa. Al llegar lo
alcanzó un soldado: “De parte de S. E. que se ha olvidado el librito” y le
entrega el ejemplar de la Constitución. Antes de las 24 horas volvía a
Buenos Aíres a dar cuenta del desafuero cometido.
(14)
“Fuera de estos cargos concurría también como millón y medio de pesos fuertes
en letras giradas por el señor Carril desde el 3 de julio (la fecha debe
notarse, pues es la de la separación del señor Rivadavia) contra la Tesorería del
Banco" (V. F. López, Historia, X, pág. 325).
Respecto
a los muebles de la casa de gobierno, la referencia es de López (X, 326):
“Hasta la casa de gobierno había quedado desmantelada y sin menaje; sus piezas
estaban reducidas a paredes desnudas y deterioradas, pues resultaba que todo lo
amueblado, hasta el del despacho presidencial había sido de propiedad del señor
Rivadavia traído de Europa," y que antes de dejar el poder había
trasladado todo a su nueva habitación, conociendo la insolvencia del nuevo
gabinete para abonarle su valor”.
(15)
V. F. López, Historia, X, pág. 351 (nota)
(16)
Las cartas de del Carril y de Varela fueron dadas a conocer por Angel
Justiniano Carranza en “La
Nación”, viviendo aún del Carril. En 1886 las recopiló en un
volumen Lavalle ante la justicia póstuma. Esta publicación tuvo ribetes de
escándalo, pues nadie sospechaba entonces la participación del Presidente
jubilado de la Suprema
Corte en el fusilamiento de Dorrego.
Lavalle
mostró estas cartas a Rosas en su entrevista de Cañuelas, “lamentando
amargamente su gravísimo y funesto error, quejoso y enfurecido contra los
hombres de la lista civil” como escribió Rosas en el margen de la carta de
Roxas y Patrón de sept. 2-1869 (Saldías, Historia de la Confederación, II,
80, ad. 1945).
(17)
Ver Eliseo F. Lestrade, Rosas, Estudio demográfico sobre su época (Rev. del
lnst. J. M. Rosas Nº 9). Hubo en 1829 – año de gobierno unitario – 4.658
defunciones, cuando en 1828 solo había habido 1.788, y en 1827: 1.904. Debe de
tenerse en cuenta que en las solas elecciones del 26 de julio, en la pequeña
ciudad de entonces, murieron de muerte violenta, en un día, 76 personas, además
de inumerables heridos graves. En la demografía de la prolífica Buenos Aires,
qué ese año del gobierno unitario, el único en que el número de fallecidos
sobrepasó al de nacimientos.
(18)
Guizot (leyendo las instrucciones dadas por Thiers a Mackau):
“Estaréis
en presencia de auxiliares que no habrán querido o no habrán podido cumplir sus
promesas, para cuyo éxito han pedido y recibido de nosotros socorros, sin
retribuirnos, ni aún en leve proporción, los servicios que han recibido de
nosotros”.
Thiers
(interrumpiendo la lectura): Eso se dirigía a Lavalle... (Sesión de la Cámara de Diputados
francesa, de 29 de mayo de 1845. Transcripta por el Archivo Americano Nº 16).
Thiers
(en la misma sesión): “El honorable Mr. Guizot puede ponerse perfectamente de
acuerdo con el Presidente anterior, porque los dos millones de que ha hablado
ayer, imputados a ministerio en 1840, y que se creía haber sido gastados para
los grandes sucesos de Oriente, esos dos millones han sido gastadas en gran
parte en Montevideo, y he dado esos dos millones según las órdenes del Sr.
Mariscal Soult para esa política de intervención que consistía en ganar aliados
en Montevideo” (Arch. Americano Nº 16).
J. B.
Alberdi a S. Zavalia (Desde Montevideo, abri1-1840): “Aquí hay de todo, plata,
hombres, buques... ustedes pidan. Estoy autorizado para escribir así”.
(Saldías, Historia de la
Confederación, IV, 132).
(19)
Víctor Gálvez (Vicente C. Quesada): Memorias de un viejo, pág. 198.
(20)
Esta carta y otras que se citan más adelante figuran en la publicación: Serie
de cartas particulares notas oficiales, etc., cambiadas entre S. E. el
Gobernador de San Juan y los diputados al Congreso Constituyente (San Juan,
Imprenta Oficial, 1863).
(21)
Cartas de Tadeo Rojo a “Los Debates” de Buenos Aires, que Mitre publica bajo el
seudónimo Un sanjuanino. La elección de Carril fue el 11 de diciembre y obtuvo
la unanimidad de los 806 sufragios registrados. (Archivo Mitre, XIV, 120 a 126).
(22)
Mansilla, Retratos y Recuerdos, pág. 41; Quesada, Memorias de un viejo, pág.
196; Zuviría, Los Constituyentes de 1853 (ed. 1889), pág. 74-75.
(23)
V. F. López, Historia Argentina: “Después de muchos años de pobreza en la
expatriación, el señor Carril se adhirió al servicio del general Urquiza. Algún
tiempo después regresó a Buenos Aires con una pingüe fortuna y pidió jubilación
con sueldo íntegro por haber sido Presidente de la Suprema Corte de
Justicia” (t. X. pág. 440, nota).
(24)
El discurso de Sarmiento figura en las Obras Completas, en nota final a la
áspera carta que le mandara en 1856 (t. XVII, pág. 89).
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