Rosas

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domingo, 2 de abril de 2017

Jaime González Polero

Por Raúl Oscar Finucci (Director Revista El Tradicional). 
 No es esta una nota académica sobre historia, ni es este un artículo periodístico, es simplemente lo que siento por el hombre que fue el profesor Jaime Tristán González Polero, fallecido el 29 de noviembre de 2000. Amigo y maestro en igual porcentaje, me hizo comprender el pensamiento y obra de Juan Manuel de Rosas, aquel al que se le negó, y se le niega, el título de prócer, por la eterna voluntad de quienes creen que la firmeza en el mando es un pecado, ejerciendo constantemente el anacronismo, que como sabemos, es una forma de la mentira. Conocí al profesor Polero en tiempos en que el Intendente de Gral. San Martín, Escribano Antonio Libonati, accedía a su pedido de comprar la casa perteneciente a la familia Comastri en la localidad de San Andrés, sita en el mismo partido, y que fuera, según Polero, parte del Cuartel General de los Santos Lugares de Rosas. Esto fue e mediados de la década del noventa, hecho que agradó mucho a la comunidad interesada en la historia, y sobre todo a los adherentes al Pensamiento Nacional. Adquirida la propiedad por el Municipio, el profesor Polero fue nombrado su Director; allí comenzó a vivir su gloria. Inmediatamente se mudó al museo y ocupó con humildad e hidalguía, una cuarto que estaba sobre el sótano inundado, durmiendo sobre un catre cuyo colchón eran cuatro grandes almohadones de un viejo sillón. El, que pertenecía a una de las viejas familias del San Martín Antiguo; que había sido, a sus veinticuatro años, secretario privado del interventor en Rosario del Gral. Perón.
Estoicamente se bañaba con un jarro de agua calentada en la cocina, porque nunca logró que se le instalara el agua caliente, y cuando me escuchaba maldecir contra quienes no hacían en el museo, al que llamó “La Casa de Rosas”, las reformas y arreglos necesarios para una vida digna de su director y de la memoria que guardaba, me decía: “Me baño como lo hacía el Restaurador”. Nunca tuvo una plancha que funcionara; cortó el cable y la calentaba también en la cocina. Su magro sueldo de Director, le alcanzaba para mantenerse y enviarle algún dinero a su ex mujer, de la que se había divorciado hacía ya más de treinta años, y le exigía constantemente atención. Yo también me permití opinar sobre ese prescripto reclamo, y él, como un caballero con el honor intacto, me respondía: “Yo se lo que estoy pagando”. Luchó denodadamente para que “La Casa de Rosas” tuviera baños públicos, una oficina fuera del edificio y un tratamiento contra la humedad que desde abajo la destruía. Todo eso se logró después de su muerte. Cuando me planteó que lo ayudara a redactar los motivos por los cuales él quería que la casa fuera declara “Monumento Histórico Nacional”, nos pusimos a trabajar. Polero no descansaba reuniendo documentos y redactando razones que le dieran la razón. Finalmente el mismo Arquitecto Peña, presidente de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos de la Nación, junto a un colaborador, llegaron hasta el museo. Estuvimos charlando toda la tarde mientras ellos revisaban todo el edificio; ubicación con respecto a la línea municipal, reformas evidentes y otros detalles. Polero caminaba de una lado a otro, inquieto, ilusionado. Finalmente la comisión probó que su museo había sido una construcción del Cuartel General de los Santos Lugares de Rosas, y lo calificó “Lugar Histórico”, pero al no probarse que la hubiera habitado Rosas, no calificaba como “Monumento”. El profe se enojó, pero aceptó con un dejo de satisfacción; sabía que estaba en el lugar correcto, y para él sería siempre “La Casa de Rosas”. En otra oportunidad y sin dudarlo, llamó al Arquitecto Daniel Scháveltzon, quien yo conocía de la época en que trabajé en la revista “Todo es Historia” del Dr. Félix Luna. Daniel vino con su equipo de “Arqueólogos urbanos”, pero no encontraron demasiado, las construcciones sanitarias y otras modificaciones del terreno, hicieron desaparecer los elementos que podían haber sido importantes en las vitrinas de sus dos salas. Trabajaba mucho, escribiendo y consolidando el Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” de Gral. San Martín, y aportando constantemente su conocimiento y capacidad de gestión, para el Instituto Nacional. Algunas veces he pasado de madrugada cerca del museo, y me acercaba para ver si estaba todo bien en la casa de mi amigo. Varias veces lo vi, a través del vidrio de la puerta que daba a su escritorio, dormido sobre sus papeles, junto ala pava y el mate. Lo llamaba desde mi celular y lo despertaba para que se fuera a dormir. Varias veces le dije que tenía que dormir más, que tenía que descansar, y su respuesta era. “Mi descanso es continuar”. Cuando el cambio de signo político se cernía sobre el partido, alguien llegó como amigo a absorber conocimientos y agenda de Polero. Algunos se lo dijimos, pero alentaba la idea de que no lo dejarían sin su museo. El intendente Ivoskus asumió su cargo e inmediatamente lo echó. A él, que había encontrado esa casa, a él que la había hecho comprar y la había convertido en museo, a él, que dormía en un catre con almohadones… A los pocos días, después del ultimátum, lo pasé a buscar y lo llevé a una pensión, que fue la antesala de su tumba. Al mes quedó mudo, y a los dos meses murió. La ceguera de la política, no importa del signo que sea, mató al Profesor Jaime Tristán González Polero. Mi amigo, maestro y ejemplo de que lo que se siente se debe vivir en consecuencia.

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