No es esta una nota académica sobre historia, ni es este un artículo periodístico, es simplemente lo que siento por el hombre que fue el profesor Jaime Tristán González Polero, fallecido el 29 de noviembre de 2000. Amigo y maestro en igual porcentaje, me hizo comprender el pensamiento y obra de Juan Manuel de Rosas, aquel al que se le negó, y se le niega, el título de prócer, por la eterna voluntad de quienes creen que la firmeza en el mando es un pecado, ejerciendo constantemente el anacronismo, que como sabemos, es una forma de la mentira. Conocí al profesor Polero en tiempos en que el Intendente de Gral. San Martín, Escribano Antonio Libonati, accedía a su pedido de comprar la casa perteneciente a la familia Comastri en la localidad de San Andrés, sita en el mismo partido, y que fuera, según Polero, parte del Cuartel General de los Santos Lugares de Rosas. Esto fue e mediados de la década del noventa, hecho que agradó mucho a la comunidad interesada en la historia, y sobre todo a los adherentes al Pensamiento Nacional. Adquirida la propiedad por el Municipio, el profesor Polero fue nombrado su Director; allí comenzó a vivir su gloria. Inmediatamente se mudó al museo y ocupó con humildad e hidalguía, una cuarto que estaba sobre el sótano inundado, durmiendo sobre un catre cuyo colchón eran cuatro grandes almohadones de un viejo sillón. El, que pertenecía a una de las viejas familias del San Martín Antiguo; que había sido, a sus veinticuatro años, secretario privado del interventor en Rosario del Gral. Perón.
Rosas
domingo, 2 de abril de 2017
Jaime González Polero
Por Raúl Oscar Finucci (Director Revista El Tradicional).
No es esta una nota académica sobre historia, ni es este un artículo periodístico, es simplemente lo que siento por el hombre que fue el profesor Jaime Tristán González Polero, fallecido el 29 de noviembre de 2000. Amigo y maestro en igual porcentaje, me hizo comprender el pensamiento y obra de Juan Manuel de Rosas, aquel al que se le negó, y se le niega, el título de prócer, por la eterna voluntad de quienes creen que la firmeza en el mando es un pecado, ejerciendo constantemente el anacronismo, que como sabemos, es una forma de la mentira. Conocí al profesor Polero en tiempos en que el Intendente de Gral. San Martín, Escribano Antonio Libonati, accedía a su pedido de comprar la casa perteneciente a la familia Comastri en la localidad de San Andrés, sita en el mismo partido, y que fuera, según Polero, parte del Cuartel General de los Santos Lugares de Rosas. Esto fue e mediados de la década del noventa, hecho que agradó mucho a la comunidad interesada en la historia, y sobre todo a los adherentes al Pensamiento Nacional. Adquirida la propiedad por el Municipio, el profesor Polero fue nombrado su Director; allí comenzó a vivir su gloria. Inmediatamente se mudó al museo y ocupó con humildad e hidalguía, una cuarto que estaba sobre el sótano inundado, durmiendo sobre un catre cuyo colchón eran cuatro grandes almohadones de un viejo sillón. El, que pertenecía a una de las viejas familias del San Martín Antiguo; que había sido, a sus veinticuatro años, secretario privado del interventor en Rosario del Gral. Perón.
Estoicamente se bañaba con un jarro de agua calentada en la cocina,
porque nunca logró que se le instalara el agua caliente, y cuando me
escuchaba maldecir contra quienes no hacían en el museo, al que llamó
“La Casa de Rosas”, las reformas y arreglos necesarios para una vida
digna de su director y de la memoria que guardaba, me decía: “Me baño
como lo hacía el Restaurador”.
Nunca tuvo una plancha que funcionara; cortó el cable y la calentaba
también en la cocina. Su magro sueldo de Director, le alcanzaba para
mantenerse y enviarle algún dinero a su ex mujer, de la que se había
divorciado hacía ya más de treinta años, y le exigía constantemente
atención. Yo también me permití opinar sobre ese prescripto reclamo, y
él, como un caballero con el honor intacto, me respondía: “Yo se lo que
estoy pagando”.
Luchó denodadamente para que “La Casa de Rosas” tuviera baños públicos,
una oficina fuera del edificio y un tratamiento contra la humedad que
desde abajo la destruía. Todo eso se logró después de su muerte.
Cuando me planteó que lo ayudara a redactar los motivos por los cuales
él quería que la casa fuera declara “Monumento Histórico Nacional”, nos
pusimos a trabajar. Polero no descansaba reuniendo documentos y
redactando razones que le dieran la razón. Finalmente el mismo
Arquitecto Peña, presidente de la Comisión Nacional de Museos y de
Monumentos y Lugares Históricos de la Nación, junto a un colaborador,
llegaron hasta el museo. Estuvimos charlando toda la tarde mientras
ellos revisaban todo el edificio; ubicación con respecto a la línea
municipal, reformas evidentes y otros detalles. Polero caminaba de una
lado a otro, inquieto, ilusionado. Finalmente la comisión probó que su
museo había sido una construcción del Cuartel General de los Santos
Lugares de Rosas, y lo calificó “Lugar Histórico”, pero al no probarse
que la hubiera habitado Rosas, no calificaba como “Monumento”. El profe
se enojó, pero aceptó con un dejo de satisfacción; sabía que estaba en
el lugar correcto, y para él sería siempre “La Casa de Rosas”.
En otra oportunidad y sin dudarlo, llamó al Arquitecto Daniel
Scháveltzon, quien yo conocía de la época en que trabajé en la revista
“Todo es Historia” del Dr. Félix Luna. Daniel vino con su equipo de
“Arqueólogos urbanos”, pero no encontraron demasiado, las construcciones
sanitarias y otras modificaciones del terreno, hicieron desaparecer los
elementos que podían haber sido importantes en las vitrinas de sus dos
salas.
Trabajaba mucho, escribiendo y consolidando el Instituto de
Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” de Gral. San Martín, y
aportando constantemente su conocimiento y capacidad de gestión, para
el Instituto Nacional.
Algunas veces he pasado de madrugada cerca del museo, y me acercaba para
ver si estaba todo bien en la casa de mi amigo. Varias veces lo vi, a
través del vidrio de la puerta que daba a su escritorio, dormido sobre
sus papeles, junto ala pava y el mate. Lo llamaba desde mi celular y lo
despertaba para que se fuera a dormir. Varias veces le dije que tenía
que dormir más, que tenía que descansar, y su respuesta era. “Mi
descanso es continuar”.
Cuando el cambio de signo político se cernía sobre el partido, alguien
llegó como amigo a absorber conocimientos y agenda de Polero. Algunos se
lo dijimos, pero alentaba la idea de que no lo dejarían sin su museo.
El intendente Ivoskus asumió su cargo e inmediatamente lo echó. A él,
que había encontrado esa casa, a él que la había hecho comprar y la
había convertido en museo, a él, que dormía en un catre con almohadones…
A los pocos días, después del ultimátum, lo pasé a buscar y lo llevé a
una pensión, que fue la antesala de su tumba. Al mes quedó mudo, y a los
dos meses murió.
La ceguera de la política, no importa del signo que sea, mató al
Profesor Jaime Tristán González Polero. Mi amigo, maestro y ejemplo de
que lo que se siente se debe vivir en consecuencia.
No es esta una nota académica sobre historia, ni es este un artículo periodístico, es simplemente lo que siento por el hombre que fue el profesor Jaime Tristán González Polero, fallecido el 29 de noviembre de 2000. Amigo y maestro en igual porcentaje, me hizo comprender el pensamiento y obra de Juan Manuel de Rosas, aquel al que se le negó, y se le niega, el título de prócer, por la eterna voluntad de quienes creen que la firmeza en el mando es un pecado, ejerciendo constantemente el anacronismo, que como sabemos, es una forma de la mentira. Conocí al profesor Polero en tiempos en que el Intendente de Gral. San Martín, Escribano Antonio Libonati, accedía a su pedido de comprar la casa perteneciente a la familia Comastri en la localidad de San Andrés, sita en el mismo partido, y que fuera, según Polero, parte del Cuartel General de los Santos Lugares de Rosas. Esto fue e mediados de la década del noventa, hecho que agradó mucho a la comunidad interesada en la historia, y sobre todo a los adherentes al Pensamiento Nacional. Adquirida la propiedad por el Municipio, el profesor Polero fue nombrado su Director; allí comenzó a vivir su gloria. Inmediatamente se mudó al museo y ocupó con humildad e hidalguía, una cuarto que estaba sobre el sótano inundado, durmiendo sobre un catre cuyo colchón eran cuatro grandes almohadones de un viejo sillón. El, que pertenecía a una de las viejas familias del San Martín Antiguo; que había sido, a sus veinticuatro años, secretario privado del interventor en Rosario del Gral. Perón.
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