Rosas

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sábado, 27 de julio de 2019

Artigas en su juventud II

Por Hugo Chumbita
El pacto con el poder A fines de 1796 se creó un Cuerpo de Blandengues, como el que existía en Buenos Aires, para vigilar la frontera y perseguir el contrabando. En febrero de 1797 el gobernador Olaguer y Feliú publicó un bando para reclutar voluntarios, ofreciendo indultar a cualquier perseguido que no estuviera acusado de homicidio o atentado con armas contra la autoridad. Artigas se acogió al perdón y reunió varias decenas de gauchos que ingresaron con él al servicio. La tradición oral dice que fue Artigas quien puso las condiciones, incluso la admisión de los miembros de su banda en el nuevo cuerpo. El manuscrito de Mitre afirma que el gobernador de Montevideo "negoció" el indulto con su familia. Sarmiento y Hobsbawm reflexionan en términos muy parecidos sobre este caso típico en que el Estado inviste como autoridad en el campo al rebelde para poder someterlo. El rebelde se convierte en gendarme. ¿Cómo se manejó Artigas en esa contradicción? Olaguer Feliú, que pasó a ser virrey, dió a Artigas gran autonomía al mando de una "partida volante", lo nombró capitán de milicias y después ayudante mayor de Blandengues. Pero el virrey siguiente, Avilés, rechazó en 1799 promoverlo a capitán, observando el extraño origen de su carrera y su rápido ascenso, por lo que no progresó más hasta 1810.
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El teniente coronel Curado, que viajó al Plata en ese tiempo en misión diplomática, describió en su informe el Cuerpo de Blandengues como una tropa que "se formó con facinerosos, indios y malhechores". No obstante, Artigas apreciaba a esos hombres, y los convirtió en una tropa eficaz para el mando que él ejercía. La escuela del protector En 1800 Félix de Azara pidió que Artigas lo acompañara como baqueano en su expedición para poblar la frontera, donde fundaron la población de Batoví. Artigas actuó expulsando a ocupantes portugueses, participó en las asignaciones de tierras y tuvo oportunidad de discutir con Azara los problemas de la zona: era necesario poblar, organizar la crianza como alternativa a la ganadería destructiva y regularizar la propiedad, pues el sistema de denuncia y compra a la Real Hacienda era inaccesible para los pobladores humildes, a menudo desalojados por acaparadores que las mantenían ociosas. Matizando la visión de que las ideas progresistas de Azara influyeron en Artigas, algunos historiadores observan que en cuanto a la distribución de tierras fue a la inversa, ya que aquél rectificó propuestas anteriores en las que recomendaba dar preferencias a "los más acomodados". El informe que elevó Azara propugnó dar libertad y posesiones a los indios cristianos y reducir a los infieles, redistribuir las tierras en favor de los auténticos pobladores y los pobres, regularizar los títulos de dominio y construir iglesias y escuelas. Al analizar las causas del contrabando, sostenía que la única forma de evitarlo y asegurar la frontera era legalizar y reglamentar el comercio con Brasil. Tras desempeñar otras comisiones, Artigas volvió a Montevideo y en 1803 pidió el retiro. Tenía 38 años, y un informe médico certificó que sufría una afección artrítica reumática.  En 1805 se casó con su prima Rosalía Villagrán. Lejos de ser una boda conveniente para ascender socialmente, él mismo explicó al solicitar la dispensa que era el modo de rescatar de la pobreza a una parienta huérfana de padre.  Su malestar provenía de las contrariedades con la autoridad, y otros hechos que difícilmente podría aceptar sin cargo de conciencia, como las expediciones contra los charrúas que comandó el capitán Pacheco en 1798 y 1801. Entrando en la madurez, Artigas no ignoraba la necesidad de imponer orden en la campaña, pero lo concebía a través de una política de integración y no de persecución a los gauchos, los indios y los pobres. A fines de 1805 el virrey Sobremonte puso a su cargo 68 presos para formar un escuadrón, a quienes se indultaba a condición de colaborar en la defensa de Montevideo. Pero a algunos se les revocó esa gracia, y cuando se le ordenó restituirlos, Artigas protestó, alegando que les había dado la seguridad de su liberación, tratándolos como "ahijados", y ofreció salir con ellos a la campaña, a pesar de sus "achaques", para garantizar su disciplinamiento. Entonces se les impuso diez años de servicio militar y autorizaron a Artigas a incorporarlos a su partida.  Después de las Invasiones Inglesas, el gobernador Elío encomendó a Artigas vigilar la zona al norte del río Negro, facultándolo para otorgar posesión legítima a ocupantes de terrenos realengos. Su influencia popular crecía, aunque recién en setiembre de 1810 fue ascendido a capitán, cuando lo enviaron a Entre Ríos a reprimir los brotes juntistas y él decidió sumarse a la revolución. La guerra montonera La guerra montonera de Artigas se basó en su experiencia anterior como bandolero y gendarme rural. Conociendo la capacidad de los gauchos, su movilidad ecuestre y su destreza con las armas de faena, los empleó como partidas guerrilleras, actuando en forma independiente o combinada con los cuerpos de ejército.  Claro que tuvo que actuar con mano dura para imponer disciplina. Durante el "éxodo" por la costa del Uruguay hizo juzgar y fusilar a tres "malevos" por robos y violencias, y en el bando que dirigió el 1º de diciembre de 1811 a sus fuerzas les advertía severamente al respecto.  Varias tribus charrúas le sirvieron de espías, lo auxiliaron para abastecerse, hostilizaron a los portugueses e incluso reforzaron las formaciones de combate frontal, a costa de graves pérdidas. En diciembre de 1811 deshizo una columna invasora en Belén con una fuerza mixta de 500 blandengues y 450 indios. Es notable cómo sumó sus astucias del baqueano con las técnicas políticas revolucionarias.  Su antiguo superior Viana recomendó al coronel Moldes precaverse, advirtiéndole cuál era su táctica: primero, hacer propaganda con "papeles" o panfletos; segundo, alejar las haciendas del lugar donde se sitúa el adversario; tercero, despojarle de las caballadas.  Saint-Hilaire afirma que Artigas tenía "las mismas costumbres de los indios" cabalgando tan bien como ellos y viviendo del mismo modo. Cavia señalaba que "siempre ha permanecido en campaña", y Sarmiento apunta también que "no frecuentó ciudades nunca". En 1815, la capital del Protectorado se situó a distancia de Montevideo y cerca de Arerunguá. Los visitantes se asombraban de la austeridad del cuartel de "La Purificación", donde imperaban las costumbres de los gauchos.  El saqueo del enemigo y las exacciones para abastecerse eran práctica usual en la época por cualquier fuerza armada. Hay innumerables testimonios sobre los hechos de rapiña que ejecutaban los cuerpos militares, en la Banda Oriental como en todo el escenario de las guerras externas e internas. En las guerrillas montoneras, además, es evidente que ello adquirió connotaciones de lucha social y de revancha contra la clase alta, como señalaron Sarmiento y Paz. 
Los comandantes de Artigas  Entre los comandantes de Artigas hubo gauchos e indios que cumplieron roles descollantes. De criollos como Pedro Amigo o José García de Culta se decía que eran ex bandidos. A veces el comportamiento de estos hombres y de algunos caciques fue motivo de protestas y obligó al Protector a intervenir, aunque los defendió de cargos injustos y a menudo les dió la razón. En 1815 el Cabildo imputaba al "Pardo" Encarnación Benítez haber esparcido "hasta cinco partidas" para hacer estragos -lo cual Artigas consideró exagerado, pues sólo mandaba doce hombres- y, entre otros crímenes, "distribuir ganados y tierras a su arbitrio". El joven guaraní Andrés Guacurarí Artigas, fue el brazo armado del caudillo para organizar la provincia autónoma de las Misiones. El irlandés Pedro Campbell, que acompañó a Andresito a Corrientes y lo apoyó con su flotilla del Paraná, era otro personaje excepcional, que se había hecho jinete y baqueano en las pampas, y con Artigas, se convirtió en navegante y corsario.  La utopía igualitaria La preocupación constante de Artigas en sus etapas de bandolero, gendarme y revolucionario fue impartir justicia con un sentido igualitario. "No hay que invertir el orden de la justicia" sino "mirar por los infelices" -le recomendaba al gobernador Silva de Corrientes-, "olvidemos esa maldita costumbre que los engrandecimientos nacen de la cuna".  Con relación a los pueblos indios, daba instrucciones para que "se gobiernen por sí" eligiendo sus propios administradores.  Artigas asumió de manera radical los principios liberales y republicanos de la emancipación. Él amalgamaba las costumbres de las pampas con las lecturas de Rousseau. Escuchando a hombres instruídos, interesándose por conocer el sistema federal norteamericano, expresó una síntesis del sentido común popular con las doctrinas progresistas de su tiempo, y reclamó fundar el poder político en los derechos de representación de los individuos y de las regiones, todos en pie de igualdad. Esto es notable en las medidas de gobierno que impulsó, y en particular en su plan agrario. Algunos autores han observado que el Reglamento de 1815 preveía la aprehensión de vagos para remitirlos al servicio de las armas, y la papeleta que los patrones debían dar a sus peones, que era la política habitual de control de los gauchos; pero esto se insertaba en un marco radicalmente diferente, en el que la obligación de trabajar iba aparejada con la posibilidad de adquirir la tierra.  La conflictiva aplicación del Reglamento afectó los intereses de grandes latifundistas, incluso porteños. La independencia, como todas las revoluciones, había engendrado un alzamiento popular que se tornaba amenazante también para la nueva capa dirigente, y el gobierno de Pueyrredón consintió la invasión portuguesa para liquidar ese peligro. En conclusión Artigas fue en su juventud un bandolero, pero no un delincuente común, sino uno de los casos excepcionales que Hobsbawm caracteriza como bandidos sociales. De esta manera se entiende la coherencia de su solidaridad con los pobres del campo. Al margen de la ley, fue un héroe legendario entre los gauchos, los indígenas y los demás paisanos que defendían  sus medios de vida, y el pacto con el rey no implicó que mudara de bando. En realidad adquirió así, reconocimiento formal como jefe de un cuerpo de ex foragidos, administrador de justicia y "regenerador" de indios y malvivientes, consolidando su ascendiente patriarcal en la campaña; lo cual chocaba con la ortodoxia militar y, más que una fractura, implicó una continuidad en su rol de líder gaucho. Además, aquella experiencia le permitió ver los problemas rurales desde el punto de vista del orden general.  Pero sólo la revolución le ofreció, al fin, la oportunidad trascendente de dirigir a su pueblo más allá de los objetivos reparadores tradicionales, con una amplia visión sobre los problemas de la fundación del Estado, de la producción rural y la integración de la nueva sociedad que emergía. Luchando por ello, aplicó una síntesis de los recursos del arte militar, las técnicas de agitación insurreccional y sus conocimientos de baqueano y changador para organizar la guerra de montoneras.  El movimiento artiguista fue así una expresión radical de la revolución, apoyada en la movilización rural. Si las montoneras, según Sarmiento, representaban la insumisión de la campaña ante la ciudad, hay que advertir que en esos tiempos era la rebelión popular contra las elites, y se produjo cuando éstas traicionaron la causa común de la independencia.  La montonera surgió en cierto modo de las bandas de gauchos y existe por lo tanto un lazo con el bandolerismo, aunque sería falso homologar ambos fenómenos como lo hizo Sarmiento. Las guerrillas federales tenían una dirección y una motivación política cualitativamente superior a cualquier forma de bandidaje o de protesta espontánea. Es verdad que son fenómenos que falta investigar más a fondo. Pero justamente, Artigas nos desafía a revisar la historia y la interpretación de la participación popular en la revolución americana.

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