La situación ha sido bien sintetizada por uno
de los más caracterizados historiadores oficialistas. Luis Alberto Romero, pontífice
y factotum de la historiografía «democrática» (él es a la Historia lo que Mempo
Giardinelli a la Literatura, Jaime Barylko a la Filosofía y Tomás Abraham a
la... que sea), ha escrito que:
«La derrota militar (de Malvinas) abrió el camino a la
democracia y a la posibilidad de rever imágenes de la historia...El
nacionalismo militar del Estado alimentó una actitud paranoica: la Argentina
«tenía un destino de grandeza»... Los ciudadanos necesitan afrontar otra
discusión: qué imagen de San Martín debemos recuperar para la
democracia...Necesitamos contar otra historia...San Martín no puede ser
un héroe divino como Aquiles...Al fin, cambiarle la historia al paciente es una
buena forma de terapia». Al pronto, ese texto inclina al cotejo con aquel otro
que hace unos años publicara el desinhibido Carlos Escudé, en el que sostenía que la reivindicación malvinera era un acto demencial: Vemos ahí cómo tanto el alto funcionario del área de
Estudios Sociales de la Ciudad de Buenos Aires durante la Intendencia Procesista
del Brigadier Osvaldo Cacciatore, cuanto el ex asesor del canciller Guido Di
Tella y propiciador de la entrega de Malvinas y el Beagle, se inclinan por
diagnósticos patológicos del patriotismo aún subsistente -¡milagrosamente
subsistente!- en el país. Quienes todavía creen en la Patria, o en su
integridad territorial, demográfica y cultural y los que cometen el
imperdonable error de soñar con un destino peraltado de grandeza nacional, serían
unos locos de atar. Y ellos, psiquiatras autodesignados y autopatentados, a
base de imágenes sensoriales subjetivas y televisivas, adecuadas a esta «Democracia de la
Derrota», nos reinventan una «Historia Derrotista».
¡Feliz culpa! ¡Feliz derrota! que
nos deparó tan hermoso bien. Democracia Malvinera. Democracia de la Derrota. Un
demoentreguismo como el que nosotros impusimos por la fuerza de la armas en el
Paraguay, en 1870, con el Triunvirato formado por Loáizaga, Díaz de Bedoya y Rivarola ... Por otra
parte, enseguida vemos que aquel esfuerzo antihistórico se emparenta además con
lo que muchos de los demócratas malvineros denominan «el cambio de los
paradigmas sociales, en tiempos de la globalización». Aforismo que, traducido a
un mejor castellano, quiere significar la conveniente pérdida de nuestra cultura
nacional para reemplazarla por otra más aceptable para el triunfante Imperio
Norteamericano. En este punto, es ineludible recordar el texto del
novelista checo Milán Kundera, cuando, mentando las técnicas empleadas por el Imperio Soviético que esclavizó a a su Patria,
escribió que: «Para liquidar a las naciones, lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen
sus libros, su cultura, su Historia.Y luego viene alguien y les escribe otros
libros, les da otra cultura y les inventa otra Historia» La apuesta reside en cambiar la memoria de los hombres». Es decir, que los proyanquis marxistas posmodernos de
hoy, calcan los métodos de los prorrusos marxistas stalinistas de ayer. En eso, ni más ni menos, es en lo que están. Y,
para que olvidemos quienes somos, ellos deben comenzar por intentar destruir los símbolos nacionales. Luego,
en este período de nuestra trágica historia, de enorme indigencia intelectual y
de inmensa insolvencia moral, nacido de la derrota del 14 de junio de 1982.
La gente sencilla y decente se pregunta: ¿cómo son
posible semejantes atentados ...? La respuesta es simple, aunque un tanto
dolorosa. La Argentina es un país vencido, y convencido por los
vencedores de Malvinas. En lugar de las fuerzas militares de ocupación, como en
la Francia de los años '40, acá vigilan los inspectores del FMI, del Department
of State y de «Amnesty International ». En su nombre, y con su visto bueno,
gobiernan los políticos y aprueban las empresas multi-mediáticas con sus comunicadores
de prensa (los periodistas de la «mala leche»). Como en aquel París ocupado, ellos son los
«colaboracionistas» En su pasaporte, los dueños de
la globalización han puesto un sello que dice: «democrático», que les permite
circular por donde les guste; sin él, el habitante común queda rebajado a la
situación de paria, sólo apto para ingerir la papilla «democrática». Luego la
cultura (o contra-cultura) que se difunde es la que permiten los
globalizadores, y no otra. Vencer y convencer. Se destruye el orden familiar de sacrificio austero y mutua tolerancia y en su reemplazo
se yerguen los «parejeros», con su egoísmo trascendental, dando consejos sobre
el aborto, el Sida, la planificación filial y otras yerbas. Esto es: la miseria
moral, que precede y sustenta la miseria económica. Miseria moral en cuya cuna se mece el
delito. El procedimiento para instalar
el nihilismo, destructor de la moral social, es conocido. Lo primero consiste
en la desacreditación de lo Sacro. Puesto que todo Poder proviene de lo Alto,
el Principio de Autoridad natural depende de la legitimidad de esa concepción
teocéntrica. Entonces, para astillarlo, nada mejor que reemplazarlo por la
teoría de los «consensos» pluralistas y voluntaristas de tipo calvinista. Nos incumhe hoy ocuparnos del caso de los
«chatarreros» sanmartinianos. Llamamos «chatarreros» a esos individuos,
dada su vocación irrefrenable por la escoria, su obsesión en sacarle el bronce
a las estatuas, con nocturnidad de ser posible. En efecto: con vistas a
«humanizar» la imagen del Gran Capitán de los Andes, en diversos libros de
vasta circulación y publicidad, le han endilgado una amplia gama de cualidades sobresalientes.San
Martín sería, en su sucia versión: hijo ilegítimo, mentiroso, onanista, masón,
agente inglés, adúltero y cornudo a un tiempo, opiómano y borrachín, desamorado
y mujeriego, «tape de Yapeyú», militarote engreído, e ingrato ante las
peticiones «in extremis» de su esposa, «Rey José», indolente en la guerra,
enriquecido ilícitamente, etc., etc. De todo, menos bonito, se le ha dicho en
este magnífico, «democrático» y «humanístico» recordatorio del sexquicentenario
de su muerte. Por cierto, aclaran en seguida los sujetos, que nada de lo
enunciado afecta el «buen nombre y honor» del General; coartada pueril que, no
obstante su endeblez, les ha permitido continuar profiriendo sus injurias y
calumnias en la más perfecta impunidad (puesto que, al parecer, los organismos
oficiales e institutos nacionales a quienes les compete custodiar la memoria
del prócer, han optado por la inacción). Tal vez, como se trata nada más que de
San Martín o del Himno Nacional, la cosa carece de importancia... En una carta
del 23 de febrero de 1819, San Martín definía al grupo de Alvear y Carrera, que
lo injuriaba con pertinacia, como «los anarquistas de Montevideo». Ahora, los
«anarquistas» adversarios del Gran Capitán, se hallan radicados principalmente
en Buenos Aires, aunque en ciertas ciudades del interior también abunden
nutridos lotes de «humanizadores». Ellos configuran el «partido de los malvados»,
del que hablara el Libertador,
en su carta a Tomás Guido, del 15 de diciembre de 1816. Partido subsistente y
proliferante. No quedan dudas que esos
escritores, auspiciados por la prensa amarilla, han hecho todo el mal que han
podido. No debe olvidarse en este recordatorio a un «multimedio», «progresista»
por definición, cuyos directorios y origen de sus capitales constituyen un
secreto guardado bajo siete llaves. Con sus radios, diarios, redes televisoras
y casas editoriales ha contribuido decididamente a esta campaña contra el
Libertador, tocando la trompeta derrotista.
Ellos conocerán sus motivaciones. Sin embargo, no creemos que se deba dar
demasiada beligerancia a esa laya de personas. Hay que advertir nada más que
los cofrades de la logia progresista han hallado un santo y seña unitivo del
que ninguno se ha privado de usar, en la faena de «desbroncear», para no quedar
afuera de este gran banquete antisanmartiniano. Y hasta pujan entre ellos para
ver quién profiere una torpeza mayor. En fin: que de todo hay en la viña del
Señor (aunque abunde más la cizaña que el trigo).
El sector más ignaro del chatarrerismo, esto es, el
del periodismo, cree que las calumnias ahora publicadas constituyen una novedad
historiográfica. Por eso, además de las concomitancias antes apuntadas,
aplauden a los «novedosos». Ciertamente, que nada hay de nuevo en este terreno
difamatorio. Enseguida veremos de qué manera se gestó esta empresa infamante
por José Miguel Carrera y Carlos de Alvear. Pero, sin necesidad de ir tan
lejos, los embobados pendolistas, antes de elogiar la «nueva» producción,
podrían haber consultado las más divulgadas obras de la historiografía
chilenista, como las de Benjamín Vicuña Mackenna o de Miguel Luis Amunátegui
Reyes, quienes siempre que podían darle una mano de bleque al General
no se privaban de hacerlo.
O ya, sin términos medios, examinar la producción
carrerista chilena. Las del presidente del «Instituto Histórico Carrera»
Eulogio Rojas Mery, las del uruguayo Silvestre Pérez, o, sobre todo, las de
José Miguel Yrarrázaval Larraín, de refinada maldad antiamericana. Asimismo,
podían haber registrado la bibliografía españolista contraria al Libertador. No
decimos que se pusieran a leer a Torrente o a García Camba, pero sí el manualito de Mariano R. Martínez, J. de
San Martín íntimo. Ahí hubieran conocido, para su sorpresa, que
argumentos como el del peculado de Alvarez
Condarco, el enriquecimiento ilícito o su desamor por su esposa
Remedios, eran bastante más antiguos que lo que ellos suponían Claro que éstos de acá se han ahorrado esos trabajos
investigativos. Les ha bastado con arrimarse a un fuego que bien
calienta, el de una familia que hace 185 años cultiva el odio al
Libertador como una plantita de invernadero.Y allí se han
encontrado con la fuente de la sabiduría ... Nada más decimos . Simplemente, que es de esperar que
no se vayan a hacer después los olvidadizos, apareciendo de
rondón en los consabidos homenajes que anualmente tributan a San
Martín los «cartoneros». En cualquier supuesto, reclamamos
que los descendientes de los pueblos que dieron su sangre en
la campaña libertadora los recuerden perdurablemente como los
traidores que son. Bien, lo seguro es que del acartonamiento clásico
hemos pasado ahora a la difamación sistemática. Desprecio que, por
supuesto, ha contado con el beneplácito de los prohombres del
periodismo miserable.
Nosotros, que no disponemos ni de prensa ni de medios,
por el solo hecho de haber nacido en este
país, nos sentimos moralmente obligados a resguardar la memoria de nuestro Gran
Capitán. Empero, no contamos con espacio ni con ganas
suficientes para contestar como ellas se merecerían todas y cada
una de esas falsedades. De ahí que nos contentaremos con
refutarlas de forma suscinta.
Muy buena editorial si se le puede llamar asi, que bueno que su autor nos eduque y nos haga conocer de su obra. temas como el Federalismo como con nombre y apellido quienes fueron los satrapas anti nacionales, traidores que atentaron y siguen atentando contra el nombre y honor de nuestro padre de la Patria. a quienes admiraba y a quienes odiaba o mejor dicho combatia el Gral. San Martin, principalmente nacionales
ResponderEliminarMuy interesante visión de la realidad post Malvinas en el manejo cultural que padecemos.
ResponderEliminarNotable y digna nota para ser tenida en cuenta, en tiempos de la biblia y el calefon
ResponderEliminarNotable y digna nota para ser tenida en cuenta, en tiempos de la biblia y el calefon
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