Rosas

Rosas

domingo, 30 de abril de 2023

USOS Y COSTUMBRES EN 1823

Por A. J. Pérez Amuchástegui
El ingeniero Santiago Bevans llegó a Buenos Aires duran­te la administración del co­ronel Martín Rodríguez, quien lo designó ingeniero jefe del Departamento de Ingenieros Hidráulicos que se había creado recientemente por iniciativa de aquel gober­nante. Unos meses después de hallarse en Buenos Aires, el 29 de junio de 1823, Be­vans dirige una carta a sus hijos —John, de 11 años, y Thomas, de 9—, que habían quedado estudiando en un colegio de Londres.  En esa extensa carta —de la que extraemos los párra­fos de mayor interés— el in­geniero Bevans describe ca­racterísticas de Buenos Ai­res y algunas costumbres del país donde reside. Debemos señalar que los subtítulos no aparecen en el original de la carta, y que el ingeniero hidráulico Santia­go Bevans (1777-1832) será, con el correr de los años, abuelo materno del doctor Carlos Pellegrini, presidente argentino y político de vas­ta actuación.
“Aquí nos sorprendió el ha­llazgo de familias inglesas, en tal número que no trata­mos con otras. El álbum de vistas bonaeren­ses que teníamos allí es ca­si perfecto. Las casas de Bue­nos Aires son amplias, de varios patios; sus paredes de ladrillo, muy gruesas, blan­queadas o enyesadas. Con el criterio inglés sobre edifica­ción, parecerían destinadas a oficinas públicas. Algunas poseen ventanas al frente, con rejas exteriores de hie­rro. Las habitaciones dan a patios internos y son cómo­das. El clima, algo excesivo en el verano, impone la siesta des­pués del almuerzo, siendo esta costumbre tan generali­zada que, cuando alguien es­tá fuera de su casa y anda por el campo a caballo, ata el animal a un árbol o poste o simplemente lo para y se echa a dormir a la sombra de la planta o de la bestia.  Los comercios cierran sus puertas de una a cuatro de la tarde.  Durante el verano, las tormentas son continuas y re­frescan la atmósfera, pero el calor reaparece pronto, has­ta que otra tormenta nos li­bera de él.  Cuando llegamos era el tiem­po de las frutillas, que son mucho más grandes que las Inglesas, aunctue sin su rico sabor. Las naranjas se pro­ducen en este país, pero la variedad dulce es escasa y cara. La otra clase es muy abundante y pueden obtener­se 8 ó 9 naranjas por un medio. La fruta más acepta­da es el durazno, de los que hay muchos árboles de es­pecies salvajes, apreciados más que por su fruta por su leña, utilizada aquí para que­mar y que es traída de las quintas en carretas tiradas por bueyes. No tenemos otro carbón que él de Inglaterra y a precios muy altos.  Los habitantes de este país carecían de estufas hasta la llegada de los ingleses, los que las han generalizado en muchas fincas, aunque con algunas dificultades, pues en varios casos los propietarios han exigido su retiro al des­ocupar la casa. Yo he man­dado hacer una estufa para mi salón”.
“Mi empleo me obliga a via­jar continuamente. Se reirían Uds. al verme salir de casa en un coche arrastrado por cuatro caballos que manejan tres hombres: dos montados en los animales delanteros y el otro, en el pescante. En llegando a una posta, hay que esperar el cambio de las bes­tias, las que unas veces es­tán sueltas y otras guarda­das en un corral. En este úl­timo caso, se evita que el encargado del cambio saiga al campo y tire el lazo» (suerte de tirilla de cuero con una argolla en un extre­mo), sobre la cabeza del ani­mal elegido, repitiendo la operación hasta juntar todos los que necesita.
Varias veces he comido en estas postas. La comida es siempre la misma. Cuando llega el carruaje, sale un mu­chacho corriendo al campo y trae un cordero que ha dego­llado y desollado en pocos minutos y cuya carne sujeta a un «asador», que es un hierro clavado en tierra, a poca distancia del fuego; és­te se hace con troncos de madera, hojas secas u otro combustible. Cocinada la car­ne, es servida en una fuente de gran tamaño y la comida es suficiente como para sa­tisfacer el hambre de cuatro o cinco personas. Lo curioso es que el dueño de la posta nunca acepta el pago del almuerzo.  En ocasiones, nuestro coche es tirado por seis mulas a la vez, en lugar de los cuatro caballos que generalmente se utilizan, y esto resulta muy divertido,  Felizmente, pronto gozaré de más comodidades. Se está construyendo un carruaje su­ficientemente largo como pa­ra que pueda ir yo acostado en su interior. Tengo a mi servicio dos oficiales de po­licía, que el gobierno ha des­tinado a ese efecto. Estos oficiales viven en nuestra casa y cuando salgo me si­guen y cuidan”.  "Es muy curioso ver un arria de mulas procedente del in­terior. Suele estar formada hasta de noventa animales, cada cual cargado con dos cascos de vino. La tropilla lleva adelante una yegua, con una campana atada al pes­cuezo. Muy interesante resul­ta, también, ver una tropa de carretas que suele ser de doce a treinta ¡untas, tirada cada una por seis bueyes y transportando las más varia­das mercancías. La salida de estas caravanas de carre­tas constituye un aconteci­miento en la ciudad, y al arrancar levantan grandes nu­bes de polvo y producen un gran ruido. Cada carreta lle­va una gran tinaja de agua en la parte trasera.  Entre las cosas que llegan al mercado, olvidé mencio­nar los melones, que abun­dan pero que hay que co­merlos con discreción.  En este país son muy nume­rosas las hormigas, siendo los árboles sus principales víctimas. Se les protege con una piletita que se coloca a su pie y que se mantiene con agua para que estos in­sectos no puedan atacarlos. Un amigo nuestro que tenía en su casa muchas hormigas, echó en el hormiguero una buena cantidad de sublimado corrosivo mezclado con azú­car y por este medio se vio libre de ellas.  Las ratas abundan y ocasio­nan grandes molestias. Ma­má, al llegar a este país, se alarmaba mucho por ellas y una noche pisó una, involuntariamente, y la mató, pe­ro quedó muy impresionada”.
"En el mes de mayo, que es el de la independencia de este país, me encargaron de la iluminación de la plaza principal. Aunque el término que me dieron era de diez días, iluminé con gas la casa de la Policía, realizando el trabajo con elementos impro­visados, pues aquí no hay fundiciones y se carece de todo. Hice hacer letras con caños de fusil, para formar la frase: ¡Viva la Patria! Proyecté e hice dos fuentes de agua, cuyos chorros iluminé; espectáculo que gustó mu­cho al pueblo y al gobierno. Tengo encargo de alumbrar a gas las principales calles de la ciudad y de construir un local para Mercado. Algu­nos se han resentido por mi éxito en la iluminación y he visto estropeadas, por tres veces, mis máquinas, lo que desmejoró algo el alumbra­do, que constó de trescientas cincuenta luces.  La ciudad empieza a desarro­llarse y progresar. La policía es la encargada del barrido público, cobrando dos reales por puerta, siendo muy po­cas las que tienen umbral de mármol. Las veredas son de ladrillo y muy angostas; las hay de piedra y están rodea­das de postes, para evitar que suban a ellas caballos o pa­sen carros. Es sensible que sean tan angostas e incómo­das para andar dos personas a la par, como solemos ha­cerlo los ingleses. Los nati­vos tienen la costumbre de marchar de uno en fondo y cuando una familia va a la iglesia, el hijo menor enca­beza la fila y así, sucesiva­mente, hasta el mayor, luego la madre y detrás el esclavo o sirviente que lleva una al­fombra, sobre la cual se arro­dillará la familia en el tem­plo. Los hombres pocas ve­ces acompañan a sus espo­sas en estas ocasiones; van solos a misa, que hay cada media hora, desde las seis de la mañana a la una de la tarde. 
He pedido a un amigo en Inglaterra haga una torta pa­ra Uds. y la acompañe a es­ta carta, con la que irán, tam­bién, unos pocos chelines’'.
1) N. de la R.: Realmente extraordi­naria era la cantidad de plantas de durazno que se hallaban en esa época en los alrededores de Buenos Aires. Estas plantas, aunque muy apreciadas por sus frutos —que en esa zona de la provincia suelen ser de sabor y tamaño excepcionales— eran utiliza­das especialmente para- el suministro de leña. En un comentario aparecido en el periódico El Argos del 2 de junio de 1821, se atribuye la proliferación de esos árboles al “bloqueo que los españoles pusieron a los puertos de Buenos-Ayres en los primeros años de la revolución, para los buques que se llamaban nacionales, y las per­secuciones que sufrían los leñateros en sus faenas por los Paranaas.. Como consecuencia de ese bloqueo, que impedía traer leña de la Banda Oriental y de otras regiones, expli­ca el comentarista que “de un mo­mento a otro se elevaron por todas partes considerables montes de leña”. Al respecto resulta elocuente leer en la sección avisos de aquel perió­dico algunas ofertas de venta de quintas o campos, donde se mencio­nan los árboles que poseen. Así, por ejemplo, en la edición de El Argos (NÍ1? 41), del 8 de junio de 1822, leemos en la primera página tres avisos. Uno de ellos ofrece una cha­cra a “tres cuartos de legua” de! puente de Barracas, con “42.059 plantas de durazno en el mejor or­den para plantas de leña”; otro anuncia la venta de una quinta si­tuada “delante de los Corrales de Miserere”, que tiene “8.000 plantas de durazno comunes”; un tercer avi­so informa que don Juan Antonio de Santa Coloma vende su campo “como a tres leguas de la ciudad” en ia costa de Quilmes, con “90.000 plan­tas de durazno”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario