Rosas

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jueves, 20 de abril de 2023

Bernardino Rivadavia y el asesinato de Martín de Alzaga

Por el Prof. Jbismarck
Era 1812 y un hombre muy elegante va camino al pelotón de fusilamiento. Es Martin de Alzaga, uno de los hombres claves de la ciudad y del Virreinato, El Triunvirato, liderado por Rivadavia lo a sen­tenciado a morir como reo de conspiración contra el Estado. Junto al condenado camina un fraile. que va musitando oraciones, mientras el preso da vueltas, nerviosamente, un crucifijo entre sus manos. Un día igual, hacía 5 años atrás, Alzaga culminaba, con la capitulación de Whiteloke, la gran hazaña de la Defensa, derrotando por segunda vez al ejército inglés. Ese mismo pueblo, que hoy asistía con deleite a su ruina, había sido quien lo elevara, junto a Liniers, como el glorioso salvador “de estos Reynos”. 
Martín de Alzaga era un ejemplo de tenacidad, trabajo y habilidad comercial, que se repetiría por miles en el Río de la Plata; el joven español que llega sin un centavo y, a fuerza de tra­bajo, sacrificios y ahorros, logra poseer fortuna. Había llegado a Buenos Aires a los 12 años, desde su Vizcaya natal, no se sabe si solo o consignado a alguna familia. Lo cierto es que durante 5 diez años trabajó como dependiente de Gaspar Santa Coloma y que al retirarse de ese empleo había reunido $ 24.000, suma con la cual comenzó a ejercitar el comercio. En 1795 era ya uno de los “vecinos principales” y cabeza del partido monarquista peninsular. Desde ese año, hasta p 1809, ocupará el cargo de Alcalde de Primer Voto y estará presente en todos los grandes acontecimientos de la ciudad y el Virreinato. Nada importante se hará sin su participación, consejo y dirección. Su casa del Barrio del Alto, esquina de la calle de la Plaza Chica (Bolívar) y Villanueva (Moreno), una de las más señoriales, será foco de la vida social, política y comercial de la ciudad durante muchos años.  Su energía, decisión, autoridad y dinamismo serán factores esenciales en las jornadas de la Reconquista contra los invasores británicos salvarán a la ciudad, cuando parecía perdida, en las memorables y sangrientas jornadas de la Defensa. Después, su estrella comenzará a palidecer, en la proporción en que los jefes criollos de las milicias populares, nacidas al calor de aquellas memorables gestas, interpretaran mejor los intereses del pueblo y el signo de los tiempos. Su derrota frente a Liniers, el 1 de enero de 1809, lo radiará de la función publica. No participa de los sucesos de Mayo sino a través de sus amigos, a quienes apoya, estimula y alecciona en su casa y en el café de los Catalánes.   Alzaga está dedicado a sus negocios y no ha efectuado la menor declaración a favor o en contra de la Junta Revolucionaria del 25 de Mayo.  Sigue con sus antiguos amigos y es verosímil que se cartee con los realistas como él, de Montevideo, Alto Perú Pero nadie lo ha visto en actitudes de condenar a la Revolución, ademas, acata sin apelaciones las medidas oficiales.  El 13 de enero de 1812, el gobierno da un ban­do por el cual ordena la confiscación de los bie­nes ”... a todos los sujetos de la España, Brasil, Montevideo y demás territorios sujetos a estas autoridades, que nos los hubieran declarado o se hubiesen refugiado en países enemigos’'. Alzaga está tranquilo. Ha declarado sus bienes puntual­mente y no se ha movido de la ciudad. Pero el Triunvirato, el 30 de abril, lo conmina a pagar 50.000 pesos fuertes (una suma muy grande)
pertenecientes a D. Luis Rivera y Juan M. Bínales, que guarda en sus cajas”. Alzaga con­testa que no existen esos fondos.
El fiscal Agrelo ordena que la intimación se cumpla. El 5 de ma­yo Alzaga apela y expresa que, además, no posee esa cantidad, como lo han comprobado los fun­cionarios que controlan sus papeles. Agrelo orde­na su prisión y va a la cárcel donde lo cargan de grillos. La esposa ofrece pagar $ 15.000 inme­diatos. S 10.000 en 15 dias y el resto en dos meses. El gobierno acepta, pero exige "... cinco fiado­res legos, llanos pagadores, abonados y manco­munados a dicho fin... Alzaga sale en libertad el 20 de mayo.  El 26 llega a Buenos Aires el coronel Rademacker, enviado de la Corte de Rio de Janeiro, para firmar la paz entre portugueses y rioplatenses, sobre la base de evacuar inmediatamente la Ban­da Oriental las tropas lusitanas. Se firma esa misma noche. Pero Diego de Souza, general por­tugués que ocupa Montevideo, no da seguridades de cumplir lo pactado y permanece alli. Después se dirá que la “conjuración de Alzaga” estaba conectada con De Souza, para que éste desembarcara una vez estallada la rebelión realista. A fines de junio aparecen, en las calles, anónimas proclamas contra el gobierno. El 1 de julio, sobre la mesa del despacho de Rivadavia está el informe del Alcalde de 2do voto José Pereyra Lucena, con el parte del de Barracas, Pedro J. Pallavicini, elevando la denuncia que hiciera a su ama el negro Ventura.  Este dice que “... un gallego llamado Francisco t Lacar lo ha convocado para un levantamiento . que intentaban los europeos”. El 2, el gobierno comisiona a Chíclana, con amplios poderes, para realizar la investigación. El mismo dia, Isabel Torreiro, comadre de Alzaga, se presenta en el Fuerte y confirma la denuncia; Alzaga le ha pedido su casa de las Catalinas para realizar reuniones, y ella, sirviendo la cena, los oyó hablar de revolución”.  Pueyrredón duda. Rivadavia cree. Se designan Jueces de Instrucción a Chíclana, Agrelo, Monteagudo, Vieytes y Miguel de Irigoyen. El juicio será sumario; no hay tiempo que perder. Alzaga se entera y corre a Santa Lucía, donde habría revelado al presbítero Salas sus intenciones, le entrega sus pistolas y desaparece. Salas, autoriza­do por la provisión del arzobispo Zavaleta, que lo dispensa del secreto de confesión, cuenta todo a los Jueces de Instrucción.  En la conjura estarían, entre otros, Sentenach, Valdepares, Marull, Tellechea, Neyra y Arellano, Sapena, etc. La lista es larga. Fray José de las . Animas, que fuera capitán en el Rosellón, mandará la caballería. Oficiales españoles retirados formarán piquetes, ocuparán posiciones estrategicas y distribuirán las armas. Entraría el cuatro de Barracas, cuyos oficiales serian comprados.  Triunfantes, fusilarían, desterrarían y eliminarían “los magistrados, los individuos del gobierno, los ciudadanos principales, enviando a Montevi­deo los hijos del pais, los negros, los indios y las castas, para que no hubiera en la capital ningún, individuo que no fuera europeo”. Fray de las Animas, detenido en Fontezuelas, negará, pero antes de morir admitirá su culpa. Van a buscar a Alzaga a su casa. No está. Su yerno, Martín de la Cámara, no conoce su paradero. Es arres­tado y colgado el día 4. Ese mismo día el Triun­virato dicta la pena de muerte para Alzaga. Alzaga ha acudido al Dr. Nicolás Calvo, cura de la Concepción, quien el día 5 lo entrega a Chíclana. A las 3 de la mañana del día 6 es in­terrogado por Agrelo. Niega todo. Al saber la muerte de su yerno de la Cámara, tiene un gesto de abatimiento. Agrelo le comunica que morirá a las 10.30.    A esa hora, un redoble de tambores marca la llegada de Alzaga frente al pelotón de fusila­miento. Rechaza la venda. Callan los tambores y hay un instante de contenida expectación en la Plaza. La multitud parece concentrar todo el silencio de la ciudad. Se oye la descarga. Alzaga cae.
La muchedumbre estalla en un clamoreo. DOLOR AHORRADO.  En realidad, el destino fue piadoso con don Martin de Alzaga. Si hubiera vivido cuatro años más, lo hubiese desgarrado el dolor de ver a estas tierras, que él creía destinadas a perpetuar el poder real, declaradas independientes de toda dominación extranjera. Y también hubiera visto mezclado en las guerras emancipadoras a uno de sus hijos, Félix de Alzaga, que llegó a general de los ejércitos patrios. Y aún dolores más íntimos le fueron ahorrados a Alzaga; ver a otro de sus hijos mezclado en un sórdido crimen, que estremeció a la ciudad porteña; el robo y asesinato de un pacífico comerciante en el que anduvo complicado otro de los vástagos del ex alcalde, algunos años más tarde.  Porque mientras los hijos y nietos de don Mar­tín de Alzaga crecían y prosperaban en Buenos Aires, mientras su apellido iba afirmándose como uno de los más respetables del pais, un hijo del alcalde, ladrón y asesino, vivía en la miseria y el olvido en Corrientes, durante largos años, pagan­do un crimen mucho peor que el de su padre, cuyo delito fue solamente ser leal a su. Rey.
Los gastos de la detención y prisión de Martín de Alzaga hubo de pagarlos el reo, después de muerto, por Via de su albacea. Dr. José Martínez de Hoz. He aquí el docu­mento que lo testifica:

“Al escrivano, 28 pesos; papel sellado “dos pesos, 2; el coche que lo condujo pre­nso de su casa á la cárcel, 4; el coche qe. “fuera a buscarlo a Barracas el 3 de Julio “y volvió sin encontrarlo, 8 » Són 39 ps. “Garcia - Buenos Ayres, 11 de Agosto de “ 1812. Páguese por el albacea Dr. José “ Martínez de Hoz. - J. P. Agrelo. Pagó - " D. José García”. »

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