Por el Prof. Jbismarck
Flora Alejandra Pizarnik nació en Avellaneda el 29 de abril 1936, en el seno de una familia de inmigrantes rusos que perdió su apellido original al instalarse en Argentina: antes de ser argentinos, los Pizarnik eran los Pozharnik. Estudió en a la Escuela Normal Mixta de Avellaneda y se recibió en 1953. Un año después comenzó a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, al mismo tiempo que se inició en el mundo de las artes de la mano del pintor surrealista Batlle Planas. Además de pintura estudió periodismo, técnica que utilizaría para escribir críticas en distintos periódicos. En 1955 publicó su primer libro de poemas: La tierra más ajena, de editorial Botella al mar. Cinco años después, con cuatro libros publicados, se trasladó a París. Allí trabajó para la revista "Cuadernos" y varias editoriales francesas, publicó poemas y críticas en varios diarios, tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé, e Yves Bonnefoy, y estudió historia de la religión y literatura francesa en la Sorbona. En esos años conoció a Octavio Paz, Julio Cortázar e Ivonne Bordelois. Volvió a Buenos Aires en 1964, conoció a su amiga Silvina Ocampo y publicó otras siete obras con poemas, escritos, relatos surrealistas y hasta novelas cortas. En 1971, recibió la beca Fullbright.
Alejandra Pizarnik es quizás la poeta argentina envuelta por más mitos y misterios: su vida, sus amistades, sus amores y su muerte siempre dieron que hablar a la par que su literatura. Su obra la puso a la altura de los grandes escritores de su época, y con algunos de los cuales tuvo una relación de amistad, como es el caso de Julio Cortázar. Rondaban los años 60 cuando el destino hizo coincidir a Alejandra Pizarnik y a Julio Cortázar en París. Él la introdujo en los círculos intelectuales de París e incluso en su casa, donde Pizarnik conocería a Aurora, la pareja de Cortázar. Ambos intentaron ayudar Alejandra con su inestabilidad emocional, sus intentos de suicidio… Algo que finalmente ni Julio, ni su pareja, pudieron evitar. “Julio Cortázar no tenía quien le pase a máquina Rayuela”. “Para que tuviera un poco de plata, le dio Rayuela para que tipee”. Según detalla en el documental el poeta y artista Fernando Noy, quien fue amigo de Alejandra en esos años, ella extravió los originales en su desordenado departamento, lleno de papeles, y cuando Cortázar la llamaba para recuperarlos se negaba a atender el teléfono. “—Alejandra, ¡es Cortázar! —No, no, decile que no estoy. “Estoy buscando los originales de Rayuela y no los encuentro”. Así recrea Noy los diálogos que mantenía con la escritora mientras ella no podía encontrar la única copia de Rayuela que existía en ese momento. “Nada de su tiempo y de su vida era habitual y predecible”, explica. Pizarnik finalmente halló los papeles en su departamento y se los devolvió a Julio, que quizás los pasó a máquina él mismo o encomendó la tarea a alguien más responsable. Cuando Alejandra Pizarnik ingresó en un hospital psiquiátrico de Buenos Aires escribió la polémica dedicatoria en el libro " que viola el sentido común" a Cortázar:
(…)Julio, creo que no tolero más las perras palabras, Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, ¡Oh, Julio!) de la locura y de la muerte. Ante ese escenario desolador, Cortázar responde: “Vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo”. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra. Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo”.
La fecha de la carta de Cortázar a Pizarnik es de septiembre de 1971. Un años después, en 1972, la autora de El árbol de Diana, finalmente logró su cometido y se suicidó producto de tomar 50 pastillas de Seconal durante un fin de semana en el que había logrado salir con el permiso del hospital psiquiátrico en el que estaba internada.
De esta manera, tras dos intentos de suicidio y un severo cuadro depresivo, la poeta fallece a los 36 años. Según distintas biografías, engordadas por los mitos subterráneos que suelen envolver a un escritor que muere joven, en el pizarrón de su cuarto se encontraron sus últimos versos: no quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo“.
Una de las últimas grandes poetas argentinas, Alejandra Pizamik se vio seducida por la autodestrucción. Ella misma lo dijo: “Sé que soy poeta Y que haré poemas verdaderos, importantes, insustituibles; me preparo, me dirijo, me consumo y me destruyo" Otra poeta trágica y suicida, Silvia Plath, escribe: "Es un amor de la muerte que todo \o envenena". V la frase parece inspirada en Alejandra que, enamorada de la nocturnidad, lo oscuro y lo silente y la muerte que en ellos se refleja, dice: “La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante .
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