Por Don Singulario
PUNTA CANAL
-¡Hola don Singulario! Ese
título me recuerda una nota suya de hace un tiempo cuando habló de inundaciones
y de Villa La Ñata, ahora famoso por los partidos de fútbol
-Tiene Ud. razón, en
setiembre de hace dos años, escribimos una nota que llevaba por título Mientras los bichos huyen… Se refería al
agua y su fuerza descontrolada, y a sus esforzados habitantes ribereños por
contenerla. Se la dedicamos por ser el lugar que nos aquerenciamos para
descansar y donde mis hijos y nietos disfrutan aún, de ese sabor pueblerino a
las puertas de la gran ciudad. Ud. ahora
la ubica famosa por los encuentros de fútbol entre intendentes, gobernadores y
otros políticos, La prensa hegemónica se hace un festín cuando aparecen lugares
o reuniones con tintes conspirativos
-Sería algo así como la
jabonería de Vieytes…
-Así va a quedar Villa La
Ñata y su equipo de fútbol como un lugar emblemático de ciertos destituyentes,
pero eso es anecdótico. En ella, además de estar rodeada (nunca mejor empleada
esta palabra cuyos sinónimos son: cercada, envuelta, encerrada, sitiada,
asediada, bloqueada) por agua y múltiples barrios cerrados con nombres tomados
del Santoral, existe otro espacio emblemático que se encuentra oculto por la
gran prensa.
-Claro don, lo recuerdo,
Ud. se refería a un sitio sagrado, algo así como un cementerio aborigen, y que
incluso se dio el “mal gusto” de opinar que si se enteraban los yanquis nos
podrían bombardear por el placer de romper con todo vestigio arqueológico como
hicieron con Irak…
-La semana pasada,
regresando de allí, un grupo de jóvenes nos entregaron un volante haciendo
referencia a los esfuerzos que están haciendo las comunidades originarias de la
zona para preservarse del ataque indiscriminado de los empresarios de esos
complejos edilicios privados. Denuncian que están alambrando y destruyendo
tierras que corresponden al patrimonio cultural y arqueológico; ataques no sólo
a los derechos humanos, sino también a la flora y fauna con la destrucción
sistemática de humedales y campos. Patotas contratadas por esas empresas atacan
a los pobladores que se resisten a su avance y hasta arrojaron violentamente al
río una Whipala, con el dolor que causa cuando un símbolo sagrado es
mancillado.
-Tienen razón don Singu,
me acuerdo cuando nos contó que la Whipala es la bandera tradicional de los
pueblos originarios, que contiene los colores del arco iris en forma de damero.
-El relato que me
hicieron los muchachos me estremeció pensando que desde que nos reconocemos
como pueblo occidental y cristiano tras la llegada de los españoles a América,
siempre el hombre “blanco” acompañado del poder legal y muy bien custodiado por
las armas y la cruz se han empeñado en usurpar las tierras que habitan desde
siempre los pobladores naturales: hombres y mujeres, plantas, aves y animales
terrestres que sólo se sirven de la naturaleza para la supervivencia y no la
destruyen.
-Por lo que Ud. comenta don, es que esos emprendimientos
tienen un marcado tinte religioso.
-El Opus Dei, una especie
de secta católica es la cara visible de estos despropósitos, pero déjeme
recordar que el nombre del lugar sagrado –ahora Punta Querandí– tiene que ver
con el pueblo que lo habitaba a la llegada de los conquistadores. Y aquí me
gustaría volver a recordar el primer encuentro de ese pueblo con aquellos
europeos tal como lo contó un soldado alemán que los acompañó. Nos referimos a
Ulrico Schmidel que en su libro Viaje al
Río de la Plata (1536-1554) hace una pormenorizada narración de aquella
travesía. Tiene la simpleza de un espectador de baja jerarquía que pudo
retratarla con originalidad e ingenua sorpresa.
-Don, ¿fue aquel que
contó la historia del fulano que se comió la pierna de su hermano ahorcado por
el hambre, en la primera Buenos Aires?
-El mismo, vamos a
dejarlo al Herr Ulrico que nos cuente su encuentro con los querandíes:
«En esta tierra dimos con un pueblo
en que estaba una nación de indios llamados carendies como de 2.000 hombres con las
mujeres e hijos, y su vestir era como el de los zechurg (charrúa), del ombligo a
las rodillas; nos trajeron de comer, carne y pescado. Estos carendies (querandí) no tienen habitaciones
propias, sino que dan vueltas a la tierra, como los gitanos en nuestro país; y
cuando viajan en el verano suelen andarse más de 30 millas (leguas) por tierra enjuta
sin hallar una gota de agua que poder beber. Si logran cazar ciervos u otras piezas del campo, entonces se
beben la sangre [...]
Estos carendies traían
a nuestro real y compartían con nosotros
sus miserias de pescado y de carne por 14 días sin faltar más que uno en
que no
vinieron. Entonces nuestro general thonn
Pietro Manthossa (don Pedro de Mendoza) despachó un alcalde
llamado Johann Pabón, y él
y 2 de a caballo se arrimaron a los tales carendies, que se hallaban a
4 millas de nuestro real. Y cuando llegaron adonde estaban
los indios, acontecioles que salieron los 3 bien escarmentados,
teniéndose que
volver en seguida a nuestro
real.
Pietro Manthossa, nuestro capitán, luego que supo del hecho
por boca del alcalde (quien con este objeto había armado cierto alboroto en
nuestro real), envió a Diego Manthossa, su propio hermano, con 300 lanskenetes y 30 de a caballo bien pertrechados:
yo iba con ellos, y las órdenes eran bien apretadas de tomar presos o matar a
todos estos indios carendies y de apoderarnos de su pueblo. Mas
cuando nos acercamos a ellos había ya unos 4.000 hombres, porque habían reunido
a sus amigos.
Y cuando les llevamos el asalto se
defendieron con tanto brío que nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron
también a nuestro capitán thon Diego
Manthossa y con él a 6 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron
unos 20 y de los de ellos como mil. Así, pues, se batieron tan furiosamente que
salimos nosotros bien escarmentados.
Estos carendies usan para la pelea arcos, y unos dardes,
especie de media lanza con punta de pedernal en forma de trisulco. También
emplean unas bolas de piedra aseguradas a un cordel largo; son del tamaño de
las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas
del caballo o del venado
cuando lo corren y lo hacen
caer. Fue también con estas bolas que mataron a nuestro capitán y a los
hidalgos, como que lo vi yo con los ojos de esta cara, y a los de a pie los
voltearon con los dichos dardes.
Así,
pues, Dios, que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió
tomarles el pueblo; mas no alcanzamos a apresar uno sólo de aquellos indios,
porque sus mujeres e hijos ya con tiempo habían huido de su pueblo antes de
atacarlos nosotros. En este pueblo de ellos no hallamos más que mantos de nuederen (nutrias) o ytteren como
se llaman, iten harto
pescado, harina y grasa del mismo ; allí nos detuvimos 3
días y recién nos volvimos al real, dejando unos 100 de los nuestros en el
pueblo para que pescasen con las redes de los indios y con ello abasteciesen a nuestra gente; porque eran aquellas
aguas muy abundantes de pescado [...]
Después de esto seguimos
un mes todos juntos pasando grandes necesidades en la ciudad de Bonas
Ayers hasta que
pudieron aprestar los navíos. Por este tiempo los indios con fuerza y gran
poder nos atacaron a nosotros y a nuestra ciudad de Bonas Ayers en número hasta de 23.000 hombres; constaban de cuatro
naciones llamadas carendíes, barenis (guaraníes), zechuruas (charrúas) y
zechenais dembus (chanás timbús). La
mente de todos ellos era acabar con nosotros; pero Dios, el Todopoderoso, nos
favoreció a los más; a Él tributemos alabanzas y loas por siempre y por sécula
sin fin; porque de los nuestros sólo cayeron unos 30 con los capitanes y un
alférez.
Y eso que llegaron
a nuestra ciudad Bonas Ayers y nos atacaron, los unos trataron de tomarla por
asalto, y los otros empezaron a tirar con flechas encendidas sobre nuestras
casas, cuyos techos eran de paja (menos la de nuestro capitán general que tenía
techo de teja),
y así nos quemaron la ciudad hasta el suelo. Las flechas de ellos son de caña y
con fuego en la punta; tienen también cierto palo del que las suelen hacer, y
éstas una vez prendidas y arrojadas no dejan nada; con las tales nos incendiaron,
porque las casas eran de paja
A parte de esto nos quemaron también cuatro grandes
navíos que estaban surtos a media milla
de nosotros en el agua. La tripulación que en ellos estaba, y que no tenía
cañones, cuando sintieron el tumulto de indios, huyeron de estos 4 navíos a
otros 3, que no muy distante de
allí estaban y artillados. Y al ver que ardían los 4 navíos que incendiaron los
indios, se prepararon a tirar y les metieron bala a éstos; y luego que los
indios se apercibieron, y oyeron las descargas, se pusieron en precipitada fuga
y dejaron a los cristianos muy alegres. Todo esto aconteció el día de San Juan,
año de 1535 [...]
-Don Singulario, Ud.
siempre se trae alguna historia para dejar mal parados a los conquistadores…
-La escribió alguien que los acompañó Se me ocurre que la
memoria histórica es de largo alcance y sería interesante que quienes se
consideran descendientes de aquellos conquistadores comprendan que los tiempos
han cambiado y que los pueblos no necesitan ahora de flechas incendiarias para
hacer valer sus derechos.
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