Por Cayetano Bruno
Cuando San Martín comenzó a organizar en Mendoza el ejército, el
escaso número inicial de efectivos era asistido espiritualmente por el
párroco de esa ciudad pero, a medida que arribaban los nuevos
contingentes para engrosar las filas, se acrecentaba también la acción
pastoral.
“Eran hombres educados en la
religión católica - decía Belgrano- afianzados en las virtudes
naturales cristianas y religiosas. Con tal motivo San Martín dirige
desde Mendoza, el 3 de noviembre de 1815, un oficio al secretario de
guerra, coronel Marcos González Balcarce, por el cual solicita el
nombramiento de un vicario castrense como inicio del cuerpo de
capellanes. Decía el Libertador: “se hace ya sensible la falta de un
vicario castrense que, contraído por su carácter al servicio exclusivo
del ejército, se halle éste mejor atendido en sus necesidades
espirituales y religiosas... Conforme a ello, propongo para el vicario
general castrense el Pbro. Dr. José Lorenzo Güiraldes. Este
eclesiástico, que al buen desempeño de su ministerio reúne un
patriotismo decidido, ejercerá aquel con la piedad y circunspección
apetecibles.”
Güiraldes era mendocino y
ejercía el sagrado ministerio en aquella ciudad. Era ferviente patriota y
había demostrado siempre con la mayor decisión su adhesión a la causa
de la libertad americana. Organizó el clero castrense que desarrolló su
actividad pastoral en el campamento del Plumerillo, brindando asiduo
apoyo religioso a los efectivos allí concentrados que, a principio de
1817, eran 3.987 hombres, entre jefes, oficiales y tropa.
La actividad que debían
desarrollar los capellanes había sido reglamentada por Güiraldes en las
denominadas “Instrucciones Generales”. Ellas se ajustaban a las normas
canónicas castrenses que regían, pero adecuadas a la situación propia de
los ejércitos de la patria. Esas ordenanzas establecían que se omitiera
en las preces litúrgicas de la santa misa la mención “por el rey
Fernando VII y su familia”, igual que la petición “por los ejércitos y
pueblos realistas”, rogando, en cambio, sólo por los ejércitos y pueblos
que sostenían la libertad de América. Las normas también establecían
que los capellanes debían exhortar a la tropa a la subordinación a sus
jefes y oficiales, enalteciendo la santidad de nuestra religión y la
justa causa que defendían.
A LA IZQUIERDA: Octavio Gomez. San Martín presentando la bandera de los Andes y el Bastón
de Mando para su bendición. Óleo. Celda de San Martín, Convento de Santo Domingo. San Juan
A LA DERECHA: Althabe. San Martín ofrenda su bastón de mando a la Virgen del Carmen.
Óleo. INS. Buenos Aires
de Mando para su bendición. Óleo. Celda de San Martín, Convento de Santo Domingo. San Juan
A LA DERECHA: Althabe. San Martín ofrenda su bastón de mando a la Virgen del Carmen.
Óleo. INS. Buenos Aires
La proclamación de la Virgen del Carmen como patrona del Ejército de los Andes y el solemne juramento a la gloriosa bandera -actos realizados el 5 de enero de 1817- centraron las solemnes manifestaciones de piedad y marcialidad en la ciudad de Mendoza, antes de la partida para el cruce de los Andes. En la iglesia matriz, el general San Martín presentó la bandera para ser bendecida por el capellán general castrense José Lorenzo Güiraldes. Con oración, sacrificio y heroísmo, partía aquel ejército hacia la ardorosa campaña de los Andes: “Dios mediante para el 15 - decía San Martín a Godoy Cruz- ya Chile es de vida o muerte... Dios nos dé acierto; mi amigo, para salir bien de tamaña empresa.”
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