–No es la primera vez que trabaja sobre la figura de Monteagudo.
–Sí, porque es una figura excepcional. Mitre habla de él como un
aventurero, como el hombre que le hacía cometer errores a San Martín. Lo
cierto es que fue un personaje civil muy importante en un momento de la
historia en que los protagonistas eran militares. Era, además, una
pluma extraordinaria. Por eso he puesto en mi libro un apéndice con
algunas obras. El se expresó sobre diferentes temas desde una gran
actualidad como el rol de las mujeres en el proceso revolucionario. Era
un hombre de origen humilde, se quedó huérfano muy pequeño y fue enviado
a Chuquisaca al cuidado de un sacerdote que era pariente de él. Allí
estaba la famosa universidad donde estudió la gran mayoría de los
próceres independentistas no sólo de Argentina sino de varios países.
Había ahí un gran fermento revolucionario. La de Córdoba y la de
Chuquisaca eran las dos grandes universidades del Cono Sur, con la
diferencia de que la de Córdoba era fundamentalmente religiosa. En la de
Chuquisaca, en cambio, se enseñaban leyes que era la carrera que
elegían los jóvenes "progres" de la época.
–En el primer capítulo de su libro, donde se narra el
asesinato de Monteagudo en un callejón, podría ser también el primer
capítulo de una novela.
–Sí, porque considero que la historia es un relato y que
particularmente la historia argentina es un relato maravilloso, de una
riqueza y de una imaginación cuasi delirante, con personajes y
circunstancias extraordinarias. Por eso nunca practiqué la novela
histórica. Hay grandes novelistas históricos como Marguerite Yourcenar,
Robert Graves, incluso Tomás Eloy Martínez con Santa Evita. Pero
considero que la realidad histórica puede ser mucho más fascinante que
lo que pueda inventar alguien. La novela histórica tiene algo de pereza,
la pereza de ese escritor que si realmente se hubiera ocupado de
investigar cómo fueron los hechos y quiénes fueron los personajes habría
escrito un relato mucho más interesante que el surgido de su
imaginación. En esto mi concepción de la historia difiere de la que
tienen quienes han tratado de hacer de ella una ciencia dura
transformándola en algo plagado de contraseñas, de lecturas entendibles
sólo para los iniciados, de escrituras para el colega, textos que la
gente no compra ni lee. Soy un gran partidario de la divulgación que
muchos otros denigran.
–¿Por qué?
–La divulgación es algo democrático, es compartir un conocimiento
con los demás, hacer que lo que uno sabe lo sepan también otros. En este
sentido siempre reivindico a un maestro con el cual teníamos pocas
coincidencias ideológicas e incluso apasionadas discusiones, como fue
Félix Luna. Tenía una concepción liberal de la historia, pero con una
gran apertura. Puso la historia al alcance de la gente. Curiosamente,
hoy no es reivindicado por los sectores más liberales y conservadores de
la historia cuyos númenes son más bien historiadores que hacen
investigaciones de circunstancias pequeñas y puntuales como el comercio
de la caña de azúcar en el siglo XV o el número de llamas que había en
la Patagonia del siglo XVII.
–Lo suyo no es la novela histórica pero utiliza recursos novelescos que hacen que el lector quiera saber qué pasó.
–Sí, porque hoy, el lector, en cuanto uno se lo permite, trata de
escaparse del libro. La relación actual entre el lector y el libro es
muy lábil. En cuanto una deja de tenerlo agarrado del cuello, se va. El
libro ha dejado de ser favorecido por las circunstancias necesarias, la
atención es flotante, no hay mucho tiempo para leer, se lee en
situaciones no muy favorables como un colectivo o una cola. Por eso
escribo capítulos cortos. Mi libro sobre Rosas tiene cerca de 120
capítulos porque para mí mismo hoy es difícil leer un mamotreto, esos
libros gruesos de letra pequeña y frases y capítulos largos.
–Volviendo a Monteagudo, también la investigación acerca de
esa muerte que hace Bolívar tiene aristas novelescas relacionadas con
el cuchillo que le atravesó el corazón.
–Sí, la cuchillada fue muy profesional. Bolívar constata que el
cuchillo estaba recién afilado. Los afiladores eran pocos, era un
trabajo que hacían los barberos. Entonces convoca a los barberos y les
pregunta quién ha afilado ese cuchillo. Se entera así de que quien lo
hizo afilar era un negro fornido. Con un pretexto convoca a los negros
mediante un bando y ahí es reconocido Candelario Espinosa, el sicario
contratado para matarlo. Bolívar lo lleva a su despacho y tiene una
entrevista privada con él en la que le dice que no morirá ahorcado si
le dice quién le ha encargado el crimen. Evidentemente se lo dice porque
Candelario permanece en prisión pero no es ahorcado. Bolívar no
comparte con nadie esa revelación, pero uno puede concatenar una serie
de hechos y sacar conclusiones. Sánchez Carrión que era un hombre de
extrema confianza del libertador venezolano muere misteriosamente al
poco tiempo. Luego de muerto Bolívar, uno de sus secretarios confiesa
que el nombre que le había dado Espinosa era el de Sánchez Carrión.
También se hicieron muchas especulaciones sobre un asunto de faldas.
–¿Y usted qué cree?
–Aunque no tengo ningún elemento probatorio, planteo una hipótesis.
Monteagudo tiene una gran insistencia en la convocatoria del Congreso
Afictiónico en Panamá. El anfictionismo era la tradición griega según la
cual las ciudades en conflicto se reunían y trataban de dirimir sus
dificultades a través del diálogo para no llegar a la guerra. Fíjese en
la precocidad de Bolívar que en la carta de Jamaica, que escribe en
1815, cuando había fracasado en su primera expedición revolucionaria y
estaba exiliado en Kingston, ya hablaba de la necesidad de que las
naciones surgidas de la dominación española conformaran una unidad para
defenderse entre sí. Esto se hace carne en Monteagudo, lo mismo que en
San Martín. Por su parte, Sánchez Carrión era la máxima autoridad de una
logia muy ligada a sectores del absolutismo europeo. En esa época se
había constituido la Santa Alianza que bajo pretextos religiosos estaba
integrada inicialmente por tres monarquías absolutistas que eran la
rusa, la alemana y la austríaca. Luego se incorporan la Francia
napoleónica y España. Era una unión muy poderosa cuyo objetivo era
retrotraer el mundo al tiempo anterior a la Revolución Francesa, es
decir, terminar con las ideas republicanas y recuperar las colonias
perdidas en América. Como lo explicaba Monteagudo en su ensayo sobre la
unión americana, era muy importante que las naciones pudieran unirse
para enfrentar los nuevos peligros que las acechaban luego de haberse
independizado de España. Y Monteagudo aboga por una unión que no sea
retórica, sino que tenga un ejército aportado por los distintos países
que, a su vez, deben financiar y abastecer esa fuerza porque de
producirse una invasión de la Santa Alianza, no habría tiempo para
coordinar los esfuerzos, por lo que debía haber un dispositivo de
respuesta. También tenía en cuenta la amenaza británica. Por eso Bolívar
tiene una discusión muy fuerte con Rivadavia porque éste petardeó la
reunión de Panamá, no tanto por la Santa Alianza, sino por su
anglofilia. Esa unión americana podía ser usada también contra Gran
Bretaña, que independientemente de la Santa Alianza aspiraba a adueñarse
de aquello que había dejado España. Soy un convencido de que Candelario
Espinosa fue un sicario contratado por Sánchez Carrión en cumplimiento
de una orden del absolutismo para terminar con este tipo que fastidiaba.
Esa fue una de las causas del fracaso de la reunión de Panamá que se
hizo en 1826. Pero entre la ausencia de Monteagudo asesinado en 1825, el
saboteo de los imperios y de los países que seguían las instrucciones
de éstos y las diferencias internas, la reunión fracasa. No es difícil
pensar que, lamentablemente, el asesinato de Monteagudo haya sido una
solución política eficaz porque la Santa Alianza logra conjurar un
régimen liberal en España, que había obligado a Fernando VII a jurar una
constitución republicana o una monarquía constitucional. Lo hace con la
famosa invasión de los Cien mil hijos de San Luis, una expedición
organizada y gobernada por la Santa Alianza que termina con este ímpetu
de monarquía constitucional en España. De modo, imagínese, que les
resultaba muy fácil eliminar a un tipo que en Lima estaba haciendo cosas
que podían ir en su contra.
–¿Más que un hombre de acción Monteagudo era un ideólogo?
–Sí, fue un personaje principal en la Asamblea del año XIII. En ese
momento colaboraba con Alvear, por lo que seguramente no fue el momento
más feliz de su vida. A su llegada a Buenos Aires ya era una figura muy
importante en la ciudad, era columnista de los diarios, editorialista.
Luego del exilio vuelve y O'Higgins lo toma a su lado. La proclama
independentista de Chile está escrita por Monteagudo. Luego San Martín
lo toma como su primer ministro. Prácticamente él gobierna Lima mientras
San Martín se ocupa de las acciones bélicas. Fue un gran ideólogo, un
hombre con una gran capacidad de explicar, de interpretar los sucesos.
Era un gran generador de ideas. Estaba convencido de su utilidad en la
causa revolucionaria y por eso lo va a buscar a Bolívar y lo hace a
través de la amante de éste, Manuela Sáez. Llega al campamento
acompañado por ella, lo que en principio despierta los celos de Don
Simón. Recordemos que se lo describe como una persona de muy buen
aspecto. Tan es así que yo tomo una descripción que hace Vicente Fidel
López casi en estado de excitación erótica cuando habla, por ejemplo, de
las pantorrillas bien torneadas de Monteagudo.
–¿Monteagudo era un hijo de la Revolución Francesa?
–Eso tiene que ver con su formación en Chuquisaca. Pero yo le hago
una crítica a la historia que nos cuentan. Se supone que los
antecedentes de Mayo son las ideas de la Revolución Francesa, pero no se
toman en cuenta las sublevaciones indígenas. Entre nosotros hay una
larga tradición de resistencia. Monteagudo tiene una participación muy
activa en la sublevación de los criollos y originarios del 25 de Mayo de
1809, la rebelión del Alto Perú Potosí, La Paz, Chuquisaca. Fue
reprimida salvajemente por Goyeneche. A raíz de esta sublevación
Monteagudo queda preso y luego se escapa. El inauguró la guerra
psicológica, es el creador de la Guerra de Zapa que consistía en hacer
publicaciones con noticias falsas que engañaran al enemigo. Es tal la
desmoralización que esto produce, que San Martín entra en Lima sin
disparar un tiro.
–Usted preside el Instituto Dorrego que desde el
revisionismo propone otra forma de narrar la historia. ¿De qué modo
influye el relato del pasado en el presente?
–Yo defino la corriente nacional, popular y federalista –me gusta
más llamarla así que revisionista– como la que mira la historia desde la
perspectiva de los sectores populares. La historia oficial, la que ha
sido el pensamiento único, la que ha escrito los programas educativos de
escuelas, colegios y universidades, la que ha bautizado parques, calles
y avenidas, es la historia vista desde los sectores dominantes.
Humorísticamente podríamos definir esta historia como un boliche con un
patovica en la puerta que decide quién entra y quién no. Es la historia
de los grandes hombres. Para mí, en cambio, la historia es una
consecuencia de movimientos sociales en los que los sectores populares
siempre son protagonistas. «
Una figura fascinante
A tal punto la figura de Bernardo Monteagudo le resulta interesante
a Pacho O´Donnell que la abordó diversas veces. El primer libro
referido a él aparece en 1995, el segundo en 2011 y el tercero es muy
reciente.
Cuando se le pregunta cuáles son las diferencias entre ellos
contesta: "La edición de 1995 fue editada por Planeta, la actual la
publicó Aguilar. Esta última editorial ha publicado varios libros míos,
ha hecho una suerte de colección que tiene unidad visual. Ha tomado
algún libro original como Artigas y también ha tomado reediciones como
Juan Manuel de Rosas. El último libro sobre Monteagudo no es una
reedición, sino una reescritura. El libro de 1995 se titulaba
Monteagudo. La pasión revolucionaria, mientras que éste es Monteagudo.
Pionero y mártir de la Unión Americana"
"Monteagudo -explica O´Donnell la razón de su insistencia- es un
personaje tan fascinante que después de publicar el primer libro seguí
trabajando sobre él y se me presentó como muy relevante su
extraordinaria visión de la necesidad de unión de las naciones
americanas, las naciones neonatas recién salidas de la dominación
española". Es imposible no relacionar este rasgo ideológico de
Monteagudo rescatado por el historiador con la situación actual de
América Latina, con la necesidad de unidad latinoamericana
que
sostienen muchos de sus países. O´Donnell señala: "Cada vez que se
hable del Mercosur, de CELAC, no debe dejarse de tener en cuenta a este
abogado extraordinario que fue Monteagudo".
Odonell un historiador mediocre! ese mismo estuvo con menem!
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