por José Luis Muñoz Azpiri (h) – “Que la Raza está en pie y el brazo listo,
que va en el barco el capitán Cervantes
y arriba flota el pabellón de Cristo”
Así contempló Darío a la galera de la
Raza. Marchaba a través de la tormenta hacia la Atlántida española. Vio
también el símbolo de la Cruz sobre la arboladura del barco a la manera
del viejo marinero de la balada de Coleridge transfigurado por la visión
del manto de la Virgen sobre la nao condenada. Fe e idioma nos
salvarán. A una la representa la cruz. Al otro, Cervantes. El idioma es
el “pneuma”, es decir, el soplo de Dios, el espíritu.
Cervantes elevó a pobres y desgraciados
al sitial de protagonistas de la literatura universal. La plebe bárbara,
la “santa canalla”, ingresa en el arte merced a su pluma. Europa vivía
en la mentira y el Quijote arrasó con la inmoralidad de la patraña o el
embuste. Pero esta historia de un desgraciado narrada por otro
desgraciado, es, a su vez, paradójica. Al
elevar los episodios de la vida cotidiana de hombres humildes y oscuros a
la dignidad de la epopeya, el escritor imagina un libro de caballería
similar a aquellos que intentaba desterrar. Mejor dicho, compone la
novela de caballería definitiva y triunfante. La gran locura de la
redención humana nace de los sueños y actos de los hombres que deben
todo a sí mismos. Esto es la revolución.
El Día de la Raza que se ha conmemorado
hace pocos días, suscita como cada año intensos debates cuya máxima
expresión se dio este año con el desmontaje de la estatua de Colón. El
30 de junio de 2013, bajo la idea soterrada y no tanto de que Cristóbal
Colón fue punta de lanza del genocidio indígena, comenzó el
desmantelamiento de la escultura del legendario navegante, culminación
del “relato” instalado por charlatanes de la historia, operadores
políticos e ignorantes dispuestos a acompañar a los flautistas de
Hamelín vernáculos -en este caso, al igual que la leyenda encarnado por
un anciano “germano-mapuche” – de manera tal de instalar en forma
definitiva, bajo un patético intento de reemplazar la historia por la
Antropología, el arcaico y pertinaz discurso iniciado en el momento
mismo del Descubrimiento y repetido como una letanía a lo largo de cinco
siglos: “América no fue descubierta sino encubierta”.
Un desquite tardío e innecesario al que
se intenta suavizar modificando el nombre de la fecha con el difuso
nombre de “Día de la Diversidad Cultural”. En realidad toda una raza,
hasta hace poco desvalida, toma consciencia de sí misma y de su propia
pujanza en el “Día de la Raza”. El símbolo es claro y poco tiene que ver
la antropología y aún la etnografía, con una categoría histórico
cultural. Destaca Juan José Hernández Arregui que:
“La época hispánica, no
encaja por entero, dentro del despectivo rótulo de “colonial” como la
ha denominado la oligarquía liberal, ya que, para la corona, estas
tierras eran provincias del reino y así se la definía. La tesis
misional, por su parte, se refuta a sí misma por la situación de las
masas indígenas que integraron la clase verdaderamente explotada. Pero
la historia no es un idilio, sino una galería cuyas luces y sombras
agrandan o desdibujan los objetos , según el prisma ideológico que los
refracta. Junto a la acometida sobre la raza de bronce sojuzgada, España
trajo a estas tierras una de sus virtudes más grandes, el espíritu de
independencia. y las instituciones que lo resguardaron. Un antecedente
de esta actitud altiva y libre, que América Hispánica recibió como
legado, se encuentra ya en Lope de Aguirre, al tratar de igual a igual,
en 1561, a Felipe II: “Te aviso, rey español, que tus reinos de la
India tienen necesidad de justicia y equidad para tantos y tan buenos
vasallos como en ellos moran. En cuanto a mí y mis compañeros, no
pudiendo sufrir más las crueldades de tus oidores y gobernantes, nos
hemos salido de hecho de tu obediencia y nos hemos desnaturalizado de
nuestra tierra que es España, para hacerte aquí la más cruel guerra que
nuestras fuerzas nos consientan(…) En estas tierras damos a tus pendones
menos fe que a los libros de Martín Lutero”. (1)
Es decir, en América el español se “desnaturaliza”
y se integra a la nueva geografía en la cual se hunde para resurgir
transfigurado en lo que Vasconcelos denominó “La Raza Cósmica.” El
americanismo de Vasconcelos aspiró siempre a una integración y fusión
del elemento español con la cepa indígena, obrada siempre bajo el
símbolo del espíritu y la señal de la Cruz y la lengua. La fórmula del
pensador: “Por mi raza hablará el espíritu” figura todavía hoy en
las insignias de varias universidades americanas, a modo de blasón
educativo. Pese a su formación católica y su hispanofilia integral -no
en balde se denominó durante tres siglos a su patria como la “Nueva
España”, y fue la antigua Tenochtitlán, su capital, la más fastuosa
ciudad del orbe español hasta bien entrado el siglo XIX, Vasconcelos
resultó uno de los voceros y luminarias espirituales de la Revolución
Mexicana y uno de los propulsores de las reivindicaciones indigenistas
de su patria. Lamentablemente, éstas, como se sabe, se tiñeron en su
patria y en otras latitudes de un barniz rojo, en la faz social y de una
coloración sombría, en el aspecto histórico, al adjurarse de las
creencias y tradiciones locales provenientes de la Europa caballeresca y
cristiana.
Es curioso que comparada con otras
colonizaciones similares, la colonización portuguesa, nunca ha sido
fuente de debate en la medida en que lo ha sido la española, pese a
integrar las dos el universo católico y como tal, en Portugal también
existió la Inquisición, también fueron expulsados los judíos, la
esclavitud fue mucho más importante que en las colonias hispanas,
existieron protagonistas violentos como Alfonso de Albuquerque y
gobernadores brutales como Mem de Sá. Es probable que la larga amistad
entre Portugal e Inglaterra permita explicar la visión indulgente a su
expansión ultramarina contrariamente a la española, escarnecida y
maldecida por la llamada leyenda Negra, cuyos ecos resonaron en las
inmediaciones de la Casa Rosada cuando se desmontaba el monumento al
navegante genovés.
Pocas leyendas apócrifas como la que
crearon los clérigos y políticos de la Reforma, ha tenido tal
persistencia en el tiempo. Los ecos de la Leyenda Negra aún resuenan en
nuestra época. Philip Wayne Powell, en su libro “Tree of hate” (El árbol
del odio) afirma que la cultura norteamericana ha heredado la leyenda
negra de la colonización británica. Estos prejuicios anglosajones contra
los españoles, se transfirieron contra los mexicanos en el siglo XIX.
Hay quien afirma que los medios de comunicación y el gobierno de Estados
Unidos han propagado la leyenda para justificar las acciones
norteamericanas contra España y América Latina, como en las guerras de
México, España o la colonización de las Filipinas tras la guerra contra
España. Todavía en 1985, estando en Nicaragua bajo el gobierno
Sandinista, tuvimos oportunidad de enterarnos que los Misquitos, Sumos y
Ramas de la Costa Mosquito que operaban para la “contra” financiados
por la CIA, denominaban a los integrantes del gobierno contra los cuales
combatían como “los españoles” (En realidad así llaman a la población
de la zona Occidental del país) y a los sacerdotes que integraban la
Junta de Gobierno como “los Inquisidores”.
El historiador norteamericano William S.
Maltby comenta en su libro de 1982″ “The Black Legend in England” (La
leyenda negra en Inglaterra): “Como muchos otros norteamericanos, he
absorbido en anti-hispanismo de películas y de la literatura folklórica
mucho antes de que el prejuicio fuera contrastado con un punto de vista
distinto en las obras de historiadores competentes, que sorpresa más
grande para mí; cuando llegué a conocer las obras de los hispanistas, mi
curiosidad no tuvo límites. Los hispanistas han achacado siempre a los
enemigos de España la tergiversación de los hechos históricos y los
prejuicios contra España en el mundo”.
Decía Salvador de Madariaga que
antihispanismo de los propios hispanoamericanos no había que buscarlo en
una Sociología de la Cultura sino en un tratado de Psicología. Porque
las causas que advertía eran dos: el mestizaje y el separatismo.
El mestizo es un español prisionero de un
indio; y un indio prisionero de un español. Esta situación crea entre
la dos vertientes de su ser una tensión constante. Así se explica, la
diferencia con Inglaterra y con Portugal; porque Inglaterra aniquila a
los indígenas; y Portugal, por las condiciones especiales del Brasil,
construye un Imperio mucho más mulato que mestizo. Añádase que, en los
casos más importantes, los españoles se encuentran con naciones indias
más consolidadas y conscientes que la que encontraron otros pueblos
conquistadores.
En el Río de la Plata, un indigenismo de
mercado de carácter inédito, dado que ha cobrado bríos en las últimas
décadas, es agitado por escritores de apellidos y nombres profundamente
“originarios” como Eduardo Galeano y Osvaldo Bayer, con un objeto más
cultural que social: la demolición de la tradición histórica. Y
entendemos la tradición como el impulso que el río humano que llamamos
pueblo o nación, recibe del pasado y transmite al provenir. En ella se
cimenta la construcción de nacionalidad y ciudadanía. Ya no se trata de
Cristóbal Colón, los encomenderos, los conquistadores y fundadores.
Ahora se trata de quitar el nombre a la Plaza de los Virreyes,
reemplazar el monumento a Roca por el de la “mujer originaria”, eliminar
la bandera de la ciudad de Buenos Aires porque porta un símbolo
religioso, rebajar la figura de Rosas a la de un “Restaurador” (pero del
orden colonial), acusar a Yrigoyen de asesino de obreros y a Perón de
fascista camuflado que engañó a un pueblo de “cabecitas negras”
(evidenciando un racismo larvado), definir el malón como una “empresa
económica” y no como un latrocinio instrumentado por intereses foráneos
(y huincas) y hasta acusar de ladrón y asesino al benemérito Francisco
Pascasio Moreno. Se denigra al soldado, se exalta al partisano, se
degradan arquetipos y como resultado de semejante devastación –
convenientemente financiada por los aportes de ONGs del exterior – nos
quedamos huérfanos y dueños de la nada.
En las últimas décadas se desarrolló en
el subcontinente una nueva categoría de intervención encubierta: los
“golpes blandos” generalmente instrumentados para mantener la
balcanización y de esa forma imponer formas neoliberales de
administración económica en su versión más cruda y salvaje. Para
instrumentar esta maniobra se han perfeccionado sutiles herramientas que
operan como ONGs trasnacionales con filiales locales.
Ecologistas, indigenistas, defensores de
la “diversidad” (étnica, sexual, religiosa, etc.) en versiones extremas,
operan, muchas “sin saberlo” como arietes de las potencias
anglosajonas, del GT y de la Unión Europea, para perpetuar el
subdesarrollo crónico, prefabricar divisiones y profundizar e incluso
inventar odios internos en el tejido de nuevos pueblos. Y la prueba
palmaria es que mientras se habla de recorrer nuevamente la senda de los
Libertadores, de reconstituir la Patria Grande, de borrar fronteras y
terminar con los colonialismos internos, surgen organizaciones e
“intelectuales” que atizan conflictos invocando reclamos legítimos, como
el acceso a la tierra, pero no en su condición de compatriotas y
campesinos desplazados, sino como integrantes de grupos étnicos que ya
estaban integrados al torrente sanguíneo de las poblaciones nacionales o
que son directamente inventados y manipulados desde el exterior.
Uno de los pueblos originarios más
promocionados a nivel internacional es la “nación” mapuche, la que tiene
su sede en 6 Lodge Street, Bristol, Inglaterra. Su Secretario General
es Reinaldo Maniqueo, de origen araucano, mientras que el resto de los
integrantes absolutamente británicos (ver www.mapuche-nation.org/).
No es casual que la sede de la “nación Mapuche funcione en el Reino
Unido, que tienen vitales intereses geopolíticos en el Atlántico Sur,
razón por la que, gracias a su poderío atómico y al de la OTAN, ocupa
las islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur, que pertenecen a la
nación del Plata. Cabe añadir los enormes intereses empresariales de USA
y Gran Bretaña en la zona cordillerana. Los araucanos, hoy denominado
mapuches, llegaron de Chile a territorio argentino a partir del siglo
XVII. Este proceso, conocido como “araucanización de la pampa”, ocasionó
el casi exterminio de los puelches, tehuelches, ranqueles y pampas. Por
esta razón, testigos de la época como Estanislao Severo Zeballos, Lucio
Mansilla o Manuel Prado, no mencionan a los mapuches como pueblo
originario de la Argentina. Todo parece que se quiere englobar a los
pueblos aborígenes de la región para impulsar una “nación mapuche”, en
territorios argentinos y chilenos, dentro de los planes trazados en
Bristol y apoyados por las Embajadas británicas en Chile y la Argentina
“¿Cuál sería la reacción británica – se pregunta el boliviano Andrés
Solís Rada – si el gobierno argentino propiciara en Buenos Aires el
funcionamiento de la sede central de separatistas irlandeses del Reino
Unido y proyectara sus actividades a territorio británico?”
Al respecto, vale recordar que un
magnífico escritor, que porta en su ADN más genes originarios que todos
los indigenistas de marquesina que pululan por esta latitudes, el
guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, ya decía hace más de medio siglo:
“Las sangres indígenas e
ibéricas y todas las llegadas a nuestro crisol se añejan como el vino y
muestran ya unidad y pujanza en las creaciones nacionales y en la lucha
antiimperialista para conquistar la segunda emancipación. Somos el
equilibrio de lo indígena y lo español, la fusión de dos ríos inmersos
en nosotros. Yo no defiendo ninguna sangre sino la razón. El cauce fue
forjándose y las sangres mezclaron sus fuerzas contrarias en nuevo rumbo
favorable. La nacionalidad se ha ido forjando por conciencia del
pasado, de mitos vernáculos y creaciones y aspiraciones comunes.
Conquista y fundación de ciudades, y lengua y religión hasta llegar al
mestizo. Yo no hablo del quiché, del cakchiquel y del español como de un
extranjero, sino como uno de mis antepasados. Ambos, son mis
compatriotas y yo soy, y quiero ser, sólo guatemalteco. Odiar a España
es tan necio como odiar al indígena. Injuriar a España es mentarnos la
madre. José Carlos Mariátegui recuerda que no renegamos de la herencia
española, sino de la herencia feudal. Yo no pienso como indio, ni como
criollo, mestizo o español sino, simplemente, como guatemalteco. Ninguna
oriundez es limitación, sino una realidad accidental que nos desborda
cuanto más dueños somos de la herencia de todos. Si lo guatemalteco
fuera tan específicamente singular que pudiera llegar a ser extraño a
las otras culturas ¿qué diablos tendríamos? Pero esto es una absurda
fantasía. Y nuestro patrimonio es el universo. Y para nadie existe la
evasión, y los intentos fallidos siempre, son una manera pusilánime de
vivir los hechos. No deseo idea preconcebida sobre el espíritu nacional,
ni sobre el guatemalteco: lo sé y lo ignoro viviéndolo cada día.
Comienza a evidenciarse la confianza, la espontaneidad, sin preocuparnos
de cánones yanquis o europeos, sacudiéndonos la sumisión afirmada hasta
en el resentimiento. Primeros pasos hacia una Guatemala integral. El
pueblo ha sabido impulsar a sus guías, ser protagonista con imprecisa
conciencia algunas veces, pero con experiencia real, sangrante de sus
problemas, por el profundo desgarramiento de su vida. Por obra y acción
de tradiciones. Y si exaltamos la nacionalidad es por natural etapa de
crecimiento para defender lo nuestro: desde la raíz de la personalidad y
la cultura, hasta la propia existencia libre y soberana. Anhelo de
responsabilidad y definido propósito de maduración. No me afano sólo en
que el guatemalteco sea guatemalteco, sino en que su destino sea el de
Hombre” (2)
Confieso que al repasar estas líneas no
dejo de pensar en los vaivenes y las tragedias políticas argentinas. El
autor mexicano citado anteriormente, que visitó nuestro país en
reiteradas oportunidades, la última de las cuales durante la presidencia
del general Perón, como participante del Congreso de Filosofía de
Mendoza, opinó sobre la crisis política de 1955 – en el periódico
montevideano “Marcha” – que ésta se había generado al extraviar nuestro
país la línea nacional que supo seguir durante sus épocas más prósperas y
vigorosas. El nacionalismo integral del argentino era para Vasconcelos
una suerte de categoría aristotélica de nuestro intelecto, ahora
corroída por una iconoclastia que, tras la derrota de Malvinas, arrasa
todo sin propósito cierto, por desilusión, nihilismo o porque sirve a
intereses ajenos.
Días atrás recibimos comunicación de
Santiago de Chile del muy querido profesor Pedro Godoy: Su reflexión no
pudo ser más atinada:
“Antaño se expresaba
Fiesta de la Raza. No faltaba quién preguntara ¿Cuál Raza? Había que
explicarle que era la nuestra. Esa que comienza a plasmarse con la
hazaña de Isabel y Colón en 1492. La conmemoración la repudian indígenas
e “indigenistas”. Sin embargo, en toda nuestra América los que se
autodenominan “pueblos originarios” no pasan del 5% y de ese contingente
apenas el 25% habla su dialecto. Lo predominante de la Patagonia a
México es la condición mestiza de los tres componentes fundantes:
ibérico, amerindio y afronegro.
Estados unidos da
trascendencia al día de Acción de Gracias – comienzo del poblamiento
británico – más que al 4 de julio – Día de la Independencia. Ello quizá
explica la sólida personalidad del Coloso del Norte. Pese a sus millones
de inmigrantes, consolida su perfil. No reniega de sus semillas sino
que las exalta. Esto no es un detalle de calendario, sino un dato duro
que, contrario sensu, podría explicar nuestro naufragio
identitario. Se expresa en autodenigración, es decir, en un complejo de
inferioridad y desconocimiento o desprecio, por nuestras raíces. Ello
reafirma el error de creernos nacidos en 1810 desconociendo o
abominando, de los tres siglos que lo anteceden”.
Nada más real. Hispanoamérica nació el 12
de octubre de 1492, cuando un continente habitado aproximadamente por
15.000.000 de habitantes según los cálculos del historiador argentino
Ángel Rosemblat, fue hollado en Guanahani por los hombres que habían
navegado las aguas procelosas del Mar Tenebroso y que, al cabo de meses
de encierro llegaban a una tierra paradisíaca. No es errado pensar que
es día mismo se engendraron los primeros mestizos., los primeros
hispanoamericanos, cuando aquellos varones que habían dejado sus mujeres
en España se fundieron con otra raza, cuyo buen porte y mansedumbre
Colón describió en su Diario de Navegación. En ese momento comenzó a
existir una estirpe nueva en el planeta, dado el carácter universalistas
de las tripulaciones mediterráneas. En su momento destacó el venezolano
Arturo Uslar Pietri:
“Haber logrado que en
no mucho más de medio siglo las poblaciones indígenas y africanas se
hicieran cristianas, hablaran español y entraran a formar parte de una
nueva realidad social es un hecho sin paralelo en la historia moderna,
que constituye el rasgo más importantes y original de la historia
americana”.
Sin embargo se sigue repitiendo a machamartillo “la destrucción de las culturas precolombinas”,
hecho indudable que si bien lamentamos también lo consideramos
inevitable, dada las prácticas tanáticas de estas civilizaciones que las
habían conducido a un definitivo “rigor mortis”. Lo que no impidió la
supervivencia de estas culturas -muchas signadas por el primitivismo –
fue precisamente lo que se le achaca a España: el sincretismo.
Los españoles aculturalizaban a los
indígenas de sus territorios, los franceses los expulsaban de sus
territorios y los ingleses directamente aniquilaban a los indígenas de
sus territorios. Y esta es la característica que define a la “Raza” tal
como la concebimos o como la consideran mexicanos que viven en el
territorio usurpado por la América anglosajona: la fusión.
De modo que quién habla castellano, reza a
Jesucristo y está acostumbrado a decir “si” o “no” a tiempo y con
firmeza, cualesquiera sea el tinte de su piel o la región donde haya
nacido (La Pampa, California, el País Vasco o Filipinas, blanco,
cobrizo, talago o mulato) integra legítimamente esa raza de la que
hablamos. Entendemos que el decreto del Día de la Raza de Hipólito
Yrigoyen, quién no era protagonista de ningún Walhalla wagneriano ni
aspiró nunca a asumir la categoría de héroe de Gobineau, está concebido
en el cuadro de la amplitud de criterio que comentamos. “Castilla”,
“católico” y “no importa” son sinónimos o metáforas de universalismo.
Martín Fierro hablaba la lengua de Santa Teresa, se santiguaba y asumía
el castellano sentimiento caballeresco de la vida. Pertenecía al pueblo
de Cervantes, a la comunidad de la raza. No es poco.
(1) Hernández Arregui, Juan José “¿Qué es el ser nacional” Buenos Aires. Plus Ultra. 1973
(2) Cardoza y Aragón, Luis “Guatemala, las líneas de su mano” México. FCE. 1955
¡Excelente articulo! La frase "escritores de apellidos y nombres profundamente “originarios” como Eduardo Galeano y Osvaldo Bayer", es una verdad irrefutable. La destruccion (se esta deteriorando a pasos agigantados) de la Estatua de Colon, es una ignominia.
ResponderEliminarFelicitaciones al Dr. Muñoz Azpiri, su articulo podría haber sido escrito por don Vicente Sierra.
¡¡Muy bueno!! Felicitaciones a Muñoz Azpiri. ¡¡¡Arriba España y sus hijos de America!!!! Nos espera un destino de grandeza a 400 millones de hispanos e hispanoamericanos!!
ResponderEliminarVicente Sierra (chico)