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martes, 6 de septiembre de 2016

Releyendo a Carlos Pereyra y El mito de Monroe


Mariana Mastrángelo

El antiimperialismo latinoamericano tiene una larga tradición y uno de sus exponentes más importantes fue el mexicano Carlos Pereyra. Julio Irazusta escribió en la Introducción al libro El mito de Monroe de la colección de los Clásicos Latinoamericanos, que la influencia de este autor había sido decisiva para su generación en “la apreciación de nuestros orígenes históricos más remotos, y para darnos una conciencia de nuestro rango en el mundo y de nuestros derechos a sentirnos iguales con los miembros de la comunidad civilizada”. Esta apreciación de Irazusta constataría, no solo el influjo de la obra de Pereyra en la conformación de una historiografía latinoamericanista, sino también da cuenta de la visión de toda una generación, denominada el “primer” antiimperialismo latinoamericano. 
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El fin del Imperio Español, tras la guerra hispanoamericana en el año 1898, no sólo significó la pérdida del poder de España en Latinoamérica sino la emergencia de los Estados Unidos como potencia imperialista en toda la región. En este nuevo escenario, surgió una cultura latinoamericana crítica y contestataria del avance norteamericano, denominada antiimperialista. De esta corriente formó parte el mexicano Carlos Pereyra, junto al argentino Manuel Ugarte, el boliviano Tristán Marof, y los peruanos Víctor R. Haya de la Torre y José C. Mariátegui. Fruto de esta generación, podemos decir que Carlos Pereyra fue un hombre lúcido, un gran erudito y un crítico mordaz del avance norteamericano en Latinoamérica. Al mismo tiempo fue una persona cuya práctica y alineamientos políticos hicieron difícil definirlo ideológica o filosóficamente.  Los historiadores mexicanos Andrés Kozel y Sandra Montiel lo describen como un “hito historiográfico y cultural complejo, cuyo estudio no deja de presentar aspectos problemáticos” Uno de ellos se refiere a que existen lagunas de información relativas a la vida del autor mexicano. El historiador argentino Edberto O. Acevedo ha realizado una biografía de Carlos Pereyra que se ha convertido en el punto de referencia para el estudio de este ilustre personaje. arlos Pereyra nació en el seno de una familia acomodada en Saltillo, provincia de Coahuila en el año 1871. Cursó sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal y los superiores en la capital de México. Antes de recibirse de abogado, fue nombrado miembro de la Comisión Codificadora del Estado de Coahuila. Una vez graduado, se convirtió en fiscal del Distrito Federal. Ejerció por algunos años la docencia, siendo profesor de historia en la Escuela Nacional Preparatoria y de sociología en la Escuela Nacional de Jurisprudencia en la primera década del siglo XX. Así también, se desempeñó como periodista,dirigió el periódico El Espectador, colaboró en El Norte y en la Revista Positiva. Su carrera política, que se inició en las filas del Porfiriato, lo llevó a ser diputado al Congreso Nacional y representante de México en los Estados Unidos. Asimismo, su carrera diplomática lo convirtió en subsecretario de relaciones exteriores en el gobierno de Francisco Madero y en el de Victoriano Huerta, y luego representante en La Habana y Bruselas. Al producirse la revolución de Venustiano Carranza (de quien fue compañero de banco en la escuela primaria) abandonó su cargo, escribiendo al secretario de la embajada que él “no renunciaba ante bribones”. En 1913 fue nombrado miembro de la Corte Internacional de La Haya. En 1914 abandonó Bruselas, lugar donde residía, ante la invasión alemana. Se trasladó a Madrid junto a su esposa, donde vivió hasta su muerte, en el año 1942. En esta ciudad es donde escribió gran parte de su obra. Es llamativo que, luego de haber sido un gran partidario del régimen de Porfirio Díaz, Pereyra aceptara ser diplomático en el gobierno de Francisco Madero. Recordemos que Madero encabezó la oposición armada al porfiriato e inició una revolución que fue precedida de una guerra civil, donde aparecieron figuras como Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y Francisco “Pancho” Villa, de quienes Pereyra no tenía una buena opinión. En este contexto de contradicciones o quizás de pragmatismo, siguió con su carrera diplomática durante el gobierno de Victoriano Huerta, el militar que derrocó con un golpe de estado a Madero y lo hizo asesinar junto a su vicepresidente. Sin embargo, ¿Por qué no hizo lo mismo durante la regencia de Carranza? ¿Por qué lo califica a él y a sus funcionarios de “bribones”? No solo habían sido compañeros de banco en la escuela primaria de Coahuila, sino que con su programa político, Carranza fue el que logró ponerle freno al avance norteamericano con la promulgación de la Constitución Mexicana de 1917 y la nacionalización del petróleo. ¿Qué diferencias había entonces con Madero y con Huerta, de quienes sí había sido diplomático? Estos interrogantes difícilmente pueden responderse desde el presente. Si podemos sugerir que a Carlos Pereyra la Revolución Mexicana lo tomó quizás por sorpresa, y si bien puede ser definido como un nacionalista, era también un “realista”, consecuente con su formación positivista. En este sentido, su sentido de clase no le permitió llegar a asimilar la reivindicación campesina ni indígena de Zapata ni de Villa. El era miembro de la elite, y como tal se comportaba. De hecho no volvió más a México, se autoexilio en España, donde llegó a ser un gran estudioso de la cultura hispana y admirador de Franco. Otro de los problemas en el estudio de Pereyra tiene que ver con su visión de mundo y su formación política-ideológica. Irazusta remarca la influencia de Carlos Marx y de Charles Maurras en su formación, definiéndolo como un “dialéctico formidable”. Ahora bien, nuevamente surgen posturas contrapuestas en lo que los historiadores Kozel y Montiel denominan la “ecuación Pereyra”. Imaginemos al historiador mexicano como un dialéctico marxista y también como un monárquico y católico maurrista. Estas aparentes contradicciones no quitan que Pereyra haya sido católico (no sabemos si pro-monárquico) y como ya mencionamos, en sus últimos años en Madrid, se convirtiera en un gran devoto del franquismo.  A su vez, no podemos negar que Pereyra se sintió atraído por el marxismo y también, por la corriente antiimperialista y latinoamericanista de los primeros años del siglo XX. Resulta difícil, en este sentido, encasillar a Pereyra como solo admirador de Marx y a la vez seguidor de Maurras. Sí podemos afirmar que su formación en el positivismo fue determinante en la conformación de su visión de mundo, lo que lo llevó a tener un sentido “realista” o “pragmático” de su concepción ideológica y política.

Antecedentes de El mito de Monroe

El mito de Monroe no fue el primer escrito que dedicó Pereyra al estudio de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y América  Latina, aunque si el más influyente. Es quizás su mirada más crítica sobre la política exterior norteamericana. La misma es más que comprensible ya que la injerencia y amenaza del coloso del norte era apremiante por esos años en México y en el resto de Latinoamérica. Frente a la guerra civil que desencadenó la Revolución Mexicana, el gobierno de los Estados Unidos exigió garantías en la frontera y para los residentes extranjeros en México, así como la protección de los negocios norteamericanos. En el año 1914, el presidente Woodrow Wilson decidió la intervención estadounidense, concentrando tropas en Texas y enviando barcos de guerra al puerto de Veracruz para su ocupación. Asimismo, la Constitución Mexicana del año 1917 de Venustiano Carranza fue un duro golpe a las empresas norteamericanas ya que nacionalizó los recursos petroleros e impuso impuestos a la producción del hidrocarburo. Esto desencadenó una campaña de protesta de las compañías petroleras y fuertes presiones del gobierno de Washington. Estos cambios en la política norteamericana hicieron mella en la visión de Carlos Pereyra en relación a la Doctrina Monroe. Siendo secretario de la embajada mexicana en Washington, Pereyra pudo conocer desde adentro cómo era la idiosincrasia de ese país. Esta vivencia desde el centro del imperio lo llevó a desencantarse del gran coloso del norte y sobre todo de sus estadistas, por quienes sentía gran admiración, en especial, de la figura de Theodore Roosevelt. En su estadía en Washington, Pereyra tuvo acceso a documentos oficiales que usó en sus trabajos dedicados al estudio de la Doctrina Monroe. Si bien de profesión era abogado, su verdadera pasión resultó ser la Historia, en una época en donde había pocos historiadores y el uso de las fuentes escritas no requerían de verificación en los píes de página. Lo llamativo en este contexto es que Pereyra demuestra su erudición y conocimiento del tema con un rico y acabado uso del acervo

documental al cual dedicó horas de consulta. El primer estudio que se conoce de Pereyra sobre el tema es un artículo que publicó bajo el título “La doctrina de Roosevelt” que apareció en la sección “Revista de Ideas” de El Mundo Ilustrado, el 27 de agosto del año 1905. “La doctrina…” sugieren  Kozel y Montiel, es un texto contradictorio si tenemos en cuenta sus trabajos posteriores. En este artículo llama la atención el tratamiento de la figura del presidente Theodore Roosevelt –“el hombre del Imperialismo”- el mismo no da cuenta de apreciaciones críticas o negativas de ningún tipo, sino que, por el contrario, suscita una gran admiración. Comparado con George Washington –el hombre de la Independencia- y con Abraham Lincoln –el de la Unión-, Roosevelt es, para el Pereyra del artículo “La Doctrina de Roosevelt” de 1905, “un hombre superior a todos los de su tiempo, y de una grandeza moral que le permite ser el jefe inspirado y profético de su pueblo, al entrar en este nuevo período histórico.” Naturalmente, Pereyra está al tanto de que el imperialismo rooseveltiano venía avanzando sobre Latinoamérica “desde el río Bravo hasta el Plata”. Por ejemplo, en Cuba en la guerra contra España en el año 1898, mandando marines, y la posterior incorporación en el año 1902 de la Enmienda Platt en la nueva constitución cubana; la intervención en Venezuela en el año 1902 (y la consecuente denuncia del Ministro de Relaciones exteriores argentino Luis M. Drago sobre el cobro de deudas por medio de la fuerza), donde se hizo del control de las aduanas; en la disputa por el canal interoceánico en los años 1902 y 1903. Sin embargo, él opta por no cuestionar esta veta intervencionista de la política de Roosevelt; y adhiere a la idea que “los pueblos débiles, sin grande industria conquistadora de mercados, son el tablero en que juegan su partida los poderosos”. No afirma Pereyra que la doctrina de Monroe, ni tampoco la de Roosevelt, a la que ya visualiza como reformulación de aquélla en un nuevo escenario, sean producto de la “misión protectora” por parte de los Estados Unidos. Lejos de ello, las juzga como expresión de la ambición nacional de ese país y, específicamente, como “fórmula en que se traduce el enorme poder industrial” del coloso. No deja de aludir, por otra parte, al decisivo respaldo que le prestan a la doctrina “el alcance de los cañones y la fuerza de la marina yankee.” En la siguiente cita se aprecia esta mirada sobre el imperialismo norteamericano: “No es racional –vuelvo a decirlo- esta indignación contra el hecho natural en que descansa la fuerza norteamericana. Vivir bajo el amparo de la doctrina Monroe, no es una desgracia para quien recuerda cómo la bendecíamos y suspirábamos por ella en 1861, cuánto lamentamos su desaparición durante la guerra separatista, y el júbilo con que saludamos después su nueva aurora. La Prensa, de Buenos Aires, toma por amenaza lo único que nos levanta de nuestra condición de pueblos débiles. Supongamos muerta, olvidada, la doctrina. ¿Por eso seríamos fuertes y respetados? Para creerlo así, fuera preciso que a la vez supusiésemos que el único pueblo conquistador y poderoso es el norteamericano. Suprimida la doctrina de Roosevelt, quedaríamos más débiles, más amenazados (…) No hay duda en que son grandes los peligros del pueblo que no tiene la alta fuerza militar de las naciones imperialistas: pero si no se aleja del capitolio la sombra de Washington, llegará la América Española a una definitiva consolidación, bajo la doctrina reguladora del pueblo que, llamándose imperialista en la plenitud de su grandeza, rechaza el militarismo, ha fundado la libertad de Cuba, prepara la autonomía de las Filipinas, sostiene la integridad de China y destruye la coalición plutocrática, para elevar con una votación plebiscitaria al hombre íntegro, sabio y fuerte que encarna el ideal americano”

De manera que, para el Carlos Pereyra de mediados de 1905, la doctrina de Roosevelt, prolongación de la de Monroe, no es una amenaza para la América Española,sino más bien un símbolo de fortuna. Y lo más interesante de remarcar, que es un hecho natural en la que descansa la fuerza norteamericana, se le fue dada, es fáctico, no se puede cuestionar.  También su ideal del hombre americano, debe ser “integro, fuerte y sabio”. Constatamos así que hubo un primer Pereyra monroísta, rooseveltiano y admirador agradecido de los Estados Unidos. Esta primera apreciación de Pereyra era producto también de la idea que circulaba a principio del siglo XX: el presidente Theodore Roosevelt ampliaba el alcance de la política de Estados Unidos en América Latina, afirmando el derecho exclusivo de este país a garantizar el orden en las repúblicas vecinas. Se atribuía así el papel de “policía internacional” y el derecho a interferir por la fuerza cuando la situación, desorden o amenaza a los intereses norteamericanos en el continente lo requirieran. La idea de que Estados Unidos era un “escudo protector” sobre sus países hermanos latinoamericanos frente a un enemigo externo fue retomado de la Doctrina Monroe de 1823. De hecho, según una carta de Tomás Jefferson al presidente James Monroe, citado por Pereyra en su libro El Mito de Monroe, el objetivo de Estados Unidos “era introducir y establecer el sistema americano, que consistía en apartar de nuestra tierra a todas las potencias extranjeras y en no permitir que las de Europa se mezclen en los negocios de nuestras naciones”.
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 Esta lectura literal de la Doctrina de Monroe en Pereyra irá desvaneciéndose con el nuevo rumbo de la política exterior norteamericana. Es que también, a partir del año 1898, el paradigma de la Doctrina Monroe fue virando hacia el expansionismo para culminar en el imperialismo. No olvidemos que Pereyra  fue contemporáneo de los cambios acontecidos con la llegada a la presidencia norteamericana de personajes como William Mc Kinley (1897- 1901), Theodore Roosevelt (1901-1909), William Taft (1909-1913) y Woodrow Wilson (1913- 1921). Recordemos que tras la guerra contra España en 1898, Estados Unidos incorporó Puerto Rico, la base naval de Guantánamo (Cuba), las islas Guam y Filipinas. A la expansión y control del mar Caribe, siguió la instalación de bases navales exclusivas en Cuba y Puerto Rico. Luego Estados Unidos extendió sus intereses hacia Centroamérica, con el proyecto de abrir un canal interoceánico, primero en Nicaragua y luego en Panamá. La política que inauguraría el nuevo siglo XX bajo el mandato de T. Roosevelt fue denominada el Big Stick (política del garrote). Esta nueva forma de intervencionismo en los países vecinos significó el desembarco de tropas, la ocupación de puertos y el control de aduanas.  Como sugerimos anteriormente, la primera postura de Pereyra va ir modificándose, y sus valoraciones positivas sobre Roosevelt y la política exterior norteamericana van a ir mudando. En el año 1908 Pereyra dio a conocer dos artículos en el diario El Norte de Chihuahua. Dichos estudios fueron publicados en forma de libro, bajo el título de La doctrina de Monroe, el destino manifiesto y el imperialismo. En estos escritos se analizan las aplicaciones de la doctrina de James Monroe (1758-1831), que se habían anunciado en el mensaje que dirigió el presidente al congreso norteamericano el día 2 de diciembre de 1823. Asimismo se estudia un caso en particular del expansionismo del norte: la anexión de Texas. En estos textos, no es mucho lo que se modifica en la apreciación que hace el autor de la política exterior norteamericana. Le tomaría diez años al escritor mexicano desencantarse del país del norte y poder desenmascarar al o los “mitos” de Monroe. Estos cambios vendrán con su autoexilio en Madrid y con la publicación del libro El mito de Monroe.

El Mito de Monroe

El libro El mito de Monroe fue escrito en Bruselas, en los meses de julio-diciembre del año 1914, al menos así versa la última página del mismo. Recién comenzada la Gran Guerra, ante la invasión alemana, Carlos Pereyra decide mudarse a Madrid. En el año 1916, la Editorial América publicó cuatro obras que guardan relación con el tema. Uno es, tal como lo anticipamos, El mito de Monroe. Varias décadas después, la editorial el Búho de Buenos Aires, en el año 1959, publica nuevamente el libro El mito de Monroe. Diez años más tarde, la editorial de Jorge Álvarez, en la colección de los Clásicos Latinoamericanos lo reedita, con un prólogo de Julio Irazusta. En este último libro, la obra le rinde tributo y esta dedicada a la memoria de Simón Bolívar y de Roque Sáenz Peña. Compuesta por tres escritos, el primero se titula La mentira histórica inicial, el segundo En los caminos de la impostura y por último Monroísmo corriente y moliente a todo ruedo.  Para Pereyra existiría más de una Doctrina de Monroe. En este libro explora tres versiones de la misma. Según el autor La primera doctrina es la que escribió el secretario de Estado John Quincy Adams y que quedó incorporada por James Monroe en su mensaje presidencial del 2 de diciembre de 1823. La segunda doctrina es la que, como una transformación legendaria y popular, ha pasado del texto de Monroe a una especie de dogma difuso y de glorificación de los Estados Unidos, para tomar cuerpo en el informe rendido al presidente Grant por el secretario de Estado Fish, con fecha 14 de julio de 1870, en el informe del secretario de Estado Bayard, de fecha 20 de enero de 1887, y en las instrucciones del secretario de Estado Olney al embajador en Londres, Bayard, del 20 de junio de 1895. La tercera doctrina es la que, tomando como fundamento las afirmaciones de estos hombres públicos y de la falsificación del documento original, quiere presentar la política exterior norteamericana como una derivación ideal del monroísmo primitivo. Esta nueva versión de la doctrina tiene como ideólogos a William Mc Kinley, Roosevelt, Taft y Wilson y el autor las denomina ‘la diplomacia del dólar’”.

El libro tiene como objetivo ir derrumbando los distintos mitos y tabúes en torno a la Doctrina Monroe. Para Pereyra la doctrina no es doctrina. La Doctrina de Monroe “tiene la apariencia y la realidad de un tabú, es decir, de una prohibición esencialmente mágica”. Desde el punto de vista del derecho internacional, dice el autor, no hay una sola palabra de seriedad, siendo más una aplicación práctica que teórica la que se ha hecho de la misma.  El mito de Monroe es una ampliación del estudio del artículo La doctrina de Monroe, donde se le da un tratamiento más pormenorizado de casos ya analizados, así como una incorporación de temas nuevos. Entre los primeros, destacan la cuestión del origen de la“doctrina”, ahora es la diplomacia británica la que ocupa el primer plano de la escena. Aquí el autor utiliza cartas de carácter “confidencial” entre el ministro de Negocios Exteriores de Gran Bretaña, George Canning y el ministro plenipotenciario de los Estados Unidos en Londres, Richard Rush, cuyo objetivo era llegar a un acuerdo en relación a las colonias hispanoamericanas. Aparentemente, Gran Bretaña no se entrometería con las colonias españolas y reconocería los nuevos Estados independientes. En los capítulos siguientes Pereyra analiza los párrafos 7, el 48 y 49 de la Doctrina Monroe, que se refieren a las negociaciones con Rusia. Resultaba un peligro inminente para Estados Unidos el avance de Rusia en el continente. Planteaba Adams en el año 1823 que su país se opondría a cualquier avance o pretensión rusa sobre “este continente”. Asimismo, el progreso de los planes de la Santa Alianza y de la independencia de los países americanos era la otra preocupación norteamericana. Aquí es interesante analizar cómo el historiador mexicano examina la idea jeffersoniana de la división del mundo en dos hemisferios, el del “despotismo” y el de la “libertad”. En este postulado, Estados Unidos se reservaría la supremacía política que les tocaba por ser los defensores naturales de los pueblos americanos. Decía Jefferson, “mientras se agite Europa con sus eternas guerras, acá vivirán, uno al lado del otro, pacíficamente, el león y el cordero.”[26] A partir de estos planteos, se generalizó la imagen según la cual el león y el cordero podían coexistir, sencillamente porque el león quería ser un animal de trabajo, que no necesitaba devorarse al cordero para su felicidad, sino que le bastaba con tener la parte del león; en 1826, el fracaso del Congreso de Panamá hizo evidente que, desde el punto de vista del león, el cordero no podía proponer una garantía al contrato de sociedad; en 1848, las consecuencias de la guerra entre Estados Unidos y México dejaron claro que, si era preciso, el cordero podía dejar más de media piel entre las garras del león; la época del Big Stick y del tratamiento diferencial a los países iberoamericanos “estables y ordenados” no  hace más que rubricar que el león y el cordero pueden, tal como lo había anunciado Jefferson, coexistir pacíficamente, en virtud de que “este buen león sólo saca las uñas cuando su hambre se hace exigente y no por el prurito de martirizar a los débiles.”  La segunda parte del libro, bajo el título de En los caminos de la impostura, el autor analiza lo que denomina las excursiones en zigzag de la política monroísta en distintos casos puntuales. Por ejemplo, estudia la ocupación de Gran Bretaña en las Islas Falkland y la actitud remisa de Estados Unidos en 1886; la anexión de Tejas, California, Nuevo México y Oregón; el conflicto entre Inglaterra y Estados Unidos por el canal interoceánico americano; la isla Mosquitos; Belice y República Dominicana. Los cambios que producen esta política zigzagueante, van a ser advertidos por Pereyra. A partir de 1870, el autor comienza a vislumbrar un cambio en la política exterior norteamericana. Para él, con la llegada del secretario de estado Hamilton Fish en la presidencia de Ulysses Grant, se producirían estas nuevas alteraciones de la Doctrina Monroe: “Mr. Fish ve las cosas de otra manera y según sus palabras se entrega con fruición al deleite del falseamiento histórico, que es el principio de una leyenda de la doctrina Monroe. Mr. Fish abre el camino a Mr. Bayard, y ambos lo dejan expédito para que Mr.Olney, en 1895, consume la más ridícula y descarada falsificación del monroísmo pasado, en provecho del que inaugura Cleveland  y que pronto será el monroísmo intervencionista de Mc Kinley, de Roosevelt, de Taft y de Wilson”  Para el escritor mexicano, el problema de Estados Unidos es que es un país sin “clases directoras”, en que los negocios públicos, bajo sus aspectos de política interna y de relaciones con otros pueblos, estarían entregados a la explotación de las “bandas de mercenarios”, lo que dicen llamarse partidos, que estarían bajo la mirada indulgente de una “plutocracia” que emplea para sus fines a los hombres de esos partidos. Como puede apreciarse, se ha producido un viraje sustantivo en lo que respecta a la valoración tanto de la política exterior estadounidense como del desempeño histórico global de los Estados Unidos en la historia contemporánea por parte del autor. Dicha virada tiene lugar en varios niveles, destacando entre ellos el hecho de que la antigua admiración por los estadistas yankees –inocente en 1905, más resignada y amarga, pero aun así visible, en 1908- deja paso ahora a una crítica integral. Para el Pereyra de El mito de Monroe: “El monroísmo no es una doctrina ni la definición de una política: es la historia sin grandeza de un pueblo que ha llegado a ser colosal, sin haber conocido ninguna epopeya”. La última sección del libro explora las historias de las disputas por Cuba y por el canal interoceánico; la Doctrina Drago, el conflicto colombiano, el desplazamiento del presidente nicaragüense José Santos Zelaya y la “modernización” de la doctrina Monroe por Roosevelt. Bajo los mandatos de Mr. Carnegie, Mr. Morgan, Mr. Rockefeller y Mr. Gughenheim, el presidente Roosevelt anunció el nuevo evangelio monroísta: “el monroísmo imperialista”. Diría Mr. Roosevelt: “no queremos más territorios”, lo que ahora quieren, nos sugiere Pereyra, es: “La conquista sin el nombre, quieren los negocios y un protectorado en cada nación, para asegurar los monopolios contra las maniobras del competidor europeo. Quieren el azúcar, el petróleo, los ferrocarriles, las maderas y los frutos tropicales. Para todas estas conquistas se ha creado una nueva diplomacia, bautizada por Mr. Knox: la diplomacia del dólar. Esto es, sustituir las balas por los dólares”  Esos diez años transcurridos entre el primer texto “La doctrina de Roosevelt” y El mito de Monroe fueron cruciales para la visión de Carlos Pereyra sobre los Estados Unidos. Y esa mirada cambiante, crítica, sarcástica, irónica y virulenta es lo que hace esencial volver a releer la obra de este gran historiador mexicano. Termina el libro Pereyra escribiendo: “Podrá juzgarse quimérico el americanismo español de Sáenz Peña, y las predicaciones de don Manuel Ugarte no encontrarán, por considerarlas poco prácticas, las dispendiosas y decorativas recepciones con que se acoge la matraca de Roosevelt. Tampoco será propicio el mundo iberoamericano para la reanudación del pacto continental de 1856, y de los trabajos del Congreso de Lima, reunido en 1864. Los países amenazados caerán uno tras otro, pero es poco probable que los indemnes se hagan cómplices de la agresión” Más allá de que implique una ardua tarea definir política e ideológicamente al historiador mexicano, o de develar la “ecuación Pereyra” (cuestión que no es primordial en este análisis), resulta fundamental entender porqué figuras como la de Carlos Pereyra han tenido tanta influencia en el pensamiento latinoamericano, tanto en el pasado como en el presente. Setenta años más tarde, se sigue leyendo al historiador mexicano, aunque, lamentablemente, no se lo valore en los círculos académicos como debería hacerse. El punto quizás más importante en la postura de Pereyra y seguramente el más influyente es la idea que tenía el autor sobre el imperialismo. Para el historiador mexicano, el mismo se definía por una relación externa, y no por una relación social o de producción, como una fase de la evolución propia del capitalismo como precisaría Lenin. En este sentido, se generaría una fuerte dicotomía en el pensamiento de Pereyra, entre Imperio vs. Nación, lo que lo lleva a defender en última instancia una concepción nacionalista. Mencionemos que en el terreno de las ideas, los críticos de la expansión norteamericana se han dividido, por un lado, en los nacionalistas, como por ejemplo Pereyra. Por el otro, se hallan los socialistas antiimperialistas, que denunciaban las manifestaciones agresivas del imperio norteamericano y hacían un llamado a la solidaridad de los países latinoamericanos. De este grupo pertenecían Manuel Ugarte y José Mariátegui. Sin embargo, la visión que más ha influido en Argentina y, quizás en el resto de América Latina, es la corriente nacionalista de Pereyra. De manera que parte de la izquierda y algunos sectores nacionalistas se han reconocido en los planteos del historiador mexicano. De hecho, la Izquierda Nacionalista argentina ha editado y leído a Carlos Pereyra, al igual que la corriente revisionista encarnada en los hermanos Irazusta. En este sentido, podemos afirmar que Carlos Pereyra, junto a sus contemporáneos, como Manuel Ugarte, de quien era un gran admirador a pesar de que sus planteos fueran diferentes, formaron parte de una cultura contestataria que tuvo toda una práctica militante al respecto. Y podemos apuntar, lograron influir en las generaciones posteriores, ya que lo que lograron los primeros “antiimperialistas” fue generar un movimiento que recorrió todo el continente americano, alzando la voz sobre el inminente “peligro yanqui”.

REFERENCIAS

En el caso de Julio Irazusta y de su hermano Rodolfo, su influencia se manifestó en la historia revisionista y nacionalista en la Argentina, donde los hermanos fueron claros referentes. Así también, podemos mencionar a la “Izquierda Nacionalista” que reeditó y fue una gran lectora de la obra de Pereyra.  La oposición al régimen de Porfirio Díaz fue encabezada por Francisco Madero, un hacendado del norte de México (muy culto, había hecho sus estudios en Estados Unidos y Francia), que hizo un llamado a la insurrección armada. La insurrección terminó con el gobierno de Porfirio Díaz. Esto desató una guerra civil y surgieron nuevos militares regionales como Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y Francisco Villa. Presidente de México (1913-1914) tras haber dado un golpe de Estado al gobierno de Francisco Madero. Huerta fue también el encargado de la ejecución de Madero y de su vicepresidente, Pino Suárez.  Tras la muerte de Francisco Madero, Venustiano Carranza continuó con la revolución maderista, y se convirtió en el jefe del ejército constitucionalista. En 1914 las fuerzas villistas y zapatistas entraron a la ciudad de México, Carranza asumió el gobierno provisional y fue reconocido por los Estados Unidos. En 1917 se convirtió en presidente constitucional. En el año 1920 fue asesinado por el general Rodolfo Herrero

en el curso de la rebelión obregonista.  Podemos trazar similitudes con Manuel Ugarte, a quien dedica su libro El mito de Monroe. La admiración por el escritor argentino queda plasmada en Pereyra en los últimos párrafos de su libro, cuando escribe “la corriente popular, pura, noble y generosa, que nace del instinto y se derrama dondequiera que la juventud y el pueblo dejan oír su voz vibrante…Su representante es el héroe de una odisea continental sin ejemplo: Manuel Ugarte”. El escritor argentino, socialista de la primera hora, seguidor de Jean Jaurés, conocedor de Lenin, Rosa Luxemburgo, Jorge Plejanov, ideólogo del antiimperialismo latinoamericano y tenaz militante del antiimperialismo norteamericano. Su odisea continental lo llevó por todo el territorio americano,

solidarizándose, dando conferencias y advirtiendo sobre el “peligro yanqui”. En sus últimos años de vida, luego de haberse alejado del Partido Socialista Argentino, terminó abrazando el ideal peronista, siendo diplomático en México, Cuba y Nicaragua bajo el gobierno del general Perón.

Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos durante 1913-1921. Wilson fue el presidente que ejerció más injerencia en los asuntos latinoamericanos en las primeras décadas del siglo XX. Envió marines a Nicaragua (que comenzó en 1912 y culminó en 1933), a México en 1914, a Haití en 1915, a la República Dominicana en 1916 y en 1917 llevó a Estados Unidos a participar en la Primera Guerra Mundial.   

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