Por Graham Yool
"La tragedia de la década del 70 domina la historia"
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--Comparemos
su forma de presentar la historia de los militares argentinos con la del
francés Alain Rouquié. Su estilo anglosajón parece basarse más en los hechos
y menos en el análisis. El estilo del francés es mucho más extendido, elabora
la teoría y es más analítico.
--Alain Rouquié tiene un estilo más tendencioso que el mío. Pienso que
él tenía una visión de cómo fueron las cosas y trataba de acomodar los hechos
a esa visión. El es mucho más adepto que yo a analizar ideologías. Cuando
salió mi primer libro, se señaló que carecía de ideología. Mi respuesta fue
que "eso lo pone usted". El lector aporta su ideología. Yo doy lo
que me parece ser la versión más exacta de lo que sucedió, sin tratar de
acomodarla dentro de otra visión como me parece que trataba Rouquié.
Probablemente él trabajó según las reglas de su formación, que no era tanto
en historia como en ciencia política o en sociología. El venía con un
preconcepto, o una percepción, inicial. Siempre me ha parecido que ha sido
más hábil para separar los diversos hilos de la historia argentina, para
luego hacer conexiones. Analiza los diversos componentes del nacionalismo
argentino. Yo siempre me he sentido menos competente para lograr eso. No es
el tipo de cosa que me atrae. En mis obras yo tendía a disminuir la
influencia de la ideología y a reforzar la influencia de los intereses. Lo
que yo veía más eran los intereses de familia o económicos de una u otra
clase, y menos el impacto de las ideas en la conducta. En su Poder militar
Rouquié se inclinó más a discutir las ideas, el rol de las ideologías. Yo
entiendo que eso puede ser más atractivo para una mayoría de lectores. (Hay
un italiano que escribió un trabajo excelente al describir el impacto que
tuvieron en el pensamiento militar los sacerdotes católicos, capellanes la
mayor parte de ellos, que fueron importantes en la década de los 30. Y esto
se vio reflejado en las ideas militares que dominaron el gobierno después de
1943.) De modo que pienso que venimos de tradiciones diferentes. Yo soy lo
que usted llama de tradición anglosajona. Comienzo por destapar los hechos:
si saco conclusiones con frecuencia, soy criticado por no sacar las
conclusiones suficientes. Siempre me divierte que cada vez que se comenta uno
de mis libros e incluso cuando lo hacen académicos la queja es que evito
ofrecer conclusiones. Creo que trato de evitar la incorporación de las
tendencias que están de moda, ya se refieran a la Teoría de la Dependencia o
a cualquier otra cosa. En el corto plazo, esto tiene la desventaja de
desilusionar a los que quieren hallar apoyo para sus teorías. A la larga,
permite que perdure mi obra. Una tendencia de moda desaparece y otras teorías
se apoderan de la imaginación de los politólogos. Eso no me preocupa
demasiado.
--¿Esas
diferencias son cruciales?
--En un tiempo no lo eran. Yo
diferenciaba a los investigadores, los desapasionados, los que hacen el
esfuerzo por ser imparciales y objetivos, de los atraídos y apasionados por
las "bellas letras", gente para quien escribir ensayos es un arte
refinado. Y dentro de ese grupo hay historiadores que se embarcan en la tarea
de desarrollar ideas y reflexionar sobre ellas. No creo que sea una
característica de una cultura. Lo que deja su marca es la disciplina en la
que uno se ha formado. Si me hubiese educado como historiador de las ideas,
probablemente estaría haciendo algo parecido. Pero encuentro que puedo decir
lo que tengo que decir en cierto número de páginas y eso es todo. Otra gente
extrae distintos ángulos de opinión y presenta otra visión de lo que sucede
que vaya más allá de la cronología de los acontecimientos. Pienso que depende
de cómo se formó uno, de la naturaleza de la disciplina a la que uno se expone.
--Hace
más o menos tres años, luego de la publicación de su historia en tres tomos
de los militares hasta 1973, usted dijo que después de eso iba a abandonar la
investigación de esa historia. Alguien le preguntó por qué, y usted respondió
que no tenía la expectativa de vida para emprender un proyecto de largo
plazo. Y ahora acá está. ¿Qué le hace seguir volviendo al tema?
--Lo que vine a hacer, además
de visitar amigos en Buenos Aires, es comenzar a trabajar en una breve
biografía del general (Alejandro Agustín) Lanusse. Bueno, ése es mi interés
básico de investigación. Usted bien podría decir, si se trata de Lanusse, ¿no
está trabajando sobre el período? Sí, pero no de la manera en que lo hice en
el pasado, que es estudiar a los militares en el
poder y su relación con la sociedad civil. Lanusse estuvo en el poder y fuera
de él, frecuentemente en oposición a lo que estaba sucediendo. De modo que no
me parece que esto sea continuar con el tema. Este es un proyecto breve, no
va a tomarme diez años. Mi otro compromiso fue aceptar una invitación de la
Academia Nacional de Historia, de la que soy miembro correspondiente, para
colaborar con un capítulo de su nueva serie llamada Una Nueva Historia de la
Nación Argentina. Va a incluir tres capítulos sobre las Fuerzas Armadas y he
aceptado encargarme del segundo de los tres. El primero comprende de 1914 al
'43. Yo he aceptado hacer el del '43 al '73. Note que sigo deteniéndome donde
lo hice, antes del último período militar. Se presume que no voy a repetir lo
que dije antes, así que tengo que encontrar nuevos aspectos. De modo que
cuando dije que no continuaría, eso no significó el fin de mi interés en la
Argentina. Escribí un artículo (Clarín, 29 de agosto de 1999) sobre el
Ejército del futuro.
--¿Qué le parece que
pasó en la Argentina después de los años de Lanusse?
--Probablemente el tiempo
demostrará que Lanusse trató de hacer las cosas de un modo casi legal. Los
decretos antisubversivos a los que había recurrido Lanusse fueron abolidos en
1973. Eso tiene algo que ver con la naturaleza de la represión después de
1975. Nunca he dicho esto por cuenta propia, pero hay argentinos que estaban
presentes entonces y están en condiciones de dar una opinión. Una
investigación futura consistiría en establecer la veracidad de esto. Se
había establecido un método bastante legal de luchar contra la guerrilla bajo
Lanusse, si bien hay escritores que arguyen que ya entonces hubo
desapariciones de personas (tales como el abogado Néstor Martins y su cliente
Zenteno, entre otros). En el último gobierno actuaron ex montoneros en
cargos públicos, y ellos presentan
otra versión del pasado. Esto y mucho más hace que el tema de lo que
sucedió, de dónde está la verdad, sea complicado. Es un desafío para la
sociedad argentina. ¿Llegaremos a saber alguna vez lo que pasó? ¿Será posible
producir una descripción objetiva de los hechos? Yo comenzaría esa etapa en
1973. La razón por la que detuve mi historia en ese año (podría haber seguido
hasta 1975) es que a mí me resulta claro que el problema no comenzó en marzo
de 1976 cuando los militares tomaron el gobierno. Había actividad guerrillera
y represión, como la Triple A, que actuaban antes de 1976. Entre las
elecciones de abril y la jura de Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973 hubo
varios crímenes. El intento de crear una línea divisoria en el '76 y decir
que todo lo malo comenzó ahí es artificial, no se corresponde con los hechos.
Pienso que ningún estudio serio de la violencia en la sociedad argentina
puede comenzar en 1976.
--¿Será
posible realizar un estudio serio en la Argentina sin un consenso de lo que
es política y lo que es historia?
--Todos estamos de acuerdo en
que hubo violencia, pero la opinión que prevalece en la sociedad es que
solamente un lado es responsable de la violencia. Todavía hay violencia buena
y violencia mala, y cada lado pasa por alto la suya en silencio. Y si era
buena, no hay que mencionarla más.
--Proyectando desde
ahí, la Argentina no tiene una historia porque no hay consenso sobre lo que
pasó.
--Es obvio que eso es una
parte del problema cuando se trata de escribir una historia de ese período.
Eso es válido aún hoy, quince a veinticinco años después de los
acontecimientos. Uno tendría que poder acercarse a los actores, pedir que se
sinceren, que entreguen documentos para así armar, mediante entrevistas,
leyendo los diarios, un texto razonablemente objetivo y razonablemente
completo. Pero las pasiones generadas por la violencia de la década de los 70
fueron tan intensas que aquí estamos. Veinte años después, todavía es un tema
muy candente en el sentido de que todavía compromete las emociones de la
gente. Es muy difícil sacar una versión tranquila, aunque no fría, de lo que
hicieron. No pueden dejar de lado sus emociones. Esta es la sensación que
tengo. Puede estar equivocado. Va a ser una investigación que necesita un
estómago fuerte. Antes de los setenta, hubo muertes y ejecuciones, como en
1956, por ejemplo, pero
no afectaron a tantas personas. Esto, lo de la década de los 70, dejó como
una mancha en la sociedad, dondequiera que uno estuviese. Y los efectos no
disminuyeron con el tiempo. Hay quienes están dedicados a mantener viva la
memoria. Los juicios y las víctimas, o los que están en el papel de víctimas,
sugieren que no habrá descanso hasta que se haya castigado al último de los
perpetradores. Esto significa que los acusados y sus socios seguirán
negándose a ventilar lo que saben porque pueden ser castigados. Si se tornara
una cuestión de curiosidad, no una cuestión de pasión personal y venganza,
entonces sería posible la investigación. La investigación contemporánea es
difícil y cuando se trata de lo que yo llamo la tragedia argentina, que yo
pienso comenzó en 1970 o '73, es un período sobre el cual no creo que haya consenso
nunca. Bueno, "nunca" es un largo tiempo, pero tendrá que pasar un
largo tiempo, o más gente tendrá que dejar el escenario, para que pueda darse
un tratamiento equilibrado. Con las nuevas generaciones habrá más gente menos
afectada personalmente en ambos bandos. Cuando ya no haya gente con
animosidades personales o con temores personales por lo que pasó, gente que
pueda contemplar sin sentirse afectada, será posible que entonces pueda haber
un estudio general y se pueda llegar a un consenso.
--En otras palabras, un consenso sobre la
historia sólo puede ser alcanzado cuando todos los involucrados hayan muerto.
--Me temo que en este caso sea
así. Recuerdo que después de mi segundo libro, donde hablaba de la
revolución de 1955, la hija del general Lonardi no estuvo de acuerdo con mi
interpretación y publicó un texto en el que me criticaba. Eso no está mal.
Pero cualquiera que estuviera en desacuerdo podía seguir considerando los
hechos narrados en mi libro. La tragedia de la década de los 70 domina la
historia. Será muy difícil, supongo que no imposible, escribir una historia
del "Proceso" sin mencionar la represión. Uno no podría
concentrarse en la política económica, o la política exterior, o Chile
(Malvinas quizás sí) y no tocar la represión. Pero ¿se puede imaginar la
reacción? Sería una historia fraudulenta. Lo realmente importante que pasó en
esa época fue la represión. Tengo un colega en la facultad que habla de la
indignación selectiva. Es una linda frase.
--¿Cuánto ha conseguido
averiguar sobre Lanusse?
--Mi primer contacto personal
con Lanusse tuvo lugar en agosto de 1973. Acababa de retirarse, y de dejar el
gobierno. Un aspecto interesante de los oficiales retirados en este país es
que siguen sujetos a la disciplina de la fuerza. Si se expresan libremente o
critican a un superior, son castigados, diez días de arresto domiciliario o
algo así. La carrera de Lanusse desde el '73 hasta su muerte está marcada por
una serie de esos arrestos. Tuve la fortuna de conocer a un general que había
estado en la cárcel con Lanusse en 1951 (después del intento de golpe del
general Menéndez), Tomás Sánchez de Bustamante, con quien establecí una buena
relación, y sin cuya ayuda no hubiera podido hacer el trabajo como lo hice.
Pudo ponerme en contacto con cualquiera que yo deseara ver. Tenía amigos en
la Marina, en el peronismo y en los sindicatos. Me presentó a Lanusse. Estuve
con Lanusse durante dos días y grabé siete horas de conversación,
retrocediendo hasta el inicio de su carrera, y hasta su retiro. Vivía en una
casa alquilada. Tenía una habitación con cajas y cajas de papeles: sus
archivos. Ofreció permitirme estudiar todo cuando estuvieran organizados. Eso
fue en 1973. En 1977 lo vi brevemente. A pesar de esos tiempos, Lanusse no
tenía guardaespaldas. Fuimos a un restaurante, invitados por Sánchez de
Bustamante, que tenía guardia y todo eso. Lanusse insistió en volver a su
departamento caminando. Era un hombre de valor, de coraje físico. Recibí la
confirmación de su valentía cuando desapareció Edgardo Sajón, secretario de
Prensa en el gobierno de Lanusse, en 1977. La confirmación me vino de un
hombre que murió hace poco, en noviembre de 1999, el periodista Ramiro de
Casasbellas. Estaba en la casa de Lanusse al día siguiente. Según Ramiro, Lanusse
llamó a Videla por teléfono. Ramiro oyó parte de la conversación. Lanusse
gritaba, "Qué clase de comandante es usted que no sabe qué están
haciendo sus hombres? Yo sé que un comandante debe saber qué hace su tropa
todo el tiempo. Y usted me dice que no sabe." Nunca le oí decir malas
palabras. También fue hombre de coraje moral. En entrevistas posteriores, en
el '83, admitió sus errores. Una de sus mayores equivocaciones fue no haber
defendido a Arturo Illia en 1966. Creo que la última vez que lo vi fue en el
'94. Abrió todos sus archivos, diez años después que los había prometido.
Tenía sus papeles en la oficina de su hijo en la calle San Martín. Su hijo
organizó los papeles y trabajó conmigo.
--¿Piensa que habrá una nueva evaluación
de Lanusse, o es todavía demasiado pronto?
--Yo vi sus puntos débiles.
Era impetuoso y gritaba cuando no debía... Pero cuando se lo considera entre
los líderes militares de su época es sobresaliente. Perón está solo en una
categoría aparte, pero Lanusse también sobresale. No se lo puede comparar con
Onganía, un hombre de capacidades intelectuales limitadas, a quien le
faltaban las cualidades para ser dirigente político. Lanusse fracasó en su
objetivo final, que probablemente era encontrar, con la ayuda de Arturo Mor Roig,
un candidato presidencial "aceptado" en 1973. Aunque formaba parte
de una familia de clase media alta, tenía su toque popular. No era populista,
pero tenía sensibilidad para los problemas. Pero siempre estuvo convencido de
que las Fuerzas Armadas, particularmente el Ejército, al que el amaba, se
perjudicaban con el ejercicio del poder político. Y aunque ayudó a derrocar a
Arturo Illia, ya en 1969 estaba convencido de que el Ejército tenía que salir
y que tenía que haber elecciones. Yo
examiné sus papeles personales en el Ejército una vez y pedí ver los sumarios
en los que estaba implicado. Había seis carpetas. Lo sometían a investigación
y luego lo castigaban. Parece gracioso ahora. En marzo del '45 asistió a un
encuentro de oficiales del Ejército en Campo de Mayo. Les habló el jefe,
general Eduardo Avalos. En su discurso se refirió a política interna y
exterior. En la sección de política interna indicó que era intención del
gobierno militar asegurarse la elección de un presidente militar. En política
exterior habían llegado a la conclusión de que no tenían otra opción que
declarar la guerra a Japón y Alemania. Esto era después de la Conferencia de
Chapultepec. Eso fue lo que escuchó (Lanusse). También le pareció oír una
invitación a expresar inquietudes personales. Decidió sugerir que, si
Argentina iba a declarar la guerra, debería haber un cambio en el gabinete.
Perón había dicho que no se declararía la guerra contra Alemania, y formaba
parte del gabinete. Así que, ¿cómo podía dar marcha atrás? Por esa pregunta,
Lanusse recibió un arresto de cuarenta días. Esto se podría tomar como el
punto inicial del antiperonismo de Lanusse, y explica quizás por qué se
adhirió al levantamiento de 1951.
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