Por Raúl Scalabrini Ortíz
La diplomacia inglesa es el instrumento ejecutivo que en sus relaciones con
el extranjero, tiene la necesidad de expansión y la voluntad de dominio del
Imperio de la Gran Bretaña. Donde hay un pequeño interés presente o futuro, la
diplomacia inglesa tiende sus redes invisibles de conocimiento, de sondeo, de
preparación o de incautación. La acción
de la diplomacia inglesa está generalmente imantada en un sentido favorable al
lucro de las compañías inglesas, pero no soldada a sus minúsculos problemas de
codicia o de sordidez ocasional. La diplomacia inglesa no descuida lo pequeño y
circunstancial, pero vela ante todo por la grandeza permanente del imperio en
que todo lo británico halla amparo. Más
influencia y territorios conquistó Inglaterra con su diplomacia que con sus
tropas o sus flotas. Nosotros mismos, argentinos, somos un ejemplo irrefutable
y doloroso. Supimos rechazar sus regimientos invasores, pero no supimos
resistir a la penetración económica y a su disgregación diplomática. Las hazañas de la diplomacia inglesa en el
mundo son innumerables.
Su relato constituiría la mejor lección que se puede
proporcionar a un pueblo desaprensivo como el nuestro. La historia
contemporánea es en gran parte la historia de las acciones originadas por la
diplomacia inglesa. Ella está seccionando, instigando rivalidad, suscitando
recelos entre iguales, socavando a sus rivales posibles, aunando a los débiles
contra los fuertes eventuales, en una palabra, recomponiendo constantemente la
estabilidad y la solidez de su supremacía.
La diplomacia inglesa no reconoce amigos ni la cohiben los
agradecimientos naturales. Quien se apoye en ella para medrar pagará muy caro el
apoyo. Bernardino Rivadavia fue un procer que en nuestra tierra facilitó en
mucho la tarea diplomática de Inglaterra. Cuando Rivadavia vio «su final de su
presidencia que la compulsión inglesa lo había arrastrado hasta la más terrible
impopularidad y se sintió precipitar al vacío irremediablemente, aprovechó las
últimas energías para vengarse, e instruir al país en los peligros de la
diplomacia inglesa. La diplomacia inglesa no lo perdonó nunca y fue implacable
con él. El 15 de julio de 1827 lord Ponsomby escribía a Canning: «Los diarios
propagados por el señor Rivadavia difamaban constantemente a la legación de S.
M., insinuando contra ella las peores sospechas y describiendo sus actos como
dirigidos a acarrear deshonor y agravio a la República.» En realidad Rivadavia sólo trataba de
disculparse a sí mismo mostrando que la paz firmada con el Brasil, que el país
consideraba deshonrosa, era impuesta por la diplomacia inglesa. Poco después,
el 20 de julio de 1827, Ponsomby escribía a Canning: «Confio en que esta
aparente prevención contra Inglaterra cesará cuando la influencia y el ejemplo del
señor Rivadavia sean completamente extinguidos.» Cinco días después, Rivadavia
renunciaba a la presidencia y se disolvía para siempre en el silencio
histórico. No se conocen papeles posteriores a su presidencia. ¿No quiso
reivindicarse ante la posteridad? ¿No escribió sus memorias? No lo sabemos.
Vivió aislado en el anónimo. Cuando quiso actuar se lo desterró. Estuvo en la
Isla de las Ratas frente a Montevideo. De
allí lo exilaron a Santa Catalina, pequeña isla del sur del Brasil. Más tarde se refugió en Río de Janeiro,
después en Cádiz, donde murió olvidado a los 65 años de edad el 2 de septiembre
de 1845. ¡Había sido aniquilado! Las normas habituales de caballerosidad no
amilanan a la diplomacia inglesa. Ella va a su fin por cualquier atajo. Acaba
de publicarse un libro de laudes a lord Strangford, que según el señor Ruiz
Guiñazú resultaría otro de nuestros benefactores. Lord Strangford era
representante de Inglaterra ante la Corte de Portugal. Una anécdota bastará
para filiar la calidad de su moral. La traducimos literalmente de la Historia
do Brasil, del escritor brasilero Joáo Ribeiro: «Cuando Napoleón decretó el
bloqueo continental contra Inglaterra, Portugal se alió a Inglaterra. En marcha
forzada a través de España, las tropas francesas penetraron en Portugal. El
Rey, llorando en secreto, aceptó el consejo del ministro inglés lord Strangford
y decidió huir al Brasil con su corte... Tradiciones que indirectamente
remontan a Tomás Antonio de Vila Nova refieren que la noche del 28 de
noviembre, lord Strangford fue a bordo de la nave Medusa y entró a
proponer condiciones interesadas e insoportables en base de las cuales,
únicamente, el comandante inglés del bloqueo, Sidney Smith, consentiría en la
salida de la corte portuguesa para el Brasil. Una de esas condiciones era la
apertura de los puertos del Brasil a la concurrencia libre y reservada de
Inglatérra marcándole, desde luego, una tarifa de derechos insignificante y,
además, que uno de los puertos del Brasil fuese entregado a Inglaterra.» Esta deslealtad
al aliado en desgracia, este aprovechamiento de una situación crítica, de la
que son beneficiarios y consejeros, para obtener beneficios aún mayores, es de
una impiedad tan impudente que ni siquiera se puede comentar. La dejamos para
enseñanza en su desnudez esquemática. El
arma más terrible que la diplomacia inglesa blande para dominar los pueblos es
el soborno. Así se inició su grandeza y han sido fieles a la tradición. En la
documentada biografía de María Estuardo, Stefan Zweig nos cuenta con frases
descarnadas los métodos de la gran Isabel de Inglaterra. «Más de 200.000 libras
ha sacrificado ya Isabel, tan parsimoniosa en general, para arrancar a Escocia,
por medio de sublevaciones y campañas bélicas, del poder de los católicos
Estuardos, y aun después de una paz solemnemente concertada, una gran parte de
los subditos de María Estuardo está secretamente a sueldo de la reina
extranjera...». «Pero Isabel desea algo
más que una pura protesta contra la nueva pareja real. Quiere una rebelión y
así lo solicita del descontento Hamilton». «Con el severo encargo de no
comprometerla a ella misma, "in the most secret way", según sus
palabras, por el conducto más secreto, confia a uno de sus agentes la comisión
de apoyar a los lores con tropas y dinero», «como si lo hiciera por su cuenta y
nada supiera de ello la reina inglesa». «Ni el secretario íntimo de María
Estuardo se mostró capaz de resistir el contagio de la enfermedad epidémica de
la corte escocesa: el soborno de Inglaterra y la reina tuvo que despedirlo de
su servicio.». Desde aquellas lejanas épocas, los métodos ingleses persisten
perfeccionados. Son idénticos en la
India, en Persia, en Egipto y en la República Argentina. Por eso Inglaterra es,
ante todo, enemiga de los valores morales que se obstinan en servir al pueblo
en que nacieron. Por eso Inglaterra, que indudablemente vio la maniobra
preparatoria del 6 de septiembre, colaboró gustosa con su silencio, y quizá con
alguna complicidad menos inerte, a la caída del presidente Yrigoyen. Inglaterra
no teme a los hombres inteligentes. Teme a los dirigentes probos. Una de las
características más temibles de la diplomacia inglesa, porque dificulta
enormemente el inducir en qué dirección está trabajando, es la de operar a
largo plazo. Asombra conocer los planes ingleses trazados a principio del siglo
pasado y comprobar la meticulosidad con que se han llevado a cabo. Lord
Liverpool decía en 1824, refiriéndose a la América Hispana: «El mayor y
favorito objeto de la política británica durante un plazo quizámayor de cuatro
siglos debe ser el de crear y estimular nuestra navegación y el de establecer
bases seguras para nuestro poder marítimo.» Esta idea central era glosada y
aplicada por Canning: «La disposición, decía, de los nuevos estados americanos
es altamente favorable para Inglaterra. Si nosotros sacamos ventaja de esta
disposición podremos establecer por medio de nuestra influencia en ellos un
eficiente contrapeso contra los poderes combinados de Estados Unidos y de
Francia, con quienes tarde o temprano tendremos contienda. No dejemos, pues,
perder la dorada oportunidad. Puede ser que no dure mucho tiempo la ocasión de
oponer una poderosa barrera a la influencia de Estados Unidos. Pero si
vacilamos en actuar, todos los nuevos estados serán conducidos a concluir que
nosotros rechazamos sus amistades mutuas por principio, como un peligroso y
revolucionario carácter...» C. K. Webster: The Foreing Policy of Castlereagh.
Crear bases marítimas, instigar a unos estados contra otros, mantenerlos en
mutuos recelos, impedir la unión de las dos fracciones continentales, la
América del Norte y la América del Sur, tal es justamente la obra perniciosa
desarrollada en silencio por Inglaterra. Su resultado más visible es el collar
de bases marítimas que rodea a América. Las Malvinas, que es actualmente una
estación naval de primer orden, construida especialmente para la defensa de los
intereses británicos en Sud América, según los términos textuales de la
Conferencia Naval de Singapur, realizada en 1932. Las Malvinas en el Sud. Las
islas de Trinidad, San Vicente, Barbados, Jamaica, Bahamas y Bermudas en el
Centro y en Norte de la América, además de las posesiones continentales de Guayanas
y de la Hondura Británica. ¡Con cuanta razón escribía Canning a Granville, poco
después del reconocimiento de los nuevos estados americanos, en 1825: «Los
hechos están ejecutados, la cuña está impelida. Hispano América es libre y si
nosotros sentamos rectamente nuestros negocios ella será inglesa, she is
English». Harold Temperley: The Foreing Policy ofCanning. Si no
tenemos presente la compulsión constante y astuta con que la diplomacia inglesa
lleva a estos pueblos a los destinos prefijados en sus planes y los mantiene en
ellos, las historias americanas y sus fenómenos sociales són narraciones
absurdas en que los acontecimientos más graves explotan sin antecedentes y
concluyen sin consecuencia. En ellas actúan arcángeles o demonios, pero no
hombres. En su apreciable libro Glanz undEUndSüd America, el observador alemán
Kasimir Edschmidt sintetiza de esta manera sus impresiones personales: «Nada es
durable en este continente. Cuando tienen dictaduras quieren democracias.
Cuando tienen democracia buscan dictaduras. Trabajan para imponer un orden,
articularse, organizarse y configurarse, pero en definitiva, vuelven a combatir
entre ellos. No pueden soportar a nadie sobre ellos. Si hubieran tenido un
Cristo o un Napoleón lo hubieran aniquilado. La observación puede ser exacta, pero
la explicación causal es desacertada. No se trata de un continente histérico.
Se trata de un continente sistemáticamente desorganizado por las intrigas de la
diplomacia que a toda costa quieren doblegarlo y anularlo. Se trata de un
continente sostenido por tan altas miras y por una idea tan noble, que no
desmaya en la obra de reconstruir los caminos que lo conducen al cumplimiento
de su presentida misión. A la tenacidad destructiva de las codicias
extranjeras, América opone con terquedad irreductible una confianza en sí misma
inquebrantable. Los historiadores oficiales se ven en figurillas para dar una
explicación razonable de sucesos que están cronológicamente concatenados, pero que
sin la mención de las intrigas extranjeras son deshilvanados e inexplicables. No
hablamos de esos textos plagados de fraudulencias con que los señores Levene y
Vedia y Mitre envenenan la mentalidad tierna de los adolescentes. Tomemos un
libro que debía llenar todos los requisitos de seriedad y fidelidad. Es un
libro escrito por un militar para uso de militares. Es La Guerra del
Paraguay del Teniente Coronel Juan Beverina. Según el comandante Beverina,
la República Oriental del Uruguay es libre nada más que porque nos cansamos de
defenderla. Oigamos esta monstruosidad. «La severa lección dada al Imperio de
Brasil en Ituzaingo, 20 de febrero de 1827, lo alejaba momentáneamente de la
Provincia Cisplatina. Pero el Gobierno argentino que, cansado de tanta lucha, quería
la paz y la tranquilidad a todo trance, no trepidaba, un año más tarde, en
conceder a la Banda Oriental su independencia.» ¡Un país que se cansa de
defender sus fronteras! Este es el tipo de enseñanza que se imparte a nuestros
oficiales. La historia oficial argentina es una obra de imaginación en que los hechos
han sido consciente y deliberadamente deformados, falseados y concadenados de
acuerdo a un plan preconcebido que tiende a disimular la obra de intriga
cumplida por la diplomacia inglesa, promotora subterránea de los principales
acontecimientos ocurridos en este continente.
La política inglesa que se caracteriza en la historia universal
contemporánea por su egoísmo tenaz y por su habilidad implacable, se presenta ante
nosotros, en los textos oficiales, animada por sentimientos tan inmaculadamente
desinteresados que son más propios de santos que de seres humanos. La historia
que nos enseñaron desde pequeños, la historia que nos inculcaron como una
verdad que ya no se analiza, presupone que el territorio argentino flotaba
beatíficamente en el seno de una materia angélica. No nos rodeaban ni avideces
ni codicias extrañas. Todo lo malo que sucedía entre nosotros, entre nosotros
mismos se engendraba. Los procesos de absorción que ocurrieron en todas las
épocas, del más pequeño por el más fuerte, del menos dotado por el más
inteligente, no ocurrieron entre nosotros, de acuerdo a la historia oficial.
Las luchas diplomáticas y sus arterías estuvieron ausentes de nuestras
contiendas. Sólo tuvimos amigos en el orden internacional extra americano. Los
conductores de más garra y de menos pudicia, los constructores de los
imperios más grandes de que haya noticia, se amansaban milagrosamente en
nuestra contigüidad y se avenían a trabajar sin retribución por nuestro propio
bien. Canning fue nuestro amigo desinteresado. Palmerston y Guizot, también. Disraeü
y Gladstone, nuestros protectores, casi. Las tentativas de conquista de 1806 y
1807 fueron errores de algunos marinos y guerreros que, al fin, nos fueron
útiles al difundir ideas de libertad. Muy del gusto de los ingleses es, por
ejemplo, la interpretación que con aire solemne hace de nuestra historia José
Ingenieros, quien trata de resumir los conflictos argentinos como el resultado
de la lucha de dos intereses domésticos: el latifundista tura! y el porteño
aduanero. ¿Es que no hay un tercer factor obrando en la disidencia, por lo
menos? ¡Qué fácil es, en cambio, la historia argentina, en la franqueza
simplota deAlberdi, cuando éste confiesa que la invasión que Lavalle llevó en
1840 contra don Juan Manuel de Rosas, se hizo con dinero francés! El dinero francés
fue lo importante, lo demás, lo secundario. Textualmente dice Alberdi en sus Escritos
Postumos (tomo XV, pág. 505, edición de 1900): «Cuando los fondos
estuvieron listos y la opinión preparada, el ejército se formó en un día». Para
eludir la responsabilidad de los verdaderos instigadores, la historia argentina
adopta ese aire de ficción en que los protagonistas se mueven sin relación con
las duras realidades de esta vida. Las revoluciones se explican como simples
explosiones pasionales y ocurren sin que nadie provea fondos, vituallas,
municiones, armas, equipajes. El dinero no está presente en ellas, porque
rastreando las huellas del dinero se puede llegar a descubrir a los principales
movilizadores revolucionarios. Una historia construida con tales aberraciones
es un magnífico retablo para formar el ámbito de ese ídolo insaciable que se
denomina capital extranjero. Esa historia es la mayor inhibición que pesa sobre
nosotros. La reconstrucción de la historia argentina es, por eso, urgencia
ineludible e impostergable. Esta nueva historia nos mostrará que los llamados «capitales
invertidos» no son más que el producto de la riqueza y del trabajo argentinos
contabilizados a favor de Gran Bretaña. Cuando hablamos de textos oficiales nos
referimos a los textos habituales en los colegios nacionales y en las escuelas
normales, porque son ellos los que difunden un conocimiento que se asienta,
finalmente, como sentimiento en las clases intelectuales dirigentes del país. A
modo de ejemplo y para que el lector pueda luego deducir toda la culpable
irrealidad de la historia argentina, en que la acción de la diplomacia inglesa
ha sido disimulada o borrada por completo, vamos a analizar tres puntos básicos
del decenio 1820-1830, que precede a la aparición de Rosas en el escenario
público y que tantas semejanzas tiene con el decenio 1930-1940. En el
transcurso de esos años, los ingleses crean un banco emisor para manejar
discrecionalmente la economía de las Provincias Unidas, muy semejante en facultades
y propósitos al actual Banco Central de la República. Nos endosan un empréstito
ficticio con el que encadenan las finanzas locales y se aseguran bases
comerciales y militares, seccionando a su entera voluntad el territorio del
virreinato. La historia del primer empréstito argentino, la historia del Banco Nacional
y la historia de la creación de la República Oriental del Uruguay, nos
revelarán documentalmente algunas de las acciones nefastas para la salud
colectiva acometidas por la diplomacia inglesa en el Río de la Plata.
Excelente artículo
ResponderEliminarExelente y educativo
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