O'Higgins, con su instinto heroico, llevado por los juramentos hechos tras la derrota de Rancagua en 1814 -según sus propias palabras-, deseaba vengarse de la opresión a su Patria por parte de los españoles. Creyó, debido a su valor, que podía decidir por sí solo la victoria contra los realistas sin el concurso del general Soler.
Ordenó el avance de su infantería y repitió la histórica proclama que había dado en los combates de El Roble y de Rancagua:
"¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga!
¡Columnas a la carga!".
Los tambores dieron la señal con el toque de calacuerda. Se lanzaron a paso acelerado en columnas de ataque con apenas 700 bayonetas, de los batallones de infantería de libertos N° 7 y N° 8 del Ejército de los Andes.
Sus comandantes eran los tenientes coroneles argentinos Pedro Conde y Ambrosio Crámer.
Avanzaron contra al menos el doble (1.500) de infantes realistas, bien posicionados y sostenidos por su artillería.
Además, O'Higgins le ordenó al coronel José Matías Zapiola que con sus granaderos intentase penetrar por el flanco derecho sobre la posición realista.
Los batallones, formados por esclavos libertos argentinos marcharon valerosamente a la carga. Lo hacían sin disparar un tiro, inflamados por las palabras y el ejemplo de su general.
Pero antes de llegar a la falda de los cerros que ocupaba el enemigo, se encontraron con el obstáculo de una enorme grieta y de un arroyo que bajaba del barranco en que los realistas apoyaban parte de su fuerza.
Los cañones españoles estaban ubicados en este punto, lo mismo que los infantes, en el cerro del Chingue.
Según Mitre, los patriotas quedaban dentro de la zona peligrosa, en pleno campo de tiro de los fusiles y los cañones, por el frente de su avance.
Los patriotas son rechazados
A pesar de esto, los infantes patriotas hicieron tenaces esfuerzos para ganarle la posición a los realistas; aunque no pudieron trepar la altura de la barranca en que estaba acordonado el enemigo.
Tuvieron que retroceder en desorden, de vuelta hacia su primera posición en la boca de la quebrada de donde habían salido. Buscaron reorganizarse fuera del alcance de los fuegos de los realistas.
Para colmo de males -señala Ornstein-, la orden de atacar dada por O'Higgins a los granaderos de Zapiola, los había enviado al Estero de las Margaritas, donde se quedaron empantanados, recibiendo también el fuego cruzado desde el morro del Chingue y el cerro Victoria, intentaron, en vano, penetrar por entre el flanco izquierdo y el del centro del enemigo. El morro del Chingue en que apoyaba el ala izquierda realista era un verdadero castillo por su elevación.
Sin esperar contraorden, Zapiola sacó a sus granaderos de esa situación y para volver en orden a situarse fuera del fuego enemigo, protegidos tras el morro de Las Tórtolas Cuyanas. Al mismo tiempo mandaba al teniente Rufino Guido a la cumbre de Chacabuco a informar de la situación al Libertador.
Todo ello sucedía mientras los infantes argentinos eran dispersados de nuevo por el fuego cruzado y retrocedían en desorden.
Al verlo que ocurría, San Martín, convencido de que su plan era la garantía de
la victoria, si se cumplía al pie de la letra hasta la rendición del enemigo,
llegó a temer por la suerte de la división del general O'Higgins.
Se encontraba comprometida en un ataque heroico, pero temerario y en contra sus órdenes.
Al recibir el parte del teniente Guido, extendió el brazo señalando en dirección a la Cuesta Nueva, y le gritó a su ayudante de campo, el mayor Antonio Álvarez Condarco: "Corra usted a decir al general Soler, que cruzando la sierra, caiga sobre el enemigo con toda la celeridad que le sea posible".
Enseguida espoleó su cabalgadura que se encabritó y lo llevó a la carrera cuesta abajo con toda la velocidad que le permitía lo escabroso del terreno.
Como debió frenarlo un poco, esto le restó rapidez y llegó hasta la boca de la quebrada en los momentos en que O'Higgins se había adelantado otra vez sobre el llano con el propósito de renovar el ataque directo, y ya no podía retroceder.
Se lanzaban al ataque en columnas con el Batallón N" 7 al frente y volvía a ser detenido por la grieta y atacado por el frente y por el flanco por tos realistas y lo obligaban a retroceder en desorden -señala Ornstein-. Era la una y media del día.
El enemigo, advertido ahora de que no había más tropas patriotas que esas, comenzó los preparativos para un contraataque, cosa que vio claramente el Libertador, así como los oficiales del Regimiento de Granaderos a Caballo de los dos escuadrones de la reserva de O'Higgins que al pasar su general, a su orden, se le unieron en la marcha.
Era imperioso que los granaderos cargaran a los realistas para frenar su contraataque y salvar a los infantes a la vez de abrirles una brecha por donde penetrarla línea enemiga.
El general San Martín tomó la bandera de los Andes y con ella animó a la infantería a reagruparse y volver al ataque.
Devolvió la enseña al portaestandarte, desenvainó su sable y se puso al frente de los escuadrones de granaderos.
Encabezó el ataque a la carga, con dirección al centro del ala izquierda enemiga, en medio del fuego graneado de los batallones realistas. Pero a poco de llegar a ellos, a unos doscientos metros -dice Ornstein-, el fuego enemigo comenzó a disminuir.
En ese momento, San Martín advirtió que la línea enemiga vacilaba, y que algo extraordinario pasaba en sus filas. Ocurría que la vanguardia del ala derecha argentina, la columna de Soler, cuyo movimiento no había alcanzado a prever el general Maroto, estaba desembocando en el valle de Chacabuco y avanzaba a paso de trote y al galope sobre la izquierda de la posición realista. El momento decisivo había llegado.
Soler había alcanzado, a la una y media del mediodía, la base del cerro del Chingue, sin que los realistas que estaban en su altura lo advirtieran, porque estaban ocupados en rechazar el ataque de O'Higgins. Por ello cuando la avanzada del batallón de Cazadores de los Andes de su división atacó a los 200 realistas allí apostados los tomaron por sorpresa y sin poder defenderse.
Lanzadas nuevamente las columnas de infantería de O'Higgins al ataque, San Martín ordenó -según Mitre- a los tres escuadrones de Granaderos mandados por los comandantes José Melián, Manuel Medina y el mayor Nicasio Ramallo, con el coronel Zapiola a la cabeza, que cargaran a fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la izquierda de la retaguardia enemiga.
Como se ha visto, Ornstein lo señala en un documentado estudio, San Martín mismo se puso al frente de los escuadrones y dirigió el ataque.
El escuadrón de Medina, pasando a través de un claro de la línea de la infantería patriota en marcha, cayó sobre la izquierda del centro enemigo llegando a acuchillar a los artilleros realistas sobre sus cañones.
Mientras, Zapiola con los otros dos escuadrones penetraba por su costado derecho. Al mismo tiempo, los batallones N°7 y N" 8 encabezados por el general O'Higgins podían finalmente, tras superar la grieta y el barranco, tomar, bayonetas mediante, la posición realista.
Los fuegos desde el mamelón (colina de forma redondeada) que tanto habían detenido el avance se habían terminado. La infantería realista estaba en retirada y formaba en cuadro en el centro de su campo.
Se encontraba comprometida en un ataque heroico, pero temerario y en contra sus órdenes.
Al recibir el parte del teniente Guido, extendió el brazo señalando en dirección a la Cuesta Nueva, y le gritó a su ayudante de campo, el mayor Antonio Álvarez Condarco: "Corra usted a decir al general Soler, que cruzando la sierra, caiga sobre el enemigo con toda la celeridad que le sea posible".
Enseguida espoleó su cabalgadura que se encabritó y lo llevó a la carrera cuesta abajo con toda la velocidad que le permitía lo escabroso del terreno.
Como debió frenarlo un poco, esto le restó rapidez y llegó hasta la boca de la quebrada en los momentos en que O'Higgins se había adelantado otra vez sobre el llano con el propósito de renovar el ataque directo, y ya no podía retroceder.
Se lanzaban al ataque en columnas con el Batallón N" 7 al frente y volvía a ser detenido por la grieta y atacado por el frente y por el flanco por tos realistas y lo obligaban a retroceder en desorden -señala Ornstein-. Era la una y media del día.
El enemigo, advertido ahora de que no había más tropas patriotas que esas, comenzó los preparativos para un contraataque, cosa que vio claramente el Libertador, así como los oficiales del Regimiento de Granaderos a Caballo de los dos escuadrones de la reserva de O'Higgins que al pasar su general, a su orden, se le unieron en la marcha.
Era imperioso que los granaderos cargaran a los realistas para frenar su contraataque y salvar a los infantes a la vez de abrirles una brecha por donde penetrarla línea enemiga.
El general San Martín tomó la bandera de los Andes y con ella animó a la infantería a reagruparse y volver al ataque.
Devolvió la enseña al portaestandarte, desenvainó su sable y se puso al frente de los escuadrones de granaderos.
Encabezó el ataque a la carga, con dirección al centro del ala izquierda enemiga, en medio del fuego graneado de los batallones realistas. Pero a poco de llegar a ellos, a unos doscientos metros -dice Ornstein-, el fuego enemigo comenzó a disminuir.
En ese momento, San Martín advirtió que la línea enemiga vacilaba, y que algo extraordinario pasaba en sus filas. Ocurría que la vanguardia del ala derecha argentina, la columna de Soler, cuyo movimiento no había alcanzado a prever el general Maroto, estaba desembocando en el valle de Chacabuco y avanzaba a paso de trote y al galope sobre la izquierda de la posición realista. El momento decisivo había llegado.
Soler había alcanzado, a la una y media del mediodía, la base del cerro del Chingue, sin que los realistas que estaban en su altura lo advirtieran, porque estaban ocupados en rechazar el ataque de O'Higgins. Por ello cuando la avanzada del batallón de Cazadores de los Andes de su división atacó a los 200 realistas allí apostados los tomaron por sorpresa y sin poder defenderse.
Lanzadas nuevamente las columnas de infantería de O'Higgins al ataque, San Martín ordenó -según Mitre- a los tres escuadrones de Granaderos mandados por los comandantes José Melián, Manuel Medina y el mayor Nicasio Ramallo, con el coronel Zapiola a la cabeza, que cargaran a fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la izquierda de la retaguardia enemiga.
Como se ha visto, Ornstein lo señala en un documentado estudio, San Martín mismo se puso al frente de los escuadrones y dirigió el ataque.
El escuadrón de Medina, pasando a través de un claro de la línea de la infantería patriota en marcha, cayó sobre la izquierda del centro enemigo llegando a acuchillar a los artilleros realistas sobre sus cañones.
Mientras, Zapiola con los otros dos escuadrones penetraba por su costado derecho. Al mismo tiempo, los batallones N°7 y N" 8 encabezados por el general O'Higgins podían finalmente, tras superar la grieta y el barranco, tomar, bayonetas mediante, la posición realista.
Los fuegos desde el mamelón (colina de forma redondeada) que tanto habían detenido el avance se habían terminado. La infantería realista estaba en retirada y formaba en cuadro en el centro de su campo.
Maniobras combinadas
Simultáneamente, el teniente coronel Rudecindo Alvarado, que con el batallón Nº 1 de Cazadores de los Andes llevaba la vanguardia de la columna derecha argentina, desprendía dos compañías al mando del capitán Lucio Salvadores y del teniente José Zorrilla, que se apoderaban del mamelón, matando incluso al coronel español Antonio Marquelí, que lo sostenía.
Mientras tanto, entra en acción el mayor Mariano Necochea con el escuadrón de Granaderos de la Escolta y sostenido por el cuarto escuadrón de Granaderos a Caballo al mando del cuñado de San Martín, Manuel de Escalada. Ambos pertenecían a la columna de Soler. Aparentando descolgarse de los cerros, penetraron por la retaguardia y arrollaron a la caballería realista por la izquierda. A su vez, Zapiola ejecutaba idéntica maniobra por el otro extremo.
Los húsares realistas, al ver que eran atacados por dos lados, decidieron no esperar y se retiraron a la carrera hacia el Portezuelo de la Colina en dirección a la hacienda.
En ese momento, San Martín devolvió el mando del regimiento a Zapiola y le ordenó la persecución del enemigo.
Al romperse el frente de la línea realista, los batallones de los costados de la ruptura se desbandaron y se pusieron en fuga. El jefe realista Maroto había perdido el control de sus hombres y sólo algunos oficiales lograron formar un cuadro con los dispersos del Talavera y el Chiloé para tratar de resistir. Los batallones de O'Higgins, ahora vencedores, convergieron sobre el cuadro en que se habían refugiado los últimos 500 realistas, que en unos 15 minutos fueron hecho pedazos. Los que quedaban buscaron huir por los cerros a sus espaldas.
Simultáneamente, el teniente coronel Rudecindo Alvarado, que con el batallón Nº 1 de Cazadores de los Andes llevaba la vanguardia de la columna derecha argentina, desprendía dos compañías al mando del capitán Lucio Salvadores y del teniente José Zorrilla, que se apoderaban del mamelón, matando incluso al coronel español Antonio Marquelí, que lo sostenía.
Mientras tanto, entra en acción el mayor Mariano Necochea con el escuadrón de Granaderos de la Escolta y sostenido por el cuarto escuadrón de Granaderos a Caballo al mando del cuñado de San Martín, Manuel de Escalada. Ambos pertenecían a la columna de Soler. Aparentando descolgarse de los cerros, penetraron por la retaguardia y arrollaron a la caballería realista por la izquierda. A su vez, Zapiola ejecutaba idéntica maniobra por el otro extremo.
Los húsares realistas, al ver que eran atacados por dos lados, decidieron no esperar y se retiraron a la carrera hacia el Portezuelo de la Colina en dirección a la hacienda.
En ese momento, San Martín devolvió el mando del regimiento a Zapiola y le ordenó la persecución del enemigo.
Al romperse el frente de la línea realista, los batallones de los costados de la ruptura se desbandaron y se pusieron en fuga. El jefe realista Maroto había perdido el control de sus hombres y sólo algunos oficiales lograron formar un cuadro con los dispersos del Talavera y el Chiloé para tratar de resistir. Los batallones de O'Higgins, ahora vencedores, convergieron sobre el cuadro en que se habían refugiado los últimos 500 realistas, que en unos 15 minutos fueron hecho pedazos. Los que quedaban buscaron huir por los cerros a sus espaldas.
Triunfo contundente
Allí encontraron cortada su retirada por el grueso de la infantería de la división de Soler que ya ocupaba el valle. Entonces trataron de resistir parapetados tras las tapias de la viña y del olivar contiguo a la hacienda de Chacabuco. Finalmente y luego de muchas pérdidas, se rindieron.
Los que buscaron salvarse huyendo por el estero y por la prolongación del valle hacia el sur fueron exterminados en la persecución. El camino quedó sembrado de muertos desde Chacabuco hasta cerca del Portezuelo de la Colina.
Los sables afilados de los Granaderos -dice Mitre- hicieron estragos: en el campo de batalla se encontraron un cráneo dividido en dos partes y el cañón de un fusil tronchado como una vara de sauce.
A las 15, San Martín se reunió en el centro del campo de batalla con el general Soler, que llegaba con el grueso de su división por el desemboque de la Cuesta Nueva, para comunicarle las contingencias de la batalla al recién llegado.
El resultado de la jornada, fue: 500 realistas muertos, 600 prisioneros, en su mayor parte de infantería; toda la artillería, un estandarte de caballería y dos banderas de infantería (las de los batallones de Chiloé y Talavera, aún conservadas en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires).
También se consiguió armamento y el parque de artillería de los vencidos, aunque lo más importante fue la restauración de la libertad de Chile.
Las pérdidas de los patriotas fueron: 12 muertos y 120 heridos, muchos de los cuales morirían luego a causa de las heridas recibidas.
Nadie duda de que si el plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto, como pudo y debió hacerse, la batalla hubiera terminado por una rendición del enemigo.
No hubiera habido el derramamiento de sangre que causó la valiente temeridad de O'Higgins, quien, omo combatiente, fue uno de los héroes del día.
San Martín, al dar cuenta de esta victoria, resumió su empresa en estos términos:
"Al Ejército de los Andes queda la gloría de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile".
Dice Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín refiriéndose a la estrategia del Libertador: "El mérito de la batalla de Chacabuco consiste precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de las batallas". Y explica que el resultado de la hábil planificación de San Martín había hecho que la batalla estuviera ganada antes que los soldados la dieran.
Todo respondía a un plan metódico en el que los días y las horas estaban contados y los resultados estaban, y fueron, los previstos. "Fue una sorpresa a la luz del día en que nada se libró al acaso", cierra Mitre.
Luego del combate
El 14 de febrero de 1817, el ejército Libertador hizo su entrada triunfal en la ciudad capital del Reino de Chile.
La batalla de Chacabuco dio la libertad a Chile, que se afianzaría al año siguiente luego de Maipú, pero además, dio la señal de que los americanos del Sur iniciaban la guerra ofensiva por su independencia, que culminaría siete años después (1824) con la victoria final en la pampa de Ayacucho.
San Martín logró con ella cerrar la primera fase e iniciar la segunda de su Plan Continental para a la revolución americana.
Aisló al poder español en el estrecho recinto del Perú; salvó a la revolución argentina de su ruina y contuvo la invasión que la amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo a un enemigo peligroso que la amenazaba por el flanco de la cordillera.
Fue la primera batalla americana con largas e importantes proyecciones históricas. El virrey del Perú, Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de España empezó a retroceder en América y su poder a ser conmovido en sus fundamentos:
"La desgracia que padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires, trastornó enteramente el estado de las cosas, fue el principio de restablecimiento para los disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el Pacífico. Cambióse el teatro de la guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a Chile, donde con más facilidad y a menos costa podían combatir al nuestro en sus fundamentos”.
Bibliografia
Allí encontraron cortada su retirada por el grueso de la infantería de la división de Soler que ya ocupaba el valle. Entonces trataron de resistir parapetados tras las tapias de la viña y del olivar contiguo a la hacienda de Chacabuco. Finalmente y luego de muchas pérdidas, se rindieron.
Los que buscaron salvarse huyendo por el estero y por la prolongación del valle hacia el sur fueron exterminados en la persecución. El camino quedó sembrado de muertos desde Chacabuco hasta cerca del Portezuelo de la Colina.
Los sables afilados de los Granaderos -dice Mitre- hicieron estragos: en el campo de batalla se encontraron un cráneo dividido en dos partes y el cañón de un fusil tronchado como una vara de sauce.
A las 15, San Martín se reunió en el centro del campo de batalla con el general Soler, que llegaba con el grueso de su división por el desemboque de la Cuesta Nueva, para comunicarle las contingencias de la batalla al recién llegado.
El resultado de la jornada, fue: 500 realistas muertos, 600 prisioneros, en su mayor parte de infantería; toda la artillería, un estandarte de caballería y dos banderas de infantería (las de los batallones de Chiloé y Talavera, aún conservadas en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires).
También se consiguió armamento y el parque de artillería de los vencidos, aunque lo más importante fue la restauración de la libertad de Chile.
Las pérdidas de los patriotas fueron: 12 muertos y 120 heridos, muchos de los cuales morirían luego a causa de las heridas recibidas.
Nadie duda de que si el plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto, como pudo y debió hacerse, la batalla hubiera terminado por una rendición del enemigo.
No hubiera habido el derramamiento de sangre que causó la valiente temeridad de O'Higgins, quien, omo combatiente, fue uno de los héroes del día.
San Martín, al dar cuenta de esta victoria, resumió su empresa en estos términos:
"Al Ejército de los Andes queda la gloría de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile".
Dice Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín refiriéndose a la estrategia del Libertador: "El mérito de la batalla de Chacabuco consiste precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de las batallas". Y explica que el resultado de la hábil planificación de San Martín había hecho que la batalla estuviera ganada antes que los soldados la dieran.
Todo respondía a un plan metódico en el que los días y las horas estaban contados y los resultados estaban, y fueron, los previstos. "Fue una sorpresa a la luz del día en que nada se libró al acaso", cierra Mitre.
Luego del combate
El 14 de febrero de 1817, el ejército Libertador hizo su entrada triunfal en la ciudad capital del Reino de Chile.
La batalla de Chacabuco dio la libertad a Chile, que se afianzaría al año siguiente luego de Maipú, pero además, dio la señal de que los americanos del Sur iniciaban la guerra ofensiva por su independencia, que culminaría siete años después (1824) con la victoria final en la pampa de Ayacucho.
San Martín logró con ella cerrar la primera fase e iniciar la segunda de su Plan Continental para a la revolución americana.
Aisló al poder español en el estrecho recinto del Perú; salvó a la revolución argentina de su ruina y contuvo la invasión que la amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo a un enemigo peligroso que la amenazaba por el flanco de la cordillera.
Fue la primera batalla americana con largas e importantes proyecciones históricas. El virrey del Perú, Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de España empezó a retroceder en América y su poder a ser conmovido en sus fundamentos:
"La desgracia que padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires, trastornó enteramente el estado de las cosas, fue el principio de restablecimiento para los disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el Pacífico. Cambióse el teatro de la guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a Chile, donde con más facilidad y a menos costa podían combatir al nuestro en sus fundamentos”.
Bibliografia
Crónica Histórica Argentina. Dirigida por A. J. Pérez Amuchástegui
Mitre Bartolomé "Historia de San Martín y de la Emancipación Americana"
Ornstein Leopoldo "Las Campañas Libertadoras del Gral San Martín"
Rosa José María "Historia Argentina"
Sierra Vicente D. "Historia Argentina"
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