Por el Dr. Abelardo Gerez Rojas
A los catorce meses de producirse el golpe de Septiembre de 1955, estaba agotado. Las divergencias entre Rojas y Aramburu reproducían, en cierto modo, el antagonismo entre Lonardi y Aramburu o entre el Ejército y la Marina. Aramburu representaba, en ese período posterior a los fusilamientos, el ala moderada, frente a la sed de revancha de la oligarquía, cuyos intereses reflejaba más directamente
el Almirante Rojas. Mediante una maniobra de palacio, Aramburu se desembarazó, en enero de 1957, del control de la Junta Militar, que era su poder detrás del trono, y buscó una vinculación con el radicalismo balbinista de la Provincia de Buenos Aires. De ese modo, llega a ser Ministro del Interior de la dictadura, el Dr. Alconada Aramburu, dirigente radical bonaerense, mano derecha del Dr. Balbín y consuegro de Raúl Alfonsín. El dilema era claro: o encontraba una salida electoral con cierta base política, o podrían sobrevenir acontecimientos que pusiesen en peligro a todos los responsables de innumerables crímenes. Así es como se planea una Convención Constituyente que permita un «recuento globular», según la expresión de Américo Ghioldi, «el socialista».
¿Existía el peronismo todavía? Había que comprobarlo en una elección que lo proscribiese y que al mismo tiempo permitiera, por la representación proporcional, el acceso de todos los partidos «democráticos» a la misma, incluido el Partido Comunista, que era el más «democrático» de todos. En el seno del radicalismo se habían producido, en tanto, importantes acontecimientos. La vieja Unión Cívica Radical se había escindido en dos alas: el radicalismo intransigente, cuyo jefe notorio era Arturo Frondizi y el radicalismo del Pueblo, un complicado sistema de alianzas sostenido en ese momento por el balbinismo agrario de la Provincia de Buenos Aires, el sabattinismo de Córdoba y los unionistas liberales de todo el país, fuertes sobre todo en la Capital Federal. Importantes corrientes de la pequeña burguesía vinculadas a la economía industrial o a los sectores agrarios más modernos se agrupaban en el «Frondizismo». La caída de Perón y la Revolución Libertadora, con sus atrocidades, habían liberado a vastos sectores de la clase media tanto de su antiguo odio hacia el peronismo como de sus ilusiones sobre el 16 de septiembre. Se esbozaba un proceso de «nacionalización ideológica» de la pequeña burguesía, que al parecer Frondizi podía canalizar en el futuro. Concluida la Convención Constituyente con el retiro de los convencionales de la UCRI y el voto en blanco del peronismo que, como correspondía a un comicio democrático, había sido proscripto, el radicalismo
del Pueblo, convertido en partido oficial, estimó posible su triunfo en comicios libres. Frondizi fue proclamado candidato a presidente en Tucumán muchos meses antes de las elecciones, que finalmente se fijan para el 23 de febrero de 1958. Esa decisión de los intransigentes divide en dos sectores a la Unión Cívica Radical. Por su parte, se funda la Unión Cívica Radical del Pueblo, que proclama candidato a presidente a Ricardo Balbín. Para ambos contendientes, se trataba de obtener dos cosas de naturaleza opuesta: para Balbín, lograr la abstención electoral del peronismo; para Frondizi, su concurrencia. En este último caso, la opción por su candidatura era inevitable. A Balbín lo apoyaban la clase media agraria, la oligarquía terrateniente y comercial y los más enconados enemigos del peronismo. Por gestión del periodista Ramón Prieto y de John William Cooke, el
radicalismo dirigido por Frondizi llega a un acuerdo con el General Perón. Se trataba de formalizar un pacto entre el caudillo exiliado y el candidato radical a Presidente. Frondizi se comprometía a promulgar una Ley de Asociaciones Profesionales, dar garantías de legalidad progresiva al peronismo y avanzar en la perspectiva de una política económica nacional. El apoyo de Perón a Frondizi se expresó por medio de una carta autógrafa que circuló profusamente en los días anteriores a las elecciones del 23 de febrero de 1958. Al mismo tiempo, el gobierno y los enemigos de Frondizi hacían circular otra carta autógrafa de Perón, en la que recomendaba el voto en blanco. De todos modos, un sector importante del peronismo procedió de ese modo. Pero bastó que sólo una parte del gran movimiento se inclinara por Frondizi, como medio de condenar a la Revolución Libertadora que aparecía simbolizada por Balbín, para que el triunfo de la UCRI fuese categórico. La caída de Perón había dejado sin representación a los intereses del empresariado nacional. Para la clase obrera, la proscripción del peronismo equivalía a su propia exclusión. El gobierno de Frondizi apareció como una alianza de los sectores nacionales de la burguesía, la pequeña burguesía y el proletariado.
Ese fue el sentido que Perón asignó a su apoyo a Frondizi. Pero en esa alianza, donde la clase obrera –sin otra opción–, se movilizaba una vez más para decidir el curso de los acontecimientos, faltaba un ingrediente fundamental: el Ejército. La milicia de 1945 había sido aniquilada en 1955, la burguesía no puede enfrentar por sí misma al Ejército y desenvolver sin él su programa. El «pacto nacional» de 1958 nacía así herido de muerte. Derrotados en las urnas, los oficiales facciosos del 16 de septiembre rodearían con un cerco de hierro al gobierno triunfante y lo transformarían en un espectro de sí mismo, arrancándole poco a poco los últimos jirones de su arrogante programa. Recuperado de su agotamiento bélico de 1945, el imperialismo mundial iniciaba su pleno restablecimiento. En el orden local, el resurgimiento político de la oligarquía muestra su poder económico intacto. El Ejército se transforma en una guardia pretoriana del viejo orden. Tal es el cuadro nacional e internacional en
cuyos límites deberá actuar el gobierno de Frondizi.
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