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viernes, 30 de junio de 2017

Onganía y Adalbert Krieger Vasena: política económica

Por el Dr. Abelardo Gerez Rojas
El General Onganía designó, pocos meses después de asumir el gobierno, a Adalbert Krieger Vasena, Ministro de Economía y Trabajo. Su gestión fue la más coherente y firme que desde 1955 adoptara ninguno de los ministros del ramo en todos los gobiernos que se sucedieron desde la caída de Perón. Krieger aplicó sin vacilaciones la política económica dictada por los intereses del gran capital industrial y comercial, de los monopolios extranjeros radicados en la Argentina y de los grupos capitalistas nacionales vinculados a tales intereses. Para poder hacerlo, Onganía alineó las Fuerzas Armadas- detrás de Krieger y aplastó toda tentativa política y sindical de resistir tal política. Su primera medida fue disolver los partidos y prohibir la vida política en el país. Desde ya que esta decisión no era intrínsecamente mala. Todo el sistema de partidos vivía desde hacía décadas en estado putrescente y se había revelado como un fatal obstáculo para la transformación revolucionaria de un país petrificado. Onganía conservó la estructura sindical pero aspiró a controlarla, hasta el punto de que asoció a su política a un sector burocratizado de la dirección sindical, llamada  participacionista». Toleró a los «negociadores» expresados por Vandor y hasta admitió la existencia pública de la «CGT de los Argentinos», dirigida por Ongaro aunque desprovista de un poder real para movilizar a las masas obreras. La coherencia económica de Krieger y la firmeza de la política de Onganía llevó directamente al estallido revolucionario de las provincias del Interior dos años más tarde. Esta prueba categórica de la eficacia de tales doctrinas conmovió profundamente a las Fuerzas Armadas y decidió el destino del general Onganía, hasta ese momento objeto de la irrestricta admiración de los oficiales.
Bastará describir brevemente el programa de Krieger Vasena para comprender la racionalidad profunda de los estallidos revolucionarios que suscitó. Con las manos libres, gracias a que Onganía amordazaba al país, Krieger Vasena estableció un «plan de estabilización».
 Resultado de imagen para ONGANIA Y KRIEGER VASENAEste plan congeló los salarios y ofreció créditos a la gran empresa extranjera. Permitió a ésta eliminar del mercado a la pequeña empresa nacional, y entregar los bancos nacionales al control imperialista. Como los créditos de la banca oficial o privada se negaban a los capitalistas nacionales, estos debían buscarlos en fuentes financieras usurarias. Con sus costos más altos, debilitaban así su poder competitivo ante la gran empresa extranjera, que a su vez obtenía dinero bancario, o sea dinero más barato. De este modo, el capital bancario proporcionado por el trabajo nacional, era canalizado por Krieger Vasena hacia las empresas extranjeras. Lejos de buscar financiación en el exterior, dichas empresas la encontraban fácilmente en la estructura de la semicolonia, gracias al gobierno de la «modernización».
Mediante esta política, las quiebras y convocatorias de acreedores se convirtieron en la actividad más corriente de la empresa argentina en el período. La concentración industrial –símbolo de la «eficacia»– se hacía en beneficio de la empresa extranjera. Pero Krieger no se detuvo allí. Despojó a los aranceles aduaneros de su carácter proteccionista, con el fin proclamado de intensificar la
modernización de la industria argentina, demasiado mimada y halagada, según su criterio, por un arcaico proteccionismo arancelario, fiscal y bancario. Libradas a sus solas fuerzas, en una economía abierta y en competencia con las mejores industrias del mercado mundial, las argentinas deberían tecnificarse o morir.  Naturalmente, murieron. Pues postular unilateralmente una «economía abierta» en  un mercado mundial cerrado (donde hasta Estados Unidos protege su carne, sus materias primas y ahora hasta sus industrias de la competencia japonesa), sólo puede conducir a la desaparición de la industria nacional y sólo puede ser defendida por comisionistas de la industria extranjera. Este era precisamente el caso de Krieger Vasena, que al día siguiente de abandonar su sillón de Ministro de
Economía, era designado por el monopolio mundial de alimentos Deltec Internacional, como Director Ejecutivo con un sueldo de u$s10.000 dólares mensuales.  Con incomprensible tardanza, pero con indiscutible elocuencia, el Secretario Técnico y Legal del General Onganía, Dr. Roberto Roth, denunciaría (después de su propia renuncia al cargo)  La relativa impudicia con que los ministros y funcionarios abandonan los despachos oficiales para ubicarse en los puestos de comando de las empresas cuyas pretensiones inmoderadas presumiblemente debían mantener a raya; la velocidad con que ex secretarios de Estado acceden a Directorios en empresas cuyos créditos y avales oficiales han tramitado, la aparente solución de continuidad en el pasaje de las empresas a los cargos oficiales y
viceversa. La comisión de tales delitos, corruptelas y estafas al Estado por parte del principal Ministro de Estado y sus innumerables asesores y colaboradores, no preocuparon la atención de los Oficiales de Inteligencia de las tres Fuerzas Armadas ni de sus jefes. El Ejército, la Marina y la Aeronáutica cuidaban las espaldas del principal expoliador de la República, síntesis de la Ciencia
Económica moderna e inminente empleado de la Deltec, cuya condición de ciudadano argentino había sido providencialmente salvada gracias al oportuno estallido de la II Guerra Mundial . La política de Krieger se dirigió rápidamente a «mejorar» la eficiencia del sistema bancario. Prohibió la circulación del «cheque cooperativo» y paralizó, con tal decisión, todo el sistema del crédito cooperativo. Este había surgido gracias a la iniciativa de la pequeña industria, los productores rurales y el pequeño comercio argentino, como un recurso para soslayar el bloqueo crediticio a los grandes bancos. Mediante una marca irresistible de importaciones innecesarias y suntuarias, Krieger, despilfarró dólares, redujo a la industria nacional, proporcionó consumos de altos precios a la alta clase media, oligarquía y gran burguesía y despertó la confianza en los círculos internacionales compuestos por gente análoga al ministro. Esta política estaba íntimamente ligada con la implantación del mercado libre de cambios. El drenaje de capital nacional encontró canales legales para deslizarse hacia afuera. Las divisas obtenidas con el fruto de la producción argentina encontraron una vía legal y simple para regresar a su lugar de origen. Mediante la política que sumariamente dejamos descripta, es posible comprender el significado de las declaraciones formuladas por el Dr. Quilici, Ministro de Hacienda del General Lanusse (tercer Presidente de la «Revolución Argentina»), en 1971, relativas a la emigración de capital nacional por un valor de 8.000 millones de dólares.  Esa cifra constituye el mejor epitafio que podríamos colocar al pie del período
de Onganía, el título óptimo para la gratitud de la historia y el más puro certificado de su nacionalismo. 231 Fue un comienzo modesto: hacia 1990, los capitales prófugos alcanzaban a los 46.000 millones de dólares. La desnacionalización de los bancos y de la industria fue la única manifestación de la presencia del capital extranjero traído por la política de Krieger. En lugar de
instalar nuevas empresas, resultó más sencillo apoderarse a bajo costo de las empresas existentes. El estímulo a las importaciones innecesarias se transformó después de la desaparición de Krieger en un fardo tan insostenible que condujo a la suspensión total de las importaciones (Septiembre de 1971). De este modo, el período de Onganía Krieger habrá de pasar a nuestra historia económica como
la tentativa más audaz de someter la economía argentina a la hegemonía del capital extranjero. Esa política llegó hasta afectar, con fines puramente fiscales, a los ganaderos.  Krieger buscaba balancear, de algún modo, el déficit del presupuesto, respetando como es natural la propiedad terrateniente. Impuso las retenciones a las exportaciones, o sea un impuesto a las mayores ganancias de los hacendados derivadas de la devaluación. Esto movió a Tomás de Anchorena a renunciar en el acto a la Subsecretaría del Ministerio de Agricultura y Ganadería como protesta. Luego, Anchorena fue asesor agrario del Dr. Ricardo Balbín. Anchorena era descendiente del General Pacheco, hombre de Rosas, y había abandonado su carrera militar para atender sus campos. Era productor lechero, de corte «progresista» y modernizador como ocurre generalmente con aquellos que en la zona pampeana han recibido, en las sucesiones familiares, fracciones de campo comparativamente pequeñas.
Por lo demás, la política del capital extranjero en el Ministerio de Economía y Trabajo asumió características de tal modo metropolitanas, que jamás, desde los tiempos de Rivadavia, el interés particular de la Capital Federal había sido tan ostensiblemente privilegiado en relación con las provincias interiores. El «plan» para Tucumán desmanteló la más antigua industria de la provincia,
sin sustituirla por otras: cerca de 250.000 tucumanos emigraron del terruño, desangrando a la provincia tradicionalmente más rica del Norte argentino. La despoblación debilitaría al Chaco, a Formosa, a Corrientes, a Santiago del Estero. Un flagelo de célebres Interventores Federales castigaría a las provincias históricas, empobrecidas cien años antes por las pretorías mitristas.
Toda forma política o presupuestaria del federalismo desapareció sin dejar rastros. Los presupuestos de los Estados provinciales o de alejados municipios eran discutidos (u olvidados) en los despachos del Ministerio del Interior o del Ministerio de Economía, atendidos por jóvenes «expertos»,
generalmente formados en cursillos semestrales de Harvard. Parsimoniosos con las protestas angustiadas del Interior, eran rápidos de oído y piernas ante el chasquido de dedos del amo militar o civil en el régimen autocrático. El séquito innumerable de tecnócratas que pastoreó ávidamente en los ministerios de Krieger Vasena, Dagnino Pastore o Moyano Llerena, sería el primer asombrado, junto al autócrata inepto, aislado en el poder supremo, cuando los pueblos de las provincias se lanzaron a la calle para repudiarlos. No alcanzaban a comprender, mientras llegaban a Buenos Aires las primeras
noticias de las jornadas del 29 de mayo de 1969, en Córdoba, por qué los argentinos del Interior habían resuelto poner término al reino de la eficiencia.

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