Por Alberto Julián Pérez
Amalia es la gran novela argentina de la primera
parte del siglo XIX; publicada en su primera edición en 1851, y en una segunda
edición aumentada y corregida en 1855, Amalia inicia oficialmente el ciclo de
lo que podemos llamar “la novela nacional argentina”. Si bien hubo otros
intentos novelísticos anteriores, la crítica reconoce el valor fundacional de
esta novela. El mundo americano que emergía después de varios siglos de
colonización europea no podía permanecer ajeno al poder de seducción de la
novela. El nacimiento a la vida nacional independiente de los países de todo el
hemisferio requería la creación de una cultura propia y una literatura
nacional; después de largos siglos de colonialismo europeo la novela aparecía
como un terreno literario aún no conquistado por los escritores criollos, a
pesar del temprano y brillante desarrollo del género en España. En 1851, como
en 1840, época que describe Amalia, aún estaban sin resolverse las cuestiones
fundamentales que hacen a la creación de una vida nacional independiente: los
límites territoriales del Estado nacional, el sistema de gobierno definitivo,
su Constitución y leyes fundamentales.
La
inminencia del futuro tiñe las ideas de todos los jóvenes intelectuales y
artistas de la época con un sentido utópico y de proyección temporal, que da a
sus escritos un sentido total de modernidad. Es la generación que está por
fundar el Estado nacional permanente, que pelea por ocupar un lugar en esa
nación por hacerse, que se rebela contra el gobierno de los caudillos
regionales, a los que considera impostores, que quiere liderar una revolución
cultural y política que impida la profundización de lo que consideran la
contrarrevolución rosista, y restablezca los valores originales de la
Revolución de 1810, simbolizados en lo que llaman los principios de Mayo
(Echeverría 57-97). Ese movimiento, ese desplazamiento temporal en Amalia,
entre el pasado reciente (que Mármol finge pasado más lejano, para quedar
dentro de las convenciones del subgénero novelístico, la novela histórica), y
el futuro inminente, que sobrevendría una vez que se realizara lo que ellos
trataban de facilitar: la caída del Dictador y el establecimiento de un régimen
republicano liberal, se refleja a su vez en un desplazamiento argumental y
espacial de la novela entre el mundo público y político y la vida privada de
los personajes. Amalia es una novela a dos voces (como gran parte de la
literatura de la época, que oscila entre lo elevado y culto, y lo regional y
costumbrista, cada una con su modulación lingüística reconocible): las voces de
los personajes públicos (del espía unitario Daniel Bello y de los personajes
políticos que éste encuentra, incluido Rosas, su hija Manuelita, el ministro
Arana y otros), y las voces sentimentales del mundo privado del amor (la pareja
de Eduardo Belgrano y de Amalia). Amalia se mueve entre un mundo político y
público, que reconoce filiaciones épicas o neoépicas, y el mundo sentimental
romántico, en que los personajes proyectan su utopía de futuro: la patria
libre, la felicidad de la vida familiar en paz. Dentro del mundo romántico de
la novela descubrimos el heroísmo y espíritu de sacrificio de los amantes, su
nobleza, su idealismo, su belleza, su elevación social; en el mundo político,
en cambio, priva el realismo, el interés personal, es un mundo grotesco,
desagradable, cruel, “bárbaro”. La barbarie, en este caso, se identifica con lo
feo, lo grosero, lo vulgar; tiene una connotación estética además de moral.
Este modo de entender la barbarie conlleva la condenación de los valores
rurales, de las costumbres del pueblo bajo, de la relación política del
caudillo popular con las masas. Implica la negación de la sociedad abierta, multirracial, que había emergido al fin del período colonial, y es una
proyección del deseo de lograr una sociedad selecta, culta, europeísta, de
elegidos, una sociedad que representara el nuevo gusto urbano de la pequeña burguesía,
sus valores cosmopolitas modernos, su nueva concepción de la economía política.
La novela vincula el mundo público de la política rosista de 1840 (en momentos
en que el General Lavalle se aprestaba a invadir la provincia de Buenos Aires y
en que la sociedad paramilitar de la Mazorca, que reunía a los rosistas
“celosos”, incrementaba su presencia represiva en defensa del régimen), y el
mundo privado de los ciudadanos de Buenos Aires (la historia sentimental de dos
jóvenes que encuentran el amor pasional, desinteresado, romántico). En medio de
las peripecias de la resistencia política y militar a Rosas, encuentra José
Mármol para cada mundo su lugar, y para cada historia su final adecuado: para
la historia política, el fracaso de la insurrección pero el triunfo de los
héroes, que sobreviven milagrosamente, manteniéndose el espíritu de
insurrección y resistencia vivo para el futuro; para la historia sentimental,
el fin romántico: la muerte del amante, Eduardo Belgrano, y el abatimiento
total de Amalia, víctima del sino fatal que la lleva a perder el amor poco
después de haberlo encontrado por primera vez en su vida. Ambas historias se
entretejen, como se entreteje el destino nacional de la patria en la vida
histórica real de la época, entre el sacrificio personal, la frustración de las
ambiciones de los jóvenes proscriptos argentinos, obligados a vivir en un medio
social ajeno enrarecido (en la ciudad de Montevideo en pie de guerra, sitiada,
repleta de soldados de distintas nacionalidades, agitada por el periodismo
partidario y la oposición a Rosas [Sarmiento, Viajes 19-58]), donde la vida
pública, reprimida y deformada por las circunstancias, los lleva a convertirse
en conspiradores en el exilio. Si el autor trata de manejar en su narración esa
materia narrativa indócil, que se le escapa de los modelos genéricos aceptados,
hasta confundir la novela de intriga política con la trama romántica
sentimental, también lucha por imponer un orden al caos social que caracteriza
a la época: así divide a los personajes en buenos y malos, en civilizados y
bárbaros, y dentro de cada bando, en serios y cómicos. La narración aspira a un
orden, a un orden que puede parecerle demasiado rígido al lector contemporáneo. En esas circunstancias, desde
el punto de vista de las elites liberales, sólo se podía ser 4 militante y
defender la legitimidad de un partido: el liberal, el partido sucesor de los antiguos
unitarios, pero purgado de sus errores (como lo pretendían los jóvenes de la
Generación del 37), el partido que luchaba contra la tiranía, contra la
“barbarie”. En el mundo dicotómico de la novela, los personajes y el narrador
eligen un bando. Es una novela partidaria de lucha política, de feroz
resistencia contra Rosas. Para organizar el mundo social Mármol tiene que
crear su sociedad selecta ideal, pequeño-burguesa, culta, de la que queda
excluida, como antes en “El matadero” de Echeverría, todo el sector inculto,
marginal, proletario: los gauchos rosistas y los negros y negras que apoyan
incondicionalmente al régimen, los indios de los que se vale Rosas en su
política práctica y sin principios. Y dentro de las clases pudientes excluye a
los propietarios rurales y ganaderos comprometidos con el rosismo (su principal
base político-económica de poder), y a los sectores urbanos porteños de
pequeños comerciantes que son cómplices de Rosas, voluntaria o
involuntariamente. Esta sociedad está en un estado de crisis, por la guerra de
invasión del ejército del General Lavalle, y priva la violencia y el terror. La
sociedad educada parece estar acosada en el Buenos Aires de entonces, y a los
disidentes lo único que les queda es emigrar, para luchar desde el extranjero,
o luchar allí en la clandestinidad, con gran riesgo para la propia vida.
A
diferencia de lo que hicieron los jóvenes de la Generación del 37, Sarmiento,
Echeverría, Mármol, Alberdi, López, Gutiérrez, que eligieron el exilio, los
personajes de Mármol eligen quedarse y luchar, trayendo al texto quizá las
aspiraciones frustradas del autor, o una especie de justicia poética, por la
cual los personajes son lo que esos jóvenes hubieran deseado ser y no fueron:
luchadores heroicos que se juegan la vida (y la pierden) luchando contra Rosas
en Buenos Aires, liderando la resistencia, actuando como una vanguardia,
espiando contra el régimen, saboteándolo. En el comienzo de la novela el
narrador presenta a un grupo de personajes que intentan emigrar y quieren ir a
la Banda Oriental del Uruguay, a unirse al ejército de Lavalle. Pone en primer
plano la elección posible de esos hombres: resistir en Buenos Aires o emigrar. El grupo es descubierto y fracasa en su intento, pagando su osadía
con sangre. Sólo se salva Eduardo Belgrano, el héroe sentimental de la novela,
gracias a la oportuna participación de su amigo Daniel Bello, el héroe
político, el avezado espía que se mueve entre dos mundos (como Mármol mueve su
novela dentro de los 5 mundos pertinentes de géneros diversos). ¿Cómo es que se
había enterado la policía rosista que un grupo de unitarios emigraba? Gracias a
una delación, gracias a la intriga del espía Merlo. ¿Y cómo se frustran los
planes de la Mazorca? Gracias a la participación providencial del espía Daniel
Bello. Los espías, los conspiradores, mueven secretamente la trama del mundo
político de la novela. Es un mundo político moderno dominado por la actividad
incesante de los ideólogos: Daniel Bello, Florencio Varela, Juan Manuel de
Rosas, Doña María Josefa Ezcurra.
No es
una visión objetiva ni desinteresada. Porque cada partido busca el ejercicio
del poder. Si bien la novela trata de ser una novela histórica, y es una novela
de hechos históricos confirmados (el gobierno de Rosas, la invasión frustrada
de Lavalle), tenemos que verla como una novela política partidaria: los hechos
que narra son casi contemporáneos del autor (que escribe diez años después de
ocurridos los acontecimientos históricos), quien se pone voluntariamente de
parte de uno de los bandos en conflicto para contar su historia: su simpatía
está con los liberales unitarios (después de haberlos criticado
constructivamente), o con los jóvenes liberales que continúan la defensa de los
ideales liberales de sus mayores, y está en contra de los federales, en
particular del tirano Rosas y de su entorno de personajes corruptos, que
incluye miembros del clero, la alta burguesía y el ejército, y de las clases
serviciales de la ciudad, en particular sirvientes negros y pequeños
comerciantes.
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