Por Alberto
Julián Pérez
Domingo Faustino Sarmiento
(1811-1888) se describió a sí mismo, y describió a su país, Argentina (en su
pensamiento ambos se parecen), como un sujeto, y una sociedad, que pertenecían
a dos tiempos distintos. El individuo Sarmiento vivió en el tiempo demorado de
su provincia natal, San Juan, donde obtuvo su primera formación y experiencia
política, y luego en el tiempo moderno de la sociedad chilena estabilizada y
progresista, que le abrió las puertas al periodismo. El tiempo de las ciudades
reflejaba, según su propia descripción, la organización social y el modo de
pensar europeo; el tiempo de la campaña, la vida del pasado colonial,
“medieval” (Facundo 91). A cada tiempo le correspondía un espacio propio. La
campaña era la heredera de los vicios morales y de la mentalidad del mundo
colonial español, al que consideraba responsable directo por el atraso de su
patria y la falta de actitud positiva en el habitante de su suelo hacia el
comercio y la industria.
Cuando escribió Facundo, 1845, y Recuerdos de
provincia, 1850, Sarmiento estaba en Chile, en un interregno, una otredad desde
la que observaba su país y su propia vida. Fue la biografía, la historia de una
vida, la que dio unidad a su observación; la imagen del héroe romántico, preso
de su destino trágico, dominaba su imaginario. Presentó un tipo
de héroe americano, y más específicamente argentino: Facundo, el bárbaro, el
caudillo, el gaucho. Y frente a Facundo, Sarmiento, el civilizado, el
autodidacto, el periodista, el ilustrado. Ambos eran fenómenos humanos nuevos
en la América postcolonial. Facundo y Sarmiento eran hijos de la Revolución. Los
dos eran héroes políticos. Sarmiento describió a Facundo como un producto de la
sociedad pastoril que había hecho posible un modo de vida gaucha original. El
gaucho poseía una sicología peculiar, un tipo de sociabilidad diferente, una
expresión artística propia, una relación especial con su entorno semisalvaje.
La lucha con el medio desarrolló en él una gran confianza en sí mismo, la
tenacidad para sobreponerse a las dificultades; lo llevó a ser 2 audaz y
creativo, a actuar y emplear la violencia y aún el terror (Facundo 140-41). El
gaucho argentino posee una personalidad fuerte e imponente, que otras naciones
le echan en cara. Pero, ¡ay!, dice Sarmiento, que se declara orgulloso de este
carácter agresivo (y antipático) del gaucho, “¿Cuánto no habrá podido
contribuir a la independencia de una parte de la América la arrogancia de estos
gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol, mejor que ellos...?”
(Facundo 73). Nosotros comprobamos, al leer los testimonios personales de
Sarmiento diseminados en Facundo y Recuerdos de provincia, que el medio inculto
y las demandas insatisfechas de su sociedad, la falta de educación
institucionalizada adecuada, el vacío de las leyes, la violencia militar, la
crisis política, tuvieron un papel crucial en el desarrollo de su personalidad.
Sarmiento era representante original de un estrato social que no disfrutó de
las ventajas de las clases más acomodadas e ilustradas de Argentina. Era
provinciano y pobre, con un padre irresponsable poco adicto al trabajo, y una
madre que se tenía que ocupar de la manutención de la familia. Sus ascendientes
familiares más valorados no pertenecían a la sociedad civil: eran sacerdotes,
que habían tenido un lugar relativamente destacado en la sociedad de su época;
eran hombres ilustrados, patriotas, y disfrutaban de cierto poder político
dentro de la Iglesia, como el caso del Obispo de Cuyo Fray Justo Santa María de
Oro, y el del Deán Funes, historiador y Cancelario de la Universidad de
Córdoba, que contaba con una trayectoria meritoria en la educación. Sarmiento
logró autoeducarse gracias a su voluntad tenaz, a un apetito salvaje de lectura
y a una enorme fe en sí mismo. Era hijo del suelo, de su ego, de su voluntad;
era un carácter indómito, tal como el gaucho. Como dice en Recuerdos de provincia,
“A mi progenie, me sucedo yo...”(254). El yo de Sarmiento, el yo absorbente y
absoluto (Albarracín Sarmiento 399), el yo de ideas fijas y predeterminadas que
le recrimina Valentín Alsina en sus cartas, donde le critica la interpretación
que hace de la historia argentina en Facundo (381-2), se parece mucho al yo que
Sarmiento le atribuye al jefe montonero.1 Pero Sarmiento no podía reconocer
esto: hacerlo hubiera implicado aceptar que en él convivían el civilizado y el
bárbaro.
Alberdi, en la primera de sus Cartas Quillotanas, le dice a Sarmiento, refiriéndose
a la agresiva Carta de Yungay que este último publicara contra el General
Urquiza: “La prensa sudamericana tiene sus caudillos, sus gauchos malos, como
los tiene la vida pública en los otros ramos. Y no por ser rivales de los
caudillos de sable, dejan de serlo los de pluma. Los semejantes se repelen
muchas veces por el hecho de serlo. El caudillo de pluma es planta que da el
suelo desierto y la ciudad pequeña: producto natural de la América despoblada.”
(Rojas Paz 140) La visión crítica de Alberdi era insoslayable y su agudeza
desató la agresión abierta del sanjuanino. Sarmiento nos presenta un mundo
dicotómico: o se es civilizado o se es bárbaro. No pudo ver integradamente los
aspectos enfrentados de la personalidad: lo destructivo y lo creativo, lo vital
y lo tanático, lo instintivo y lo intelectual. La realidad social que muestra
es la de un país en lucha intestina entre dos fuerzas que buscan destruirse: la
civilización y la barbarie. Su libro es un argumento contra, y una explicación
de la barbarie, así como una justificación de la civilización. Y tal como
explica la barbarie en Facundo, apelando a la polémica figura del jefe
montonero, explicará cinco años después la civilización en Recuerdos de
provincia, tomándose a sí mismo como ejemplo: la civilización es él. El y su
familia la representan. Esta civilización tiene dos etapas, como la historia de
su país: la del mundo colonial hispano y su viejo saber absolutista y
teocrático, y la de la Revolución independentista y su ideario enciclopedista y
liberal eurocéntrico (España y su cultura para él quedaban relegadas de la
Europa progresista y moderna). Sarmiento se percibió escindido, y vio a su sociedad
en lucha y agonía, y este sentido de separación propio de su visión, a más de
tener, creo, una base sicológica, tuvo también en su medio un fundamento social
e intelectual. Alberdi le demuestra a Sarmiento que lo que
él caracteriza como fuerzas homogéneas enfrentadas, son en realidad tendencias
heterogéneas y ambiguas. Dice Alberdi: “El autor se opone a la moderna de
Francia e Inglaterra. Y a América: el mundo primitivo de la Argentina de su
época vs. el civilizado de Estados Unidos moderno. Africa salvaje y España
africanizada se enfrentan también al mundo modelo europeo. Los árabes, los
tártaros, son otros “bárbaros” comparables al gaucho. (Facundo 61-2). Su
demostración es global. Mientras escribía Facundo, Sarmiento “hablaba” a su
lector desde un interregno espacial: Chile (y en particular al público chileno
del periódico El Progreso donde apareció Facundo en la sección “Folletín”) y
acerca de un interregno temporal: los casi veinte años transcurridos en su patria
desde el inicio del gobierno presidencial ilustrado de Rivadavia hasta la
instauración del dominio, de la tiranía de la campaña, de los gauchos, de
Rosas. Este último interregno amenazaba hacer retroceder al país infaliblemente
al tiempo feudal, a la barbarie. Los hechos económicos, culturales, militares y
políticos que él describe lo demuestran. Su objetivo era lograr que su país,
como él, autoeducándose, aprendiera y progresara. Había que educar y abrir
nuevos espacios en la pampa para la agricultura y la inmigración. Y había que
mejorar la sangre. Porque para Sarmiento había buena y mala sangre: sangre
bárbara, de gaucho (que convenía derramar sin ahorro, como escribió a Mitre)
(Gálvez 351) y sangre civilizada, europea, que convenía importar y difundir
para salvar la patria y la civilización. Si el Facundo y Recuerdos de provincia
parecen recorrer con distinta tesitura estas ideas fijas de Sarmiento, sus
Viajes no hacen más que corroborar su visión de mundo: España es primitiva,
salvaje, bárbara; Estados Unidos, civilizado, trabajador, superior; Francia, el
centro de la civilización; Africa, primitiva, como la pampa, sus tipos humanos
salvajes como el gaucho (Verdevoye 402-16).
Sarmiento deseaba literalmente
cambiar el mundo con su voluntad, con la misma audacia que le atribuye a
Facundo, y conocidas son sus desavenencias con el General Urquiza como
Boletinero del Ejército Grande que iba a luchar contra Rosas, pues para él
quien lo había ya casi derrocado en realidad, más que la espada, era su pluma,
su fuerza mental, su Facundo (Gálvez 237). Sarmiento no podía aceptar que Rosas buscara su
legitimación política apoyándose en el pueblo bajo, incluyendo, además de los
gauchos, a los negros, y aún grupos de indios (Facundo 63- 4).3 Rosas no era un
tipo de héroe bárbaro “puro” como Facundo Quiroga. Facundo había sido un héroe
trágico, valiente, instintivo, que triunfaba recurriendo al terror y la
violencia; Rosas era un tirano hipócrita, frío y calculador, que mataba a
través de su policía secreta, la Mazorca, y unía los instintos del “gaucho
pícaro” (como le llamaba Dorrego4 ) con la astucia del hombre de Buenos Aires,
que se sabía poseedor de una posición nacional de privilegio. También Sarmiento
era, a su modo, un “héroe impuro”: provinciano pero intelectual y autodidacto;
escritor pero hombre de acción política y aún militar (o al menos así él lo
creía, ostentando cada vez que tenía ocasión sus títulos militares );
civilizado y europeísta, pero de carácter violento, intolerante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario