Por Alberto JUlián Pérez
Para Sarmiento no había conciliación posible
entre dos tiempos y dos modos de vida: la civilización tenía que destruir a la
barbarie, es decir al gaucho y lo que él representaba. Podemos leer el Facundo
como una profecía (y una elegía) de lo que habría de pasar en la lucha de
predominio entre las distintas fuerzas sociales a la caída de Rosas, y como una
obra de propaganda política en que el autor propone (en el último capítulo del
libro) un programa de gobierno, que comparte con muchos de los proscriptos que Rosas, aunque no fue escritor de ensayos doctrinarios, más allá de sus
opiniones diseminadas en documentos y cartas, escribió sin embargo una
gramática y un diccionario de la lengua de los indios pampas, con quienes
alternó en sus estancias ganaderas.
Así lo indica Valentín Alsina en la
nota 26 al Facundo en que hace una semblanza de Dorrego. En La vida de
Dominguito, por ejemplo, publicado en 1886, Sarmiento firma: “D. F. Sarmiento
General de División”. Gálvez refiere el poco aprecio que sienten los militares
durante la campaña del Ejército Grande contra Rosas ante las supuestas dotes
militares que Sarmiento cree que posee. El General Urquiza lo nombra
Boletinero del Ejército pero no requiere su consejo militar, lo cual ofende a
Sarmiento. Pertenecía a la Asociación de Mayo, y cuyos puntos fundamentales
eran: la libre navegación de los ríos, la inmigración europea, la educación
popular, el libre comercio, la sanción de una constitución nacional.
Sarmiento no supo (no pudo) concebir el mundo como una unidad posible de
instinto y razón, civilización y “barbarie”, yo y los otros. Para Sarmiento el
Otro, el diferente, era un enemigo que amenazaba la subsistencia del yo. Y esto
justificaba su guerra a muerte contra el otro, contra el “bárbaro”,
defendiéndose de la presunta agresión del otro contra su yo. Para el político
“gaucho” de su época, para un Estanislao López, un Quiroga, un Rosas, el sector
letrado que representaba Sarmiento, que quería marginarlos de la política
nacional, tenía que recordarles otra situación anterior la muy reducida participación de los criollos en la
administración económica y política española durante la colonia . Debido
a esto, la “sociabilidad democrática”, componente ideológico fundamental en las
luchas independentistas, como nos lo indica José Luis Romero, no se había desarrollado
en las ciudades, centros administrativos del poder colonial, sino en la
campaña, donde los criollos se habían visto libres de la tutela directa de la
corona española. Esto explicaba la desconfianza de la campaña hacia
los criollos comerciantes y profesionales, que habían sido colaboradores
directos o indirectos de la administración colonial y querían adjudicarse la
dirección de la Revolución con prescindencia de la campaña gaucha. Para los
representantes de este último sector, con intereses bien definidos, el núcleo
urbano de elite reproducía la odiosa división social que había existido durante
la colonia entre los que tenían acceso al poder y los cargos públicos y los
que, por un problema de origen y nacimiento, no lo tenían. ¿No estaban los
unitarios opositores tratando de repetir aquella dolorosa exclusión, marginando
de las decisiones y el poder político a la campaña y al gaucho, representantes
de un modo de vida local original y americana? Especialmente J. B. Alberdi,
Vicente F. López, J. M. Gutiérrez y Bartolomé Mitre. Sarmiento mismo reconoce
en el Facundo que Rosas representaba un modo de ser y de sentir americano, y
acusaba su posición “civilizadora” como extranjerizante y enemiga de la
soberanía nacional. De hecho que así pareció cuando los emigrados
argentinos enemigos del tirano apoyaron el bloqueo de Francia al puerto de
Buenos Aires y la eventual invasión del territorio argentino. Para
Sarmiento, y los jóvenes escritores y pensadores que integraron la Generación
argentina del 37: Echeverría, Mármol, V. F. López, Gutiérrez, Alberdi, la etapa
del rosismo significó un itsmo histórico, tiempo muerto que ellos usaron muy
bien para proyectar el país deseado, la nación que querían tener; en cambio,
para Quiroga, Estanislao López y Rosas, representantes de una democracia gaucha
que culminó desgraciadamente en la tiranía de este último una vez desaparecidos
los anteriores de la escena política (Quiroga fue asesinado en 1835, y
Estanislao López murió de muerte natural en 1838), ése fue su tiempo histórico,
el momento en que las masas rurales y los sectores populares se sintieron
partícipes del poder político. A eso se debió seguramente el que esas masas
dieran tanto apoyo al régimen rosista, al que defendieron con denuedo, como lo
reconoció Sarmiento (Facundo 311). Sarmiento, en su crítica, se sentía animado
por un sentimiento de superioridad política: no reconocía la ley del Otro, la
ley del gaucho, la ley de Facundo. Por eso justificó que el General Lavalle
hubiera fusilado al Gobernador Dorrego (Facundo 212- 4), en una situación de
abierta insurrección militar contra el poder civil legítimamente constituido,
uso de la fuerza que tantas veces se repetiría en la historia argentina y en
otras sociedades de América Latina situadas ante disyuntivas similares. Para
Sarmiento el caudillismo no tenía legitimidad política ninguna, a pesar de
haber sido los caudillos auténticos líderes populares. En cambio, un gobierno
de las elites ilustradas, que marginara a los sectores populares, que él
consideraba incapaces de una elección política acertada, y aún apoyara la
extinción del gaucho, por lo que éste significaba, como representante de un
tipo de vida bárbara, le parecían procederes perfectamente legítimos y de justo
sentido moral. Justificó así mismo la intervención de poderes extranjeros en su
país para destruir la tiranía de Rosas, aún cuando esto pudiera implicar un
peligroso precio político a pagar a los países aliados una vez obtenido el
triunfo (Facundo 347-8). La visión de mundo de Sarmiento se apoya en la
necesidad de la exclusión del Otro para salvar a la patria y juega con la idea
de “sacrificio”. Para él, Facundo termina siendo el caudillo sacrificado por
Rosas en beneficio de su poder personal. Si se deseaba alumbrar la sociedad
liberal futura, consideraba Sarmiento, era indispensable, así mismo, sacrificar
la organización social vigente en las campañas pastoras. Además del gaucho,
también había que sacrificar al indio, y se alegra de que las guerras civiles
hubieran ya acabado con los negros, que apoyaban incondicionalmente el
régimen de Rosas (334-5). Evidentemente, para Sarmiento, había tipos humanos
superiores e inferiores: superiores eran su “yo” y los “doctores”, los hombres
ilustrados, los europeos (con excepción de los españoles) y los
norteamericanos; inferiores, los gauchos ignorantes, los hijos “naturales”, no
educados, del suelo y los españoles, su civilización y cultura. El autor de
Facundo nos legó una imagen singularmente dramática y violenta de su sociedad
(no por nada lo publicó originalmente en la sección de “Folletín” del periódico
chileno El progreso). Valentín Alsina le indicó la “exageración” de su visión
de mundo (Facundo 381-2), exageración, claro, que hace a la esencia de la
literatura, y es parte integral de la noticia sensacionalista periodística. Si nuestro escritor luchó tanto por separar la
civilización de la barbarie es porque íntimamente sabía que en su sociedad y en
él mismo ambas estaban demasiado cerca. La conciencia que tenía de su defectuosa formación autodidacta, su sentimiento de inferioridad por su falta de títulos académicos, su sentido de la improvisación, la tiranía de su temperamento fogoso y dogmático, su manera vehemente y atropellada de escribir, nos muestran
a un hombre que, comparado a aquellos intelectuales europeos que él trataba de
emular y que confrontó personalmente en sus Viajes, fue irremisiblemente y por
fatalidad de su destino el Otro americano. La enérgica condena sarmientina de
la barbarie se une a la fascinación ante el personaje de Quiroga, el hijo de
las llanuras salvajes de América, al que elevan los vientos de la historia. La
misma ambigüedad siente en ocasiones frente a la sociedad casi colonial en que
se crió: el rechazo de la barbarie primitiva y medieval de su región se transforma en amor cuando tiene que hablar de la etapa colonial de su familia,
de su madre y sus tíos eclesiásticos. Sarmiento vivió desgarrado entre dos
sociedades y dos tiempos. Su escritura, paradójicamente, fundó el presente
político de la literatura argentina. Como periodista, habló a los nuevos
lectores de un mundo en transición, de un hecho actual inédito y contemporáneo:
el caudillismo y las guerras civiles de su patria. En el Facundo, su primer
libro, encontramos al país, su geografía, su gente, el arte gauchesco, la
sicología del hombre rural, el cuadro de las ideas de los hombres ilustrados,
los ideales europeístas de las elites educadas argentinas. Y encontramos al
escritor Sarmiento como espectador y personaje hablándole directamente al
lector de su presente político, en el que participa como militante.
Precisamente porque habla desde un interregno, temporal, espacial y también
literario (la nueva literatura de su patria estaba en formación en esos años ), Sarmiento debe crear su propio tiempo “poético”, apropiarse de un espacio
literario inédito: está explicando una situación social y humana absolutamente
original y tratando de describir al Otro. Es el mundo del Otro americano el que
emerge del texto: el mundo de Facundo, el caudillo bárbaro, y el discurso y la
voz del argentino Sarmiento, el escritor nuevo, que está forjando su
literatura. Como dice en Recuerdos de provincia: “A mi progenie, me sucedo yo.”
(254). Es éste el momento en que Sarmiento da substantividad a su yo y lo sitúa
en el presente político, ante un mundo aún por hacerse: ese yo y esa voz fundan
una conciencia político-literaria nuestra (que se parece a nosotros). Por eso
la seguimos escuchando, aún nos habla. Desgarrados hoy por muchas de las
dicotomías que angustiaban a Sarmiento, todavía percibimos en la sociedad en
que vivimos esa simultaneidad de atraso y de progreso que describía el sanjuanino.
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