Por el Prof. Jbismarck
«En síntesis, señor presidente, corresponde el rechazo de lo anulación de las elecciones de lo provincia de Buenos Aires por las siguientes razones, entre las otras que he tenido ocasión de exponer. »Primero: Porque dichas elecciones, con todas sus deficiencias, no han sido objeto de pruebas legales que las invaliden. »Segundo: Porque los antecedentes expuestos y los irregularidades de los comicios de la U.C.R. en las últimas elecciones de la Capital de la República y la posición de ese partido con respecto a la actuación de sus dirigentes con anterioridad al 6 de setiembre, le quitan autoridad política para impugnarlas. »Tercero: Porque los órganos más representativos de la prensa nacional, de las faenas vivas y los hombres de trabajo, nos piden la iniciación inmediata de la obra de legislación. »Cuarto: Porque dicha obra sólo es posible con el funcionamiento normal del Parlamento, que se vería inmediatamente perturbado con la anulación de elecciones y celebración de otras nuevas. »Quinto: Porque la ausencia de la labor parlamentaria durante otro año, perturbaría seriamente la vida económica, financiera e institucional de la República, contribuyendo a debilitar aun más el prestigio del Parlamento argentino y poniendo en peligro la estabilidad de nuestras instituciones». ADOLFO MUGICA (defendiendo el fraude y padre del extraordinario Sacerdote Carlos Mugica)
Ortíz: Nace en Buenos Aires, el 24 de septiembre de
1886. Fallece en Buenos Aires, el 15 de julio de 1942. En el otoño de 1937, cuando llegó el momento
de consagrar la fórmula oficialista para las elecciones del año siguiente,
Justo indicó que debía reiterarse el esquema de la Concordancia (presidente
antipersonalista-vicepresidente conservador) y nombró candidato a su ministro
de economía, Roberto M. Ortiz.
La designación de Miguel Angel
Cárcano, ministro de agricultura de Justo, firmante del pacto Roca-Runciman y
miembro de la Sociedad Rural Argentina, despertó quejas entre los demócratas
progresistas, que en su lugar propusieron a Robustiano Patrón Costas. Las fuerzas negociaron y finalmente eligieron
al jurista Ramón A. Castillo, ministro de Justicia en el gabinete justista.
Finalmente, se consagró la fórmula Ortiz-Castillo, que se enfrentaría a los
radicales Alvear y Mosca y a los socialistas Nicolás Repetto y Arturo Orgaz. El 5 de septiembre de 1937 se realizaron las
elecciones nacionales. La fórmula Ortiz-Castillo, consiguió 1.100.000 votos y
la de Alvear-Mosca 815.000. Estos resultados fueron la evidencia de lo que se
conoce como «el fraude patriótico». Así lo describió, Federico Pinedo, años
después: «Los procedimientos que se usaron en estos comicios hacen imposible
catalogar esas elecciones entre las mejores, ni entre las buenas, ni entre las
regulares que ha habido en el país». Ortiz asume el 20 de febrero de 1938, y su
gabinete lo integran: Interior: Diógenes Taboada; Relaciones Exteriores: José
María Cantilo; Hacienda: Pedro Groppo; Justicia e Instrucción Pública: Jorge E.
Coll; Guerra: general Carlos D. Márquez; Marina: contraalmirante León L. Scaso;
Agricultura: José Padilla; Obras Públicas: Manuel R. Alvarado
Las elecciones se celebraron en un clima de violencia, a tal punto que los radicales de la provincia de Buenos Aires no pudieron votar. Roberto Ortiz intentó impulsar sin resultado reformas que permitieran restablecer un régimen democrático. En este aspecto no dudó en intervenir la Provincia de Buenos Aires, gobernada por el célebre caudillo conservador Manuel Fresco, luego de las elecciones legislativas fraudulentas de febrero de 1940, impidiendo la asunción como gobernador de Buenos Aires de Alberto Barceló.
En términos económicos, cuando Ortiz asume la crisis ya había disminuido: había un peso fuerte (el dólar estaba a 3,80 pesos), la desocupación iba en baja y la industrialización aumentaba. Ortiz continuó con obras que se iniciaron en la gestión de Justo: la construcción de la Avenida General Paz y una ruta a Mar del Plata, entre otras. Mientras, el presidente se encontraba sometido a una rigurosa dieta a causa de su diabetes. El proceso de crecimiento industrial continuaba su ascenso a pesar de la guerra, o —con mayor exactitud— a causa de la disminución de las importaciones. Nuevas industrias comenzaron a surgir, reclamando más obreros, y las antiguas incrementaban la producción. Los brazos no podían venir del extranjero El interior los ofrecería en grandes cantidades. Todavía no se los llama «cabecitas negras», pero se vuelcan sobre la urbe en proporciones crecientes. De acuerdo con Germani, los «desniveles en la distribución geográfica de la población son naturalmente el resultado de las migraciones internas y externas. La región Litoral y la Capital Federal han recibido el mayor número de inmigrantes extranjeros y a la vez, han atraído de manera considerable a los argentinos nacidos en otras regiones. Y en verdad es esto último lo que ha caracterizado el proceso en las últimas dos décadas».Así puede entenderse, a manera de ejemplo, el crecimiento de población del Gran Buenos Aires (aportes migratorios más aumento vegetativo), que ha llegado a convertirse en la «cabeza de Goliat» a que hizo referencia Ezequiel Martínez Estrada en uno de sus libros. Ese crecimiento obrero es presentido oscuramente por algún diputado conservador como Reynaldo Pastor, que por supuesto no podrá escapar a sus esquemas mentales, y dirá en tono paternalista: «El día que nuestros obreros se acostumbren a que los hombres ricos, los grandes industriales, los altos funcionarios del gobierno al igual que los políticos que actúan en las altas esferas, los escuchen y se muestren sensibles a sus necesidades y prueben en esa forma que tienen un espíritu permeable para resolverlas, ese día van a dejarse alentar tantas rebeldías y el obrero argentino comprenderá que tiene una noble misión que cumplir en nuestro pueblo y en nuestra sociedad, comprenderá que él es, al igual que cualquier otro, un factor de progreso, un factor de respeto, un factor de trabajo y de cultura en el país. Digo estas palabras porque abrigo la esperanza de que ellas han de llegar al seno de algunos hogares argentinos y a la intimidad de hombres que puedan contribuir a orientar la actual situación social»
Claro que eso no podía satisfacer
a «nuestros obreros», que se cansaban de enviar petitorios y notas al Congreso
de la Nación en busca de una justicia que sistemáticamente les era negada en
todos los ámbitos. Es que el Congreso adquiere en años de la presidencia de
Ortiz —y luego de Castillo— el inconfundible tono de los cuerpos colegiados en
decadencia. Conservadores y radicales se unían para apoyar dictámenes
vergonzosos, como el relativo a los resultados de la investigación sobre las
concesiones eléctricas de la Capital Federal. Lisandro de la Torre había
muerto por propia determinación, el 5 de enero de 1939. En carta a sus dilectos
amigos (en verdad su testamento) escribe: «Les ruego que se hagan cargo
de la cremación de mi cadáver. Deseo que
no haya acompañamiento público, ni ceremonia laica ni religiosa alguna, ni
acceso de curiosos y fotógrafos a ver el cadáver, con excepción de las personas
que ustedes especialmente autoricen. Si fuera posible, deberá depositarse hoy
mismo mi cuerpo en el Crematorio e incinerarlo mañana temprano, en privado. Mucha gente buena me respeta y me quiere y
sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia
excesiva al desenlace final de una vida, aun cuando sean otras las
preocupaciones vulgares. Si ustedes no lo desaprueban desearía que mis cenizas
fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada,
confundiéndose con todo lo que muere en el Universo». En la década del treinta, su
autoinmolación (y es época de suicidas: Lugones, Alfonsina Storni, Quiroga…)
fue quizás la última advertencia frente a la insensibilidad ambiente. La guerra
mundial primero, y los sucesos políticos de los años por venir en el ámbito
nacional, harán que su gesto se oscurezca en el tiempo.
El presidente Ortiz, casi desde
el comienzo de su gestión, sufre los efectos de una grave enfermedad que
provocará, sucesivamente, su alejamiento y delegación de funciones en el vice
Castillo, su renuncia a la primera magistratura y su fallecimiento. Dos
acontecimientos políticos van a marcar esos primeros años: la intervención a
la provincia de Catamarca —tierra natal del vicepresidente—, que habrá de
provocar resquemores entre los miembros de la coalición gubernativa
(conservadores y antipersonalistas); y la intervención a la provincia de Buenos
Aires, con motivo de los fraudulentos comicios del 25 de febrero de 1940,
convocados por el gobernador saliente Fresco. El candidato de Fresco, que
logró imponerse en las instancias partidarias del conservadorismo bonaerense a
Antonio Santamarina, era Alberto Barceló, «patrón» de Avellaneda que buscaba
ampliar ahora su radio de acción. La intervención frustrará sus aspiraciones,
pero en cambio Barceló llegará a ocupar una banca en el Senado, en
representación del mismo distrito. Estos
y otros factores comenzarán a alinear tras de Ortiz a sectores del radicalismo
alvearista, en su repetida aspiración de llegar al poder entrando en el juego
oficialista. Ortiz, entonces, será visto como un demócrata que busca borrar
los estigmas de su propia ascensión al poder, tratando de volver por los fueros
del voto secreto y el comicio limpio. Pero,en lo económ ico, en lo social y en todo lo que no se
refiere al limitado tema del sufragio, su actitud no va a diferir, al menos en
lo esencial, de lo hecho o dicho por su antecesor Justo. Algún conservador,
muchos años después, definirá con acierto la posición del presidente Ortiz
diciendo que «constituyó un verdadero plano inclinado hacia el radicalismo, al
que protegía visiblemente, al extremo de haber intervenido, entre otras, a las
provincias de Catamarca —sede política de su propio compañero de fórmula,
injustamente agraviado por tal medida— y de Buenos Aires, considerada como el
principal baluarte del conservadorismo». El Parlamento, en 1940, dedicará
largas horas de sesión al affaire de las tierras de El Palomar que,
«pese a sus proporciones reducidas frente a la inmoralidad reciente —unos
escasos centenares de miles de pesos— salpicó hasta alguna esfera allegada al
Poder Ejecutivo» Lo importante no es la magnitud del negociado, ni que resulten
implicados legisladores (uno de ellos se suicida y el otro es excluido de la
Cámara de Diputados), ni que el ministro de Guerra, general Márquez, y el
propio presidente Ortiz se alarmen.
Roberto M. Ortiz envía al
Parlamento su renuncia, que muestra desagrado ante las conclusiones elaboradas
por la Comisión Investigadora del Senado (Palacios, Gilberto Suárez Lago,
Héctor González Iramain). En sesión de asamblea (24 de agosto de 1940)
presidida por el senador Robustiano Patrón Costas, los legisladores
oficialistas y de la oposición se deshacen en consideraciones sobre la
sensibilidad aguzada del primer mandatario y votan por el rechazo de su
renuncia. Una sola voz se levanta para mostrar su disconformidad, votando
por la aceptación; es Sánchez Sorondo. «El ámbito político y administrativo estaba
desprestigiado por episodios que tuvieron repercusión en la opinión pública y
mostraron la corrupción difundida: como el negociado sobre compra de tierras en
El Palomar para el ejército, en el que se defraudaron al Estado importantes
sumas de dinero, en cuya operación aparecieron complicados legisladores
radicales y conservadores, como las trapisondas denunciadas en la lotería
nacional, y otros hechos que mostraban la crisis moral dominante en las esferas
políticas». Estas consideraciones pertenecen a Carlos Ibarguren
El Congreso seguirá discutiendo
sobre el fraude, sobre los diplomas de algunos de sus miembros (el citado
Barceló, por ejemplo, ya en 1942). En las elecciones de 1940 los radicales
consiguen ochenta diputados en la Cámara baja. Pero esa mayoría, con
excepciones muy limitadas, de nada les servirá, y las cosas seguirán como
antes. El desprestigio que envuelve al partido (salvo las tendencias que
intentaban un replanteo de la conducción) conducirá a su derrota en la Capital
Federal para 1942, a manos de los socialistas.
En 1940 se funda «Acción
Argentina», que nucleaba a los partidarios de la causa aliada y cuya primera
Junta Ejecutiva Central integraban Federico Pinedo, Jorge Bullrich, Julio A.
Noble, Victoria Ocampo, Emilio Ravignani, y Nicolás Repetto; Los oradores del
acto inaugural fueron Alvear, Repetto, Bernardo Houssay y José María Cantilo.
Como se ve, los contactos entre figuras representativas de diversos partidos
políticos (y también personalidades independientes) son frecuentes. Ello,
además de otras causas (la estrategia frentista del Partido Comunista en primer
lugar), posibilitará en pocos años la aparición de la Unión Democrática.
Ortiz siguió las diferentes
circunstancias políticas mientras hacía reposo durante el comienzo de 1941.
Cuando llegó el verano, el presidente pasó la temporada en una estancia cercana
a Mar del Plata. Allí permaneció hasta fines de marzo y se enteró de la
llegada de un prestigioso oculista español, Ramón Castroviejo, que venía a
revisarlo. La llegada del oftalmólogo estaba auspiciada por el Departamento
de Estado de los Estados Unidos, que estaba interesado en que Ortiz pudiera
retomar el poder, ya que no estaba contento con el neutralismo del catamarqueño
Castillo. Castroviejo llegó en mayo y estuvo un mes en la Argentina, tiempo
el cual le pasó a la Embajada de Estados Unidos informes diarios. El médico
llegó a la conclusión de que el mal era irreversible. Así, el 22 de junio de
1941, Ortiz presentó su renuncia a la primera magistratura. Un mes después, el
ex presidente moría a causa de una afección cardiaca.
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