Rosas

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martes, 30 de noviembre de 2021

El Revisionismo y el "primer peronismo" 1945-1955

Por  Alejandro Cattaruzza

“Era en Octubre, y parecía Mayo!”(1945-1955)   La irrupción del peronismo provocó un reordenamiento de gran profundidad en los ambientes político-culturales argentinos. Los partidos sufrieron casi en su totalidad, entre 1945 y 1947, y aún después, un proceso de quiebre alrededor de la cuestión del apoyo o la resistencia al nuevo fenómeno: es un dato conocido el de los dirigentes conservadores, socialistas, comunistas, radicales, nacionalistas que adhirieron al peronismo, así como el de aquellos que se constituyeron en opositores firmas. Entre los intelectuales, al menos entre aquellos que luego gozarían de mayor prestigio, las dificultades del peronismo para conseguir adhesiones han sido señaladas en muchas ocasiones; sin embargo, también ellos se dividieron por aquellos años. Instalado en el cruce de la historiografía, la política y la cultura, el revisionismo no escapó al impacto de la nueva situación. El Instituto Rosas se vio sacudido, hacia 1950, por un conflicto interno que acabó con el alejamiento de Julio lrazusta, quien mucho tiempo después explicará el disenso en términos de hombres afectos al gobierno enfrenados con los opositores. El análisis de las relaciones entre el primer peronismo y el revisionismo, y el de la más amplia cuestión de las imágenes peronistas del pasado reclama, dado el estado de la investigación, volver a poner en claro el conjunto de preguntas que desean responderse. Si se trata de saber si existieron revisionistas que apoyaron al peronismo de mediados de los años cuarenta, o peronistas que adoptaran la lectura revisionista sobre el pasado nacional, está fuera de toda duda que la respuesta es afirmativa. 

Entre otras circunstancias, Quattrocchi ha destacado el caso de un grupo de diputados encabezados por John W Cooke, que era de todas maneras era minoritario. Ernesto Palacio, a su vez, fue diputado oficialista, al igual que Joaquín Díaz de Vivar, revisionista aunque proveniente del radicalismo oficial. Vicente Sierra también se sumó también al peronismo. Pero existieron, simultáneamente, revisionistas que se instalaron en la oposición, como Julio Irazusta, y debe además tenerse en cuenta que otros historiadores, como José Torre Revelo –miembro de la “nueva escuela” desde los primeros tiempos-, Ricardo Piccirilli – académico desde 1945-, o Leoncio Gianello –académico desde 1949- se aproximaron al nuevo movimiento y fueron funcionarios en distintas áreas. Gianello expresaría opiniones elogiosas hacia la política educativa del gobierno peronista en su estudio sobre la enseñanza de la disciplina en el país, y Torre Revello, en 1951, fue nombrado presidente de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos. El propio Ricardo Levene, se ha sugerido, tuvo una relación apacible con el peronismo, al menos hasta 1952, cuando se sancionaron los decretos que reglamentaron la ley de reorganización de las Academias. Un caso difícil de encuadrar si se utilizan los modelos tradicionales es el de Diego Luis Molinari: hombre principal de la “nueva escuela”, que miraba con simpatía al federalismo, yrigoyenista y luego peronista . La universidad, donde se había producido cesantías y renuncias en los primeros años del peronismo, no fue el escenario de un masivo desembarco revisionista en las áreas dedicadas a los estudios históricos. Una mirada a otras instituciones que, ya en las décadas anteriores, se dedicaban a actividades relacionadas con la historia, sugiere una marcada continuidad entre una y otra etapa. El Museo Mitre, por ejemplo, recibía un subsidio especial en 1948 y ese mismo año ponía en marcha su revista; el Instituto Rosas no se benefició con tales atenciones. En 1951, el Senador nacional Juan de Lázaro, peronista, con trayectoria en la estructura de la historia universitaria desde fines de los años treinta, lograba en un discurso pronunciado en el Museo asociar a Mitre con su movimiento: “el espíritu de Mitre”, decía, “sobrevive porque encarnó ideales argentinos que son eternos”, para agregar luego que “el secreto de su genio” está “en su alma encendida de fe, poseída de la creencia en el dogma de la victoria última de la justicia [...], de la justicia social como síntesis de la libertad, la verdad y la belleza”. Antonio Castro, subsecretario peronista de Cultura, presidente de la Comisión Nacional de Cultura, exdirector del Museo del Palacio San José y luego del Museo Histórico Sarmiento, destacaba en un folleto oficial de distribución gratuita fechado en 1954 que Urquiza y Sarmiento, dos “paladines argentinos” , se habían reencontrado en ocasión del “glorioso aniversario de la batalla de Caseros”. En octubre de 1947, el Poder Ejecutivo lo había designado miembro de la comisión encargada de los trabajos preparatorioas para erigir un monumento a Sarmiento en San Juan. La publicación de aquel folleto se instalaba, explícitamente, en la senda que el Segundo Plan Quinquenal indicaba en su apartado Cultura Histórica, que promovía “la divulgacióny difusión de las obras de carácter histórico que concurran a consolidar la unidad espiritual del pueblo argentino”  Los revisionistas que pasaron a apoyar al peronismo se hallaron, de este modo, con que buena parte de la dirigencia y de los funcionarios del movimiento se inscribía en otra tradición. No sólo lo hacía el senador de Lázaro, historiador, o Castro, director de museos, sino que Miguel Tanco, radical yrigoyenista jujeño, ajeno a cualquier forma de actividad hsitoriográfica había declarado en la campaña electoral de 1946 que, siendo “liberal e individualista”, no podía compartir la “sórdida desconfianza” que ante el capital extranjero manifestaban “los xenófobos, que sueñan con el retorno a la vuelta de Obligado y con las chuzas de tacuara”. Es posible, entonces, retornar a la cuestión del lugar que la reivindicación de Rosas tenía en el conjunto de principios “doctrinarios”, en la acción estatal, e incluso en el imaginario peronista. A pesar de la prédica de parte de la oposición, en especial del Partido Socialista, que insistía en hacer de Perón un Rosas actualizado a través de libros y caricaturas.  El caso de los nombres impuestos a los ferrocarriles nacionalizados es uno de ellos: el gobierno decide lo que a ojos revisionistas debe haber resultado casi una provocación. Los nombres más destacados de la tradición llamada liberal era ubicados junto a los del “padre de la Patria” y Belgrano, un indiscutido. En los manuales escolares no se detecta, a su vez, indicio alguno de inclinación al rosismo; la referencia es en cambio siempre sanmartiniana. Es probable que el propio Ernesto Palacio advirtiera la situación, ya que en 1954 publicaba un manual para escuela secundaria, poco después de presentar su Historia de la Argentina, la primera versión orgánica del proceso histórico argentino desde la llegada de los españoles. Tampoco la imagen del trabajador, en la propaganda peronista, apeló al repertorio revisionista, aunque se permitía referencias gauchescas y hasta evocaciones de los conquistadores. La “declaración de la independencia económica” en Tucumán y la celebración el Año del Libertador se alinean también en el mismo sentido, así como la que al parecer fue una definición tajante de Evita ante Eduardo Colom, en ocasión de una campaña rosista impulsada por su diario La Época: “seamos todos peronistas; estén todos unidos, pero no traigan cosas viejas”. A Leopoldo Marechal, por su parte, “Octubre” le parecía “Mayo”: en un poema que comenzaba, precisamente, con una evocación del “pueblo de Mayo”, que “ganara un día su libertad al filo del acero”, el antiguo vanguardista devenido peronista encontraba una continuidad entre aquellas multitudes y las de las jornadas de 1945. En lo que hace al revisionismo, el otro extremo de esta relación, ha señalado Julio Stortini luego de un examen de la Revista y el Boletín: “en el caso de haber habido una peronización del Instituto ésta no se reflejó en sus publicaciones”.  El cuadro indica, así, que el rosismo no formaba parte del conjunto de posiciones oficiales compartidas por el peronismo, proclive en cambio a instalarse en una tradición más clásica, y que la adhesión del revisionismo al peronismo fue parcial y distante; simultáneamente, el peronismo albergó a historiadores que provenían de grupos diversos. Parece entonces excesiva la opinión que hace del primer peronismo el “domicilio” del revisionismo, así como la que sostiene que el revisionismo “termina por teñirse de peronismo”, al menos hasta 1955. Es que aquí, como en muchas otras áreas, el primer peronismo se permitía admitir la colaboración de individuos que exhibían distintos perfiles ideológicos, y trayectorias previas que los vinculaban a múltiples circuitos intelectuales, mientras fuera claro el apoyo a la gestión presidencial; en este sentido, lo que importaba era el presente. Palacio no había sido diputado en virtud de su revisionismo, ni Juan de Lázaro había ocupado su banca de senador gracias a su mitrismo. Rodolfo Puiggrós, antiguo miembro del Partido Comunista sumado a quienes respaldaban al gobierno sin resignar su condición de marxista, por ejemplo, expresaba esa actitud en el prólogo a la segunda edición de Rosas el Pequeño, aparecida en 1953. Allí, el autor plantea dos líneas de crítica a quienes califica de “rosistas militantes": “1.Su creencia en que los gérmenes de un capitalismo nacional en la esfera rural [...] pudieran ser los orígenes de un desarrollo autónomo del capitalismo argentino prescindiendo del mercado mundial, de la existencia del imperialismo y del progreso alcanzado por las naciones más adelantadas de la época. Esta es pura utopía [...].2.- Su desconocimiento del doble papel que el imperialismo cumple a pesar de sí mismo: si por una parte oprime, deforma y exprime a los países poco desarrollados [...] por la otra se va en la necesidad de trasplantar su técnica, incorporar sus capitales, crear clase obrera, estimular el capitalismo nacional, gestar los elementos opositores que conducen a la liberación económica de los pueblos explotados por los monopolios. Estas fuerzas [...] se desenvolvieron progresivamente desde la caída de Rosas hasta nuestra época de revolución nacional emancipadora, y son los pilares de esta revolución.” Luego de señalar estas áreas de discusión con el revisionismo -que por otra parte no son secundarias, y que en la obra se despliegan sobre los planteos de Scalabrini Ortiz, Ibarguren e lrazusta, entre otros autores-, Puiggrós hará explícita aquella actitud que privilegiaba, en el ejercicio de reconocer aliados, la adhesión al gobierno antes que la coincidencia en las interpretaciones del pasado: “Estas divergencias [...] no impiden que afirmemos nuestra solidaridad con los admiradores -al igual que con los detractores- de Juan Manuel de Rosas que asumen hoy una actitud clara y consecuentemente antiimperialista Somos sus amigos y sus aliados en la revolución nacional emancipadora, del mismo modo que nos sentimos totalmente en contra de aquellos antirrosistas que [...] forman en las filas de la contrarrevolución [...] ”. El criterio estrictamente político era el que se imponía 

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