Rosas

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viernes, 20 de mayo de 2022

Hugo Wast (1883-1962)

Por el Prof. Jbismarck
Bajo el pseudónimo de Hugo Wast, tomado a partir de la redacción de su tercer novela, Flor de durazno, encontramos a Gustavo Martínez Zuviría. Nacido en 1883 en la ciudad de Córdoba y perteneciente a una familia acomodada con tradición militar, Martínez Zuviría recibió una marcada educación católica y realizó estudios de Derecho en la Universidad de Santa Fe. Comenzó a incursionar desde temprano en la literatura (escribió su primer novela, Alegre, a los veintidós años) y redactó artículos para La Nación y Caras y Caretas; su vocación literaria no se vió interrumpida por su labor docente en el Colegio Nacional de Santa Fe y en la Universidad de Santa Fe, llegando a escribir más de treinta libros que contaron con gran acogida entre el público y que se destacaron por su predilección por el heroísmo romántico. Su obra El Kahal y Oro (1935), fue intensamente criticada por su antisemitismo. El respaldo y aval de los círculos católicos y nacionalistas luego de estas críticas se refleja en su carrera política: candidato a la vicegóbernación de Santa Fe y elegido diputado nacional en 1916 por el Partido Demócrata Progresista, abandonó sus filas debido a sus desacuerdos con la orientación laicista del partido. Luego de abandonar el país entre 1927 y 1930 para viajar por Europa y Estados Unidos, regresó posteriormente al golpe de Uriburu, siendo nombrado en 1931 director de la Biblioteca Nacional, puesto que no abandono hasta 1955. 
Miembro fundador de la Academia Argentina de Letras, fue designado en 1937 presidente de la Comisión Nacional de Cultura, y en 1941 interventor de la provincia de Catamarca. Su carrera como funcionario estatal llegó a su cumbre durante el gobierno del presidente de facto, Pedro Pablo Ramírez, cuando fue nombrado ministro de Justicia e Instrucción Pública. Se intervinieron las universidades nombrando a miembros de las filas católicas como funcionarios, se suprimió la política gremial estudiantil y se impuso la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Sin embargo, ante la ruptura de relaciones del país con el Eje, Martínez Zuviría renunció a su cargo junto a un nutrido grupo de católicos nacionalistas que se desempeñaban en el gobierno. Luego de esta experiencia, se alejaría de la actividad política, dedicándose a la escritura. Murió el 28 de marzo de 1962
El Año X (1960) Martínez Zuviría escribió El Año X con el propósito de caracterizar la Revolución de Mayo como una revolución militar y católica, sin ninguna intervención popular. A partir de esta idea, destaca a la figura de Saavedra como jefe militar de la revolución al tiempo que pretende demostrar que Moreno es una construcción historiográfica liberal; para esto acude a las fuentes más consultadas por los historiadores, a los que acusa de lo que denomina una construcción "dirigida" de la historia. Revaloriza la tradición hispánica en contraposición al liberalismo, exaltando el legado católico. Selección de fragmentos 
"5 verdades que todavía parecen blasfemias:
I. La Revolución de Mayo fue exclusivamente militar y realizada por señores. 
II Nada tiene que ver con la Revolución Francesa. 
III. El populacho no intervino en sus preparativos, ni comprendió que se trataba de la independencia. 
IV. Mariano Moreno tampoco intervino en ellos y después su actuación fué insignificante cuando no funesta. 
V. Su principal actor fue el jefe de los militares don Cornelio Saavedra." 
"Para comenzar digamos algo que probablemente nunca se ha dicho: los patriotas del año X no entendían la palabra 'pueblo' como quieren entenderla ciertos admiradores de la revolución francesa, falsificadores de la nuestra ahora. Los demagogos mutilan el sentido de esa palabra. Para ellos solamente es 'pueblo' la masa plebeya, informe y enorme, caprichosa, infalible, sacrosanta, poseedora de todos los derechos y no atada por ninguna obligación. Es decir, la parte primitiva de la sociedad, más fácil de ser manipuieada, engatusada con discursos y ganada con donativos
Para los patriotas del año X 'pueblo' no era solamente la plebe, sino el conjunto de los habitantes del país, ignorantes e instruidos, ricos y pobres, capaces e incapaces de pensar por su cuenta, sacerdotes, militares, hacendados, abogados, comerciantes, artesanos, menestrales, pulperos, sirvientes, esclavos... iguales todos en sus derechos específicos, a los ojos de Dios, que los había creado y redimido con la Sangre de Jesucristo, pero desiguales en sus aptitudes y en sus derechos sociales, conforme a las circunstancias en que vivían. Los hombres de Mayo, que sabían su catecismo y por ello conocían esa igualdad esencial y esa desigualdad accidental, cuando mataban de resolver problemas de gobierno, que en aqi ¿ellos tiempos se resolvían a menudo en asambleas del pueblo o cabildos abiertos, jamás convocaban a la plebe, a los esclavos, los sirvientes, los menestrales, casi siempre analfabetos y a quienes tampoco les atraía meterse en tales honduras. Convocaban a los que las solemnísimas actas de dichas asambleas llaman 'vecinos de calidad', o Vecinos de distinción', o como reza la más solemne de todas, la del 25 de Mayo de 1810, 'la parte sana y principal del vecindario', que representaba por derecho natural, no por elección de nadie, a la totalidad del pueblo. (...) Los patriotas del año X, cuyo espíritu buscan afanosamente ciertos historiadores, deseándolo hallar distinto de cómo fue, no creían que las discusiones y resoluciones de aquellas asambleas de vecinos de distinción, pequeña minoría en comparación de los vecinos que no habían sido convocados, habrían de mejorar por que interviniera en ellas la parte menos principal del vecindario, es decir la turbamulta, que es la inmensa mayoría. Esa inmensa mayoría sentíase perfectamente representada por aquella minoría selecta, que conocía sus problemas y sabía defender sus intereses.  Se ve, pues, que los hombres de Mayo, aunque tenían un concepto del 'pueblo' más amplio y generoso que el que tienen los demagogos actuales, no eran partidarios del sufragio universal sino del voto calificado." (Wast 1960: 31-32) "Es que la Revolución de Mayo no la hizo el pueblo, la hicieron los Comandantes de los cuerpos militares, con un grupo de eclesiásticos y de civiles, que venían conspirando secretamente. El pueblo —lo que ahora llamamos pueblo—, no tuvo intervención en ello: ni conocía el complot, ni convenía que lo conociera. El pueblo nunca es motor, sino movido y siempre marcha disgregado, buscando instintivamente la gran personalidad que lo guíe. Cuando halla un jefe se convierte en una fuerza orgánica. Es verdad que ese jefe que lo subyuga y lo fanatiza, a cada paso lo invoca como si su poder le viniera del pueblo. Es que con esto legaliza su situación y mantiene su prestigio, haciendo creer que no trabaja en provecho propio, sino por el bien común; pero sabe que el amo es el mismo, porque es la idea y la voluntad. Si alguna vez un pueblo se ha manifestado apático para un gran movimiento ha sido el pueblo de Buenos Aires en los días de Mayo. No importa que pintores complacientes nos muestren una muchedumbre frenética, agolpada bajo la lluvia ante el Cabildo y armada no con fusiles, sino con paraguas. Mentira histórica. Nuestro pueblo de antaño nunca se defendió de la lluvia con otra cosa que con el poncho criollo. Le repugnaba el paraguas como un adminículo afeminado, especie de bastón con polleras.

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